jueves, 8 de noviembre de 2012

¡Con mis nietos no te metas!

Hace varios años, ante la intentona inicial del régimen de arrebatarles a los padres la potestad sobre los hijos, a fin de convertirlos en borregos que le digan que sí a todo lo que se le ocurra a los detentadores del poder, se puso de moda aquello de que: “¡Con mis hijos no te metas!”  Hoy, ante la nueva arremetida representada por la infame Resolución 058, creo que hay que desempolvar la frase. Y arrancar con otra: la que propongo en el título.  Porque no podemos dejar solamente a los padres —nuestros hijos muy queridos, el fruto de nuestros esfuerzos y sacrificios— la cruzada para evitar que los niños (que es como decir: el futuro de Venezuela) sean convertidos en versiones criollas de los pioneritos cubanos, esos escolares que son arreados con banderitas a cuanta concentración de apoyo a la vetusta, añosa y decrépita  gerontocracia que desmanda en la isla desde hace 53 años se le ocurra a la Nomenklatura cubana.

No es cierto lo que declaró durante el fin de semana la minpopó para la Educación al señalar que los fulanos consejos educativos son constitucionales.  De sofisma no pasan sus afirmaciones. La verdad verdadera es que tales consejos van a contrapelo con el Art. 104 de la Constitución, que establece que “La educación estará a cargo de personas de (…) comprobada idoneidad académica”.  No tengo nada contra los bedeles de las escuelas; por el contrario, les reconozco sus esfuerzos para tratar de mantener los planteles aseados y saludables, aunque las más de las veces tienen que trabajar con las uñas porque los materiales de para el aseo no les son suministrados. Pero de eso, a que deba decidir sobre asuntos académicos hay un trecho. Mucho menos es aceptable que representantes de los consejos comunales estén presentes en las reuniones de padres y maestros. Porque aquellos consejos sí es verdad que son inconstitucionales: ni en la letra de la Constitución ni en el espíritu del constituyente aparecen las tales comunas; porque, “guapos y apoyados”, van a tratar de imponerse sobre directivos, docentes y representantes y hacer prevaler lo que “manda a decir mi comandante”; porque causarán entropía comunicacional en la comunidad educativa; y porque, en fin de cuentas, lo que se quiere es que el PUS tome el control de escuelas y colegios para imponer su proyecto político.  

¿Qué tal que la señora que reparte el café en las reuniones del Consejo de Ministros tuviera derecho a opinar en ellas?  ¿Aceptaría eso Elke Tekonté? ¿Qué tal que el guardaespaldas de la ministra Hanson exigiera un derecho de palabra mientras ella recibe a los directores de su ministerio? ¿No sería ella la primera que le dijera: “¡Sisebuto, no sea asomado!”?  Entonces, ¿por qué unos perfectos extraños a la comunidad educativa deben meter la cucharada en las reuniones de esta?

Hay que formar la marimorena para tratar de frenar la puesta en vigencia de la fulana resolución.  Ya tuvimos éxito en contra del atentado anterior. En esa oportunidad, la algarabía los hizo recular.  Tratemos de que el actual intento también se vaya de bruces y no pase de ser un fiasco más del régimen.  Hay que lograr, por todos los medios legales y por el clamor popular organizado, que la minpopó aparezca en los medios informando que por instrucciones del comanpresi se retira la resolución.  No más, no menos. No sería aceptable que se nos informase que “se procederá a la modificación de los artículos que han causado mayor controversia entre la ciudadanía”. ¡Ni de vainas! Porque aunque se haga, dentro del texto dejarían algunas trampas caza-bobos.

Ya saben, abuelos y padres, a levantar las consignas respectivas…

Otrosí
Aunque tarde, me solidarizo como el que más con los argumentos esgrimidos por Carolina Jaimes Branger en su accionar en contra de los abusos cometidos por las rectoras que conforman la mayoría circunstancial del CNE.  Las modificaciones que realizaron al Registro Electoral Permanente con posterioridad al cierre que impone la Ley para mudar a los “candidatos turistas” hacia las circunscripciones para donde los mandó el Primer Dedo, a fin de que pudieran votar ellos, sus familiares y sus guardaespaldas, así como la elaboración de un nuevo tarjetón para que aparezca en él la foto del más nuevo de esos candidatos son una ilegalidad, un ventajismo y una befa a la oposición, véaselas como se las vea.  Y no es aceptable que la señora Socorro Hernández, en representación de sus copartidarias trate de excusarse alegando que las modificaciones fueron unas poquiticas; que su número es insignificante al compararlo con el total del REP. Una sola modificación ya es inaceptable, por ilegal.  Uno, que es mal pensado, se pregunta: si —Dios no lo quiera— en esa señora se hubiese cometido un delito de violación, ¿pudiera el presunto comitente alegar en su defensa que fue solo con la puntica…?

Los impuestos (el artículo censurado)

 No, no vamos a hablar de esas exacciones que nos vienen de arriba, que nos abandonarán solo cuando seamos finados, que debieran revertirse en obras y servicios para los contribuyentes y sus familias pero que, frecuentemente, son usadas por la clase política para hacer creer que hacen algo mientras dejan caer una tajada en sus bolsillos.  Eso, aquí y acullá, pero aquí también es utilizada para financiar amigotes —que, más que eso, son chulos que nos salen muy caros, por cierto— allende los mares tipo el barbas cagalitroso habanero que no termina de morirse, el nica estuprador y dipsómano y el cholito que vive de la coca que vende (legal o ilegalmente, eso no lo preocupa).  Nos vamos a referir a las personas que caen dentro de la definición del participio irregular que aparece en el título.  Recordemos que del verbo “imponer” surge el sustantivo “imposición”, cuya más gráfica acepción es: “Exigencia desmedida con que se trata de obligar a alguien”.

Algunos los llaman “candidatos turistas”, porque recién ahora conocerán el territorio al cual fueron designados por el Primer Dedo de la República.  Por ejemplo, agarren al turquito que escogió para Aragua, pónganlo en el atrio de la Catedral de Maracay y díganle que camine hacia la Plaza Bolívar.  ¡Segurito que coge para la que le queda enfrente!  Pero no, esa es la Girardot.  La Bolívar le queda como a siete cuadras al Este.  ¿Sabrá dónde queda El Pao de Zárate?  O, para ponérsela más fácil, ¿se sabrá el nombre de los municipios aragüeños?, o ¿dónde queda la Tiara de mi niñez?  Hagan lo mismo con el negrito ¡perdón!, afrodescendiente Aristóbulo y pregúntenle dónde queda San Tomé.  Los canales de Mare-Mare sí los conoce bien porque allí es donde tiene acoderada la  maraca de yate que compró.  ¿Con el sudor de su frente?  ¡Muy difícil!  ¡Y Erika en Cojedes!  Cuando se entere que de Las Vegas para abajo los zancudos no pican sino que muerden, arrancan el pedazo de carne y vuelan con él hasta el techo para comérselo sin molestias, segurito que le dice a su amadísimo líder que la releve con otro de la Nomenklatura que sea más basto —que de esos, abundan por ahí— y la mande para algo más esplendente, como corresponde a alguien de su refinamiento urbano.

