sábado, 29 de octubre de 2011

Lo hacen perder tiempo a uno…


Uno ya tenía la idea de atacar problemas actuales en el escrito y hete aquí que aparece un trasnochado cantando loas a su adorado y mofletudo comanpresi y criticando que uno haya opinado la semana pasada que Genghis Khan lo hubiera hecho mejor que aquel. Quería uno hacer comentarios acerca de cosas importantes y actuales: de las declaraciones del trío de médicos desde el Hospital Militar; de los más de $ 1,8 millardos que le han dado, de nuestros reales, a los cubiches en escasos tres años; de los intentos de callar a Globovisión; del trágico fin del hegemón libio; de lo que pudiésemos aprender de las recientes elecciones argentinas, etc. O sea, cosas que ayuden a pensar acerca de cómo mejorar la democracia en Venezuela. Y sale un paniaguado a decirme que su jefecito lindo tiene una media docena de doctorados concedidos por sus méritos y, por tanto, no puede ser comparado con un salvaje que no sabía escribir. ¡Por amor de Dios! Solo dos, —los venezolanos y los extranjeros— saben cuáles universidades se los concedieron, en razón de qué, cuánto hubo pa’ eso, cuán caros nos salen a los venezolanos esos pergaminos, y que el tipo no tiene pasta de doctor. Por lo menos para mí, que alguien salga raspado en el examen teórico de Táctica General en el curso para teniente coronel —y que después, cuando intentó aplicar sus defectuosos conocimientos durante la asonada del 4-F, haya salido raspado otra vez en el examen práctico— no tiene atributos, mucho menos aptitud, para un doctorado.

De las declaraciones del grupo de médicos que no tienen pacientes sino negocios en el Hospital Militar ya se ha dicho mucho. No vale la pena llover sobre mojado. Porque eso de afirmar que Navarrete no puede opinar sobre la salud de El Poseso porque no fue su médico, lo que hace es anular cualquier criterio que el trío exponga sobre lo mismo porque ellos tampoco lo han siquiera auscultado. Lo que quería comentar es algo que dijo alguno de ellos: que el tipo nunca había sido sometido a tratamientos psiquiátricos. Dos acotaciones: primero, eso es falso porque Edmundo Chirinos era su loquero de cabecera — posiblemente por eso es que actúa con tanta vesania y depravación—, y segundo, quizás por eso es que estamos como estamos: porque no lo ha revisado un alienista serio y responsable.

De la muerte del libio, lo que quería decir es que eso de, en un momento, creerse “rey de reyes” y, al ratico, su cadáver ser mostrado ¡sobre un refrigerador de supermercado!, es una medida de lo poco que el poder, los millones y unos pocos seguidores enceguecidos valen ante un pueblo determinado a quitarse de encima un yugo. A Mussolini le correspondió un final igual de abyecto. De Hussein, ni se diga. Lo que le toca a Libia ahora es arrancar de cero. Porque eso de pasar años y años bajo la mera voluntad de un mandatario que no reconoce texto constitucional tiene que socavar las bases de un país. Sin importar si es uno tribal, nómada y recién inventado o es uno con más de 200 años de tradición republicana y, mal que bien, estado de derecho. 

De la reelección de KK, los venezolanos debemos entender que la oposición no puede ir desunida en países donde impera el populismo más orondo y el ventajismo oficial más descarado. A uno le tiene que llamar la atención que Argentina —un país ilustrado, donde abundan las librerías bien abastecidas y gente bien instruida— tenga una clase política tan siglo XIX, con gobernadores que no son sino gamonales, gavilleros a la orden y con sueldo del gobierno. Y con dirigentes que no entienden que en la unidad está la salida de los gobiernos ladrones e ineficientes.

