martes, 26 de febrero de 2013

Dos temas sueltos pero con ilación


Una carta que debieran leer nuestros uniformados


El Cónsul de Portugal en Valencia, Antonio Chrystêllo Tavares —un querido amigo que ha hecho revivir en esa ciudad la costumbre de las veladas cultas de conciertos y de conferencias— escribió una semblanza acerca de Joaquim de Albuquerque, un oficial portugués de finales del siglo XIX que se cubrió de gloria en varios combates en África y que fue, además de pacificador de Mozambique, un gobernante exitoso que le buscó solución a los problemas sociales, económicos y culturales de ese territorio con un trabajo solo comparable al de su alto prestigio militar.  Esos méritos hicieron que don Carlos I, el rey de Portugal, lo designara como preceptor del príncipe heredero, Luis Felipe de Bragança, cuando este cumplió los 13 años.  Sus enseñanzas parecen haberle sido de mucha utilidad al príncipe en su corta vida —resultó muerto a los 21 años, junto a su padre, en el regicidio de 1908.  Después de leer algunos párrafos de esa carta que el cónsul incluyó en el programa del más reciente concierto, me decidí leerla completa, vía Wikipedia, y descubrí una joya de la literatura patriótica y militar que debiera ser de lectura obligatoria para los militares venezolanos de hoy.

Si dejamos de lado los tratamientos protocolares de esa época y nos enfocamos en lo que predica Albuquerque, las palabras tienen vigencia y mucha pertinencia con lo que sucede hoy en nuestro país.  Solicito la clemencia de los lectores por la traducción que hice de algunos apartes que quiero compartir y transcribo de inmediato: “Triste del hombre que sólo se preocupa por el presente, que solo aprecia la intimidad de la vida.  Pobre de aquel que necesita dormir para soñar con el futuro. En la observación dolida de lo que ha pasado y en el imaginar lo que está por venir se va formando el alma, se van estableciendo las cualidades, desarrollando la fuerza”.  Pareciera ser una admonición para tanto aprovechador codicioso que abunda en el escalafón militar y los ministerios solo para lucrarse hoy sin importarle cómo dejan de empobrecida a la nación de cara al futuro.

Más adelante, el lusitano le explica a su pupilo: “Su Alteza nació en una época bien desdichada para este país. Tal vez fue un favor de Dios porque la fuerza de carácter se prueba más en la desventura que en la felicidad.  En cualquier caso es cierto, mi Señor, que vuestra historia ha sido muy triste porque, convénzase bien su Alteza, los príncipes no tienen biografía, su historia es, tiene que ser, la de su pueblo. En esta historia, sin embargo, hay algunas páginas que su Alteza puede leer sin que se le caiga la cara de de vergüenza, sin que le suban a los ojos lágrimas exprimidas del corazón triturado por las humillaciones. Esas pocas páginas brillantes y consoladoras que hay en la historia de Portugal contemporáneo, las escribimos nosotros, los soldados, por las selvas de África. (...) Algo sufrimos, es cierto; corrimos peligros y pasamos hambre y sed, y no a pocos postraron en tierra para siempre la fatiga y las enfermedades. Todos lo soportamos de buena gana porque servíamos al rey y la patria, ¡y para ninguna otra cosa está en este mundo quien tiene el honor de portar una guerrera!”  Vergüenza es lo que —al meditar sobre esto—debieran sentir los que han dejado de lado la frase “de Venezuela” en el nombre de la Fuerzas Armadas y la han reemplazado con un “bolivarianas” que ojalá significara “que se guía por las enseñanzas de Bolívar” pero que todos los venezolanos sabemos que solo denota que fueron ofrendadas a un partido político.  Con el pusilánime y nefando alto mando (minúsculas a propósito) actual no regresarán la ética y la verticalidad al seno de la Fuerza Armada.  Pero, menos mal, que ya les debe quedar poco tiempo…

 

