No me imaginé la cantidad de correos que me iba a llegar en relación con comentario acerca del magnífico artículo de Sánchez García relacionado con el cierre de la Librería “Lectura”. Coincidentemente, el mismo día que yo, Eduardo Casanova —apreciado condiscípulo del La Salle de Tienda Honda, escritor prolífico, buen poeta, historiador ameno, y alguien que sí sabe de literatura no en balde su blog (que recomiendo ampliamente) se denomina “Literanova”— escribía, pero con mucha más calidad que yo, sobre el mismo tema. Pero no sólo él trató el asunto. Repito, bastante correspondencia me ha llegado para comentar lo dicho por el barba roja.
Por ejemplo, Daniel Almenar opina que “al Estado no le interesa la difusión de la lectura. Sin embargo considero que es una falla que va mucho más allá: es un problema más que de Estado de Nación (…) No sólo es al absurdo régimen que gobierna (…) a quien poco le importa que sus ciudadanos alimenten el hábito de la lectura. (…) el problema va mucho más allá, y abarca un amplísimo espectro que la mayoría de las veces nos negamos a revisar, como por ejemplo a nivel educativo: en el transcurso de una vida académica (…), apenas se lee un puñado de libros de un reducidísimo número de autores. (…) antes de obligar al estudiante a leer, debería enseñársele a pensar a través de la lectura, a alimentar su curiosidad y tratar de saciarla a través de la literatura. Hablo aquí sólo de literatura, pues la filosofía como rama apenas si se ve muy someramente en el quinto año de bachillerato (…) en aquellos estadísticamente escasos casos en los que el estudiante ha optado por la rama humanista”.
En contraste con el amigo Almenar, alguien que no acepta críticas al régimen escribió en “Noticias Universitarias” —descalificación por delante, como es usual en los rojos: “¡Tremenda estupidez! En Venezuela (…) nunca había existido tanta abundancia de literatura, tanto interés por la lectura y por la escritura”. Añade que mi artículo “es una mentira posiblemente pagada por los impulsadores de la desinformación”. Menos mal que los mismos miembros del foro demolieron sus asertos. Una con nombre poético. Meridalba, planteó: “Si literatura llama él las múltiples publicaciones panfletarias con las que el gobierno inunda las estanterías de sus pseudolibrerías, las bibliotecas de colegios y hasta las estanterías de los hogares de quienes antes han pasado por el lavado de cerebro que el líder ha incoado para soportar en ello su permanencia ilimitada en el poder, pues tendríamos que aceptarlo como cierto. Sin embargo, acabo yo en días pasados de tirar a la basura una torre de esas pequeñas pero peligrosísimas publicaciones auspiciadas por el gobierno, (…) las tiré a la basura luego de haberlas revisado, por lo que opino con conocimiento de causa. Son una especie de guión que poco enseña y sí, en cambio, instruye a sus lectores para que repitan el discurso oficial. (…) Por favor, distingamos literatura de meras publicaciones”.
El amigo Almenar también explicaba que parte de la culpa hay que compartirla; por una parte “son pocos los padres que aúpan a sus hijos a la lectura” y, por la otra, los medios desvían a la masa del hábito de leer. “Algo peculiar de esas herramientas es que pueden ser poderosamente útiles o fuertes dispersoras de tiempo, lo que el usuario elija”.
Yo gocé los libros desde niño. Ya en segundo año —en el cual, en mis tiempos uno debía leer los clásicos españoles— además genios como Calderón, Lope de Vega y Cervantes, había leído algo de Dickens, Dostoievski y Stendhal. Y ya en tercer año, toda mi generación había leído varias obras de Hesse y Mann, no porque nos las impusieran como tarea sino porque teníamos un afán genuino de mejorar nuestras maneras de pensar. No se diga en cuarto y quinto, cuando nos tocaba estudiar Filosofía y Latín; escudriñamos a Platón, Aristóteles, Virgilio y Horacio, no porque nos los impusieran sino por el mero afán de culturizarnos. En mis tiempos se leía. Claro, eran tiempos en los cuales la TV no estaba tan entronizada. Cosa muy distinta ahora, cuando Internet y redes sociales se apropian del tiempo de nuestros hijos y nietos. No las desapruebo —porque yo también las utilizo para seguir aprendiendo— sino que los más jóvenes deberían poder discernir cuándo es hora de cerrar la red y agarrar un libro. Yo creo que he sido más afortunado que muchos padres: mis hijos leen bastante, en inglés y español.
El régimen no está interesado en que el pueblo se enriquezca mentalmente porque eso sería un peligro para su estabilidad en el poder. De ahí que sólo difunda lo que le conviene desde su muy peculiar óptica para la indoctrinación. Y luego se llenan la bocota diciendo que ellos reparten cultura. Una falacia más…