Hay otros que no son “turistas”, en el sentido estricto de la palabra.  Pero Vielma Mora, a pesar de ser gocho, no es mucho lo que haya estado por el Táchira en los años recientes.  Y cuando fue, fue a aplicar fuertes exacciones y multas a sus paisanos.  ¿Y qué decir del hombre de las varias cédulas, Rodríguez Chacín?  Es guariqueño, pero sus querencias y “el asiento principal de sus negocios e intereses”, para ponerlo en el lenguaje del Código Civil, están en Barinas.  Debe ser que al régimen le interesa aumentar el radio de acción de los guerrilleros colombianos y traerlos más hacia el Centro, y facilitar el aterrizaje de los aviones aquellos, los que no llegan a aeropuertos sino a lugares descampados…

En cuanto a Ameliach —quien les fue impuesto a los rojos carabobeños durante una fúrica malacrianza de Elke Tekonté— hay varias cosas que señalar.  Primero, que no es el que aspiraba el pueblo llano que usa franelas rojas.  Ellos querían, quieren, al alcalde de Puerto Cabello.  Vaya usted a saber por qué, porque como burgomaestre no es mucho lo que haya realizado.  Pero como carreteador de gente para las concentraciones, sí hizo su trabajo.  Su designación va a contrapelo de los porteños doblemente: por lo antes señalado, y porque despreció a esa ciudad como el sitio para votar.  En una más de las trapacerías del CNE —de acero cuando se trata de la oposición, y de plastilina en cuando al régimen y las decisiones de este, según Aveledo— se mudó a Valencia.  Segundo, el nombre de un hermano de él aparece muy seguido junto al de Makled por aquello de los químicos que ayudan en la confección de drogas.  Y tercero, todavía no está muy claro lo del asesinato de una secretaria suya…

Ni él, ni ninguno de los anteriores designados a punta de dedo porque “dizque no tuvieron tiempo de hacer primarias”, llega a los estados para buscar la mejora de esas regiones: Aristóbulo afirmó —uno no sabe si fue por candidez o por descaro— que ellos llegarían a esos cargos (condicional del verbo “no te vistas, que no vas”) a cumplir los deseos de su jefecito, no a gobernar.   En todo caso, todos ellos van a acabar con los gobiernos regionales; su misión es darles la estocada para imponernos, a contrapelo, lo del dizque “poder comunal” (que solamente es más poder para Caracas).  Y cuando eso suceda, ya no habrá elecciones.  Si no lo creen, léanse el texto de esas “leyes”…


Ricardo III, Macbeth y otros de la misma calaña

En las obras de Shakespeare sale más de un bicho maluco. Pero, a mi manera de ver,  la palma se la lleva Ricardo III. El tipo es capaz de todas las artimañas y fechorías con tal de conseguir el poder  mantenerse en él. ¿Les suena? Encuentra una justificación a toda maldad que realiza. Y la disfraza con fines nobles, que es lo peor. ¿Les vuelve a sonar? No le basta con ser duque y hermano del rey Eduardo IV: quiere el puesto de este. Y comienza las estratagemas poniendo “en la mala” al hermano que por ser mayor tiene precedencia  en la sucesión. Hace que Eduardo lo encierre en la Torre de Londres. Y ya allí, Ricardo contrata a unos sicarios para que lo ahoguen en un tonel de malvasía. Y después, tiene el tupé de ¡ponerse a cortejar a la viuda cuando ambos van detrás de féretro hacia el cementerio!

Cuando Eduardo muere, sus hijos son menores. Ricardo, entonces, se erige en “protector del reino”. Y hace que estos no alcancen la mayoría: los encierra y los hace desaparecer. Se deshace también de los pares del reino que no son sus partidarios. A cualquiera que abra la boca para denunciar las tropelías se los pasa a sus jueces. ¿Les suena? Hasta que, ¡al fin!, —por aquello de que a cada cochino le llega su sábado— la justicia impera cuando es vencido en la batalla de Bosworth y muere. No sin antes clamar, casi que con berridos, aquello de: "¡Un avión que me lleve a Cuba!” ¡Perdón!, me equivoqué. Lo que brama es: “¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!" Porque los malucos tienden a ser cobardes. Disponen de las vidas de los adversarios como si nada fueran, pero las suyas las estiman sobremanera…

Otro ávido de poder ilimitado es Macbeth. Shakespeare escribió su tragedia para el teatro, y Verdi, admirando la fuerza del relato del inglés la convirtió en una ópera. En ambos casos, las escenas son lúgubres para hacer juego con las torvas intenciones del protagonista. La violencia  y los asesinatos por encargo aparecen a menudo. No importa que la nación vada in fiamme, e in polve cada (Vaya en llamas y en el polvo caiga). Lo que les importa es  mantenerse en el poder. ¿Les suena?

Macbeth y Banquo son dos generales de el rey de Escocia que regresan de una campaña y se encuentran a tres brujas que profetizan que Macbeth será ennoblecido y luego llegará a rey, y que Banquo no llegará a ser rey pero sus descendientes lo serán. Macbeth, deseoso de apurar el cumplimiento de la profecía, asesina al rey mientras duerme y se apodera de la corona. Pero, queda un obstáculo por allanar: los paleros, ¡perdón!, las brujas habían profetizado que el reino iría a parar a la dinastía de Banquo, por lo cual Macbeth decide hacer matarlos a él y a su hijo. Logra lo primero, pero el hijo logra huir. Como el fantasma de Banquo se le aparece, decide volver a consultar a las brujas. Estas le dicen tres cosas: que tiene que cuidarse de Macduff; que nadie nacido de mujer podrá hacerle daño, y que sólo será vencido cuando el bosque de Brinam se mueva hacia Dusinane. Regresa a palacio alertado de lo primero, y tranquilizado por las otras dos profecías. Allí se entera de que Macduff  se ha unido a Malcolm y están reclutando un ejército. En venganza, hace asesinar a la esposa y  los hijos del primero.

Al final, Macduff y Malcolm atacan a Macbeth. Antes, al pasar por el bosque de Birnam, ordenan que los soldados corten ramas de los árboles y las utilicen como camuflaje mientras avanzan hacia Dusinane. Macbeth se enfrenta con Macduff sin temor por lo que le informaron las brujas. Y se lo informa: “Le potenze presaghe han profetato: ‘Esser puoi sanguinario, feroce; nessuno nato da donna ti nuoce’ (…) Raffermar sul trono Questo assalto mi debe” (los poderes del presagio han profetizado: 'puedes ser sangriento, feroz; nadie nacido de mujer puede dañarte' (...) Reafirmarme en el trono este asalto debe). Pero, para su sorpresa, Macduff le contesta que su madre murió una hora antes de que él naciera y que los médicos habían tenido que realizar una cesárea para mantenerlo con vida. Le da matarile. Y el coro de mujeres canta:
“Salgan mie grazie a te (…) A chi ne liberò, Inni cantiam di gloria” (Broten mis gracias hacia ti (...) A quienes liberaron, himnos cantemos de gloria)...

Y se acabó el espacio. Esto, usando las palabras del bardo, fue “a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing” (un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa.

Digestiada


Daniel Samper Pizano

Hace algunos días, uno de mis hijos, a quien le ha dado por resolver crucigramas, le preguntó a su hermana el nombre de la deidad griega de la danza.
-Zorba -respondió esta después de reflexionar unos segundos.
-Faltan letras -insistió aquel.
-Ponga entonces que María Callas -ensayó la otra.
-¿Pero ella no era, acaso, la diosa del canto?
-Ni idea. Lo cierto es que el otro griego que me sé es Onassis, y bailaba poco.

La conversación me hizo sospechar que los jóvenes de ahora saben cada vez menos de mitología griega. Esa misma tarde leí por casualidad en una revista que ha descendido el número de estudiantes de Medicina que quieren especializarse en vías digestivas. La verdad, no sé cómo podría ser distinta la situación, si los únicos mitos actuales son los que vende Hollywood y si la característica más marcada de la sociedad urbanícola es la de estar habitada por supuestos especialistas en gastrología.

