martes, 3 de mayo de 2011

Respuesta a un lector rojo

Señor: junto con mi saludo, tenga la bondad de recibir mi doble agradecimiento por haberse tomado la molestia de escribirme. Primero, porque quienes tenemos el privilegio de poder exteriorizar nuestras opiniones en los medios nos alegramos de recibir comentarios acerca de lo que decimos. No nos importa si son críticas porque nos son útiles en ayudarnos a clarificar nuestros pensamientos. Y hasta a enmendarlos. Segundo, porque no es algo de todos los días cuando uno se encuentra con un texto escrito por un robolucionario que no tenga errores ortográficos.

También le agradezco su preocupación por mi salud. Me refiero a su admonición: "A tu edad no deberías estar buscando un infarto al miocardio agregando tanto odio a tu ser". No se preocupe, si no me dio cuando estuve por más de 45 años asumiendo responsabilidades, cumpliendo tareas pesadas y cogiendo rabias diariamente, no creo que ahora, a mis 73, viviendo la vida del viejito jubilado, me vaya a dar uno. Y si me da, probablemente sea por los muchos chicharrones y demás grasas que he paladeado; es que no he encontrado un lípido que no me guste. Pero no será por odiar —como usted sugiere— porque, que le quede bien claro, yo no odio a nadie. Cosa que muchos de sus correligionarios sí hacen.

 Mencionan a cada rato a Martí —quien tenía una rosa blanca tanto "para el amigo sincero / que me da su mano franca" como "para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo"— pero no lo imitan. Destilan odio contra quien ose pensar diferente a como ordena Boves II. Y ya que de un cubano hablamos, déjeme que le diga que no odio ni siquiera a quienes lo que hicieron fue convertirnos en colonia ¡de los cubanos! Que no son —ni en lo intelectual, ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo social— mejores que nosotros, con todas las carencias que podamos tener. ¿O usted es de los que se alegran porque su cédula, los documentos de su vivienda y hasta su filiación policial sean manejados por funcionarios del G-2?

Quiero corregir otra de las afirmaciones que usted hace. Yo no soy un "aristócrata". Sólo soy el hijo de una viuda pueblerina que sacrificó mucho para que mi hermana y yo pudiéramos tener la mejor educación posible. Hoy por hoy, mi único sustento es una pensión por haber servido en las Fuerzas Armadas treinta años, a veces en regiones inhóspitas, a veces poniendo en riesgo la vida, siempre poniendo a Venezuela por delante. Por ese amor, sufrí paludismo, tuve fracturas, me dispararon hostilmente varias veces, pasé un mes en un hospital herido de granada. Con todo y eso, mi pensión apenas me alcanza para llegar a fin de mes. No tengo propiedades, no tengo bienes de fortuna. Lo invito a que me averigüe. Tampoco es que me esté comiendo un cable; vivo en un apartamento cómodo pero que no es mío. Mis hijos me ayudan con los gastos por servicios públicos, alimentación, seguro de HCM, etc.). Así que de aristócrata, nada.

Le confieso que me llamó la atención su correo. En algunos artículos anteriores he sido más pugnaz contra el régimen —palabra que no le gusta pero que empleo con propiedad: actualmente no se nos gobierna; se nos manda, que es otra cosa— y usted nunca me criticó. Cosa que hace ahora por un artículo en el cual lo que hago es comentar el estado de las vías (que no me podrá negar que están muy mal), y el mal empleo de algunas palabras por parte de quienes, por sus funciones, debieran dominar mejor el lenguaje. Sólo en las tres últimas líneas digo algo duro contra algunos burócratas: "En estos doce años de involución robolucionaria, ningún rojo ha sido sentenciado como culpable. ¡Y mire que han robado!" Afirmaciones que ratifico y que usted —si es que es sincero consigo mismo— no podrá negar. ¿Fue eso lo que le dolió? Espero que usted no sea alguno de ellos...

Por último lo invito a que —empleo parte de su frase de cierre— "abra sus ojos y vea". Porque no es cierto lo que afirma del "enorme esfuerzo del Comandante Presidente y su equipo de gobierno para lograr una Venezuela próspera". Nunca antes, el país había estado tan prostrado, nunca le habíamos debido tanto a tantos acreedores, nunca habíamos dependido tanto del petróleo. Para nada bueno. Porque los pobres siguen iguales de pobres. Con el añadido de que por lo prolongado de las "misiones" (que se justificaban pero que debieron sólo una ayuda limitada en el tiempo) lo que se ha logrado es —además de crear una adicción casi absoluta de los menesterosos a la teta oficial— que proliferen pícaros y vividores.
Le reitero mis palabras de agradecimiento.