Después del varapalo del domingo, lo que está de moda es comentar las razones de este. De eso no nos salvamos los articulistas. Sobre todo, porque nos damos las ínfulas de que somos “formadores de opinión”. La dura realidad de antenoche debiera hacernos caer en cuenta de que no lo somos, pero seguimos emperrados en nuestra creencia de que nos corresponde intentar que la ciudadanía algún día despierte, perciba los errores que comete y aprenda. Esta entrega, pues, no se va a apartar de lo está de moda hoy. Están avisados.
Todos nos preguntamos (inclusive algunos rojos) cómo puede perder Velásquez en Bolívar —aunque está impugnando los resultados— luego del desastre en lo que el régimen ha vuelto a ese Estado. Eso de que los zulianos hayan trocado a Pablo Pérez por alguien que compite en pobrediablismo con José Temiente nos parece como cambiar la mamá por una burra. Todos se maravillan de la diferencia que le sacó en Guárico el personaje tenebroso y hasta ignaro que resultó vencedor a un gerente probado y sin tacha. Y así pudiéramos seguir ad infinitum pero resultaría fastidioso y hasta cacofónico; por tanto, prefiero dejarlo sucinto. La respuesta: se sufrió una intoxicación colectiva.
Porque cuando se mezclan: el ventajismo, chantaje, corrupción y falta de escrúpulos de los rojos; con el paterrolismo de muchos opositores, más el güelefritismo de una parte no poca de la población; y la aparición en la escena de unos cuantos rastacueros que juran que los vencedores los van a tomar en cuenta en sus gobiernos; lo que se logra en la práctica es un coctel deletéreo que más pronto que tarde tendrá efectos sobre la salud de la república. Es algo así como lo de la gringa condenada de haber envenenado al marido poco a poco con cocteles a los que les ponía glicol de propileno (lo que usamos en el radiador del carro) y que envenena por acumulación.
Nada puede ser más descarado que el empleo de todos los recursos del Estado —desde los dineros públicos, pasando por el empleo de militares uniformados en misiones partidistas vedadas por la Constitución y llegando a las cadenas espurias— para darle ventajas a los turistas que resultaron designados por el Primer Dedo para contender por las gobernaciones y que —aparte de obstaculizar a los mandatarios regionales—se arrogaban las inauguraciones de obras. Todo ello, con la vista gordísima y cómplice de unas “árbitras” (lo sé, suena feísimo pero el DRAE lo impone), unos magistrados que gritan “¡Uh, ah!” en actos oficiales, una defensora que no defiende sino a su jefecito lindo y una fiscal que en los rojos no ve siquiera pecados veniales pero que descubre pecados capitales en todo lo que hacen los opositores. De la Contraloría no digo nada porque todos sabemos que no pasa de ser una entelequia. Tanto, que ha pasado el tiempo desde la muerte de Ruffián y no es designado un sucesor. Aunque el tipo no es mucho lo que hacía, aparte de incapacitar a cuanto opositor pusiera en peligro algún cargo detentado por el régimen. En fin, que con esa falta de escrúpulos y esas complicidades ya la cosa era cuesta arriba.
Pero es que de nuestro lado, tampoco fue mucho lo que ayudó alguna gente. Los antiparabólicos que se fueron para la playa, que atiborraban los pasillos, del Sambil, que se quedaron apoltronados viendo los juegos del fútbol europeo, son criticables. Pero más aún lo son quienes se abstuvieron a propósito porque, aunque no veían con buenos ojos a los rojos enviados desde Caracas, pesaba más en ellos unos supuestos defectos que tenía el candidato de la oposición. Gente que uno supone ilustrada pero que no fue capaz de ver que estaba en juego el futuro del país, no de una gobernación.
¿Y qué decir de la compra de votos con una nevera o una cocina? Alguien explicó hace años que las enemigas de la democracia son la corrupción y la miseria. Uno entiende que en algunas partes de las masas la gente no se preocupa del futuro porque están muy ocupadas por sobrevivir en el presente. ¿Pero cómo explicar el rastacuerismo rampante de gente que tiene algo que perder y que sabe que se lo van a quitar pero que intenta correr la arruga? ¿Necesitarán inyecciones de Globovisionicina? Y, peor, ¿qué decirle a los avivatos que se montaron en la carroza del vencedor con las esperanzas de poder mamar mejor? Fácil esa: los quiero ver dentro de unos meses, despreciados por unos y otros. Porque a nadie le gusta un traidor…
Esta fue la última monserga del año. Que Dios les depare una Navidad tranquila; que descansen durante este final del año porque en el 2013 nos toca levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a la contienda. Nos veremos el 15 de enero.