martes, 27 de agosto de 2013

Sufren de halitosis del intelecto

Llego tarde al comentario, lo sé; es que la cloaca se reventó el martes pasado, exactamente el día en que salen mis artículos.  Pero no puedo dejar de glosar lo de la bochornosa sesión de la asamblea nacional (minúsculas ex profeso), lugar en el cual pareciera haber un torneo para probar cuán bajo se puede llegar para defender al régimen.  Desde que el difunto impuso el estilo de matón de barrio en las actuaciones públicas, las intervenciones de los rojos —que no pasan de ser malos imitadores, Nicky incluido— son, mayormente, escatológicas; la coprolalia es lo que abunda.

Que nadie se equivoque, lo que pasó no fue un producto de la emoción en el debate: estaba planificado así.  La prueba es la aparición de “Ojitos Bellos”, días antes, invitando por los medios a no perderse la sesión de marras.  Lo que se buscaba era causar el mayor escándalo posible para servir de mampara que tapase el desastre en el cual ellos han zampado al país.  Que no es solo económico, con anaqueles vacíos y contenedores pudriéndose, sino que trasciende hacia lo social, con sus miles de asesinatos (algunos de ellos ejecutados por uniformados), con sus hospitales colapsados, con la infraestructura vuelta flecos.

Y pensaban que lo podrían lograr si ponían al rey de la descalificación y el denuesto a vomitar infundios tabernarios, viles, en el hemiciclo; lugar que en el pasado escuchó argumentaciones dignas, por más pugnaz que fuese la discusión.  Donde alguna vez se escuchó a Andrés Eloy, Úslar, Jóvito, Calvani y Machado —por poner solo uno de cada tendencia— ahora desbarran y dicen sandeces unos gaznápiros que sufren de “halitosis del intelecto.  Eso, presumiendo que tuviesen cerebro”, para usar las famosas frases de Harold Ickes.  Encomendar a Pedro Carroña esa diligencia era una garantía para ellos de que los niveles de bajeza iban a estar por debajo de los del Mar Muerto.  Es el colmo de la desfachatez y la descortesía poner a la misma persona con pasado dudoso, que negó lo de Montesinos, que afirmó lo de Direct TV como instrumento de voyeurismo, que falseó pruebas en lo de Mardo, a que ahora venga a calumniar a figuras destacadas que se les oponen políticamente.  Y lo hace con su cara muy lavada, con sus zapaticos de Gucci, sus corbatas de Hermes y sus trajes de Armani para añadir oprobio a la injuria.

Poner a Cabello y a Carroña como adalides de la decencia administrativa es por lo menos un oxímoron. Y hasta una antinomia.  Ambos han dado demostraciones más que descaradas de boyancia económica desde su figuración en el régimen.  Y que se relievan aún más si se tiene presente que ambos provienen de humildes hogares provincianos y que sus carreras quedaron truncadas después de las asonadas del año 92, en las que fueron partícipes, con las que intentaban dar traste a la constitucional y que causaron centenares de muertes.  Ambos todavía tienen asuntos pendientes —aunque la fiscala alcahueta tiene archivadas las denuncias.  El uno, lo de sus trapicheos en la Gobernación de Miranda; el otro —famoso por sus derroches y mal gusto cursi—, por lo del negociado con las cédulas “made in Cuba”.  Esas dos causas, como mínimo…

La jugada la ven clarita hasta los más obcecados y simples de mente de los psuvistas —creo que entro en un pleonasmo aquí.  Lo que se intenta es disminuir la paliza que van a recibir el 8-D.  Y la ejecutan a pesar de que está llena de contradicciones.  ¿Cómo es eso que se acusa de corrupción a quienes —por estar precisamente en la oposición— no han manejado fondos públicos en estos infames y largos quince años?  Ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.  Acusan a Caldera por recibir dinero de un particular para una campaña —que parece que no es delito, y que todos los políticos pasados y presentes han recibido— pero nunca dijeron nada de lo que ha sucedido dentro del régimen, empezando por los millones que un banco español le dio —durante la campaña y luego de recibir el cargo— al comandante eterno que falleció , siguiendo con los latrocinios tipo Plan Bolívar 2000 y llegando a las “discrecionalidades” con las que se manejan los fondos chinos, los dineros de Pdvsa, las compras de sistemas de armas y las “triangulaciones” con Cuba.

Para hacer creer que lo del combate a la corrupción va en serio, inventaron su versión moderna del chinito de Recadi y capturaron a unas sardinitas; pero los tiburones todavía andan por la libre.  Y nada les pasará porque los diputados que hacen mayoría —tan ineficientes como bocas-de-cloaca— tienen una mora en la elección de un nuevo contralor que reemplace al Ruffián (más de dos años), los magistrados del TSJ y los rectores del CNE.  ¿Para qué, si los que tienen ahora les complacen en todas sus marramuncias?  Y más: son sus cómplices en sus planes de entronización del despotismo, el envilecimiento social y la negación de las realidades económica y social...

