martes, 10 de septiembre de 2013

¿Qué es más noble para el alma…?

El tipo no me convenció.  Y creo que puedo arrogarme la representación de casi todos los que estábamos en la conferencia y decir: no nos convenció.  Me refiero a Rick Rockwell, director de la Escuela de Comunicación de la American University de Washington, quien fuese invitado por “El Carabobeño” (diario en el cual me inicié como escribidor en el ya lejano 1986) para que —como parte de los actos celebratorios de los primeros 80 años de ese rotativo— disertase sobre la libertad de expresión en Latinoamérica.  Todos concordamos con sus tesis de que la principal tarea y el deber esencial de un periodista es buscar la verdad y reportarla sin cortapisas; que los mandatarios tienen una tendencia a querer conculcar la libertad de expresión para poder actuar por la libre, sobre todo cuando los otros poderes públicos se doblegan al Ejecutivo: porque así se obvia de hecho los frenos y contrapesos tipificados en la Constitución; que cuando eso sucede, se crea un desequilibrio en la sociedad que impide que las opiniones que le son molestas sean aireadas.

En sí, la conferencia no estuvo mala.  Y hasta llegó a ser brillante en algunos momentos.  Fue en el período posterior de preguntas cuando falló.  ¡Que se volvió un torero, pues!  Las respuestas eran de cajón.  Y una cosa era lo que uno preguntaba y otra la que él contestaba.  Agravado esto porque a él le antecedió una periodista venezolana, María Engracia Chirinos, quien a nombre de la asociación “Prensa y Sociedad de Venezuela” nos bombardeó con estadísticas que demuestran las muchas obstrucciones que los del régimen ponen al trabajo periodístico: la limitación de la cobertura de asuntos oficiales, la negación de dar informaciones que son del interés público y que, de acuerdo a la Ley, no son de las consideradas como reservadas, las descaradas intimidaciones por parte de funcionarios de inteligencia, cuando no las desfachatadas agresiones realizadas por matones a sueldo.  Es tan grave la cosa, que en los ocho primeros meses de este año, el organismo que ella representa contabilizó 205 violaciones a la libertad de expresión en el país.  Lo que implica una al día en promedio.  Ese guarismo implica un incremento de 78% al compararlo con todo el 2012, que finalizó con 200 casos.  Y eso, sin contabilizar los casos de censura provenientes de decisiones judiciales que contravienen a la Constitución, ni las presiones —vía obstrucción para adquirir papel o negación de pautas publicitarias— para que se cierren los espacios que permiten a los ciudadanos ejercer la denuncia y la crítica.

Ni con eso, el invitado nos dio las respuestas que estábamos esperando todos los que preguntamos.  Seguía persistiendo en que la solución estaba en establecer un diálogo con las autoridades —a pesar de que más de una vez se le explicó que el régimen se niega a dialogar, punto.

Yo era del criterio de que actuaba así para no poner a los anfitriones en un aprieto.  Hasta que alguien más perspicaz que yo me hizo recordar que en las palabras introductorias —cuando daba las gracias a la gente que ayudó para que él pudiera venir y disertar— agradeció al “gobierno de Venezuela”.  Me imagino que la solución de la charada pasó por algo que sucede con alguna frecuencia en Maiquetía: que una autoridad lo "persuadió" para que evitara la polémica en sus presentaciones y no se “extralimitara” en sus afirmaciones; no fuera que, cuando intentase salir, le pusieran inconvenientes para su regreso al hogar.  Pero eso es pura elucubración mía...

La pregunta que le hice estaba referida a la postura de ciertos medios, que se autocensuran para evitarse problemas con el régimen.  Que solo corren la arruga, porque tarde o temprano —si los dejamos— estaremos igualitos a Cuba, con un solo periódico.  Que la gente compra, más que todo por la escasez de papel tualet.  En la argumentación previa a mi consulta, le recordé aquello que recita Hamlet en el soliloquio del acto tercero; el que todo el mundo refiere como: “Ser o no ser, esa es la cuestión”, pero que pocos recuerdan como sigue.  En mi traducción ramplona queda como: “¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o rebelarse contra un mar de adversidades y, oponiéndose, desaparecer con ellas?”  Ni por esas; míster Rockwell se fue por la tangente.  Fue tan elusivo que (transcribo un reportaje que apareció al día siguiente en el mismo diario: “El ponente evitó referirse a la situación de la libertad de expresión en Venezuela (…) Esta excusa hizo que buena parte de las personalidades asistentes se convirtieran en ponentes del foro y expusieran puntos de vista sobre la preocupante situación que tienen, en estos momentos, los medios de comunicación (…) Rockwell escuchó detenidamente y tomó nota, como el buen periodista que es”...