El bufón que se exasperó


Una de las óperas que a mí me gusta más es Rigoletto.  Creo que la escena del último acto en la que Rigoletto lleva a su hija, Gilda, para que se desilusione al descubrir que su adorado duque de Mantua está cortejando a Maddalena, es una de las más hermosas piezas para cuatro voces que se haya escrito en la lírica.  Pero hoy voy a referirme a otra: aquella en la que el deforme bufón confronta a los nobles en palacio y les exige que le entreguen a su hija, que ellos han raptado para ofrecérsela a Mantua.  Cuando estos se niegan, Rigoletto, encolerizado, los apostrofa con su “Cortigiani, vil razza dannata!”  Igual andanada es la que provoca dispararle a tantos adulantes que pululan alrededor del “panal de rica miel” que representa el Tesoro Nacional y que los validos del invisible reparten con una discrecionalidad irresponsable y (sospecha uno) una complicidad despreciable.  Son eso: una vil y maldita raza de cortesanos…


Con generales así…

 Dos imágenes me hicieron revolver el estómago y mentar madres en esta semana que pasó.  Una fue la del video en el cual un guardia golpea con su escudo y apostrofa con palabras muy vulgares a un estudiante que hace uso de su derecho a protestar.  Nada justificaba la saña con la que los uniformados atacaron a los manifestantes; estos no estaban cometiendo delito alguno, solo querían hacer saber  su opinión.  Que es una que compartimos muchos venezolanos: por causa de la sumisión de los personeros del régimen, Venezuela ha devenido en colonia cubana.  Si los golpes no se justificaban, las palabras soeces de parte de un uniformado que actúa  en función pública, mucho menos.  Eso no lo prescribe reglamento alguno.  Y, por el contrario, lo pena.  Pero en el deformado cerebro del en mala hora general Benavides eso debe ser mérito suficiente para ascender o condecorar a los atacantes.  Porque parece que lo que está de moda ahora en la Fuerza Armada es la inversión de los valores.  Si no lo creen, vean la reseña periodística que informó que el comandante de los paracaidistas había condecorado a los subalternos suyos que fueron detenidos, desarmados y retenidos por los pemones.  Ahí si no hubo pugna, ni siquiera una mera resistencia.  Que hubiese estado justificada: el comandante en el sitio podía haber alegado que su unidad se encontraba rodeada por gente armada (con arcos y flechas, es verdad) y, por tanto, se veía en la necesidad de reaccionar con fuerza.  Pero no, todos se entregaron sumisos, mansamente.  Pareciera que la violencia se la reservan para cebarse en contra de los estudiantes y demás manifestantes pacíficos en las ciudades.

La otra imagen es la del tal Alcalá Cordones llorando y jipiando después de que una mujer de la misma etnia pemona le dijo un poco de verdades de esas que escuecen y con las que todos coincidimos: que los defensores del régimen lo que hacen es alcahuetear el saqueo de las riquezas naturales —quitándoselas a quienes tienen el derecho principal de disfrutarlas, los venezolanos—para ofrendarlas en los altares de los dioses cubanos, rusos y chinos.  Y para regalarlas con largueza a una cuerda de vividores en los que destacan los mandatarios argentino, boliviano, ecuatoriano y nicaragüense, para ponerlos en orden alfabético.  Al trisoleado —tan machote cuando mangoneaba al mando de unidades en Maracaibo, Valencia y Maracay— le metieron las cabras en el corral a punta de verdades: que las unidades del Ejército lo que hacen es despojarlos del oro y otros bienes que son fruto de su trabajo; que lo hacen para lucrarse indebidamente a costa de ellos; que cuando acuden a la autoridad, esta no los recibe ni les hace caso;  y que cuando aparecen es para apoyar los expolios a favor de intereses rusos, chinos o iraníes, nunca los de los aborígenes.  El chaleco que le montaron a Alcalá no cesó hasta que este accedió a firmar todas las condiciones que los indígenas le pusieron enfrente.  Solo cuando estos hubieron obtenido seguridades de que los militares no iban a seguir con la saña que los caracteriza en su trato con los nativos, fue que se les dio la libertad a los paracaidistas.  ¡Bravo por los pemones!  Necesitamos más de ellos.