De esas y otras cosas es que quería escribir. Pero tengo que replicarle al gaznápiro rojo. ¡Mire, señor! Genghis no sabía escribir, pero se rodeó de los ministros más eficientes (cosa que el de aquí no hace). Por eso, el imperio mongol permitía y propiciaba la libertad de comercio. Para eso, garantizaba la seguridad de los viajeros a lo largo de todo el imperio; se apoyaba en papel moneda que era sólido y reconocido desde Rusia hasta India y desde Persia hasta China; las tarjetas de crédito —sí, las tarjetas de crédito fueron otro invento mongol— permitían adquirir bienes bien lejos de la casa de uno. O sea, permitieron la expansión del intercambio comercial. Todo lo contrario de lo que hacían los supuestamente cultos señores europeos, que aislaban su feudo del vecino y no dejaban que las mercaderías circulasen libremente. ¿Podría su amado Elke Tekonté y su caterva de ineptos lograr algo parecido en seguridad de circulación, respeto al signo monetario y libertad de comercio? Ni de vainas…

El gocho descentralizador

Primero que nada, déjenme decirles que lo adeco lo tengo bien lejos. Quizás es que perviven en mí los recuerdos de la prepotencia, el sectarismo y la rapacidad que los caracterizaba luego de tomar el poder en 1945. No dejo de reconocer que los adeístas intentaron modernizar el país en ese primer trienio, procuraron dotar a la nación de una Constitución moderna, aumentaron las posibilidades de estudio en el país —aunque a los que estudiábamos en colegios privados nos fregaron con el 321—, la mujer pudo acceder a derechos que les estaban negados, etc. También reconozco que entre 1959 y 1969 trataron de hacerlo bien en circunstancias terriblemente difíciles. Y lo lograron. Y que cuando perdieron por una ñinguitica de votos, entregaron el poder a su antagonista y le dieron el apoyo que necesitaba, cuando lo necesitaba.

Hoy, sigo mirando con ojo zahorí al partido blanco. Tengo muchos amigos en él. Un par de veces —-no lo niego— he usado su tarjeta para votar porque era la organización que me garantizaba mejor la defensa de mi sufragio. Reconozco que en la circunstancia actual, AD es una necesidad en la república. Pero la ideología adeca sigue lejos de mi manera de pensar. Tiendo a razonar más con la doctrina social de la Iglesia (aunque lo copeyano también lo tengo lejos).

Pero nada de lo anterior me impide reconocer que entre sus filas hubo, y hay, personas de mucha valía, por su intelecto, por su amor a la patria, por su capacidad gerencial. Lo que abundaba, sin embargo, era el “adeco pequeño”. Y digo “abundaba” porque ahora la mayoría de ellos se cambió para el PUS. Son huelefritos por naturaleza —ambilados es otro venezolanismo que les cabe— y van donde les repartan migajas. Reconozco, entonces, como uno de esos prohombres del acciondemocratismo a Carlos Andrés Pérez. De quien se ha escrito mucho últimamente, reconociéndole virtudes y valores que tenía pero que la pugnacidad política impedía ver. Yo quiero, en lo que queda de columna, asomar una faceta suya que toca de cerca a la gente de provincia. Su afán descentralizador.

Me consta de primerísima mano que todo lo que avanzó Carabobo a partir de 1990 se debe a una conjunción de voluntades. La de Henrique Salas por hacer de su tierra natal un arquetipo de avance, respeto al ciudadano, honradez y modernidad. Y la del presidente Pérez, empeñado —en contra de lo que deseaba su partido— en darle a las regiones una oportunidad. Reconozco como el que más la capacidad de trabajo y de convocatoria del gobernador Salas. Pero también habrá que aceptar —el doctor Salas, el primero— que si desde Caracas no se hubiese promulgado lo que el gracejo popular denominó “la Ley DDT” (Delimitación; Descentralización y Transferencia de Competencias) y la Presidencia no hubiese traspasado las capacidades que estaban en manos del Poder Central, no hubiera sido mucho lo que Carabobo hubiese avanzado. A pesar de su pujanza, de su alta concentración de graduados universitarios y de su numerosa mano de obra muy calificada. Creo que la mayoría de los estados del país puede aseverar cosas parecidas.

