lunes, 12 de marzo de 2012

Algunas mujeres no quieren tener sexo

Cosa que está muy mal, porque el sexo es uno de los dones más maravillosos que les  dio Dios. Y por lo cual tanto esa minoría, como el resto de las mujeres y los que conformamos la otra mitad de la humanidad debiéramos estarle sumamente agradecidos. Pero no. Parece que unas cuantas feministas y otras tantas politicastras que creen que “se la están comiendo” andan como desaforadas, empeñadas en tener solamente “género”. Cosa que en buen español solo tienen las cosas inanimadas. Tanta influencia —mala influencia, claro— tienen que hasta una fulana “Ley contra la violencia de género” anda por ahí. Las pobres no saben que, en su frenética manía de no quedarse en lo que ellas creen que es una segunda posición, lo que están haciendo es, precisamente, “tirar la burra pa’l monte”.



Estas suposiciones mías me renacen después de que la Real Academia de la Lengua, en un informe titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”,  evaluó la prosa con la que está escrita nuestra Constitución y la expuso como una manera infeliz de usar el idioma. Algunos de mis lectores deben recordar que desde 1998, en muchos de mis artículos, mantuve una lucha contra esa deleznable redacción con la que los "padres constituyentistas" la aprobaron. Sobrecargada, cursi, sexista a la inversa. Pero entre las feministas a ultranza (que son lo menos femenino que hay) y los ignaros rojos que no pueden ver una bandera populista porque se la apropian (como hacen con los dineros públicos, pues) se formó una especie de simbiosis —para ponerlo en el lenguaje de la Biología de tercer año— que lo que hace es reafirmar que el sentido común no es muy común entre esos dos grupos.



El ejemplo que pone la RAE en su crítica a algunas “guías de lenguaje no sexista” que parecieran proliferar tanto en la península como por América es, ¡qué pena!, el texto del Art. 41 de nuestra Constitución. Es el que comienza diciendo: “Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia…” y por ahí sigue la retahíla. Hay, indudablemente, diferencias en cómo se habla y cómo se escribe; el lenguaje escrito debe ser más enfático, más claro, porque no tiene el acompañamiento gestual del hablado. Pero, como predica Pero Grullo, “ni calvo ni con dos pelucas”.



Lo correcto, lo recomendable, sería que se buscase que el lenguaje jurídico fuese más legible. Y nos encontramos es con esa memez. Esa forma de escribir es una nueva versión de “vender el sofá”. No soluciona el problema. Porque lo que se intenta es visibilizar más a la mujer y lo que hace, por el contrario, es encasillarla en un segundo lugar: siempre las frases  comienzan con el masculino. Lo que logran es afirmar indebidamente la preeminencia de este sexo. Siempre en nuestro idioma —y en las demás lenguas romances— se empleó el sustantivo masculino para designar los dos sexos; se le dio uso genérico. No hay, en realidad, razón para censurar su uso. No creo que las feministas, cuando tienen que llamar la atención a su prole escandalosa (si es que la tienen porque, de tan feministas que son, quieren parecerse a los hombres hasta en eso de no parir) exclaman “¡Hijos e hijas, dejen de hacer ruido!” O que no vayan a los actos del Colegio de Abogados hasta que le sea agregado “y de Abogadas” al cognomento. O que manden a comprar “pollos y pollas” para un sancocho.



En verdad, hay discriminación hacia la mujer. Es muy corriente que en los casos de violencia doméstica, de diferencias de sueldo y de escogencias para altos cargos la mujer tenga las de perder. Y eso está muy mal. Debe a propenderse a la igualdad social de hombres y mujeres; es conveniente que  la mujer sea más visible en la sociedad. La verdadera lucha por la igualdad está en tratar de que se extienda a todas las prácticas sociales y a la mentalidad de todos; no en ese forzar sin sentido a las estructuras lingüísticas. No se tiene que apelar a recursos artificiales. Hace algún tiempo estuvo de moda lo de sugerir cuotas para asegurar la presencia femenina en los organismos y corporaciones. Es otra forma de compeler a la sociedad. Las mujeres de valía no necesitan esas muletas. Mercedes Briceño, Maritza Izaguirre y Haydée Castillo no las necesitaron. Las necesitan las mediocres que quieren surgir sin méritos aparte de su sexo. Como la diputada del PUS que recientemente dijo que ella era una de las “sujetas” que apoyan al Zar Coma Andante. ¡Horror!