Son dos máculas terribles en cualquier persona, pero en el caso de los funcionarios públicos éstas llegan a la categoría de lacras. ¡Pero cómo abundan en el régimen actual! Pareciera que, aparte del carné, son requisitos para los cargos que detentan (y empleo bien el verbo). Uno los ve los domingos, cuando escuchan arrobados y aplauden enloquecidos los chistes malos y las canciones desafinadas que salen de la garganta de Elke Tekonté, y cuando dan respuestas mentecatas a lo que les preguntan. Y a uno no le queda sino maravillarse de tanta sandez y obsecuencia juntas. Pero parece que el desprecio colectivo les resbalara. Para ellos, lo importante es ‘estar en la buena’ con su generoso patrono —quien les perdona toda su ineptitud, se hace el loco con sus latrocinios y pareciera que no le importara el desempeño de esas personas sino su vasallaje— para poder seguir medrando, pegados a la ubre de la res-pública.
Por aquí, en Valencia, el máximo representante de esa fauna es quien, en mala hora, se sienta en la silla del alcalde, cargo que le quedó grande siempre y que pareciera habérselo conseguido en una caja de Corn Flakes. Porque merecimientos para reemplazar a Paco Cabrera no tenía. Ni tiene. Siempre fue un funcionarito gris que daba unas declaraciones insulsas a la prensa cada tres semanas, cuando estaba en Corpocentro, y que los periódicos relegaban a una página par —casi siempre después de la sexta— como correspondía a las simplezas que informaba. De su experiencia en esa corporación (si es tiempo pasado puede reputarse como experiencia), pareciera que lo único que trajo al gobierno municipal fue su persistencia en meter en la nómina a familiares suyos. Con lo que la gerencia municipal sufre. Tanto, que en una muestra de candidez, uno de sus subalternos acaba de declarar que en lo administrativo han tenido que pedir asesorías a miembros de la gestión anterior, tan denostada por el munícipe actual.
Es un tipo jactancioso pero mal administrador. Tanto, que tuvo el tupé de declarar que Valencia no necesitaba el situado que le mandaba el gobierno estadal, que podía quedárselo porque con los ingresos propios tenía más que suficiente. Jactancia estúpida que ha tenido que tragarse porque, al no conseguir él en Caracas —a pesar de que es un invitado permanente al Consejo de Ministros— los dineros para la continuación de las obras del Metro, ni defender a los industriales valencianos, los comercios de la avenida Bolívar y las empresas de la Zona Industrial han tenido que cerrar y, por tanto, las entradas por ‘Patentes de Industria y Comercio’ se han ido al suelo. Si no fuera por la platica que, como limosna, le dio Boves II, no hubiera podido terminar de pagar la nómina este año.
Es por eso, y por otras cosas más que desgranaré más abajo, que apoyo con las dos manos alzadas la proposición que asomó Antonio Ecarri de que se organice la revocatoria de su mandato para ver si el copartidario suyo que haya de sucederlo por escogencia del Concejo le quita a las calles de la ciudad ese aspecto de paisaje lunar lleno de cráteres, mejora algo el servicio de recolección de desechos y —recordando aquello que dijo don Simón acerca de la oscuridad y el crimen— ilumina un poco las avenidas.
Enumero algunas cosas que he escuchado por ahí y que —además de las cosas que ya dije en el párrafo anterior en relación con el día a día de un alcalde— justifican la defenestración del tipo: contrariando lo que dice el ordenamiento legal, no ha entregado memorias y cuentas por los dos años que ha estado mangoneando (claro que cuentos basados en su desmemoria si ha echado, ¡y bastantes!); hasta el día de ayer no había entregado al Concejo el proyecto de presupuesto para el año que viene; no convoca la reunión trimestral con los concejales y los vecinos que ordena la LORM; el descontrol es tal que no se sabe cuánto ha aumentado la deuda del municipio en estos dos años, pero dicen que pasa de los 500 millones.
Ya alguna vez, emití la opinión de que el señor alcalde no era capaz de resolver la enterrada de un perro así uno le proporcionara el hueco. Hoy lo ratifico. Sin importarme si se ofende muchísimo y le pide a un fiscal copartidario, o a un juez de los que grita ‘¡Uh, ah!’, que inicie un proceso parecido a ese en el que logró que condenaran a Pancho Pérez por explicar que en los predios municipales algunos se despachaban y se daban el vuelto.
¡Ah, se me acaba el espacio y no he tocado lo del jalabolismo! Baste decir entonces que la declaración de que ‘El partido del presidente-comandante es la Fuerza Armada’ aparte de ser despreciable por lo arrastrada, constituye una ofensa a la Constitución; la cual explica que esta es una ‘sin militancia política’ que ‘está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna’...