Es que pareciera cierto eso que se dice por ahí: que ahora, en la Guardia, es más fácil ser general que sargento.  De hecho, en ella pasan de setenta los soleados, cuando la tabla de organización de ese cuerpo debe tener cabida solo para unos veinte. Mientras que en toda la comandancia no hay sino siete sargentos supervisores (lo que antes se llamaba sargento ayudante).  Tantos generales hay, que muchos de ellos están ocupando cargos que eran privativos de los coroneles y tenientes coroneles.  Y no les da pena…  Pero el fenómeno no es exclusivo de la Guardia; se repite en los otros tres componentes.  Ya hace meses expliqué por aquí que si se embarcase un almirante en cada buque naval, sin importar su poco tonelaje, unos treinta de aquellos se quedarían en el muelle, viendo cómo zarpan las naves (si es que, por un acaso, estuviesen operativas).

Para tratar de sobresalir en esa turbamulta soleada, algunos han optado por el pescueceo, por el revelarse más rojos que nadie y —¡maldita sea!— por emplear sus tropas para caerle a mansalva a indemnes ciudadanos que reclaman por cualesquiera de los múltiples motivos que tienen los venezolanos para hacerlo hoy.  Ninguno se acuerda —caso singular de amnesia selectiva— de lo que tipifica el Art. 328 de la Constitución referido a ser “una institución esencialmente profesional, sin militancia política” que debe estar “al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”.

¡Es la economía, estúpido!

 Durante el fin del año pasado, aprendí un término nuevo.  Para ser más preciso, descubrí un “maracuchismo”: la palabra “incóbrito/a”.  En el Zulia se emplea para designar a una persona que carece de dinero, que está “limpia”.  Y me parece fascinante porque une al viejo prefijo latino “in”, en el sentido de carencia, de negación, con el localismo “cobres” que se emplea como sinónimo de “dinero”.  O sea, que si alguien consigue estar “de incógnito” también puede sufrir como “incóbrito”.  Y que es como nos sentimos todos los venezolanos después de que la dupla Giordani-Merentes nos clavó casi un cincuenta por ciento de devaluación, dizque por órdenes del secuestrado en Cuba.  Vaya usted a saber…

Ese par de funcionarios ha sido, en los últimos tiempos, el responsable del estado exangüe, famélico, de las finanzas, por razones del mal disimulado afán comunista del régimen.  Ellos son los culpables de que más de la mitad del PIB se vaya en pagar la adiposa nómina oficial y el ineficiente y poco transparente presupuesto.  Ellos son los causantes —con las devaluaciones y nuevas exacciones que inventan— de que el peso del gasto público caiga mayormente sobre los hombros de los ciudadanos de a pie.  Y ahora tratan de remendar el capote dando altas justificaciones para la medida tomada.  Con palabras ampulosas afirmaron que era por el bien de las mayorías.  En ese sentido los siguió ese que dicen que es canciller pero no nos consta.  En una declaración afirmó que esa medida servirá para proteger “los dólares del pueblo venezolano" y ayudará al país a vender productos nacionales al exterior.  ¡Falsas ambas aseveraciones!  Primero, porque después de haberse empeñado durante catorce años en acabar con la industria privada en el país y establecer traba tas traba para la producción nacional, nada o casi nada podrá ser exportado.  Y, que yo sepa, ya ellos desde hace mucho tiempo decidieron que el pueblo no debe tener dólares.  A menos que estén empleando el sofisma de que Esteban es el pueblo.  Y que, como los Castro decidieron que platanote, ojitos-lindos y ramirito debían ser los albaceas de aquel, los dólares le pertenecen a la nomenklatura criolla.  La verdad verdadera es que la medida solo favorece al gobierno en su irresponsabilidad de seguir abultando la liquidez antes del venidero proceso comicial.

Porque esta gente no ve sino con las gríngolas del electoralismo.  Pero en eso no están solos: los de los partidos agrupados en la MUD tampoco se alejan de esa percepción: que si cuántos concejales me tocan, que si en tal circunscripción tendrá más chance de salir electo, etc.  La tragedia es que en Venezuela, muy pocos —poquísimos— personajes piensan en la dimensión verdaderamente filosófica de la política, en la Política con mayúscula, que nos debiera conducir a un futuro mejor a todos en el país.  ¿Hay alguno de los líderes preocupado por el avance soterrado pero firme de las comunas en detrimento de los municipios, en lo que es una subversión del texto constitucional?  No parece.  Todos están solo obsesionados con el acceso a alguna posición de poder.