Todos nos creemos sabios en asuntos de digestión. Recomendamos lo que se debe y lo que no se debe comer, imponemos dietas, llevamos cuentas de calorías, hablamos de las úlceras como si fueran primas hermanas nuestras, y comentamos y escribimos libérrimamente sobre recónditas cuestiones del aparato digestivo que antes estaban veladas por el pudor. El político checo Václav Havel, por ejemplo, dedica buena parte de su diario en prisión
a comentarnos el embarazoso tema de sus almorranas: ¡todo un
presidente de la república!

Consecuencia lógica de este atrevido meneo de los temas digestivos es que impera una ignorancia cada vez mayor en torno al noble equipo fisiológico que sirve para procesar alimentos: mientras mayor el ruido, menores las nueces. ¡A ver quién habla sobre el páncreas, las neuronas, la presístole o los corpúsculos de Ruffini con la irresponsabilidad con que lo hace sobre la digestión! No, si a ella se le ha perdido todo respeto. Y es, insisto, por Ignorancia.

A mí se me ocurre que una buena manera de restablecer el temor a Dios, la reverencia al colon y el conocimiento de la mitología clásica sería mezclar la apasionante capacidad narrativa de los antiguos relatos griegos con la tangible proximidad del sistema digestivo. Creo que de este modo se fomentarán el
interés por el primero y el conocimiento del segundo.

Yo soñaría con que mis hijos estudiaran un texto donde el proceso de marras estuviera más o menos así:

Se conoce como Digestíada la aventura épica del Bolo en su largo y proceloso viaje a través del oscuro túnel de los alimentos. Bolo Alimenticio (para los amigos, simplemente Bolo) es el valeroso hijo único de Fermento y Ptialina. Impulsado por la descomposición de sus padres, Bolo se adentra por las cavernas bucal es y, a poco andar, rueda por un abismo que amenaza con
arrojado al túnel de la diosa Tráquea, donde lo esperaría una muerte segura a manos de los perversos Alvéolos Pulmonares.

Por fortuna, salta a tiempo el buen enano Hioides, que, escondido en un rincón del túnel, aplica una zancadilla a Tráquea, cierra momentáneamente una talanquera conocida como Epiglotis y desvía la trayectoria del buen Bolo hacia la ruta de Esófago, que es el camino correcto de los víveres.

Por este sendero llega Bolo hasta la gruta estomacal, donde divisa un amplio y jugoso salón. Lo esperan en él cuatro hermanas que tendrán fuerte influjo y algún flujo en el Bolo. Se trata de unas alegres deidades que llevan medio cuerpo debajo y medio cuerpo enzima. 'Bolo se divierte en prolongado baño con Pepsina, Enterogastrona, Renina y Mucina. Pasadas unas horas, se abre en el extremo del salón un portón majestuoso llamado Píloro. Allí, asomado, lo saluda un personaje de humor bastante ácido. Es Jugo Gástrico, rival de las cuatro hermanas, que le ofrece guiarlo al reino del tío Colon, así llamado por los maravillosos descubrimientos que ofrece al visitante.

Aterradas, Pepsina y sus hermanas advierten a Bolo que no caiga en la tentación de visitar a tío Colon y le ruegan que más bien se devuelva por donde vino: resulta un poco desagradable, pero evitará sinsabores. Bolo no les obedece. Hipnotizado, camina en pos de Jugo Gástrico. Mas, no bien traspone el umbral del Píloro, se cierra el portón y el malvado mensajero lo empuja hacia dos monstruos que aguardan en la oscuridad cantando vallenatos. Son el dúo Deno, que, armado de látigos vellosos, perseguirá a Bolo por las criptas de Lieberkühn, las glándulas del Brunner, el canal de Wirsung y el esfínter de Oddi. Al final, hecho papilla, nuestro héroe pierde hasta su nombre. Ya no lo llaman Bolo sino Quimo. Casi como el de Mafalda.

Bolo continúa su marcha por los delgados recovecos y de pronto penetra en un jardín florido y plácido. No ha terminado de solazarse con esta maravilla donde las margaritas alternan con los claveles, los claveles con las rosas y las rosas con las orquídeas, cuando nota dos ojos que lo miran desde abajo. Son dos ojos tristes, cuya melancolía le induce curiosidad. La dueña de los ojos es una criatura serpentina y casi transparente que no cesa de comer pasa-bocas como los gringos tristes frente a la pantalla del televisor.

-¿Dónde estamos? -le pregunta Bolo, intrigado.
-Esta es la flora intestinal -responde la criatura con cierto temor.
-¿Y tú qué haces aquí?
-Como -responde ella, con la boca llena.
-Eso veo -le comenta Bolo, mientras sacude migajas blandas y húmedas que salpica aquel triste ser-. ¿Y por qué comes tanto?
-Como -responde la criatura- para olvidar.
-¿Para olvidar qué? -pregunta Bolo, mientras piensa que en alguna parte ha leído un diálogo parecido.
-Como para olvidar que estoy deprimida.
-¿Deprimida por qué?
-Porque nadie quiere meterse conmigo.
-¿Nadie? -exclama Bolo, aún más conmovido-. ¿Ya qué lo atribuyes?
-A que piensan que como mucho -remata ella, con los carrillos repletos.

Bolo entiende que el problema es delicado. Quisiera permanecer más tiempo acompañando a esta pobre criatura, pero observa que por la pared desciende Jugo Gástrico.

-Te escribiré -le promete antes de despedirse-. ¿Cómo
te llamas?

A Bolo le parece escuchar que responde: «Tania». «Debe de tratarse de una rusa», piensa para sí Bolo. Y, cuando empieza a alejarse, escucha que ella le grita, al tiempo que brota de su boca una lluvia de fragmentos de comida:
-Pero todos me dicen «la solitaria».

Es comprensible, suspira Bolo. Y, todavía entristecido, huye por un estrecho y largo corredor, donde pronto tropieza con restos de otros aventureros. Reconoce, por ejemplo, a Polipéptido, su amigo de la infancia, y a Tripsinógeno, hermano medio del glorioso Páncreas, vencedor en la batalla de Bilis. Luego ve
con pavor cómo aparecen dos engendras llamados Peptidasa y Enteroquinasa, que cogen por su cuenta a los amigos de Bolo: al primero lo desdoblan y al segundo lo vuelven verdadera Tripsina. Bolo logra escapar y, luego de vencer a otros enemigos que salen a su paso, como Colecistoquinina y Úlcera, aterriza de repente en un recinto enorme: es el Intestino Grueso, donde tiene su reino el tío Colon.

Allí descubre que este extraño personaje permanece inmóvil la mayoría del tiempo y solo despierta, iracundo, dos o tres veces al día; lo hace entonces en medio de fuertes contracciones y huracanes insoportables, que plantean la necesidad de una evacuación general. Cuando Bolo cree que le ha llegado su hora y que no saldrá nunca de ese templo pestilente invadido de ventisqueros,
una mano invisible lo rescata. Es la de un dios incorruptible, justo y ecuánime llamado, por antonomasia, el Recto. Este le salva la vida, aunque le advierte que en adelante perderá su apellido primitivo: ya no será Bolo Alimenticio, sino que lo llamarán Bolo Fecal e incluso cosas más desagradables. Nuestro héroe hinca una rodilla en mucus y acepta resignado. El Recto señala entonces una lejana luz y le dice:
-Allí queda el Oráculo, aunque no todos lo llaman por su nombre completo. Dirígete hacia él y encontrarás la única salida posible de este laberinto.