El puerto de Puerto Cabello dio un salto cualitativo y cuantitativo hacia adelante. No sólo llegaban más buques, se rompía records de toneladas cargadas y descargadas, y se disminuía el tiempo en que los buques tenían que estar fondeados esperando muelle, o estar atracados en uno de ellos; sino que la recaudación se centuplicó, manejada por gente mucho más honorable que la anterior. Lo que redundó en muchas más obras para Carabobo, y más ingresos para la ciudad portuaria, que nunca antes se había beneficiado de tener el primer puerto del país; y, por el contrario, debía sufrir todo lo malo que eso significa. Ahora, con el afán centralizador de la robolución, todo ha vuelto al statu quo ante. Pero peor, las autoridades actuales trajeron, entre otras lacras, a Makled. Hoy algunas de ellas son sus cómplices impunes. Lo mismo puede decirse de las vías terrestres. Más de un carabobeño escuchó de boca de algún pariente o amigo que lo visitaba la frase: “Es que cuando se sale del túnel de La Cabrera, pareciera que se llega a otro país”. Así de bien tenidos estaban la autopista y sus alrededores. Ahora, son una mezcla de pocilga con paisaje lunar, pero aderezado con malandros que celebran que ahora no hay vigilancia. De los aeropuertos, ni se diga. Gracias a la descentralización, lo que los valencianos llamábamos “el gallinero” fue reemplazado por un moderno terminal. Ahora devenido en “la ratonera”, su nuevo apodo. Una instalación que sólo recibe ocho vuelos al día…

La miseria, el enanismo mental y la roñería de Elke Tekonté lo movieron a meter una cadena que impidiera ver la solidaridad del pueblo con CAP durante su sepelio. Como tratar de tapar el sol con un dedo. Por eso, mi tributo de hoy.

Todo el mal lo hizo bien

Lo que sigue son críticas dirigidas a Elke Tekonté para tratar de cumplir con aquello que aprendimos en las clases de Catecismo de: “dar buen consejo al que lo ha de menester” y “corregir al que yerra”. Esta iniciativa tan caritativa de mi parte se debe a que la semana pasada hubo celebraciones relacionadas con la Virgen María en sus advocaciones de Coromoto y El Valle. En razón de ello, me pasó por la cabeza preguntarme cuál es el rol que me corresponde en medio de mis paisanos, para qué fue que Dios me puso en esta porción del mundo, qué deben esperar mis congéneres de mí. Llegué a la conclusión de que la solución a las preocupaciones anteriores se resume en una sola acción: debo proceder con la máxima caridad posible en todas mis relaciones humanas y debo tratar de contribuir a que el prójimo salga de sus tribulaciones espirituales y sus necesidades corporales. Y deduje que la mejor receta en esa materia me fue dada cuando estudiaba para mi Primera Comunión: las Obras de Misericordia. Por eso lo intento hoy.

¡Vale, tienes que cambiar! Son muchas las cosas que sigues empeñado en hacer mal. Es un error eso de creer que dilapidando el chorro que entra por los altos precios actuales del petróleo vas a lograr hacerte querer. Lo que consigues es que los pedigüeños se te peguen como lampreas, los corruptos saqueen el erario delante de tu vista, los vivianes te vivan —perdona la cacofonía—,y los menesterosos (pero que no son pendejos para nada) pierdan la costumbre de ganarse el pan con el sudor de su frente en el trabajo y, más bien, prefieran transpirar por todos los poros mientras esperan en las afueras del banco para entrar a cobrar alguna de las muchas “misiones” que tanto hacen disminuir el tesoro.

En esa misma vena, déjate de escuchar los malos consejos que te dan Giordani y Merentes. Eso de traerse las reservas para que ellos las “resguarden” —además de que le va a costar a la nación casi lo que cuesta un Sukhoi de los que ya no vuelan— resultará en lo que la sabiduría de tu abuela explicaría como “zamuro cuidando carne”. Te pasan endulzándote el oído con eso de que las reservas han crecido y por eso puedes pedir unos millarditos más. Lo del crecimiento es cierto, pero sólo desde el punto de vista contable. Ese par de fogosos copartidarios tuyos no han hecho nada para acrecentar las reservas. Más bien inventaron, para ponerse más en la buena, eso de que ellas podían ser “excedentarias” y, por tanto, podías gastar ese exceso. Las reservas han crecido porque el precio que ha adquirido el oro en el mercado mundial. Por eso, sin haber llegado un lingotico más a los sótanos de Carmelitas, los guarismos son más altos. Más bien, abultados. Pero, cuando entren los “expatriados”, ¡Ay!