En fin; que —en eso del cortoplacismo y en el afán de mantenerse pegados a la ubre de la res pública— no se diferencian nada de los actuales detentadores de facto del poder.  Alguien —ojalá sean muchos y muy convincentes— tiene que llamarles la atención, reconvenirlos y pedirles que traten de ver lejos en política.  En ese sentido, me llamó la atención que, del lado de los rojos, algunos también están dando muestras de preocupación.  Por ejemplo, la profesora Mariclen Stelling —alguien que por apellido, patrimonio y posición social debiera tener más afinidades con la oposición que con el régimen— declaró en el programa dominical de José Temiente que los rojos en el poder “se convirtieron en triunfalistas y perdieron la noción de la realidad”.  Que entre ellos “había una suerte de electoralismo, y estábamos abocados a ganar elecciones, y eso hizo que se perdiera el norte.”  El norte de ellos no es el que marca la estrella Polar sino el dibujado desde hace medio siglo por Fidel, pero eso no le quita méritos a la aseveración: todo el mundo está empeñado en obtener victorias electorales (o lo que ellos creen que son) y por eso no están pensando en Venezuela; solo en sus conveniencias a corto plazo.

Para ver lejos es que se fueron formando las diferentes teorías políticas.  Las verdaderas —porque eso que llaman “socialismo del siglo XXI” ni es socialismo ni es de estos tiempos— requieren planificar el futuro.  Y este no se concibe sino con plétoras morales.  Pero también se requieren riquezas materiales que sustenten el desarrollo de los ciudadanos.  Por eso, actualmente, en Venezuela, hay que recordar el letrerito que tenía Clinton sobre su escritorio: "It's the economy, stupid!"

Con gorra y birrete al mismo tiempo

En el transcurso de esta semana, habrá una noticia bomba en Washington.  Y tiene que ver tanto con la ética en la administración de justicia como con la deontología militar.  Será una noticia que puede servir para abrir los horizontes judiciales en un momento crucial de la historia.  Se trata de la postura oficial que adoptará alguien muy cercano a Obama pero que no claudicará en sus principios por meras conveniencias políticas que puedan deformar y corromper lo que siempre ha mantenido.  Les echo el cuento:

El  general Mark S. Martins es el Fiscal General Militar de los Estados Unidos.  Ningún abogado uniformado había sido mejor visto por el gobierno estadounidense porque —además de haber ocupado el primer puesto durante el ciclo formativo en West Point, de haberse ganado una beca Rhodes y de haber servido cinco años en Irak y Afganistán— estudió derecho y se graduó de abogado en Harvard junto con Barak Obama.  ¡Una pelusa!  Por eso, fue escogido por este para ayudarlo a redactar las políticas al comienzo de su gobierno y nombrado para presidir el sistema de comisiones militares que está llevando el caso contra los detenidos en Guantánamo acusados de cooperar en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.  Todo un “cangrejo” judicial puesto que el Congreso ha prohibido enjuiciar a esas personas en los tribunales civiles pero el Departamento de Justicia quiere que sean encausados por delitos que están en las leyes ordinarias estadounidenses, más no en el Código Uniforme de Justicia Militar ni en las convenciones de Ginebra.

El general Martins estará en el foco de todas las cámaras de TV y en los oídos de todos los periodistas cuando, en los próximos días, abra una audiencia preliminar sobre el 11-S que lo va a poner en rumbo de colisión con el presidente y el gobierno.  Porque la pregunta clave será: ¿Es legal que los Estados Unidos utilice sus tribunales militares para decidir sobre delitos, como la conspiración, que no son reconocidos como crímenes de guerra según el derecho internacional?  El gobierno pretende que así sea pero el oficial sostiene que no y quiere centrarse en cargos "jurídicamente sostenibles".  La pelea no es nueva, desde el mismo 2001, los abogados militares han estado chocando con los abogados designados políticamente acerca de las leyes de la guerra.  Los militares creen que los convenios de Ginebra no son aplicables a estos detenidos mientras que los civiles tratan de torcerles el brazo  para que sean más “flexibles y expeditivos” en la aplicación de la Ley.