Bolo se despide agradecido y parte lleno de esperanzas en dirección al resplandor. Pero antes de que consiga abandonar la infernal caverna, tendrá aún que defenderse del inesperado ataque de las Hemorroides, unas monstruosas y sanguinarias serpientes que se agazapan en la puerta de la madriguera.

Finalmente, Bolo logra abandonar el espantoso dédalo. Está irreconocible y vuelto chicuca, o aun peor. Pero vivo. Su aventura por las vías digestivas ha terminado. La Digestíada llega a su fin.




Contra las amenazas

Alguien que disfruta de una mente muy preclara y que expresa su pensamiento en varios medios me escribió (y tengo su autorización para citarlo): “Ayer recibí amenazas telefónicas si no dejo de escribir contra ‘ellos’. Si no obedezco sus instrucciones, me darán donde más me duele. El llamador se identificó como perteneciente a uno de los peores grupos terroristas en la ciudad capital. (…) Por favor aconséjeme sobre lo que debe hacerse en ese caso. Hablé con (…) y me aconsejó caminar tres pasos atrás y dos pasos adelante; o un retiro para prepararme para volver en una mejor ocasión. Escribir utilizando un seudónimo está fuera de lugar. Mis hijos y nietos son todo lo que he conseguido. Ellos dependen de mí. Son vulnerables. La amenaza es contra ellos. Confieso que estoy muy preocupado. Nunca he sido un cobarde. Si la amenaza fuese solo contra mí, pudiera soportarla. Yo puedo defenderme y si muero, no es tan importante. Son tan cobardes que amenazan a mi familia. No sólo me amenazan. Sé que pueden lastimar a uno de mis familiares. (…) Déjeme por favor saber su recomendación. Debe haber pasado por amenazas similares en su carrera…”

He aquí lo que le contesto:

 

Querido amigo: me imagino que la experiencia tuya es muy parecida a la mía: por cada llamada, correo o twit odioso u ofensivo que recibes, te llegan ocho o diez que comentan bien tus escritos, concuerdan contigo y apoyan lo que dices en ellos. Es a estos últimos a los que debes prestar atención. En mi caso, a casi todos los que me escriben les contesto individualmente aunque sean cuatro líneas en las que agradezco que me lean, que se tomen el tiempo de escribirme y de hacerme saber sus opiniones. Dependiendo del tono, trato de darles una respuesta apropiada. Aunque hay veces que no me digno en contestar. Por ejemplo, esta semana recibí uno que, literalmente, me etiqueta como: “el malandroso General Seijas Pitaluga (sic), quién como analista deja mucho que desear, pero que como racista y manipulado​r de mentes de venezolano​s tiene mucho que buscar.” Ese pobre diablo no merece contestación.


He recibido amenazas desde hace muchos años contra mí y mi familia. Pero no pasan de ser eso: amenazas. No obstante, dado que la ciudad en donde vives tiende a ser diferente, y sus votantes más viscerales, no está demás hacerle caso a nuestro común amigo en lo de ralentizar las denuncias. Menos mal que tú tienes un gran cúmulo de conocimientos de todo orden; dedícate a otros temas que la fecundidad mental tuya te permite analizar con solvencia. Pero asegúrate de denunciar esa amenaza. Y compromete a los rojos sensatos de allá —sí, difícil de creer, pero los hay— a que salgan en tu defensa y que afirmen el derecho que nos da la Constitución a podernos expresar nuestro pensamiento libremente, aunque vaya a contrapelo contra lo que “ellos” aspiran. “Por ahora” tenemos libertad de expresión en Venezuela. Tú eres un personaje conocido y reconocido en la ciudad. Eso y tu estatura moral son la mejor defensa que tienen tú y tus familiares contra los ataques arteros de gente estrecha de mente.

Sigue predicando y enseñando. Son tu  vocación, apostolado y deber autoimpuesto. Pero no está demás quitarle el polvo a la pistola que puedes portar legalmente. Y alertar a los familiares. Es lo que me tocó hacer a mí después de muchos años de andar desarmado. Porque hay gente bruta…

Otrosí 1
La semana pasada, el inefable Cadivi emitió nuevas  reglas para obtener divisas y puso en vigencia unas fulanas “solicitudes bianuales”. Espero que sea solo una nueva muestra de mal empleo del lenguaje por parte del oficialismo, y que no haya que solicitarlas DOS veces al año, que es lo que la palabra indica. Porque el Diccionario panhispánico de dudas explica que “bianual” es lo “que se produce dos veces al año”, y que “no debe confundirse con “bienal” (‘que dura dos años’ o ‘que se produce cada dos años’).

Otrosí 2
Recientemente, Clive Crook, un reconocido columnista de “Bloomberg View” y, “The Economist” nos explicó por qué  “autócrata elegido” ya no es más un oxímoron; que es solo “una categoría confusa”. Que lo usual es que haya sólo dos tipos de Estado: “libres y no libres. Democracia, buena; autocracia, mala”. Que el ganador del 7-O “representa una tercera vía, que podría estar cogiendo fuerza” en el mundo. Y que “la democracia le ha servido mejor que la autocracia absoluta, la cual habría alineado a las oposiciones, nacional y extranjera más eficazmente. Las democracias que inhiben la libertad —dadas ciertas circunstancias— pueden ser más fuertes que las tiranías absolutas: se prestan mejor para dividir y gobernar”…
Los que deseen leer el artículo completo (está en inglés), búsquelo tecleando en: bloom.bg/SKtS0k.


Un futuro que es más pasado


La mayoría de los venezolanos, pareciera pertenecer a una especie rara. Forma parte de un grupo que se da intencionalmente un tiro en un pie. Y después sonríe como si hubiese obtenido un beneficio. Quizás se deba al embobamiento colectivo al que se ha forzado a las mayorías. A las que el régimen ha emborrachado con una mezcla de discursos y dádivas; últimamente, más lo primero que lo segundo. Aunque la capacidad de seducir mediante coimas que implican la carcoma moral de la nación nunca ha dejado de estar presente. Esa seducción que implica el dinero fácil obtenido sin sudarse —para los de abajo: con las misiones, con el “empoderamiento” de los consejos comunales, con la alcahuetería de las apropiaciones indebidas de propiedades ajenas; para los de arriba: con el hacerse los locos con los latrocinios desde los gabinetes, con los grandes negociados logrados por empresas de maletín o, sencillamente, con la utilización de las partidas secretas — ha dado su fruto. Acerbo, por lo demás. Nos ha proporcionado un futuro triste, que se parecerá más al pasado que debimos dejar atrás hace mucho tiempo que al porvenir luminoso que anhelamos todos.

