martes, 5 de julio de 2011

Un cuarto de siglo

Más de un lector desaprensivo pensará: “Se peló Pittaluga, no es un cuarto de siglo sino dos siglos de la firma del acta de la independencia los que se celebran hoy”. ¡Pues no, señor, no es una equivocación! Por dos razones. Primero y principal, porque no hay bicentenario que celebrar. Hoy —después de tantas y tantas luchas como las que dieron nuestros ancestros y nosotros mismos para sacudirnos yugos— somos colonia otra vez. Y lo terrible es que los nuevos colonizadores no tuvieron que luchar contra los pobladores y la circunstancia, como sí lo hicieron los españoles. No, los de hoy, llegan pisando alfombras rojas que les tienden los obsecuentes desde el poder central. Y, apenas llegados, empiezan a mangonear y a darle órdenes a los nativos, igualito que cuando dependíamos de España. Por órdenes de Boves II, quien no aprendió nada durante su enfermedad —si es que la tuvo; yo sigo creyendo que fue una añagaza para levantar puntos en las encuestas— a los invasores de ahora se les ha entregado organizaciones que son claves para la vida de una nación: la identificación, los registros y notarías, los servicios de salud, la educación, los cuerpos policiales secretos y —en algo que es increíble que haya sido aceptado mansamente por la cúpula militar—la planificación militar. ¡Y con qué prepotencia mandan a los venezolanos! Ustedes completarán diciendo: “¡Y qué pendejos los venezolanos que no les han metido sendos carajazos y los han mandado muy largo a lavarse ese paltó!”



Lo del cuarto de siglo al que me refiero en el título se debe a que esta semana pasada se cumplieron 25 años de mi vida como escribidor en las páginas de opinión. El primero de julio de 1986, instado por Salvador Castillo —a quien nunca podré agradecerle lo suficiente el haberme concedido el privilegio de aparecer una vez por semana en la parte alta de la página cuatro de “El Carabobeño”— me inicié en estas lides con un artículo llamado “Las causas del delito”. Desde ese lejano tiempo, no he dejado de escribir semanalmente sino a comienzos del 90, cuando comencé a servir en el Gobierno de Carabobo, y a mediados del 2003, cuando la gravedad y muerte de Eddy, mi querida esposa, no me permitían tener la cabeza despejada para cumplir con lo que ya se había vuelto una obligación mía para con mis lectores.



Aún así, ya son casi mil los escritos. Artículos míos han aparecido —además de este diario, que me alberga desde hace cinco años y medio y del otro diario valenciano que ya mencioné— en “El Nacional”, “El Universal” y “El Diario de Caracas”. Con el progreso de las ciberinformaciones en Internet, ahora también aparezco en portales como www.analítica.com y otros parecidos a los cuales algunos lectores “suben” mis escritos. Y hasta blog tengo, gracias a la invalorable ayuda de esa excelente periodista que es Gabriela Gómez Maya. Se llama “SesquipedaliaHSP”, por si quieren darse una vuelta por él.



Pero ya está bueno de auto-bombo; mejor regreso y utilizo el espacio que queda en comentar una o dos de las tragedias actuales. Eso sí, antes dejo claro que si algún lector me ve esta semana acodado a alguna barra y me manda una cerveza para congratularme, no me pondré bravo.



Mientras Mentira Fresca estaba en la Cuba de sus amores, recibiendo más lecciones en bellaquería y ruindad —como si las necesitara— de su padre putativo, aquí, por instrucciones suyas se cometía una trastada más en el afán rojo de destruir a la Fuerza Armada: se concedió ascensos por carretadas. Como si no fueran pocos los generales y almirantes que ya sobresaturan a la organización (que ya no tiene cargos para ellos), esta semana se promovió a esos grados a más de 160 oficiales. En las comandancias van a tener que habilitar como oficinas hasta los cuarticos donde se guardan las mopas. Y ni se diga de los ascensos a coronel. En el puro Ejército pasan de 130. Será que los van a poner a comandar compañías y escuadrones…



En unas declaraciones que pasaron por debajo de la mesa, la presidenta del Tribunal de la Suprema Injusticia dijo que estaba esperando instrucciones de Elke Tekonté para tomar decisión en un asunto legal. Lo que me vino a la mente fue aquella frase de Quevedo, ese gran maestro de las letras que, sabiendo utilizar muy bien el sarcasmo y la ironía, nos daba con un poco de humor verdades profundas: “Donde no hay justicia es peligroso tener razón, ya que los imbéciles son mayoría”.



Y para llegar donde la puerca torció el rabo, leo que la impía Córdaba deseó que el tipo fuese "omnisciente".¡No mija, si ese es el problema, que él cree que sabe de todo!