Mientras, sigo esperando que alguien me proporcione una respuesta al dilema shakesperiano.  Que no es fácil, lo reconozco; tanto, que ni el mismo Hamlet lo dilucidó…

Tres hermanicas eran…

Tengo un disco con canciones en ladino que entonaban los judíos sefardíes por los años en que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos.  Una de las cántigas que más me gusta narra la historia de tres hermanas.  Les transcribo parte de la letra manteniendo la ortografía de la época, pero poniendo tildes para facilitar la comprensión: “Tres hermanicas eran, blancas de roz, ¡ay!, ramas de flor. / Tres hermanicas eran, tres hermanicas son.  /Las dos eran cazadas, / la una se desperdió. / Su padre con verguensa, / A Rodes L'anbió. / En medio del camino, / castillo le fraguó, / de piedrica menuda, / de torre y mirador…”  Puesto en lenguaje actual, eran tres hermanas muy bellas, con el cutis blanco como el arroz; dos de ellas consiguieron marido y una “metió la pata” (como decían las señoras de antes).  El padre, avergonzado, la envió al destierro en Rodas, a un castillo fuera de la ciudad.  La canción termina con un desenlace feliz: “Por allí pasó un caballero, tres besicos le dio. / Uno de cada cara, y uno en el corazón. / En el besico de alcabo, la nina se despertó. / ‘Si mi amo lo sabe, matada era yo, / matada con un palo, que dos no quero yo’. / ‘No vos matan, bolisa, que vuestro amor soy yo’".  Vale decir, la joven, que se había quedado dormida con el rumor de una fuente, fue despertada con el último de tres besos — dos en las mejillas y uno en la boca— que le dio un gentilhombre que pasaba por ahí.  Ella le dice que si el castellano se enterase, la iba a matar a palos.  Pero el caballero la tranquiliza anunciándole que ha sido rescatada por el amor.

La versión que tengo, es la cantada por Yehoram Gaon, uno de los más reconocidos cantantes de Israel.  Los interesados en escuchar su versión (aunque no la canta completa) entren en: http://bit.ly/19Z0ZF9.

Pero ya está bueno de introito.  Lo que quería comentar, basado en el comienzo de la cántiga, es cuán diferentes han resultado los logros de los tres países que alguna vez formaron lo que se ha dado en llamar la Gran Colombia.  Revisándolos por donde se busque —por lo social, lo económico, lo educativo; ¡por lo que sea!—, hay dos países que han echado para adelante y uno, el nuestro, que “se desperdió”.

En Ecuador, el presidente —que está chingo de las ganas de heredar el liderazgo que tuvieron Fidel y el comandante eterno que se murió— no es bolsa.  Despotrica contra el imperio, pero mantiene la economía dolarizada; le tuerce el brazo a los medios de comunicación nativos, pero logra mantener el flujo de inversiones extranjeras hacia su país; ofrenda lip service al dizque socialismo del siglo XXI, pero mantiene bien aceitados los engranajes del capitalismo, no ha permitido que se rebaje la calidad de la educación, busca sus ministros de entre gente capaz e instruida, y se asegura de que las instituciones funcionen bajo parámetros de eficiencia.  Porque el tipo no es un mero chofer de autobús glorificado, sino un economista con posgrado en Lovaina.  Y sabe que no puede pegarse un tiro en un pie.  A mí, el tipo no me cae nada bien, pero debo reconocer que la gente lo vota porque tiene obra que mostrar.

Colombia, a pesar de los muertos, los lisiados y las desdichas que ha dejado la guerra que la ha asolado por más de medio siglo; de los palos en las ruedas metidos por algunos políticos egoístas que valoran más su ego que el bien de la nación; de los funcionarios infiltrados por las FARC en las instituciones para que “tiren la burra pa’l monte”;  de los paros que recientemente han surgido —en mucho por las instigaciones del Foro de Sao Paulo, la mano siniestra de los cubanos y los “apoyos” venezolanos que reciben la impía Córdova y sus muchachos—, ese país y esa nación siguen echando para adelante.  Porque tienen siglos de tradición como trabajadores denodados, gozan de instituciones académicas de mucho lustre, mantienen un plantel de funcionarios bien entrenados y adecuados al tamaño del Estado, y respetan las instituciones públicas y la propiedad privada.  Por eso, ya han llegado a ser exportadores de petróleo y se dan el lujo de vendernos gas y electricidad (cuando lo usual era lo contrario);  mantienen relaciones amistosas con los países serios del mundo; tienen de socios comerciales a las surgentes potencias de Hispanoamérica; firman sin empacho tratados comerciales con las naciones más poderosas; y, en fin, miran al futuro con tranquilidad.  Porque han entendido que eso de formar patria no puede ser solo cosa de eslóganes sino de meter el hombro decididamente.

¡Y nosotros, pa’tras!  Nunca fuimos muy trabajadores, siempre nos gustó recostarnos del erario, crónicamente sufrimos de la corrupción y la ineptitud de los mandatarios; pero nunca como ahora.  Desde hace quince años, la oclocracia descrita por Nelson Maica y la ignorantocracia mencionada por Quirós Corradi están matando al país.  ¿Habrá que esperar a que llegue un caballero?