Seguiremos sufriendo, entonces, de las consecuencias más nefastas del sectarismo que ha imperado a lo largo de estos catorce años. Ello caracterizado por funcionarios ineptos a los que se les escoge más por el carné que portan y las demostraciones de adoración al caudillo que por las destrezas técnicas o gerenciales. Y si fuese esto solo, pase, aun cuando en el pasado Venezuela contó con funcionarios meritorios que la llevaron a las alturas desde donde se ha estado despeñando del 99 para acá. Pero es que también está marcado por los “colectivos” de perdonavidas armados que imponen su ley. Y por una balanza de la justicia que no está a nivel y considera delitos aberrantes a lo que ni a faltas llegan si es que son realizados por opositores; pero meros pecadillos (si es que se toma conocimiento oficial) cuando quien lo comete tiene franela roja. Y por la falta de un control serio de las finanzas públicas, hoy devenidas en caja chica de los mandamases del PUS. Se murió el contralor hace tiempos y, una vez más irrespetando la Constitución, no lo han reemplazado. Porque les estorbaría para los latrocinios; aunque el finado no es mucho lo que ayudaba en eso…

Seguiremos viendo el endeudamiento acelerado de la república porque los actuales mandatarios se han engolosinado mucho con el dinero que pasa por sus manos; más que eso: se han enviciado en el manejo de él y han llegado a convertirse de hecho en pluto-dependientes (palabra que acabo de inventar pero que los retrata). Si antes de las elecciones ya nuestros biznietos (cuando nazcan) se iban a encontrar con tremenda deuda que tendrán que pagar, después de este sexenio, nuestros tataranietos y sus hijos ya tienen una factura para cancelar. Con el agravante de que ya no existirá un sector privado que pueda meter el hombro porque —sin inversiones extranjeras porque todos le tendrán miedo a nuestra dudosa juridicidad, y sin fábricas nacionales operando porque las quebraron ex profeso— no habrá emprendimiento y todos dependerán del chequecito oficial que —al igual que la libreta de racionamiento— tanto abundó en el socialismo real... 

Si no se les detiene a los rojos en el futuro cercano, al final de este período —o si antes ocurre la vacancia definitiva de la presidencia (Dios mediante)— lo que le espera a Venezuela es la argentinización de la política: después de largos años de autocracia militarista dirigida por un chafarote que se cree hegemón, la continuación en el poder de una clase política gansteril como la que reside en la Casa Rosada desde Ménem para acá y que tiene su máximo exponente en el kitchnerismo y sus obscenas fortunas mal habidas (ayudadas por maletinazos venezolanos, como si los necesitara la Kristina). Eso es lo que hay que evitar.

Los rojos deben entender que el país ha cambiado; que ya la mitad (o más) de la nación se les opone; que ya no crecen más, los porcentajes que les concede el CNE cada vez son menores; que deben recapacitar sobre la seriedad de lo que les toca en la pacificación y normalización de la república. Pero si siguen emperrados en seguir dividiendo al país para poder mangonear mejor, igualando por debajo para asegurarse la sumisión de las masas, corrompiendo a los altos mandos para que unos y otros puedan robar mejor, pagando a amigos en la escena mundial para comprarse un liderazgo internacional que tiene por razón solo un avorazado afán de popularidad; otros seguiremos denunciándolos en la búsqueda del bien de la patria, diciendo nuestras verdades porque ya estamos muy viejos para claudicar en el empeño, anhelando para Venezuela un porvenir de progreso. No cejaremos…

La pervivencia de los malandros rojos

Su autor los llama sus “desahogos”, pero en verdad son clases de civismo y motivaciones a la democracia. Me refiero a los escritos que emanan de la clara mente de Luis Betancourt Oteyza —un sobresaliente abogado caraqueño que alguna vez ocupó importantes posiciones dentro del socialcristianismo pero que ahora actúa por la libre. Sus “desahogos” aparecen en www.analitica.com. Recomiendo a mis lectores que entren a ese portal y los revisen. Son tan sensatas sus opiniones que uno tiene que concordar con ellas. Sin embargo, en su más reciente escrito, “FAN sin generales ni almirantes”, afirma algo con lo cual me voy a permitir diferir.

Antes, creo que debo glosar las cosas con las que coincido en ese artículo: él piensa que, luego del triunfo de Capriles “las universidades autónomas podrán bajar la guardia en la defensa de su indispensable autonomía para dedicarse con más ahínco a la investigación y formación del futuro. Los sindicatos sentirán el fin del acoso totalitario para recobrar la libertad de defender los intereses de sus afiliados ante los patronos, públicos y privados. Los empresarios recuperarán el ánimo de asumir riesgos para continuar la construcción de mayor riqueza y empleo para todos. Las iglesias volverán a sentir la seguridad plena de exponer sus doctrinas y consejos morales para guiar a los feligreses por este mundo, sin sufrir el insulto del mandón. Los agricultores recobrarán su derecho al trabajo de sus tierras sin temor a despojos de frutos e implementos. Los estudiantes (…) regresarán a cumplir el sagrado deber con la patria de formarse. Y nuestros militares recobrarán su honor”.

También concuerdo —y lo he sostenido muchas veces en esta columna— con que “Venezuela, por su idiosincrasia e historia, por sus riquezas naturales y posición geoestratégica, no puede prescindir de sus Fuerzas Armadas” y, por tanto, “debe soportar el sacrificio material, presupuestario, de mantener unas fuerzas militares y policiales bien equipadas, entrenadas y nutridas de las mejores voluntades venezolanas”; que nuestras “FAN tienen que volverse a regir por los sagrados presupuestos de la disciplina, obediencia y jerarquía (…) y no por la arbitrariedad caprichosa de turno. Tienen que volver a (…) hacerse respetar como cualquier institución patria”. Pero el doctor Betancourt pone un caveat: para lograr todo esto hay que deslastrar las FAN “de los altos mandos corruptos y cómplices de tanto desafuero que las agobian. De esos generales y almirantes que se han enriquecido al servicio de los mandos cubanos de Fidel Castro (…) que en adulancia, inédita en nuestra historia por sus alcances y descaro, han llegado a disfrazar a oficiales y soldados de rojo para ponerlos a desfilar como ofrenda humillada y humillante al tirano (…) que han apadrinado los suministros, transporte y escondites a los jefes de las FARC en nuestro suelo (…) que han traficado con droga gracias a sus mandos e influencias”…

Casi toda Venezuela pueda hacer propias esas afirmaciones. Porque la inmensa mayoría hemos visto cómo la cúpula militar ha cohonestado su alta misión y la ha desfigurado para que coincida con los antojos del cabecilla y con las ganas de sustraerle unos dinerillos al erario. Los venezolanos también concordamos en que hacer volver a la institución armada a la “normalidad” no será tarea fácil, pero que la inmensa mayoría de los oficiales sabrá sobreponerse a las amenazas de los mandos que quieren convertirlos en coautores de sus sinvergüenzuras. Porque tienen claro que la solidaridad profesional nada tiene que ver con la complicidad.

En lo que difiero del doctor Betancourt es en lo que él afirma, casi al comienzo de su “desahogo”, de que con la llegada del nuevo gobierno se disolverá el PUS porque a “diferencia de los cambios electorales en las democracias, donde el partido de gobierno, si pasa a la oposición no desaparece y puede volver a ser partido de gobierno en el futuro, en las tiranías la pérdida del poder significa la descomposición del proyecto que las animó y la deserción de sus esbirros”. Pone el ejemplo de nazis, fascistas, comunistas y falangistas que, a veces “persisten un tiempo como muestra de decadencia antes que de sobrevivencia”. Creo que la diferencia con los rojos criollos es que: 1) ellos seguirán teniendo mayoría por algún tiempo en el parlamento, el judicial, la fiscalía, la contraloría, y la defensoría, y desde allí se dedicarán a tirotear la labor de normalización del país; 2) han robado tanto, que pueden seguir manteniendo a sus “colectivos” y guerrilleros por mucho tiempo. No creo que esta vez vaya a haber los acostumbrados cien días de “luna de miel”. Desde el mismo momento de su salida de Miraflores, se irán a calentar las calles.