De las muchas cosas malas que han resultado de tu sesgada manera de dirigir al país, quizás la más grave es el empobrecimiento ex profeso de la nación. Y no me refiero al perjuicio que has causado en la economía por la disminución de los puestos de trabajo nada más que por querer “cobrársela a los ricos” (para usar tu lenguaje) y que deviene del cierre de casi la mitad del plantel industrial que has acosado en tu afán de igualar por debajo, de volvernos una Cuba más. No, me refiero a la depauperación del país por la fuga de cerebros. Se consigue profesionales bien formados en Venezuela desde el Círculo Polar Ártico, donde sacan petróleo para los canadienses, hasta Australia, donde ya han empezado a surgir como un grupo emprendedor y hacendoso. Médicos de verdad-verdad nuestros están en hospitales muy reputados de Alemania, Italia, España y pare usted de contar, mientras que unos tipos que trajiste de Cuba y que dicen ser médicos —ya muchos estamos seguros de que no son sino ampolleteros glorificados— le rompen la mandíbula a martillazos a una pobre joven que fue a sacarse una muela.

Dos cosas hacen grandes a los países: su recurso humano y el ahorro nacional. Que son los dos productos de exportación no tradicional que estamos enviando fuera. El que menos puja, decidió poner sus churupitos en Miami o Panamá, donde no se deterioran tan rápido como si los tuvieran en bolívares de los nuevos. Y quienes tienen juventud, conocimientos y arrojo, se nos van a buscar dónde sí le reconozcan sus méritos.

Una poesía le sacaron a tu amada Kristina; el último verso te cae justo a ti también: “… que todo el mal lo hizo bien / y todo el bien lo hizo mal.”

¡Corrígete, vale!

P.S. Las dos semanas venideras, no estaré por estas páginas. Me sale descanso…

Al pan, pan…

Si por algo se caracteriza el régimen es por el empleo de palabras edulcoradas para hacer más digerible la ración diaria de mentiras que intenta hacernos tragar. Es un lenguaje bombástico, pomposo, que trata de cubrir la ineptitud de las ejecutorias (cuando las llevan a cabo) y la ruindad de las maniobras subterráneas que planean para terminar de perjudicar a esta tierra que fue de gracia. Sus voceros intentan ser grandilocuentes, darle altura al discurso, pero lo que logran es que todo el mundo —hasta las mentes más sencillas— descubra la flatulencia verbal y la pedantería que les rebosa. Sólo hay que darle con la uña al goldfilled con el que se cubren para que se les vea el cobre. De eso es de lo que vamos a hablar hoy.

La perversión más notoria la encuentro en el término “nacionalización”, cuando se trata de una mera (y pérfida) estatización. Cuando le “expropian” —otro eufemismo del jetabulario rojo— sin pagar la hacienda a un productor rural, no se está nacionalizando esa tierra; es una mera confiscación lo que se hace. Muchas veces para “solucionarle un problema” a un camarada; la mayoría de ellas, para que se convierta en un erial rápidamente. Cuando se “nacionalizó” las lanchas que transportaban a los obreros petroleros hacia los pozos del lago, ¿se las quitaron a unas empresas extranjeras? No, fue a unos connacionales. A los que todavía no les han pagado. Al “nacionalizar” a la fábrica de aceite, a la torrefactora de café, a la empresa láctea, ¿dejaron a alguna transnacional sin esos bienes? No, fue a empresarios venezolanos. Todo, para aumentar el tamaño de un Estado que ya no se ocupa de los grandes problemas nacionales —educación, salud, seguridad— sino de poner areperas, hacer botellas y de dizque sembrar tomates. Y si fuera con reales de ellos que se hace las “nacionalizaciones”, pase; ¡pero es con los nuestros!

Otra falacia es lo de “bolívar fuerte”. ¡Esa vaina no fue fuerte ni el mismo primer día de su aparición en el mercado! ¿Qué era conveniente quitarle tres ceros al signo monetario usado? Sí, ya se estaba dificultando hacer cuentas (las calculadoras no tienen tantos dígitos. Pero de eso a que el bolívar fuese “fuerte” hay una distancia. Algo que se ha devaluado casi el 150 por ciento desde su aparición no puede ser fuerte en ninguna parte. Hay que hablar de bolívares “nuevos” y viejos”, o de “actuales” y “anteriores”, sin disfraces verbales.