El general Martins, previsiblemente, va a contrariar un dictamen del Procurador General, que insiste en la postura del gobierno sobre la conspiración, porque cree que sería deslegitimar el sistema y ya anunció que se enfocará en los delitos que puedan ser sostenidos jurídicamente, como el clásico de “ataque armado a una población civil”.  Lo que se busca es que, por aquello de la reciprocidad, cuando algún militar —digamos, un piloto accidentado— caiga en manos de un adversario —digamos, Irán— no le sean aplicadas leyes nacionales sino las que regularizan la guerra internacionalmente.  El cómo los Estados Unidos vayan a juzgar estos casos va a influir necesariamente en cómo otros países tratarán a los gringos.

Toda esta reláfica es para que sirva de parangón sobre el cual conceptuar  a los magistrados y altos mandos nuestros.  Mientras que allá, todo un Rhodes Scholar está dispuesto a ponerse en la mala con su condiscípulo en un asunto de principios jurídicos; aquí, nuestros magistrados —muchos de ellos, madurados con carburo; y, algunos, hasta separados de la judicatura por irregularidades— se postran ante la orden que reciben desde fuera del tribunal.  ¡Qué del tribunal, de fuera del país!  Porque, insisto, se prosternan ante mandatarios extranjeros para decidir con miopía voluntaria algo que no es de derecho, sino de torcido: “hasta que no salga del coma y avise que va a estar ausente, está presente.  O sea: está ausente pero no está ausente”.  Mientras allá, el primero de su clase en una de las academias militares más reputadas del mundo va a decidir de acuerdo a lo que le parece deontológicamente correcto, dejando de lado la preocupación de que eso le puede costar el puesto y su futuro en la carrera que escogió; aquí, alguien que debiera vestir de blanco pero prefiere ponerse uniforme cubano verde, que se graduó en los últimos puestos del cuadro de méritos —lo que parece corroborar lo que dicen por ahí de que ahora para ascender a general o almirante no se necesita currículo sino prontuario— no pasa de ser un peón acomodaticio que echa por la borda todo lo que le enseñaron de ética a lo largo del ciclo formativo y la carrera. 

Pobres diablos —unos y otros— que cuando salgamos de esta pesadilla —porque saldremos— deberán convertirse en reos prospectivos.

Otros tiempos, otras gentes

 El 4 de noviembre de 1957, yo estaba en el Palacio Federal como parte de las unidades que debían rendir honores al entonces presidente, Marcos Pérez Jiménez, quien iba al Congreso a presentar un mensaje.  Comenzó su discurso diciendo cuánto había progresado la nación por su obra gubernativa.  Utilizó un ritornello  que comenzaba con: “Somos el país…” y que seguía con las explicaciones de sus logros: “…que está desarrollando el mejor plan de vialidad en la América Latina,(…) que ocupa el primer lugar en la América Latina en organización sanitaria, (…) de la América Latina con el mejor coeficiente de mortalidad general, (…) que ocupa el primer lugar en la América Latina en incremento de la riqueza agrícola, (…) que proporcionalmente a su población ocupa el primer lugar en el mundo en construcción de viviendas para la clase obrera, (…) que ocupa el primer lugar en la América Latina en oportunidades de trabajo, (…) que ocupa el primer lugar en el mundo en la estabilidad de su moneda...". Y así seguía.  Creo que, al igual que yo, todos los que escuchábamos esas afirmaciones nos sentíamos profundamente orgullosos.
Lo malo fue lo que dijo de seguidas…
Porque pasó a señalar algunos factores negativos de la vida venezolana y empezó a atacar a los partidos que diferían del criterio que imperaba en el gobierno. Todos los que pensaban diferente eran traidores al Ideal Nacional.  Parecía que los errores de la democracia justificaban su gobierno de fuerza.  Y concluyó su mensaje informándole al Congreso su intención de celebrar un plebiscito para que los votantes decidieran —a la luz de los logros obtenidos por él— si se obviaban las elecciones venideras y se aceptaba que él y sus ministros continuaban gobernando cinco años más.  En esos tiempos, yo de política no sabía nada (o sea, casi lo mismo que me caracteriza hoy) y, aún así, me dije: “¡Cáspita, este redomado felón ha depositado una deposición excrementicia con esa propuesta!”  Claro que utilicé otros términos; pero como estamos en horario supervisado, debo edulcorar el léxico.