Pero, otra coincidencia con el doctor Betancourt, prevalecerá la decencia porque es “la regla de la historia (que el) hombre siempre busque la libertad, (a la que) está destinado por su propia naturaleza”.
Por qué y por quién votar

En mi caso, no es un secreto: desde el mismo 1992 he manifestado mi rotundo rechazo al actual inquilino de Miraflores, a quien de un tiempo para acá llaman el “presaliente”. A escasos días de su asonada cuartelera, en la cual ocurrieron los primeros homicidios que le pueden ser imputados —y que después no han parado, incluidos los recientes asesinatos en Barinas—, escribi: “Mi posición ante los golpes”. Y de ahí en adelante no he cesado de criticar sus muchas barrabasadas, de denunciar sus continuas mentiras, de rechazar su incesante afán de dividir a los venezolanos, de condenar su irresponsable manejo de los dineros nacionales. Tengo, entonces, veinte años oponiéndome a lo que él es y lo que él representa. Mis más pretéritos lectores pueden dar fe de eso. Mi voto el domingo que viene, ya lo saben tirios y troyanos, es en contra del mangoneador por antonomasia que ya tiene laaargos catorce años desbarrando. Pero no por sabido hay que dejar de batir. Dejo algunas de las razones que me mueven. Y que deben mover a todo votante sensato, que use la cabeza al pararse frente a la máquina. Allá los que votan con la vesícula y depositan el voto bilioso que les exige Elke Tekonté.

Votaré en contra de quien ha buscado destruir la economía del país porque su proyecto necesita que todos seamos pobres, para que tengamos que ir con la mano extendida a buscar las migajas que a él le dé la gana dispensar. Acabó con el empresariado privado, lanzando a una gran cantidad de trabajadores a la calle; y a los que dejó en la nómina oficial, les redujo a cobrar salario mínimo y a tener que aceptar que no los cubran contrataciones colectivas. A punta de “exprópiese”, ahora el Estado venezolano se dedica a fabricar botellas de vidrio, a cambiar sábanas en hoteles, a envasar leche y demás cosas del ámbito privado, pero ha dejado de la mano de Dios a los que necesitan seguridad, salud, transporte y educación. Votaré a favor de quien quiere restablecer el tamaño sensato del aparato estatal y dejar que las iniciativas privadas florezcan. Lo hace China, que es país comunista; pero aquí está prohibido.

Votaré en contra de quien no sabe sino atizar la violencia con sus discursos, que busca dividir a los venezolanos es particiones chocantes: ricos y pobres, blancos y afro-descendientes. En un país en el que todos somos café con leche y en el cual la pigmentación nunca fue óbice para el logro; en una nación donde a las personas se les medía de las cejas para arriba, por lo que tenían en la mollera; en una tierra en la que había —y hay, a pesar de él— una gran movilidad social. Votaré a favor de quien trate de sanar las heridas dejadas por el odio incitado en estos casi tres períodos presidenciales de los de antes. Votaré por quien me ofrezca paz, no guerras civiles.

Votaré en contra de ese neofascismo que viene envuelto —especie de regalo griego a los troyanos— en un “corazón de la patria”, y que no es sino la prueba de la megalomanía que sufre quien se cree así. En contra de quien se atreve a vociferar que no importa que no haya luz, seguridad, agua ni casas porque lo importante es la patria. ¡Claro!, ¿no dizque es su corazón? No le interesa la Patria con mayúscula, sino esa que él cree que debe ser construida a la medida de él. Su ampuloso ego le hace ver que solo él sabe lo que es bueno para el país y sus regiones. Los carabobeños rojos todavía se soban del estacazo que les dio cuando, contrariando el deseo popular, designó un candidato para la gobernación que nadie quería. Ni se imaginaba. Ese mismo ego —tan inflamado como él mismo-— no permite que haya gente sensata, con conocimientos y destrezas gerenciales, en su gabinete. Los necesita bien sigüíes para que les sonrían los chistes malos, reciban regaños en público cuando necesita desmarcarse de algo chambonamente realizado y le digan que sí a cualquier loquetera que se le ocurra. Votaré por alguien que ha de convocar a las mentes más lúcidas, con más capacidad de decisión en cada área y con más nombradía como gente honorable, poco dada a los negociados que hoy tanto abundan.

Votaré en contra de lo que han sido demasiados años de falta de escrúpulos. Que se inauguró cuando llevó a la muerte, engañados, a los soldados que la república le entregó para su formación y cuido. Que siguió cuando se alió con las FARC, cuando alabó al Chacal, cuando dijo que el asesino Gouveia era un caballero. Votaré por alguien que conduzca a Venezuela por caminos de recato y respeto: votaré por Capriles…

La hora de los mercenarios

La irresponsabilidad de Elke Tekonté en las cosas que dice y hace es ya conocida por todos, venezolanos y extranjeros. Por eso, nada nuevo fue cuando amenazó a la nación con una guerra civil si no ganaba el 7-O —cosa que con cada día que pasa veo más difícil. Eso no pasó de ser un vulgar chantaje que busca atemorizar a los opositores y un descarado endoso a la aseveración que hizo un par de veces en el pasado de que solo él —el salvador intergaláctico— puede gobernar a Venezuela. Pero también es una afirmación tácita de que no cree en la democracia: que aunque la mayoría de los votos vaya a su contrincante, él se siente con el derecho de instaurar la violencia para prevalecer a juro, tipo Jalisco, que cuando pierde, arrebata. Quizás fue, entonces, una traición del subconsciente cuando en días pasados, se puso a cantar —desafinadamente, para no variar— aquel corrido que señala que ese estado mexicano tiene una novia, “que es Guadalajara”. 

Nunca ha tenido escrúpulos. No cuando llevó engañados a los soldados —que la república le había entregado solo para su formación y cuido, no para asonadas— a encontrar la muerte mientas él estaba escondido tras los gruesos muros del Museo Militar. Tampoco cuando decide quitarle la comida, la medicina y la seguridad a los venezolanos para regalar hospitales, escuelas y casas a sus amigotes de otras latitudes. Mucho menos ahora, cuando deja ver lo peor de su naturaleza porque siente que no tiene el respaldo de la mayoría y que debe apelar a recursos grotescos, como este de amenazar con el coco de una sangrienta guerra interna.

Pero no se limita a proferir amenazas. Su desfachatez le hace ver que también es conveniente que se les suelte las traíllas a sus violentos “colectivos”, se trate de comprar partidos de maletín y se saque del pipote de la basura a delincuentes como Didalco y De Lima —ansiosos de que aquel le ordene a los jueces que les perdonen las prevaricaciones cometidas— para que amplifiquen las recetas elaboradas en los laboratorios de guerra sucia del régimen. Como si un solo venezolano les fuese a creer a tales títeres.

La violencia que utilizan es, en mucho, tarifada. Ya sea porque quienes la ejecutan están en la nómina de algún ministerio —como los malandros con armas y motos oficiales que cobran por hostigar a las concentraciones de opositores. O porque son personas que cogieron el monte para, mediante estipendios sacados de la partida secreta, “defender la revolución” (este es el único gobierno que tiene una guerrilla propia) al mismo tiempo que imitan a los faracos colombianos y “protegen” cultivos de coca. O, porque les han prometido cosas (que no les han cumplido en catorce años, pero ellos siguen agarrados a ese clavo ardiente que es la esperanza), como la gente ignara de Puerto Cabello que se fue a alterar y a tratar de impedir que Capriles dijera lo que tenía que decirle a los porteños. Lo que no contaban era con iniciativa de los lancheros de la zona, que vieron la oportunidad de ponerse en unos realitos llevando a los viajeros hasta el malecón.  ¡Ah, maldito capitalismo, que no deja formar al hombre nuevo!