En la misma onda económica, tenemos que hablar de los “aumentos de sueldo” que decreta Mentira Fresca. Eso no ha existido en Venezuela en muchos años. Cuando lo concede es porque ya la inflación nos pasó por encima. Cuando mucho, se llegaría a una equiparación entre lo que se percibe y lo que ha crecido el costo de la vida. Pero ni eso; siempre se queda cortos. Por lo que la estabilidad económica es una meta que corre delante de nosotros. Y de ñapa, nos sacan mas plata del bolsillo con las fulanas “contribuciones” que Corpoelec nos impone ilegalmente, porque no pasan de ser simples multas a quienes queremos vivir con la nevera funcionando (aunque esté casi vacía) y más de un bombillo prendido por las noches. Las imposiciones fiscales son materia de reserva legal; entonces, ni un decreto ejecutivo puede establecerlas. Sólo leyes caben en esa materia. Las tales “contribuciones” son una exacción ilegal.

¿No dizque “negro” es mala palabra, y que quien la utilice referida a una persona debe ser sancionado? Entonces, propongo muy seriamente que se enjuicie a Elías Eljuri por ponerla en el cuestionario del censo. Que es de una entrepitura total en muchas de sus preguntas. Pero hoy quedémonos en lo del color de la tez. En ese mal uso del español que caracteriza a los rojos y a las feministas,  se pregunta si el censado es “negro/negra”, “afrodescendiente”, “moreno/morena”, “blanco/blanca”, u otro. Eso, en un país en el que todos somos café-con-leche (unos con más leche que otros). Falta la clasificación que cubre a más del 80 por ciento de la población: “mestizo”.

Después del desmadre de El Rodeo —donde tan mal quedaron tanto el minpopó que se encapuchaba en Mérida, como el comandante de la Guardia— se ha puesto de moda eso de “privado de libertad”. ¡Tan rico que es nuestro idioma en esa materia! Sin hacer muchos esfuerzos me llegan: “preso”, “encarcelado”, “internado”, “prisionero” y “recluso”. No pongo “penado” porque la inmensa mayoría de los confinados (otro término) no ha sido sentenciada. Es que Luisa Estela y sus compinches están muy ocupados inventando cómo eludir el texto constitucional…

Se acabó el espacio. Se me quedan en el tintero entelequias como “soberanía”, cuando estamos colonizados por Cuba; “pueblo”, con el cual sólo designan a sus enceguecidos; e “independencia de poderes”, donde no la hay…

Alquimia levantisca y demagógica

De cuando en cuando, releo el discurso que en 1998, conmemorando los 40 años del 23 de enero, dijera en el Congreso Nacional de la República de Venezuela Luis Castro Leiva —quien hace mucha falta en la nación por su claridad de pensamiento. Ese discurso mantiene una vigencia manifiesta. Era como una premonición de lo que iba a pasar después.

Cuando vemos el “parlamentarismo de calle” que han inventado los rojos para hacer creer que en verdad se discute las cosas que le interesan al pueblo, cuando en realidad lo que llevan matuteado es el deseo de imponer a este su muy particular manera de concebir el hecho político. Decía Castro Leiva: “Estos pensamientos desdeñosos de la democracia representativa, hechos por la alquimia levantisca y demagógica de caudillejos, nos dicen que es necesario reinventar una democracia directa de las masas. Y nos dicen, además, que hay que hacerlo fuera de este lugar. Este sueño anarquista consiste en que cada quien lleve su silla de congresista —su curul— como quien lleva una loncherita para manducarse la república y formar, en un acto de participación política instantánea, una especie de guarapita cívica, la voluntad general de todos”. Con ese subterfugio de presentar los proyectos más tendenciosos ante unas camionadas de aplaudidores traídos expresamente para hacer barra, nos estuvieron atragantando de leyes que no eran fruto de la conveniencia cívica sino del afán de conculcar todo el poder en un solo par de manos. Menos mal que, con los pocos diputados opositores que nos permitió la “ingeniería electoral” de la Tibisay, ha disminuido el número de tales “aclamaciones populares”, en los que la masa ignara actúa como marrano estrenando lazo: muy orondo, pero lo llevan para el matadero.