Para recortar el relato: El plebiscito no aparecía como instrumento en la constitución del año 53, por lo que los líderes de los partidos —muchos de ellos presos, en el exilio o “enconchados”— llamaron a la abstención porque el árbitro no era confiable y los resultados estaban arreglados de antemano.  El “plesbicito” (como pronunciaban muchos) se llevó a cabo el 15 de diciembre y, ¡Oh, sorpresa!, se informó a la nación que la población había aprobado la continuidad del régimen.  Ninguna organización seria reconoció los resultados y más bien, algunas personas se organizaron clandestinamente en una “Junta Patriótica” que fue instrumento para la aglutinación de los intelectuales, los líderes obreros, el clero, los educadores y los militares de grados medios para hacer cambiar el statu quo.  El 1º de enero se insurreccionaron, fallidamente, la Aviación y algunas unidades del Ejército; durante los 14, 16 y 17 hubo otros alzamientos, también fallidos; hasta que en la noche del 22 la cosa pasó a mayores y en la madrugada del 23 —a menos de mes y medio del plebiscito— Pérez Jiménez huía del país en “la Vaca Sagrada”.

Como lo veo yo, la circunstancia actual en el país es muy parecida a la de esos tiempos: un mandatario que quiere eternizarse en el poder, una cuerda de ministros encallecidos en el enriquecimiento indebido, los altos mandos militares más obedientes al jerarca que a la letra y al espíritu de la Constitución, unos magistrados, un ministerio público y un consejo elector — que se suponen independientes del Ejecutivo— sumisos a la voz del amo.  Pero con una diferencia: Pérez Jiménez y su gobierno eran supremamente nacionalistas; mientras que los de ahora están dejando que un par de carcamales caribeños decidan sobre los asuntos primordiales de la república.  Y es más: les ponen en bandeja de plata al país —que fue el primero de Sudamérica en buscar su independencia— para que ahora devenga en colonia nuevamente. 

Que quede claro, antes de que los esbirros de la policía política vengan a buscarme, que no estoy proponiendo para nada una solución parecida a la que tuvo éxito hace más de medio siglo; soy un demócrata convencido, siempre he escrito en contra de los golpes y los golpistas, y creo (tonto que es uno) que el voto es el arma del hombre libre.  Pero entiendo también que ya está bueno de peticiones de diálogo a alguien que no sabe escuchar, ni cree que hay formas mejores de acción que las que ellos propugnan.  Opino que es necesario recordar lo que dice el Art. 333 de nuestra Constitución.  Y, por eso, suscribo entusiasmado el documento que presentó —a nombre de un grupo grande de venezolanos— el doctor Aristiguieta Gramcko y que comienza: “¡Hagamos  cumplir la Constitución e impidamos la dominación cubana!”


La última colonia que queda en América

 A finales de este año, celebraremos el aniversario 190 del momento en que el último contingente español se embarcó —para no volver jamás— desde Puerto Cabello.  Ahí, por fin, se patentizaba independencia de una metrópoli abusadora.  Se logró después de trece años de guerra.  Hace casi cincuenta, otro país intentó subvertir nuestra incipiente democracia  para acabarla y reemplazarla con una imitación del régimen que imperaba entre ellos.  Nos costó unos siete años, pero logramos vencer y expulsar a los soldados castristas que vinieron como guerrilleros a envenenar las mentes de nuestros jóvenes.  ¡Tanto denuedo, tanta sangre derramada, para nada!  Hoy hemos devenido en la única colonia que queda en América.