Tarifados, también, los apoyos de esa gente que fue acusada de corrupta por el mismo régimen y que hoy va, como borrego al matadero, a buscar una pitanza y una promesa de perdón por las malandrerías cometidas. Y el del individuo sospechoso de palangre desde que escribió su primer libro (si te bajas de la mula, digo que eres un juez incorruptible; si no…) Todos, son gente desvergonzada que hoy se exhibe en las televisoras oficialistas haciendo acusaciones sin respaldo.  Pero como hay que encender el ventilador…

En todo caso, sea que intenten descorazonarnos por la violencia fanática o que quieran sembrarnos dudas sobre lo que ofrece el programa del candidato de la oposición; no lo lograrán. Por el contrario, entendemos que esos ardides y faramallas lo que hacen es convertirse en la mejor encuesta. Porque solo apela a las trampas, a las amenazas, a las mentiras quien está perdiendo. Eso de recurrir a mercenarios —y más que mercenarios, pichones de sicario— da la medida exacta de la circunstancia: el régimen se sabe en su etapa crepuscular, sabe que no tiene el impulso, ni el encanto, ni la capacidad de engaño del pasado. Saben de su extenuación física —porque nunca pudo ser ni intelectual ni moral. Y que la decadencia roja, así como los dineros mal habidos que apañaron, es inocultable.

Por eso, y por muchas cosas más, es que hay que salir de ellos. Depende de nosotros, los ciudadanos, que tenemos que movilizarnos, votar y defender la verdad que saldrá de las bocas de las urnas. ¡Todos por la unidad!

¡Te conozco, mascarita!


Ahora resulta que el tipo volvió a disfrazarse de oveja. La misma táctica de hace algunos años cuando se cambió la camisa roja por una azul y escribió aquellos ripios de “Por amor al árbol, me hice pintor”. Pero, por debajo de la piel prestada, se le ven los hirsutos pelos de lobo sanguinario. Este domingo, por un lado —desde la carroza, porque caminar ¡ni de vainas!—  hizo llamados a la concordia en el país; afirmó que estaba "dispuesto a conversar y trabajar” con los que lo adversan; propuso, una vez más, dinamizar a la empresa privada y fortalecer la economía, cacareó ¡otra vez! El logro de la justicia social, y hasta garantizó “paz y estabilidad”. Como si él supiera cómo hacer esas cosas. No lo ha hecho en estos largos catorce años y no podrá hacerlo porque se le acabó el tiempo. Pero, por el otro, ofreció guerra civil si perdía el 7-O. Y siguió con su sempiterna línea de dividir a la nación al mencionar a los "ricachones", a las “familias ricas que tienen sus buenas casas y vehículos”. Lo hizo con la excusa de pedirles el voto, pero el veneno que llevaba el mensaje se dejaba ver. O sea, una vez más las grises cerdas de predador estepario se asomaban por debajo de la blanca lana. Bien gafo el que le crea…

Mentiras y más mentiras. Hasta la foto oficial de la campaña es una mentira. En ella no aparece el candidato de hoy sino uno de hace como diez años. Y eso, con su ayudadita de Photoshop para difuminarle la verruga y emparejarle y blanquearle los dientes. Tiene días que no sale con su socorrido “¡me quieren matar!” Pero de seguro que antes de finalizar el mes la emplea. Y esta vez será tan bufa la patraña como las anteriores. Desde el imposible atentado con un lanzacohetes tierra-tierra a un avión que va a más  de mil pies de altura y a no menos de 180 nudos de velocidad hasta el terrorista de la CIA con cuadernito de apuntes y que no pasó de ser un malandrito dominicano fugitivo de una cárcel colombiana.

Mentiras por mampuesto son las que manda a decir con apóstatas tarifados y despreciables como Didalco, De Lima y Ojeda. Los dos primeros, reos de peculado, acusados de corruptos en el pasado por el hoy su nuevo amo, y que pretenden con su bajeza lograr el engavetamiento de sus expedientes; el último, saltimbanqui deseoso de publicidad, pensando que así iba a poder ser  candidato luego de perder en las primarias, y quien sabe —al igual que los otros dos tránsfugas— con algún aliciente monetario de ñapa. ¿Habrá alguien que les crea?

La reutilización de las mismas promesas vacías ya cansa hasta a los más voluntariosos entre sus sectarios. Ven que pasan los años y no les son solucionados sus problemas; ni los grandes ni los pequeños. Que los metros de Valencia, Maracaibo y Guarenas siguen parados; que el segundo puente sobre el Lago se quedó en la primera piedra; que los ambulatorios de nombre pomposo están cerrados, y que los pocos que quedan abiertos están en manos de unos cubanos que hacen creer que son médicos pero no pasan de ser unos ampolleteros glorificados.

Por la ineficiencia demostrada en todos los campos, por la corrupción que los caracteriza, por dilapidar los dineros de todos nosotros y por ese hatajo de falsedades y argucias con las que han tratado de obnubilar a los de mentes más sencillas, es que hay que salir de este régimen. ¡Ya basta de reciclar, cambiando de ministerio en ministerio al mismo sartal de incompetentes y ladrones! Ellos son culpables del estado de cosas actual, pero más culpable es quien los ha estado designando sin que sean idóneos. Mucho del drama está en que no tiene caras nuevas que mostrar. Y en que nadie capaz, experimentado, le va a aceptar una designación para un despacho. Pero es que él tampoco se lo va a ofrecer porque la única condición que les pone es que sean yes-men de él; que solo se muevan cuando él lo ordene.

Y hasta por pavosos hay que salir de los actuales detentadores del poder. En menos de un mes se les han caído puentes, se les han alzado las cárceles, se les ha incendiado un par de veces la misma refinería, se ha quedado sin electricidad varias veces medio país.  ¡Hay que salir de esos mabitosos!

Menos mal que hay un camino. El de la unidad. Todos tenemos que aportar tanto el voto como los esfuerzos para que Capriles gane el 7-O Y para que gane por mucho, porque hay que vencer contundentemente. Para logar que su mandato además de legal sea legítimo. Y para poner el garrote más lejos de la lámpara...

Cachicamo diciéndole a morrocoy conchúo…


Ya es de todos sabido que el régimen es una máquina de descalificar a sus oponentes. Porque hay dos maneras de tratar de destacar: o te elevas sobre la punta de los pies, o tratas de bajarle la cabeza a los demás. Y como no puede mostrar una obra realizada en catorce años, como solo unos poquitos de ellos se comportan moralmente y como únicamente demuestran eficiencia en robarse los dineros de la nación, recurren al segundo expediente. Por eso, siguiendo el ejemplo del candidato del comunismo, sus adictos se lo pasan repitiendo lo que sale de la cloaca presidencial: que si “golpistas”, que si “terroristas”, que si “fascistas”. El arsenal rojo está bien provisto de denuestos que, más bien, pueden ser endilgados a ellos. Por ejemplo, los únicos que han dado golpes de Estado en el último medio siglo han sido quienes mangonean desde el solio presidencial, los ministerios, las diputaciones y las embajadas. Y si a la más clásica definición de “terrorismo” vamos, los únicos que han llevado a cabo acciones que dejan un reguero de muertos inocentes para desestabilizar gobiernos, intimidar a la población y tratar de prevalecer por la violencia son ellos.