Una Constituyente no solucionaría…


Muchas cosas no me gustan de la Constitución vigente, empezando por el nombre.  Pero, sobre todo, dos aspectos de ella me son especialmente chocantes: el infame español en el que está escrita y las excesivas competencias que se le conceden a la Presidencia de la República.  Me tranquiliza que bastante critiqué ambas cosas en mis escritos desde el momento en que conocí el primer borrador.  Y me mantengo en eso hasta el día de hoy.  Que no soluciona nada, pero que me ayuda a disolver la rabia con “a” que me da.

Lo primero —aunque lo reconozco como meramente adjetivo— lo perpetraron (empleo bien el verbo) los kinotuyentes para intentar ganarse la buena voluntad de unas cuantas feministas —que, son de lo menos femenino que yo haya visto.  Así se llegó a un lenguaje que intentaba ser anti-sexista pero que resultó hermafrodita y hasta con visos marimachistas.  La resultante es un texto fastidioso para estudiar, incómodo para entender y a contramano del buen decir.  Tanto que critican al imperio y hasta en esa zoncería anti-machista lo imitan.  En todas las lenguas romances existe la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino.  Pero eso, que es normal en español, catalán, portugués, francés e italiano (me imagino que en rumano, también), pareciera ofender a algunas que no les gustan “los miembros” y prefieren “las miembras”.

Lo segundo —que es sustantivo y por tanto fundamental—, es lo referido al exceso de competencias que se le autoriza al Ejecutivo Nacional.  Y que desde el mismo primer día de vigencia, Elke Tekonté creyó que eran prerrogativas imperiales que se le concedían.  Quien le sigue —y que es tan estulto que hasta de “millonas” habla— sigue por el mismo cauce.  La única diferencia con su papá barinés —porque parece que tiene otros dos: uno cubano y otro colombiano— es que no está en la posibilidad de dictar leyes a la medida por la vía habilitante.  Pero, ¡para lo que le importa!; sigue teniendo las mismas áulicas (aquí sí hay que hacer énfasis en el género) en los mismos poderes públicos que tenía el de cuius. Las cuales se encargarán de convertir en trajes a la medida lo que no pasa de ser prêt-à-porter.

Vistos los muchos abusos que —pertrechados con esas facultades absolutas que se le concedieron al Ejecutivo— han sido cometidos a lo largo de estos horribles quince años (tres presidencias de las de antes, que no se nos olvide), algunas personas bienintencionadas han llegado a la conclusión de que lo que hay que hacer es arrancar desde cero nuevamente.  Y que, por tanto, hay que convocar a una Asamblea Constituyente.

Les confieso que a eso, yo le tengo mucho miedo; probablemente, eso no sirva sino para "tirar la burra pa'l monte".  Por varias razones que quedarán patentes si nos tomamos la molestia de recordar el pasado reciente y rememorar cómo se configuró la Constituyente del 99.  En esa oportunidad, el régimen que la auspiciaba olvidó, voluntariamente, que una Constitución es un pacto que debe armonizar las diferentes formas de pensar de una comunidad y, por tanto, que facilite su aceptación de buen grado por la mayoría.  Para el logro de sus fines furtivos e imponer una visión sesgada de país, cocinaron un sistema por el cual, con el 52 por ciento de los votos, se apropiaron de casi todos los escaños, dejando solo seis para los que pensaran diferente.  El texto resultante no fue más radical porque entre esos seis había más lucidez en lo que a filosofía del derecho y a derecho constitucional se refiere que en la sumatoria de todas las mentes de los demás asambleístas.  ¿Quién puede dudar que con todo el dinero que tienen los gobierneros —que ya sabemos de sobra que emplean sin escrúpulos para obtener ventajas políticas— y con el hambre y la miseria que han sembrado en las masas, lo que las hace más proclives a ser compradas, no vayan a repetir la jugada del 99?  Pero en esta oportunidad, ampliada y perfeccionada con la asesoría de sus colonizadores cubanos…

Abrir un proceso constituyente, además de erizar más a los dos sectores en que está dividida la nación, serviría para conferirle una cierta estabilidad al tambaleante Mientras-tanto, quien se beneficiaría de la distracción creada pues le permitiría escurrir el bulto en lo que a las incapacidades, ladronismos y escaseces que lo minan y que no sabe resolver.  Y, “más piol”, pudiera darles alas a los rojos más radicales para tirar por la borda el disfraz de demócratas con el que se revisten y llevarnos, de una, al “paraíso cubano”…

A la Constitución hay que hacerle cambios, pero mejor sería si se logra paulatinamente, por medio de reformas progresivas.  Al mismo tiempo —empleo palabras del padre Ugalde en su escrito más reciente— se debe “eliminar el contrabando totalitario que se metió por vía de la Habilitante”. 

