jueves, 3 de enero de 2013

Coctel tóxico

Después del varapalo del domingo, lo que está de moda es comentar las razones de este.  De eso no nos salvamos los articulistas.  Sobre todo, porque nos damos las ínfulas de que somos “formadores de opinión”.  La dura realidad de antenoche debiera hacernos caer en cuenta de que no lo somos, pero seguimos emperrados en nuestra creencia de que nos corresponde intentar que la ciudadanía algún día despierte, perciba los errores que comete y aprenda.  Esta entrega, pues, no se va a apartar de lo está de moda hoy.  Están avisados.

Todos nos preguntamos (inclusive algunos rojos) cómo puede perder Velásquez en Bolívar —aunque está impugnando los resultados— luego del desastre en lo que el régimen ha vuelto a ese Estado.  Eso de que los zulianos hayan trocado a Pablo Pérez por alguien que compite en pobrediablismo con José Temiente nos parece como cambiar la mamá por una burra. Todos se maravillan de la diferencia que le sacó en Guárico el personaje tenebroso y hasta ignaro que resultó vencedor a  un gerente probado y sin tacha.  Y así pudiéramos seguir ad infinitum pero resultaría fastidioso y hasta cacofónico; por tanto, prefiero dejarlo sucinto.  La respuesta: se sufrió una intoxicación colectiva.

Porque cuando se mezclan: el ventajismo, chantaje, corrupción y falta de escrúpulos de los rojos; con el paterrolismo de muchos opositores, más el güelefritismo de una parte no poca de la población; y la aparición en la escena de unos cuantos rastacueros que juran que los vencedores los van a tomar en cuenta en sus gobiernos; lo que se logra en la práctica es un coctel deletéreo que más pronto que tarde tendrá efectos sobre la salud de la república.  Es algo así como lo de la gringa condenada de haber envenenado al marido poco a poco con cocteles a los que les ponía glicol de propileno (lo que usamos en el radiador del carro) y que envenena por acumulación.

Nada puede ser más descarado que el empleo de todos los recursos del Estado —desde los dineros públicos, pasando por el empleo de militares uniformados en misiones partidistas vedadas por la Constitución y llegando a las cadenas espurias— para darle ventajas a los turistas que resultaron designados por el Primer Dedo para contender por las gobernaciones y que —aparte de obstaculizar a los mandatarios regionales—se arrogaban las inauguraciones de obras.  Todo ello, con la vista gordísima y cómplice de unas “árbitras” (lo sé, suena feísimo pero el DRAE lo impone), unos magistrados que gritan “¡Uh, ah!” en actos oficiales, una defensora que no defiende sino a su jefecito lindo y una fiscal que en los rojos no ve siquiera pecados veniales pero que descubre pecados capitales en todo lo que hacen los opositores.  De la Contraloría no digo nada porque todos sabemos que no pasa de ser una entelequia.  Tanto, que ha pasado el tiempo desde la muerte de Ruffián y no es designado un sucesor.  Aunque el tipo no es mucho lo que hacía, aparte de incapacitar a cuanto opositor pusiera en peligro algún cargo detentado por el régimen.  En fin, que con esa falta de escrúpulos y esas complicidades ya la cosa era cuesta arriba.

Pero es que de nuestro lado, tampoco fue mucho lo que ayudó alguna gente.  Los antiparabólicos que se fueron para la playa, que atiborraban los pasillos, del Sambil, que se quedaron apoltronados viendo los juegos del fútbol europeo, son criticables.  Pero más aún lo son quienes se abstuvieron a propósito porque, aunque no veían con buenos ojos a los rojos enviados desde Caracas, pesaba más en ellos unos supuestos defectos que tenía el candidato de la oposición.  Gente que uno supone ilustrada pero que no fue capaz de ver que estaba en juego el futuro del país, no de una gobernación. 

¿Y qué decir de la compra de votos con una nevera o una cocina?  Alguien explicó hace años que las enemigas de la democracia son la corrupción y la miseria.  Uno entiende que en algunas partes de las masas la gente no se preocupa del futuro porque están muy ocupadas por sobrevivir en el presente.  ¿Pero cómo explicar el rastacuerismo rampante de gente que tiene algo que perder y que sabe que se lo van a quitar pero que intenta correr la arruga? ¿Necesitarán inyecciones de Globovisionicina?  Y, peor, ¿qué decirle a los avivatos que se montaron en la carroza del vencedor con las esperanzas de poder mamar mejor? Fácil esa: los quiero ver dentro de unos meses, despreciados por unos y otros.  Porque a nadie le gusta un traidor…

Esta fue la última monserga del año.  Que Dios les depare una Navidad tranquila; que descansen durante este final del año porque en el 2013 nos toca levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a la contienda.  Nos veremos el 15 de enero.