Pero donde el cinismo se les rebosa es cuando nos intentan vituperar disparándonos el epíteto de “fascistas”, siendo que ellos llenan a plenitud los requisitos y características de esa aberración política. Pasémoslos por el filtro que diseñó Umberto Eco; que de eso debe saber bastante porque es original del país que en forma primigenia adoptó esa deformación como forma de gobierno. Eco dictó una conferencia en la Universidad de Columbia en 1995, cuando se celebraban los cincuenta años  de la aniquilación del fascismo en Italia. En ella, expuso los rasgos más notables y comunes  de este sistema político: 1. No tiene una filosofía rigurosamente estructurada; es un collage de diferentes ideas políticas que apela mucho más a la emoción que a la razón. 2. Se afinca en el culto a la nacionalidad y sus símbolos, en los antepasados, en los prohombres de la historia patria. 3. Concibe al pueblo (más bien, el populacho) como una entidad monolítica que expresa la voluntad de la nación,  y que habla a través de un líder  carismático que es el único intérprete de esa voluntad. 4. Exacerba el estatismo y minimiza lo más que puede al sistema de democracia representativa. 5. Emplea las masas, enardeciéndolas y movilizándolas, para desviar sus frustraciones colectivas hacia unos presuntos responsables (que siempre son algunos de la escena internacional o de los actores nacionales, pero nunca del régimen). 6. Inventa y trata de hacer creer que hay enemigos coligados, interiores y exteriores, que complotan en contra del “proceso”. En ellos agrupa a cualesquiera que no estén a favor de la “revolución”. 7. Muestra una pasión enfermiza por la exaltación del heroísmo y el culto a la muerte que se manifiesta en una supuesta disposición y preparación para morir por la patria, por el “proceso”, por los ideales de la revolución.  8. Una tendencia  muy marcada hacia las armas y el militarismo. 9. El uso de la mentira en forma sistemática. 10. Revertir, en su discurso, la naturaleza real de las cosas, convirtiendo las víctimas en victimarios y acusar al adversario de todas las cosas malas que ellos preconizan y llevan a cabo.

Solo con que algún régimen muestre algunas de esas características, dice Umberto Eco, ya pudiera catalogársele como fascista. Lo grave, lo dramático en nuestra circunstancia   es que a la robolución puede acusársele de todas y cada una de las características ya enumeradas. Menos lo referido al morir, que hay mucho que gozar con los dineros robados. Lo de la “muerte” que había en el lema anterior —y que cambiaron rapidito apenas supieron que el tipo estaba enfermito—no se refería al sacrificio heroico  de sus vidas robolucionarias; no se referían a la de ellos; de la que hablaban era de la de sus oponentes (que ellos, tan militarizados como están, confunden con enemigos). Eso solo era una amenaza para los contrarios. Había que entenderla así: “En la patria que queremos monopolizar, o aceptas el socialismo o te matamos”.

Uno de los que con frecuencia opina acerca de mis escritos me hace saber su opinión acerca de esto (y tengo su permiso para glosarlo): “Las democracias están enfrentando un período si no igual, similar al  preludio de la segunda guerra, con las excepciones del caso (…) (Algunos) piensan en que esto es un simple acto electoral. Creo que debemos ir un poquito más allá y pedirle a la academia, políticos ilustrados y hombres de negocios progresistas que se sumen y orienten ideas para que esto no se convierta en un simple cambio de partidos políticos con su caterva de militantes burócratas y mal acostumbrados”.

Ya lo saben…

Mentiras tuyas


No, no vamos a hablar del bolero con ese nombre que puso de moda el guapachoso Rolando Laserie en los sesenta; vamos a comentar acerca de las falsedades, ficciones, farsas, falacias y faramallas —todas con “f”— que son abundantes en Mentira Fresca, el hercúleo líder que va a salvar al planeta, el acertado timonel que lleva a Venezuela hacia el Mar de la Felicidad.

Desde antes de tomar la presidencia, en el ya lejano 1998, practicaba ese vicio de tratar de caerle a cobas a los demás. Si no, ¿qué fue toda la entrevista que dio a CNN es esa ocasión? Todo un embuste, de comienzo a fin: “no expropiaré los medios de producción”, “no habrá persecuciones por razones políticas”, “mantendré las mejores relaciones con los Estados Unidos”, y por ahí seguía. El tiempo se ha encargado de desmentirlo completamente. Pero no fue ese año en el que debutó como experto en fingimientos: él mismo aseveró a través de un contacto telefónico con un programa de VTV —ese  arquetipo de equidad comunicacional— que desde 1975 ya estaba complotando: "Desde la Escuela Militar ya yo andaba conspirando, ya yo andaba por ahí por Catia, estaba fundando la Causa R…” Esa admisión tan paladina de haber faltado al juramento de ingreso en la institución militar, la ley que la regía —ya no más, ahora la hizo a su medida— y la Constitución vigente para la fecha ya lo descalifica para cualquier cargo de responsabilidad. Pero en esa afirmación, para no perder la costumbre, también nos metió una mentira más: ahora resulta que él es uno de los fundadores de ese partido. O sea, ¡Moleiro te fregaste: salió alguien más merecedor que tú!

La más reciente calumnia que se le conozca fue la que trató de sembrar —cuando por fin apareció—, contrariando a todos los testigos presenciales, de que en Amuay, antes de la terrible explosión, no se había sentido olor a gas. Porque, para él, la verdad no es algo que se encuentra patente en el ambiente sino lo que sus fantasiosas elucubraciones decidan qué es la realidad. Y en este caso, él siente la necesidad, una vez más, de escurrir el bulto, de zafarse del brollo.

Porque muy por dentro, él se sabe la causa directa de estas muertes. Cuando, pito en mano, se dio el lujo de despedir a más de 20 mil ejecutivos, técnicos y trabajadores petroleros, estaba condenando a Pdvsa a su derrumbe y quiebra. La fobia a la excelencia, la destrucción de la meritocracia, la condena a lo que él piensa que es elitismo hicieron eclosión ese día.  El desprestigio al que ha sometido a miles de personas que surgieron por su esfuerzo y estudio, el ataque a las formas ordenadas de acceder a los altos cargos en las empresas, la falta de escrúpulos para todo, pero principalmente para acabar con cualquier autoridad que no sea la suya, han sido una constante en estos largos 14 años de desgobierno; pero ese día hicieron clímax. Si eso, y su afán de conseguir una igualdad injusta —cercenando las iniciativas y aplastando a la sociedad para lograrlo— no son una muestra de un intento obsesivo de tiranía, se le parece mucho.

La procacidad frecuente,  el impudor de cada rato, el descomedimiento en las argumentaciones son otras facetas de ese intento de mantener el poder a juro, por vanagloria. Para él no existen los objetivos permanentes de la nación; solo le importa su obsesión inmutable de trascender a como dé lugar. Si para lograrlo tiene que implantar la subcultura del “enemiguismo”, pues la hace surgir al amparo del patrioterismo más vil. Sabe que para eso cuenta con coros de “héroes subvencionados” capaces de hacer cualquier maroma justificadora. Pero, para más facilidad —porque a la mayoría de ellos se le hace difícil cogitar— apelan a: “micomandantepresidente es el dueño de la verdad; nunca se equivoca”. Es que el rastacuerismo y el relativismo son  maravillosos para mantener la conciencia en baño de  maría. Si en vez de atrasados discípulos del bachiller Mujiquita, se rodeara de gente que en verdad supiera gobernar y tuviese como norte el bien de la patria —no el engorde de sus cuentas bancarias, como es lo que sucede— el país no estuviese en situación tan patética. Pero todos, al alimón con Elke Tekonté, están tan deleitados en la construcción del “hombre nuevo” que no ven que sus inacciones lo que llevan es a la barbarie y la destrucción del país. Los muertos por la explosión, por las crecidas de los ríos, por la acción del hampa son para ellos meras pelusas en la solapa del traje socialista que están cosiendo desde hace demasiado tiempo. Menos mal que Aristóteles explicaba que “el castigo del embustero es no ser creído aun cuando diga la verdad”. Y eso se ha de reflejar el 7-O…