No dejo de reconocer que me cae de la patada la vehemencia —que casi llega a obsesión— con la cual el expresidente Uribe no solo se empeña en criticar acremente la política que lleva a cabo su sucesor, el presidente Santos, sino con la cual se entremete en la política venezolana. Pero soy el primero en admitir que la mayor parte del tiempo lo que afirma es verdad. Desde ya, reconozco que lo que dice está sustentado por un infinito amor a su patria, pero no por eso deja de ser inconveniente. De hecho, la consecuencia más palpable de sus declaraciones a los medios y mensajes por las redes sociales es hacer disminuir el apoyo que tiene el actual gobierno colombiano. Y lograr el efecto contrario al buscado en el lado venezolano. Tanto, que ya Capriles le tuvo que decir, como Cantinflas: “No me ayudes, compadre”.
Pero lo que ha denunciado acerca de la soterrada complicidad de los rojos venezolanos, empezando por Boves II, a las guerrillas colombianas es de conocimiento general. Las alabanzas a los faracos y las denigraciones contra el gobierno colombiano que se escuchan y se leen en los medios oficiales con los cuales el régimen intenta lavarle el cerebro a nuestros connacionales son abundantes. Por eso, hasta el menos despabilado de los que viven en nuestra tierra sospecha que las FARC recibieron en el pasado, y siguen recibiendo, apoyos de todo orden de parte del régimen venezolano: dinero, medicinas, armas, alojamiento, tratamientos médicos, informaciones y pare usted de contar. Es vox populi que los guerrilleros tienen dominio territorial y cobran vacuna y secuestran, en amplios espacios del Zulia, Táchira, Barinas y Apure. Que en esos espacios hasta campamentos tienen, así lo niegue la máquina de decir mentiras que tiene sede en Miraflores. Todo eso, por la táctica omisiva de la Fuerza Armada nacional, que practica el subterfugio de “hacerse los locos”; por órdenes de los altos mandos, muy probablemente.
El presidente Santos no se chupa el dedo. Sospecha, al igual que lo hacemos los venezolanos con cuatro dedos de frente, que a pesar de las reiteraciones de juego limpio que le ha hecho su “nuevo mejor amigo”, la garra tenebrosa del contubernio castro-chavista sigue maniobrando para darle respiración artificial a un movimiento guerrillero que ya está boqueando por las acciones de unas fuerzas militares leales, aguerridas, que han recibido el apoyo decidido de los dos más recientes gobiernos colombianos —en los cuales, la autoridad de Santos ha sido patente, antes como exitoso Ministro de la Defensa y ahora como presidente. Que se haya hecho el musiú en lo concerniente con las relaciones con Venezuela tiene su explicación: trataba de cobrar las ingentes sumas que le adeudaban y de dinamizar nuevamente el intercambio comercial entre los dos países. Pero ya no pudo más. La descarada utilización por parte de los guerrilleros de territorio venezolano como punto de concentración (y hasta base de operaciones), y de la raya fronteriza como línea de partida para atacar un puesto policial colombiano, con la muerte de doce agentes policiales, no podía ser obviado. Y reclamó. Decentemente, como exigen las reglas de la diplomacia y la urbanidad cachaca. Pero reclamó y puso al régimen en una posición incómoda.
La respuesta del hegemón no pudo ser más equívoca: dijo, más o menos, que no se toleraría la incursión de “ninguna fuerza armada” en territorio venezolano. No dio una seguridad a Colombia de que iba a perseguir y combatir a los irregulares y entregarlos al gobierno neogranadino; apenas ese ambiguo abstruso mensaje. Colombia tiene que interpretar la frase como si se hubiese dicho: “sé que hay guerrilleros en territorio venezolano, pero no le toleraré a las fuerzas militares persecuciones en caliente ni ataques como el que hicieron en Ecuador”. Y manda un contingente a “mostrar la bandera” en La Goajira. Tres mil individuos que no han salido de las zonas pobladas —donde habrían detenido a diez colombianos, los más pendejos, probablemente, para hacer creer que están cumpliendo la misión. Pero no han patrullado el descampado. Porque saben que ahí es donde están los faracos. Y hasta mejor es así. Para no dar pena: nuestros soldaditos no han tenido el más mínimo entrenamiento táctico en operaciones de campaña; solo saben de cargar sacos de yuca y papa para que se lucren unos avivatos rojos. Y si algo de uso de armas han aprendido, es solo de cómo combatir a sus paisanos indemnes que osan pensar distinto a como quieren los rojos; o sea, a quienes en el pomposo lenguaje fascistoide se denomina “el enemigo interno”.
En todo caso, recemos para que la frontera no se caliente por la incuria del régimen y su complicidad con un grupo que ha tenido que retomar las acciones terroristas porque se sabe derrotado en las enfrentamientos armados.