Votar, en este caso, es una obligación


La derogada Constitución del 61 era explícita (y exigente) al señalar que el voto era “un derecho y una función pública”, y que su ejercicio sería “obligatorio, dentro de los límites y condiciones que establezca la ley”.  La actual se limita, en su Art. 63, a señalar que: “El sufragio es un derecho”.  Quizás porque la mayoría roja que imperaba en la Constituyente, alertada desde arriba, ya preveía —como después se propuso con descaro en la reforma del 2007— que el voto les estorbaría para la obtención de proventos políticos y que mejor era, para sus fines, apelar a las manifestaciones tumultuarias en “asambleas populares”.  En todo caso, en ninguno de los dos textos el voto aparece tipificado como un deber.  Bajo los parámetros constitucionales actuales, los venezolanos pudiéramos escoger si ejercerlo o no.  Pero, sinceramente creo que esta vez, y salvo escenarios muy excepcionales, el voto deviene en obligación, en imperativo categórico para seguir empleando la frase kantiana que he utilizado en mis anteriores escritos.

Me explico: en los momentos actuales los rojos desarrollan una guerra —nada soterrada, por lo demás— que busca hacer nulas las previsiones constitucionales que dictan la forma de organización de la república, específicamente las del Art. 16 (Estados, distrito y municipios), y sustituirlas por las fulanas comunas, que se escogen en tumultos estrepitosos donde la gritería de los mandados por el PUS acallan los razonamientos sensatos e imponen a juro lo ordenado por Caracas.  Tal forma organizativa, repito, fue negada en el referendo del 2007 pero han intentado forzarla legalmente con mayorías espurias  y por medios poco escrupulosos y llenos de irracionalidad.  A eso hay que ponerle un parao.  Y la mejor forma es ejerciendo el sufragio el domingo venidero.

Por otra parte, el tipo, antes de irse a La Habana de sus amores, supuestamente para operarse, violó una vez más la Constitución.  Doblemente; porque esta prohíbe que los funcionarios tomen partido en los procesos eleccionarios y porque establece claramente las reglas sucesorias.  ¿Pero qué es una raya más para una cebra?  La ha estado violando desde el momento mismo de su promulgación… Y a eso también hay que echarle un parao.

Total, que este domingo que viene, no se va a votar por fulano o perencejo; se va a votar para impedir que se nos venga encima el “estado comunal”.  Que llegaría si dejásemos que los candidatos rojos-rojitos accedieran al gobierno de las regiones.  Con descaro lo proclamó Aristóbulo: ellos tienen la misión de “esfaratá” las gobernaciones.  Lo que buscan es poder entremeterse en todos los aspectos de la vida en sociedad; como lo que intentan hacer, una vez más, con la infame resolución 058; como buscan al atravesarse indebidamente en las producciones agrícola, industrial, empresarial y hasta artística; como tratan de lograr con las regulaciones sobre la propiedad.

Nos conviene ir a votar, y a hacerlo por los candidatos de la alternativa democrática.  Primero, porque al compararlos uno a uno con los designados por el Primer Dedo, son mucho mejores.  La mediocridad es la característica dominante de los candidatos-turistas.  Por eso, lo que hacen es arroparse con la cobija del hegemón.  En casi todos los Estados, la propaganda del PUS (pagada con fondos del Tesoro) habla del “corazón de la patria” y repite las combinaciones de colores de la propaganda presidencial (también pagada con dinero nuestro).  Ninguno de ellos dice: “Voten por mí porque soy mejor que el otro”; todos lo que dicen es: “Voten por mí porque mi comanpresi les ordena que lo hagan así”.  Y, luego, añaden el chantaje: “Solo así, Caracas mandará plata para la región”.  Lo cual, es incierto.  La Constitución dice cómo se reparte el situado.  Lo más que puede hacer el régimen es retardar el envío.  Pero eso no es nada nuevo.  Y de ese mal sufren también los gobernadores oficialistas.  Entonces, ¿quién garantiza que esa no será la tónica en el supuesto —negado, of course  de que ganasen?  Ninguno de los muchachos-de-mandado hace referencia en sus campañas a los problemas que deben constituir el centro del debate.  Vale decir: la inseguridad, la inflación, la escasez, el descalabro de los servicios públicos, el desplome de la infraestructura y otros problemas parecidos que nos acogotan a quienes sobrevivimos en esta tierra que fue de gracia.

Me cuesta decirlo, pero el rechazo que albergan algunos por algún candidato de la alternativa democrática pasa a un  segundo plano.  Ya llegará la ocasión de corregir ese entuerto (si es que es tal).  Pero este no es el momento.  Ahora la lucha será contra el totalitarismo.

Si no me creen a mí, háganle caso a los curas.  Porque siempre meditan lo que van a decir y porque invariablemente le apuntan al bien común.  Léanse el documento que sacó el Arzobispado de Caracas.  Puritas verdades y recomendaciones sensatas.  ¡Todos a votar este domingo!