En todo caso, y si creen que se debe seguir discutiendo el tema, mejor lo dejamos para después del 8-D…

Caesar non supra grammaticos

Eso fue lo que me vino a la mente después de leer el reciente artículo de Alexis Márquez Rodríguez, quien del idioma sabe mucho, y que tituló: “Lenguaje inmaduro”.  En él, el profesor Márquez critica la forma como hablamos el castellano en Venezuela, sugiere que estamos desolándolo, lo que nos lleva hacia el caló y la jerigonza.  Señala que todos debiésemos tender hacia la corrección idiomática, pero que tal obligación es primordial entre los de la clase política porque “es lenguaje, es palabra. En particular en la más alta expresión política, que es el arte de gobernar”.  Y dice más: “Lo primero que en tal sentido debe saber el gobernante es que en materia de lenguaje una cosa es ser dirigente en la brega por el poder, y otra ser gobernante. El dirigente emplea necesariamente un lenguaje mitinesco, del cual debe olvidarse el gobernante una vez que asume el ejercicio del poder”.

Pero eso sería como pedir peras al “horno”, como dijo varias veces el tipo aquel.  Primero, porque ellos no saben (ni quieren) gobernar y por eso se limitan a mandar.  Y, segundo, porque dentro del régimen pululan los áulicos y que, así como celebraban cualquier sandez que se originara en la verruga del difunto, ahora exaltan y festejan lo que sale de debajo del bigote —casi todo safio y en lenguaje perdonavidas.   

Por palacio —y en la calle, porque este dizque es un gobierno de ídem— está haciendo falta el anciano senador romano que, según Suetonio, recriminó a Tiberio cuando pronunció un discurso de manera “desembarazada”.  Después de la metida de pata, ¡zas! saltaron unos cortesanos a “traducir” lo dicho y a justificar que no podía haber falta porque había sido el emperador quien había hablado —es que la profesión de enmendador de las metidas pata del jefe es muy antigua, no se originó con José Temiente.  Fue cuando el senador salió en defensa de los valores y el respeto tradicionales a la ciudad y el foro: “Tu enim, Caesar, civitatem dare potes hominibus; verba, non potes.”  (Tú César, puedes hasta dar la ciudadanía a un hombre; pero a las palabras no puedes). Por una razón que a lo mejor se les hace difícil de entender a los rojos, pero que no por eso deja de ser verdad: Caesar non supra grammaticos.  Las palabras tienen su significado, y no el que cada mandatario se le ocurra inventar.  De permitir que cada uno de ellos haga lo que se le venga en gana, devendríamos en una moderna Torre de Babel.

Ya en el siglo XVI, Milton, el de Paraíso Perdido, nos explicaba que “cuando el idioma en el uso común en cualquier país se hace irregular y depravado, lo que sigue es la ruina y degradación de éste”. Verdad que sigue vigente.  En nuestro suelo se ha ido perdiendo el buen decir —que no es que haya sido muy bueno nunca—, en mucho, por la imitación de lo que se originaba en “Aló, presidente”: burradas en lo político, lo económico y lo léxico.  Fue el finado quien irrespetó de primero a la Constitución.  Tanto al violarla al apenas nacer como por apodarla “la bicha”.  Aquellos polvos trajeron estos lodos: el ilegítimo actual, que no pasa de ser un mal imitador del otro, no tiene un buen dominio del idioma.  En lo único que se le parece es en lo extenso, lo frecuente y lo mal hilvanado de sus divagaciones.  Y si eso es en el cogollo del régimen, más abajo, los apparátchiki, (bien escasitos de seso la mayoría de ellos) imitan a sus líderes.  Uno no sabe cómo es que los escogen para los cargos, y teme que dentro de poco designen para un ministerio a aquel abogado que dijo varias veces por televisión: “disulidar” en vez de “dilucidar”.   Esos funcionarios —entecos de alma y cortos de luces, pero con grandes “miras utilitarias”— están acabando con Venezuela por su ineptitud y estulticia, por su avidez corrupta y por el deplorable “indioma” que emplean.

En 1934, en el que fue su último artículo, Ortega y Gasset titulaba: “En nombre de la nación, claridad”, y decía: “Nada es más arriesgado que la confusión, el no tomar en serio la estructura de la realidad, el creer que se la puede tomar cada uno a su antojo, sin respeto a lo que las cosas son. Este error se paga siempre con el fracaso, que a veces no se limita al que lo comete, sino que arrastra al conjunto de un país. Si se repasa con alguna agudeza y con rigor (…) se ve hasta qué punto los desastres sobrevenidos (…) han tenido como causa principal y casi única errores intelectuales fácilmente comprobables y que se hubieran podido evitar”.

De eso se trata, todavía, hoy, en Venezuela: de no confundir las cosas.  Lo más grave de esta falta de claridad por parte de los detentores del poder hace que soslayen lo importante porque están muy ocupados en tratar de revivir una ideología ya muerta; en confiar en los consejos de una nomenklatura extranjera que no logró crear prosperidad entre los suyos después de medio siglo de mando absoluto; en privilegiar la “lealtad al líder”, antes que la capacidad, para las designaciones a los cargos; y en creer que ellos tienen el monopolio del patriotismo y que los que se les oponen solo son una cuerda de vende-patrias.