miércoles, 10 de abril de 2013

Un voto razonado


Eso es lo que nos exige la república en estos momentos: que usemos más la cabeza que cualquier otra parte del cuerpo cuando estemos en el momento decisorio de cómo iremos a depositar nuestro sufragio el domingo venidero.  Porque la nación se encuentra en momento trascendental.  A ninguna votación debiera irse con preconcepciones tipo escogencia entre ser del Magallanes o del Caracas; pero a esta, mucho menos.  El país y su futuro pueden írsenos por un despeñadero en razón de una decisión tomada de manera visceral. 

Los votantes deberemos interiorizar, meditar y resolver sesudamente quién de los dos candidatos puede sacar a Venezuela del brete en el que se encuentra y que está marcado especialmente por las estrecheces de todo orden que sufren nuestros paisanos, pero que ellos perciben, por encima de todo, como escaseces que notan cuando van a buscar alimentos y medicinas.  Sin embargo, esta no es sino uno de las muchas facetas del problema.  Y, como en todo caso de salud, es importante atacar los síntomas de una enfermedad; pero más aún, lo es atacar el morbo que la causa.  Creo que los apuros económicos y los problemas sociales que sufrimos todos se originan en esa senda del dispendio irreflexivo que ha marcado la actual administración desde hace ya muy largos catorce años.  Esa filosofía de repartir hasta lo que no se tiene es la que nos ha llevado a endeudarnos gravemente con potencias del exterior; muy poco de los dineros recibidos ha sido invertido en obras para el desarrollo del país, mucho se ha ido en gasto corriente para mantener contentas (o, por lo menos, entretenidas) a las mayorías.  Contrariamente a lo que preconizan, no enseñaron a pescar —tampoco proveyeron las redes ni los anzuelos— solo dieron pescados, pero ahora hasta para entregar una mísera camaiguana tienen dificultades.  Pero para seguir manteniendo opulentos a sus amigotes de la escena internacional sí hay dólares, y euros…

Sin razón económica de peso, solo por ese afán de imponer una doctrina ya demostradamente catastrófica y desueta, hicieron que fábricas y comercios cerrasen; lo que trajo la doble desventaja de aumentar el número de personas que no tienen trabajo y de incrementar las importaciones de renglones que antes eran de producción nacional.  Todo, por el afán de igualar por debajo, porque “ser rico es malo”.  Con esa idea, y en la creencia de que el erario podía sostener con “misiones” a toda esa masa desempleada, volvieron cisco el Tesoro Nacional.  En las reservas del país lo que abunda son los papeles emitidos por gobiernos tan poco confiables en lo financiero como Argentina y Cuba.  Y para seguir con el festín de Baltasar, continúan endeudándonos con China.

Solo por el desastre económico que han volcado sobre la nación, ya es hora de salir de los actuales mandatarios.  Pero no es por lo único.  El “equipo” de ministrables no tiene ni banca ni profundidad.  Tanto, que en los más de 180 decretos nombrando ministros en estos últimos diez años, los nombres se repiten: cuando queda patentemente clara la ineptitud para un cargo de, por ejemplo, un Loyo o un Samán, no lo destituyen; lo que hacen es mandarlo para otro ministerio.  Repito: no tienen cómo reemplazarlos.  Porque no buscan a quienes tienen los conocimientos y la capacidad gerencial para determinada materia, sino que prefieren a los más obcecados ideológicamente.  Con el paso de los años, lo que ha habido es un degradé de capacidad en los cargos: de una Maritza Izaguirre, la declinación llega a un Giordani; de un Ignacio Arcaya,  el descenso lo marca una estela de nombres como Carreño y El Aissamí hasta llegar al actual; de un Raúl Salazar se apoca hasta llegar al imbécil del ministro actual; de los siete ministros de relaciones exteriores —el título de “canciller” les queda grande— que ha tenido este régimen, solo uno domina dos idiomas.  ¡Terrible!

Cuando exhorto a que usemos la cabeza a la hora de votar es porque hace mucho tiempo que esas personas debieron ser relevadas por gente más apta.  Y es que cuando uno elige a un presidente, tiene que mantener fija la idea de las atribuciones que le confiere la Constitución.  Porque el presidente no actúa solo, sino por intermedio de ministros y otras altas autoridades.  Aún en un país tan presidencialista como el nuestro, el Art. 238 señala que para que una decisión de este sea válida debe estar refrendada por el vicepresidente y uno al menos de los ministros.  Y para las decisiones más transcendentales, deberá contar con la firma del Consejo de Ministros en pleno. 