Descentralización o totalitarismo

Estuve pensando bastante cómo titular hoy y al final me decidí por el que ya leyeron más arriba.  Pero también pudo haber aparecido: “Democracia contra narcotráfico” o “Comuna versus Estado federal”.  Porque todas esas cosas son materias que han de ser dilucidadas en las próximas elecciones de diciembre.  No son meros nombres de personas los que están en las contiendas.  Eso sí debiera quedarles claro a quienes van a votar y a quienes todavía dudan acerca de si vale la pena ejercer ese derecho.  Desde ya les digo a estos últimos que, en casos extremos —y este es uno de ellos— el derecho se convierte en imperativo moral categórico.

El posible título que deseché de un solo golpe fue: “Centralismo o descentralización”.  Porque ese, aunque estaba de anteojitos, nunca ha sido una disyuntiva.  Por lo menos desde el punto de vista constitucional.  Desde el mero comienzo de la vida republicana, en 1811, todas las cartas magnas que ha tenido nuestra nación caracterizan a Venezuela como un país federal.  Con sus más y sus menos, pero siempre federal.  Han sido las personas encargadas del Poder Ejecutivo quienes les han puesto demasiada tiza al taco en su afán de ponerle piquete a la bola de ese mandato.  Originalmente, la República de Venezuela se formó por la cesión voluntaria de derechos que hicieron los delegados de las municipalidades que representaban.  En ese, y en todos los demás textos constituyentes (excepto el actual) se invoca la ayuda de Dios y se mantiene el concepto de que los firmantes son “los representantes de…”

En la pugna entre centralizadores y “federalistas” ha habido, de ambos lados, gente muy reconocida por su talla política, su preclara inteligencia y su estatura moral.  Pero una cosa sí debe quedar palmaria: nunca antes había avanzado tanto la provincia venezolana —y por ende, la república— como después de la promulgación de la Ley para la Descentralización, Delimitación y Transferencia de Competencias de 1989.  Cuando ya, después de que las ciudades interioranas habían podido elegir a sus alcaldes, las regiones pudieron escoger a sus gobernantes. Lo que devino en saltos cuánticos  y cualitativos hacia adelante.  Sus economías se revitalizaron; las instituciones comenzaron a mejorar a ojos vista; la salud, la educación y la seguridad llegaron a niveles óptimos; el hábitat y el ornato mejoraron ostensiblemente; y la solución de los problemas se encontraba más cerca.  Que no es poca cosa.

Yo, lo adeco lo tengo lejos.  Pero no dejo de reconocer que fue con Carlos Andrés Pérez que se hizo buena la letra de la Ley DDT; sin su voluntad política, todo no hubiese pasado de un saludo a la bandera.  Y lo pagó: los “notables” no podían aceptar fácilmente la pérdida de poder que sufría Caracas.  El gobierno transitorio de Ramón J. Velásquez continuó el proceso porque, al fin de cuentas, no era sino un interinato.  La aseveración de Caldera de que no quería ser “el presidente de veinte republiquitas” ya señalaba una intención.  Pero nunca llegó a la avilantez del régimen actual en su afán centralista.  Pasando por encima de las leyes —o cambiando groseramente y en contra de la norma constitucional cuando se veía en la necesidad— ahora casi todo incumbe al gobierno central.  Vale decir: depende de burócratas caraqueños que no saben de los problemas que deben resolver.

Y el panorama se muestra más oscuro ahora: si se logra el desiderátum de Esteban Dolero —de obtener todas las gobernaciones para entregárselas a quienes su dedo omnímodo ha escogido para “esfaratá” dichas instituciones—, las elecciones de alcaldes de abril próximo solo serán de mero trámite: el poder será dirigido totalmente desde Caracas; porque las fulanas comunas —que no tienen base constitucional, no nos cansemos nunca de repetirlo— no podrán hacer sino lo que los autorice un MinPoPo desde una oficina del Centro Simón Bolívar.  Todo el dinero será administrado por un funcionario que, sin saber dónde queda San Diego de Cabrutica, Peribeca, Tucanizón o Marigüitar decidirá si se mete un alcantarillado o se corta el monte en alguna de esas poblaciones.

Lo señalaba hace días un articulista, pero la cabeza mía no sirve para recordar nombres: si se busca en un diccionario bilingüe ruso-español, la palabra “comuna” se traduce como “soviet”.  Entonces que no nos venga el régimen con eufemismos; lo que quieren es implantar, ¡hoy en día, válgame Dios!, un estado soviético como el que se hizo añicos en Rusia y China y que hace aguas en la Cuba de los amores de Elke Tekonté.  O sea, que el pomposo “Socialismo del siglo XXI” es simplemente otro intento de socialismo real del siglo XX; el que no sirvió sino para empobrecer y matar de hambre y por fusilamientos a generaciones enteras.

Hay que ir a votar, chamo.  Deja las reticencias y las facturas.  Venezuela te necesita…