Y no sé qué causa mayor tristeza; si la paradoja de que el nuevo colonizador no es una potencia sino un paisito lleno de carencias, con solo un tercio de la población venezolana y menos de una vigésima parte de nuestra economía; o que los invasores se han enseñoreado en nuestro medio con la anuencia y complacencia de unos paisanos nuestros, de unos venezolanos que se jactan de que solo ellos tienen el monopolio del amor a la patria; cuando lo que son es un sartal de Quisling tropicales.  Por lo menos, la España de aquellos tiempos era una potencia de verdad-verdad, mientras que los colonizadores actuales sufren racionamientos y sobrevivían por las remesas que les hacían sus familiares emigrados.  Suerte para ellos que ahora lo hacen por la munificencia oficial venezolana.

Reconozco que duelen, que escuecen estas afirmaciones, pero no por eso dejan de ser verdad.  Ya se vislumbraba lo que venía cuando hace varios años, por uno de los muchísimos decretos “con rango, valor y fuerza de Ley” se disponía que policías cubanos tenían (y tienen) potestad para detener a venezolanos ¡en Venezuela!  Mucho cacareo se hizo por el hecho de que un país que no sabe lo que es la propiedad privada estuviera a cargo de las notarías y registros; que ese mismo país, que oprime a los suyos hasta que más, estuviese a cargo de la identificación; que un país que mueve menos tonelaje marítimo que nosotros manejase nuestros puertos.  Pero muy pocos notaron ese exabrupto de los del G-2 cubano pudiendo arrestar a venezolanos en suelo patrio.  Esto es más grave que los que mencioné antes (que son graves también), y casi tan grave como eso de que militares cubanos meten las narices en los planes estratégicos que se hacen en el Estado Mayor y dan órdenes a oficiales venezolanos que los superan en grado.  Y ellos se dejan.  ¿Más señal de colonización?  Se las doy...

Tan colonizados estamos que la troika compuesta por Maduro, Cabello y Ramírez viaja a la “metrópoli” habanera a recibir instrucciones de la gerontocracia castrista.  La foto de “Granma” hoy los muestra al alimón en el aeropuerto de Rancho Boyeros escuchando arrobados las órdenes que se les imparten.  Claro que, poseyendo todavía un rescoldo de pudor, explican que fueron a La Habana pero a ver al mandatario enfermo.  Cosa que quién sabe si se dignaron hacer…

Y tan resignados estamos a ser colonizados, que un despreciable estuprador, ladrón y borracho como Daniel Ortega —un extranjero— se atreve a insultar en un acto público a los venezolanos sin que ninguno de los presentes haya tenido la decencia ni la sensatez de pedirle moderación; por el contrario, parecían arrobados por el discurso del chulo.  No hubo ni uno de los rojos-rojitos que pidiera prestada la famosa frase y le espetara “¿Por qué no te callas?”  Pero ni eso…

Hay quienes piensan que —después del más reciente “aporte” al derecho constitucional hecho por la dos veces expulsada del Poder Judicial pero actual presidenta del Tribunal de la Suprema Injusticia— estamos en un interregno.  Nada de eso.  ¡Estamos peor!  Porque la nomenklatura se ha trastocado en un pocotón de sátrapas y los altos mandos no pasan de ser cipayos.  Unos y otros se prosternan ante las decisiones que toman unos extranjeros allende el mar…

Otrosí 1
 Repito por esta vía un tuit que mandé hace días y sigue sin contestación (oficial, por lo menos): “Quién comanda las FAN?  El único que puede tener mando civil y militar al mismo tiempo, según la norma, es el presidente.  Y si él no está…”

Otrosí 2
A la luz de lo cometido por la de la papada prominente y su combo, la oposición no puede transigir cuando haya que escoger los nuevos magistrados.  Nada de luchar por cupos para sus partidarios.  Los elegidos deben ser personas de altísimo reconocimiento por su rectitud, sapiencia y honorabilidad, sin importar su afinidad política.

Otrosí 3
Las banderas que ondean en la churrasquería de Mañongo parecen unos coletos por lo mugrosas y desflecadas que están.  Alguna autoridad que se apersone allí a exigir el cumplimiento de la Ley de Banderas vigente.