sábado, 16 de abril de 2011

La edad del odio


El pasado domingo apareció en el madrileño ABC un reportaje firmado por Fernando del Rey que se titula como este artículo. En el trabajo, el reportero resume las opiniones de un grupo de historiadores acerca del fracaso de la segunda república española que llevó a una guerra civil que causó más de 300 mil muertos y asoló a ese país. Todos y cada uno de los historiadores, desde sus respectivas posturas, ochenta años después de los hechos, responsabilizan de aquel fracaso a la intransigencia entre las derechas y las izquierdas políticas de ese entonces, pero están claros que la mayor parte de la culpa la tuvo el gobierno, por su sectarismo. Leer la crónica de lo que acontecía entonces en la Madre Patria, y compararlo con lo que actualmente sucede por estos lados pareciera ser una buena forma de curarnos en salud. Creo que debiera ser de lectura imperiosa para todos quienes tenemos, por responsabilidad o por vocación, la tarea de formar la opinión pública. La cual, aunque siempre se escribe en singular, nunca es una. Y por eso mismo es que tenemos, todos, la obligación de acercar las opiniones divergentes y buscar el consenso, no sea que la sangre llegue al río. Transcribo y comento algunos trozos del trabajo del señor Del Rey como abreboca para incitarlos a entrar en el portal del diario.

“…Los lenguajes bélicos se mantuvieron en vigor así como el deseo de aniquilar totalmente al adversario…” Por aquí, nosotros diariamente somos bombardeados por términos como: “patrullas”, “batallones”, “comandos”, “frentes” y, ¡malhaya! “milicianos”.  ¿Y qué decir de esa bravata cuartelera amenazándonos de muerte si no entramos por el aro del socialismo que, según ellos, es esencial para que exista patria? Lo que hay hoy en Venezuela no es socialismo sino una impúdica ambición de poder que adopta el disfraz que más convenga en cada circunstancia; pero, si el tal socialismo es tan bueno, ¿por qué tratan de imponerlo a la fuerza, en vez de convencer con hechos?

“…esta experiencia democrática y sus élites rectoras tuvieron muy poco de modélicas (…) Más allá de los avances que impulsó, (…) las reformas sociales, la ampliación de los derechos ciudadanos a las capas populares (...) dejó mucho que desear como régimen pluralista basado en el pacto y en el consenso.” Lo mismito que sucede por aquí; no son muchos los mandatarios y magistrados que uno quisiera que sirvieran de modelo cívico para ser emulados por las nuevas generaciones. Los principios no son, para ellos, algo rígido, sino algo que debe adaptarse a las conveniencias de eso que mientan “la revolución”. Y para eso, ¡hasta sentencias y jurisprudencias son modificadas radicalmente de un día para otro!

Lo que copio ahora no tendrá comentarios míos; dejo a la sensatez de cada uno el análisis entre el ayer ibérico y el hoy nuestro: “…la República no sólo encontró obstáculos en su flanco derecho. La puesta en cuestión de esa democracia también partió (…) de las izquierdas revolucionarias. (…) Para los socialistas, aunque no fuera su modelo ideal, la República únicamente habría de ser para ellos y para los republicanos, y por lo tanto sólo ellos deberían ser sus exclusivos gestores. Dado su carácter ‘revolucionario y popular’, el nuevo régimen solamente podía ser administrado ‘por los genuinos representantes de ese pueblo que lo había traído’. En consecuencia, sus enemigos y opositores quedaban automáticamente fuera del hecho fundacional.  (…) Bajo tales presupuestos se entiende que los socialistas no concibieran la democracia republicana como una democracia pluralista, liberal y representativa en la que se sintieran cómodos todos (…) Su discurso subrayaba que sólo los que hubieran aceptado esa legitimidad revolucionaria de origen podrían estar legal y constitucionalmente capacitados para ejercer el poder y ser investidos con la consideración de fuerzas leales.”

A la luz de lo que pasó en el 2007 y el 26-S, no está demás considerar estas afirmaciones: “La aplastante victoria de las derechas y el centro exasperó a los socialistas y borró de su discurso cualquier resto de respeto a la legalidad constituida. (…) No aceptaron la derrota y se mostraron dispuestos a vulnerar las reglas del juego democrático. En sus esquemas ideológicos no se contempló como algo normal la alternancia en el ejercicio del poder.”

Por razones de espacio, no puedo ampliar más. Pero, ¡lean el artículo completo! Las similitudes son tan terribles que asustan. Por sobre todo, lean los comentarios de los internautas. El sectarismo, la intolerancia y la obcecación siguen a flor de piel 75 años después de la rendición. Y por aquí, el que nos tocó, pareciera ser hacer suyas las palabras de Largo Caballero: “…la revolución no se hace con gritos de viva el socialismo. (…) Se hace violentamente, luchando en la calle con el enemigo”. ¡Dios nos agarre confesados!