martes, 9 de noviembre de 2010

Ineptitud y jalabolismo


Son dos máculas terribles en cualquier persona, pero en el caso de los funcionarios públicos éstas llegan a la categoría de lacras. ¡Pero cómo abundan en el régimen actual! Pareciera que, aparte del carné, son requisitos para los cargos que detentan (y empleo bien el verbo). Uno los ve los domingos, cuando escuchan arrobados y aplauden enloquecidos los chistes malos y las canciones desafinadas que salen de la garganta de Elke Tekonté, y cuando dan respuestas mentecatas a lo que les preguntan. Y a uno no le queda sino maravillarse de tanta sandez y obsecuencia juntas. Pero parece que el desprecio colectivo les resbalara. Para ellos, lo importante es ‘estar en la buena’ con su generoso patrono —quien les perdona toda su ineptitud, se hace el loco con sus latrocinios y pareciera que no le importara el desempeño de esas personas sino su vasallaje— para poder seguir medrando, pegados a la ubre de la res-pública.

Por aquí, en Valencia, el máximo representante de esa fauna es quien, en mala hora, se sienta en la silla del alcalde, cargo que le quedó grande siempre y que pareciera habérselo conseguido en una caja de Corn Flakes. Porque merecimientos para reemplazar a Paco Cabrera no tenía. Ni tiene. Siempre fue un funcionarito gris que daba unas declaraciones insulsas a la prensa cada tres semanas, cuando estaba en Corpocentro, y que los periódicos relegaban a una página par —casi siempre después de la sexta— como correspondía a las simplezas que informaba. De su experiencia en esa corporación (si es tiempo pasado puede reputarse como experiencia), pareciera que lo único que trajo al gobierno municipal fue su persistencia en meter en la nómina a familiares suyos. Con lo que la gerencia municipal sufre. Tanto, que en una muestra de candidez, uno de sus subalternos acaba de declarar que en lo administrativo han tenido que pedir asesorías a miembros de la gestión anterior, tan denostada por el munícipe actual.

Es un tipo jactancioso pero mal administrador. Tanto, que tuvo el tupé de declarar que Valencia no necesitaba el situado que le mandaba el gobierno estadal, que podía quedárselo porque con los ingresos propios tenía más que suficiente. Jactancia estúpida que ha tenido que tragarse porque, al no conseguir él en Caracas —a pesar de que es un invitado permanente al Consejo de Ministros— los dineros para la continuación de las obras del Metro, ni defender a los industriales valencianos,  los comercios de la avenida Bolívar y las empresas de la Zona Industrial han tenido que cerrar y, por tanto, las entradas por ‘Patentes de Industria y Comercio’ se han ido al suelo. Si no fuera por la platica que, como limosna, le dio Boves II, no hubiera podido terminar de pagar la nómina este año.

Es por eso, y por otras cosas más que desgranaré más abajo, que apoyo con las dos manos alzadas la proposición que asomó Antonio Ecarri de que se organice la revocatoria de su mandato para ver si el copartidario suyo que haya de sucederlo por escogencia del Concejo le quita a las calles de la ciudad ese aspecto de paisaje lunar lleno de cráteres, mejora algo el servicio de recolección de desechos y —recordando aquello que dijo don Simón acerca de la oscuridad y el crimen— ilumina un poco las avenidas.

Enumero algunas cosas que he escuchado por ahí y que —además de las cosas que ya dije en el párrafo anterior en relación con el día a día de un alcalde— justifican la defenestración del tipo: contrariando lo que dice el ordenamiento legal, no ha entregado memorias y cuentas por los dos años que ha estado mangoneando (claro que cuentos basados en su desmemoria si ha echado, ¡y bastantes!); hasta el día de ayer no había entregado al Concejo el proyecto de presupuesto para el año que viene; no convoca la reunión trimestral con los concejales y los vecinos que ordena la LORM; el descontrol es tal que no se sabe cuánto ha aumentado la deuda del municipio en estos dos años, pero dicen que pasa de los 500 millones.

Ya alguna vez, emití la opinión de que el señor alcalde no era capaz de resolver la enterrada de un perro así uno le proporcionara el hueco. Hoy lo ratifico. Sin importarme si se ofende muchísimo y le pide a un fiscal copartidario, o a un juez de los que grita ‘¡Uh, ah!’, que inicie un proceso parecido a ese en el que logró que condenaran a Pancho Pérez por explicar que en los predios municipales algunos se despachaban y se daban el vuelto.

¡Ah, se me acaba el espacio y no he tocado lo del jalabolismo! Baste decir entonces que la declaración de que ‘El partido del presidente-comandante es la Fuerza Armada’ aparte de ser despreciable por lo arrastrada, constituye una ofensa a la Constitución; la cual explica que esta es una ‘sin militancia política’ que ‘está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna’...