La cosa pública, los asuntos oficiales funcionarán mejor —estoy segurísimo— si se releva el equipo que desde hace catorce años ha mangoneado en los altos cargos.  Y Henrique, en eso del poder de convocatoria a los mejores, le lleva una morena a Nicolás.  Están avisados…

Ceguera selectiva


Admiro a Yoani Sánchez, la bloguera cubana, tanto por el valor con el que denuncia las tropelías, escaseces y abusos del régimen cubano en contra de sus connacionales, como por la elegancia sencilla de su estilo literario.  Por eso, trato de leer todo lo que ella publica.  Ahora, valientemente y por conferencias en varios países, ha reiterado sus denuncias sabiendo que, cuando retorne a la isla, los sayones la atormentarán y tratarán de que pague su osadía —los jerarcas cubanos ya decidieron que es afrenta al país— con cárcel o con atentados contra su integridad.  Quiero compartir con mis lectores algo que ella narró el pasado 27 en “El País” de España, y que me estremeciera fuertemente.

En “Cuba: el mito”, Yoani relata que, estando en La Haya, varios activistas por los derechos humanos comentaban acerca de sus respectivas realidades.  Un periodista mexicano explicó el riesgo de ejercer su profesión en un país donde te pueden matar por lo que escribas; un saharaui narró cómo es vivir en ese erial; un norcoreano contó cómo escapó de un campo de prisioneros y huyó de ese país.  Cuando le tocó a ella, habló de “los actos de repudio, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos de la reputación y de una nación en balsa que cruza el estrecho de La Florida (…) de las familias divididas, de la intolerancia, de un país donde el poder se hereda por vía sanguínea y nuestros hijos centran sus sueños en escapar”.  Entonces sucedió lo habitual: los ciegos selectivos comenzaron: “pero ustedes no pueden quejarse, tienen la mejor educación del continente” (…) “bueno no tienen libertad, pero salud pública no les falta” y otros estereotipos impresos en la mente de los acríticos por la agitprop comunista.  “… el mito se ha impuesto.  Un mito alimentado por cinco décadas de distorsión de nuestra historia nacional. Un mito que ya no apela a la razón, sino a la creencia ciega; que no acepta críticos, solo adeptos. Un mito que hace imposible que tantos nos entiendan, que se sintonicen con nuestros problemas.  Un mito que ha logrado que a muchos les parezca bien para nuestra nación lo que nunca aceptarían para la suya” (…)  Pierde sentido explicarles mi Isla.  Para qué, si todo el mundo parece saberlo todo de nosotros, incluso sin nunca haber vivido en Cuba.  Me estremezco de nuevo al escuchar la cruda vida de esos activistas, me coloco en su lugar otra vez.  ¿Y quién se pone en el nuestro?  ¿Quién deshace este mito en el que estamos atrapados?”

Querida Yoani: los venezolanos —sin haber todavía llegado a los extremos de vesania forzados allá desde hace más de medio siglo por la hoy gerontocracia cubana— te entendemos.  Porque aquí, hace catorce años, unos malos imitadores de los tiranos de Cuba intentan conculcarnos todo lo que fuimos avanzando en democracia a lo largo del siglo XX.  Ya tenemos gente en prisión por el solo hecho de pensar diferente a como desea el régimen; ya muchos venezolanos tuvieron que imitar a los cubanos que emigraron en búsqueda de sitios donde se pueda vivir, trabajar y hablar libremente; ya los grupos de choque oficialistas causan heridas y lesiones a los que “cometen el pecado” de manifestarse contra las tropelías del régimen; lo que fue una Fuerza Armada respetuosa de la institucionalidad  ahora ha devenido en brazo armado del partido oficialista; sus capitostes —afanosos en búsqueda de riquezas inmorales— no pasan de ser áulicos de quienes tienen las riendas del Ejecutivo; desde el mismo día de su promulgación, los altos funcionarios pisotean la Constitución para hacer lo que les da la gana mientras que de labios para afuera hablan bellezas de ella; ya hasta tenemos remedos de los CDGs cubanos para “sapear” en los barrios a quienes se aparten de los lineamientos oficiales. 

Al igual que ustedes, en el exterior —sin preocuparse de buscar la verdad-verdadera, solo escuchando lo que dicen los socialistas de salón mientras paladean sendos absinthes en un  café parisino— creen que los venezolanos estamos en el mejor de los mundos; negándose a admitir que estamos a las puertas de una tiranía.  Si no dejamos el letargo.  Lo peor es que muchos paisanos al igual que los de la izquierda caviar de otras latitudes no quieren entender que no nos merecemos ser meros vasallos de unos señores que disponen de nuestras vidas y haciendas como les da la gana.

No hemos llegado a los extremos que tú tan poéticamente describiste en las Naciones Unidas cuando por las influencias del embajador cubano tuviste que dar tu rueda de prensa desde un diminuto cubículo: “Aun si estuviésemos haciendo esta reunión en el fondo del pozo de un ascensor, tendríamos más libertad que en Cuba”.  Ni llegaremos: todavía nuestros votos cuentan.  Por eso, en dos semanas estaremos luchando por reconquistar la democracia que perdimos.