Venezuela está como está porque a “la sombra pueril de este anarquismo de carne en vara” (otra frase de Castro Leiva) es que una mayoría, no lo niego, escogió a alguien bajo el oximorónico argumento de que no se requiere de preparación para ser presidente de Venezuela. Explicaba el orador que ese oxímoron revela que: “En todas aquellas circunstancias en que las variables de la inteligencia y la preparación se comparan en función con la aptitud para gobernar, allí se descubre (…) que no es necesario ser inteligente o estar preparado para gobernar, y que ni siquiera se recomienda poder pensar para dirigir los destinos de cualquier nación”.

Esa ficción en la que ya tenemos trece años es la causante de tanta miseria por la cual transita la nación. La sumatoria de una manifiesta ignorancia en todos los órdenes, agravada por una indigestión de concepciones políticas obsoletas y mal digeridas, más una ineptitud garrafal para la escogencia de personas capacitadas para la función pública es lo que mantiene a la sociedad venezolana en el atraso, la pobreza, la inseguridad y la insalubridad. Y en la deuda más colosal de la historia. En unos tiempos en los cuales, por los ingentes ingresos obtenidos, no teníamos por qué adquirir y, más bien, pudieron servir para disminuir la existente con anterioridad. El gobierno, tan ocupado en su agenda de lo imposible, y más ácrata que revolucionario, empeñado en eso de crear un “hombre nuevo” (algo que no han logrado ni las enseñanzas de Jesús), no hace lo que se necesita y espera; no hace las cosas mínimas que con urgencia son requeridas para que medio regrese la normalidad al país.

Es que unas mayorías indoctas (pero ladinas) así se lo han permitido. Porque siguen, como el hijo de la loca Luz Caraballo, en la creencia de que todo puede ser resuelto por una personalidad autoritaria, por el hombre a caballo del poema. No saben que este, para darles de comer los pone de rodillas. Pero es que ni de alimentarlos es capaz: lo más notorio en las noticias de ayer eran la escasez en los anaqueles, la disminución de la producción del campo y las toneladas de comida podrida botada. La muchedumbre creyó que podía trocar la pérdida de su libertad por un estómago lleno y unas cuantas monedas en el bolsillo, y se está quedando sin la una y sin los otros. En las palabras de Castro Leiva: “Extraña paradoja entonces: durante casi dos siglos nos hemos devotamente entrematado para lograr la libertad de que gozamos y, ahora que la tenemos, tan bien o mal como nos luce, pareciera que queremos empeñamos en caerle a patadas a la fuente que nos depara la posibilidad de ser nosotros mismos quienes somos”.

Yo señalo otra paradoja: los mismos individuos que propugnan una “democracia participativa” son los que más desprecio demuestran por las manifestaciones de democracia: desechan el estado de derecho, cultivan la adoración del autoritario, repudian la separación de los poderes, proclaman el paternalismo de Estado. Por esa vía no se halla sino caminos para la perdición nacional…

Un correo me llamó la atención

Pero no en el sentido de “despertar el interés o curiosidad sobre algo” o de “generar una atracción” —que dicho correo también logró, lo admito— sino en el de “reconvenir”, “reprender” y “criticar” Cosa que no fue lograda, aunque eso, por lo menos, fue lo que intentaba el originador del mensaje. Un par de cosas buenas le reconozco a la correspondencia recibida. Primero, que me dio material para el escrito de esta semana —en la que no quería unirme al coro de los que opinan que el traslado de las reservas no resultará sino en más empobrecimiento para Venezuela. Razonamiento con el que estoy de acuerdo porque resultará en aquello de “zamuro cuidando carme”. Y, segundo, porque eso de que uno se entere de que lo leen ¡hasta en el País Vasco! fructifica en algo como un masaje al ego personal. Me explico:

Recientemente, dirigido a la dirección electrónica que pongo al final, recibí un correo firmado por un tal Txeru (me reservo los apellidos) y enviado por hispavista.com. Me puse a seguirle la pista a este señor mediante la dirección IP y me encuentro que don Pedro (que es lo que significa Txeru en euskera) me escribe desde Barakaldo, a las afueras de Bilbao; una localidad que, según una vieja jota, es …Pueblo de grandes orgías /  309 tabernas y una sola librería."