Carta a un cubano de los nuevos


En principio, déjame que te diga: ¡Bienvenido! Porque en Venezuela siempre hemos recibido a los extranjeros de buena manera desde los tiempos más remotos. Pero eso no quiere decir que tu presencia entre nosotros no nos incomode. Porque para nosotros tú eres un invasor; tu representas a una “potencia” que intenta colonizarnos después de dos siglos de habernos sacudido ese yugo de un imperio de verdad-verdad. Pero, aún así, lo que la gran mayoría de nosotros siente por ti no es odio. Quizás, algunos sientan desprecio, pero lo que la mayoría siente por ti es lástima. Porque tú no eres sino un trabajador forzado. Y no digo que eres un esclavo porque algo te paga nuestro gobierno por tu trabajo. Mientras que la parte más gorda de lo que valen tu sudor y tus conocimientos se la entrega el manirroto encargado del Ejecutivo nuestro al Estado tuyo. Que es quien te explota. Tú no viniste porque tú decidiste; fue un jerarca de la nomenkatura cubana quien decidió quién venía y a quién no se podía dejar salir. Y como prenda de tu regreso quedó tu familia de rehén. Nadie de tu entorno cercano vino contigo. Tu mujer, tus hijos o tus progenitores quedaron secuestrados de hecho por el Estado. Solo para asegurarse de que tú regresas a tu isla-prisión.

¡Claro que a ti te convenía venir! Lograste lo que millones de compatriotas tuyos no han podido: montarse en un avión y conocer otros horizontes. Y, hablando por todo el cañón: si te pones la mano en el pecho, tendrás que reconocer que cuando termine tu estada entre nosotros —no porque no quieras quedarte, sino porque te devuelven a juro— en ese año o dos, te habrás comido más bisteques que los que habías disfrutado en toda tu vida antes. Te reto a que me digas si es mentira lo que yo digo. A menos que tú seas uno de los aparatchnik  que allá se puede dar buena vida porque es de la cúpula del partido y llegaste aquí para velar que ninguno de tus paisanos se le ocurra adquirir “decadentes gustos burgueses”, como acostumbrarse a usar jabón, dentífrico y papel higiénico cuando está en el baño. Ni que —haciendo uso de ese deseo de libertad  que es innato en el género humano— decida quedarse por aquí, o emigrar a otro país cuando se le venga en gana.

Notarás que hay una diferencia enorme entre el cariño, el respeto y hasta la admiración que profesamos hacia los paisanos tuyos que viven entre nosotros desde hace décadas y la lástima y el desprecio que sentimos hacia ti. Ellos llegaron como tantos y tantos inmigrantes que hemos recibido a lo largo de nuestra historia: venían luego de haber perdido todo por decisiones desafortunadas de los regímenes que mandaban en esos países en esos tiempos. A tus paisanos les quitaban hasta las medallitas de oro antes de dejarlos abordar el avión o el buque. Y aquí arrancaron con denuedo y hoy pueden mirar hacia el pasado con satisfacción por lo que han logrado para ellos y para su patria adoptiva. En cambio, tú representas a una autocracia que busca esquilmar nuestras riquezas para poder saciar el hambre que su incompetencia de medio siglo ha generado en un país que estuvo muy cerca de ser del primer mundo antes de que los barbudos llegaran.

Te pongo un par de ejemplos que estoy seguro entenderás. Tus bisabuelos sentían por los soldados españoles —que venían de la metrópoli a agotar las riquezas del país, a someter a tus antepasados mambises y a mantener los obscenos privilegios que tenían los peninsulares— lo mismo que sentimos nosotros por ti. Y por las mismas razones. Ahora, ponte tú en las botas de uno de esos soldados españoles: tú crees que estás haciendo labor de patria, porque tus esfuerzos y denuedo servirán para alimentar a tus compatriotas que se quedaron. Pero en realidad, tu vigor sólo servirá para seguir llenando las arcas y las panzas de los mandatarios que deciden sobre vidas y haciendas por allá.

Imagínate ahora cómo nos sentiremos nosotros, quienes —a casi ciento noventa años de haber sacado al último soldado español y más de cuarenta de haber vencido a tus antecesores que vinieron como guerrilleros a socavar nuestra incipiente democracia— vemos la paradoja de que una “potencia” que tiene menos de la mitad de nuestra población y menos de una vigésima parte de nuestra economía se ha enseñoreado (permitido por alguien que jura y perjura que es un gran patriota, es verdad) en los puntos claves de nuestra circunstancia. ¿Qué hacen paisanos tuyos, que vienen de un país donde no hay propiedad privada, mangoneando en nuestros registros? ¿Cómo verías tú que venezolanos dieran órdenes en instituciones tan vitales como las fuerzas armadas y en los servicios de identificación cubanos? Y, por último, ¿aceptarías tú que un policía venezolano te apresara en una calle habanera? Entonces, ¿por qué nosotros sí debemos calarnos esa potestad que tienen los del G-2 aquí?