Básicamente, don Pedro se refirió a mi más reciente artículo en este diario; el que titulé "El dizque problema de la Fuerza Armada". Piensa que si yo no utilizara “esa serie de epítetos” para referirme a los más altos detentadores (uso bien el sustantivo) del poder en Venezuela y algunas situaciones y organizaciones, “se presentaría más creíble su planteamiento”. Entre otras expresiones mías que a él no le gustaron y me copia están, entre otras: “Boves II”, “camarilla uniformada”, "robolución" y “Pudreval”. Piensa que “restan credibilidad y seriedad” a mi condición de “general de la república”  y que mi  escrito “se torna ridículo” y lleno de “estupideces”. No me queda sino contestarle…

Señor Txeru, lamento tener que diferir de su manera de pensar. Le dejo claro que yo soy educado a la manera de antes; vale decir: respetuoso en el trato. Y no puede ser de otra manera porque ya pasé de los 73. Pero también estoy muy claro en que el respeto es una calle de dos vías. Si a mí su ídolo me tilda de "canalla", "escuálido", "pitiyanqui" y demás denigraciones, no podrá esperar —ni usted, ni él, ni persona alguna— que yo le ofrende muestras de comedimiento. Porque el primero que le falta el respeto a la dignidad del cargo es él, precisamente. Él prefiere ser barriobajero porque le reditúa mucho entre la gente ignorante. Desde los mismos días después del cuartelazo del 4-F he estado escribiendo sobre el personaje. Pero nunca he usado su nombre para identificarlo. Él fue quien incurrió en la primera falta de consideración para con los venezolanos, tanto por esa asonada como por su lenguaje subsiguiente. ¿Por qué me reclama a mí? La falta que él comete es mucho más grave. Pero, ¿le ha mandado usted un correo, un twit, o lo que sea, al inquilino de Miraflores?

El respeto es algo que se gana. Fui, para bien o para mal, figura pública por muchísimos años. Ahora no soy sino un viejito jubilado. Pero, gracias a Dios, todavía muchísima gente en Valencia me reconoce. Y me saluda. Y me trata de manera respetuosa. Porque en ninguna de mis actuaciones —primero como oficial de la Guardia Nacional y luego como funcionario civil— nadie pudo nunca imputarme tacha alguna. En razón de eso, puedo escribir con entera libertad sobre lo que se me ocurra, y señalar lunares en algunos funcionarios.  Porque nada podrán endosarme que me haga avergonzar.

Para su tranquilidad, le dejo claro que yo siempre me porto como el caballero que soy. Vale decir: soy comedido en mis actuaciones, tengo el recato siempre presente, y digo mis verdades de acuerdo con mi conciencia. Que otros generales —muchos de los que están actualmente en la situación de actividad— no tengan claro que así es como debe portarse un oficial de alto grado cuando está ante una cámara, un micrófono, la ciudadanía o —lo que es peor— sus subalternos, me duele mucho. Pero no es mi problema sólo; es de toda Venezuela.

Le agradezco mucho que haya tenido tiempo de leerme y se haya tomado el trabajo de escribirme. No le agradezco tanto el que haya catalogado como "ridículo" mi artículo y que piense que yo produzco "estupideces". Pero usted está en todo su derecho a tener opiniones. Yo, que no soy menos que usted, también las tengo. Y, es más, las escribo y tengo quien me las lea. Hasta usted, ¡imagínese!

El dizque problema de la Fuerza Armada

En una jugada descaradamente adelantada, Boves II y su camarilla uniformada han estado acusando a las personas que entienden que la “robolución” no pasa de ser un fiasco y algo de lo que sólo ellos son convictos: de propiciar alzamientos cuarteleros. Llegan a más, imputan de “canalla” a cualquiera que no comulgue con el pensamiento único y lo acusan de buscar salidas no democráticas para la sucesión presidencial. Que llegará. Pero con estricto apego a lo que tipifica el texto constitucional. Lo que intentan Don Gato y su pandilla es una parada doble: por un lado, meter miedo a la población para que se abstenga de ir a los comicios y así poder atapuzar —con la complicidad de un CNE partidario— de votos rojos las urnas; y, por el otro, si eso falla, dejar de lado los disfraces democráticos de los cuales se han revestido, dar un autogolpe e instaurar un régimen más absolutista y arbitrario de lo que ya es el actual. Lo cual fue su intención desde el primer momento,  cuando llevaron a cabo la asonada que en mala hora dejó (y sigue dejando) innumerables muertos, presos políticos, odio entre hermanos, pobreza y corrupción.

El endilgarle a la alternativa democrática  la acusación de subversivos no pasa de ser aquello del caco que grita y señala “¡Al ladrón, al ladrón!” para desviar a los que vienen persiguiéndolo. Lo triste es que la cúpula militar se preste para eso. Que no es de extrañar: son cómplices necesarios. Y no por patriotismo sino por todo lo contrario. Uno, porque le prometieron ser gobernador de Nueva Esparta y necesita del portaaviones; otro, porque se sabe reo internacional de narcotráfico y se ve perdido en un escenario legalmente republicano. Ambos, porque en sus mentes están frescos los recuerdos de lo que le pasó a Baduel y el fusilamiento del general cubano Arnaldo Ochoa, que traficaba drogas por orden del papá putativo de Elke Tekonté. Sencillamente, prefieren seguir medrando del erario, y de uno que otro negocito, a terminar en un calabozo en razón de un expediente mandado a fabricar por quien no sabe de escrúpulos y ejecutado por algunos de los fiscales y jueces de los que gritan “¡Uh, ah!”.

En todo caso, esas acusaciones tendenciosas en contra de quienes actúan de la manera más cívica no pasan de ser coces contra el aguijón. Ya los militares saben claramente de dónde vienen las sugerencias de ir contra el 328  y el 330 de la Constitución; de dónde salieron los intentos de modificarlo para que la Fuerza Armada no respondiese a la nación sino a una persona; de dónde parten las insinuaciones y hasta las propuestas descomedidas de intervenir en contra de lo que reza la carta magna. La gran mayoría de los oficiales, a pesar de los desfachatados intentos de adoctrinamiento, mantiene un talante democrático y respetuoso de la norma. ¿No dizque la Fuerza Armada es un fiel reflejo de la nación? Entonces, una gran mayoría no condona los intentos de perpetuación en el poder de una caterva ineficiente para resolver los grandes problemas del país pero muy eficaz en eso de birlar miles de millones.

Que la cúpula esté ocupada por gente que más que currículum tiene prontuario —que ha estado metida en negociados desde el ya remoto “Plan Bolívar 2000” hasta en Pudreval, tráfico de droga, contrabando por los puertos, colocaciones bancarias, etc.— no le quita al hecho de que el gran grueso de la Fuerza Armada está conformado por personas capaces de diferenciar el bien del mal y de escoger el bien permanentemente. Por eso, saben muy bien hacer oídos sordos a las aseveraciones recientes del enfermito, todas ellas cuajadas de una apropiación indebida del estamento militar. Ya no es sólo la amenaza aquella de que “la revolución está armada”; ahora es el abuso del adjetivo posesivo “mi”. Se lo pasa en un “mi Fuerza Armada”, “mi Ejército”, “mis generales”. Ya estos no son más de la república, sino de él. Pero nada ha dicho últimamente de “mi Milicia”. ¿Será el as bajo la manga? ¿O será que se dio, por fin, cuenta de lo poco confiables que pueden ser esos “militares” de fin de semana y con carné del PUS?

Creo que titulé bien al llamar lo que se intenta ahora —sugerido por Fidel— desde las alturas del régimen “el dizque problema de la Fuerza Armada”. Porque no es tal. La institucionalidad vencerá.

Termino con algo que ya dije en el mismo 1992, a escasos días del cuartelazo:
“…tanto por exigencia legal, como por obligación ética, los militares, mientras estén bajo bandera, deben ser respetuosos de la norma que les exige que no hagan pronunciamientos en materias políticas; sólo después de pasar al retiro será cuando legalmente podrán hacerlo.  Son las reglas del juego.  El que no las acepte, con salirse tiene”.