lunes, 22 de abril de 2013

En el día del lenguaje

Todos los hispanohablantes celebramos hoy el Día del Idioma.  La decisión oficial de la Unesco de formalizar el día en el que se conmemora el fallecimiento de dos gigantes de las bellas letras, Cervantes y Shakespeare, me da pie para escribir de cosas que me gustan más (etimología, gramática, buen decir) y para abandonar lo que ha sido usual en esta columna por muchas semanas: la crítica pugnaz a los ineficientes y corruptos que ejercen cargos en el régimen actual.  Sin embargo, puede que algo se cuele por aquello de que “la cabra, al monte tira”.

La lengua no es algo estático.  Porque no la hacen los académicos sino los pueblos.  Eso es así desde los tiempos más remotos.  Y por tanto, mal pudieran los doctos, los  puristas o los docentes tratar de “ponerle rejas al campo”.  De allí, que lleguen extranjerismos y neologismos todos los días.  Sobre todo, cuando perennemente estamos recibiendo novedades en lo tecnológico y lo científico  que tienen influencia sobre nuestras vidas diarias.  ¿Cómo haríamos —después de toda una vida poniéndole trampas en la casa— vivir sin tener un “ratón” en el tope del escritorio?  ¿Cómo hacerle saber a los demás lo que pensamos sino por los 140 caracteres de un “tuit”?.  La dinámica es tal, que ya “tuitear” fue aceptado por la RAE  Y “guglear” o “goglear” ya debe venir en camino. Pero, como diría ese semiólogo tan profundo en su saber que hasta puede hablar con los pajaritos: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.”  No porque los pueblos son quienes hacen los idiomas, pudiera él —o cualesquiera de sus copartidarios— tratar de violar voluntariamente ciertas reglas que parecieran natural ordenación a fin de que todos podamos comunicarnos.  Que, en fin de cuentas, es lo importante.

Por ejemplo, “diálogo”, que es algo que él prometió el día que Yendry le quitó el micrófono, implica —desde los remotos tiempos del Siglo de Oro Griego—: dos que hablan.  Para ponerlo en las palabras del mataburros: “Plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas” y “Discusión o trato que busca avenencias”.  No puede concebirse que uno solo diga y el otro escuche —y que es lo que ha abundado en nuestro país durante los pasados quince años.  Eso no es un “diálogo”, es un “diktat”, para ponerlo en palabras que entienden los de la “nomenklatura”.    Es lo que toca, así no les guste —ni quieran—: tienen que buscar entenderse con el medio país (o más) que no acepta que les uniformen el pensamiento.

Otra palabra que no puede ser cambiada al antojo del mandón de turno es “parlamento”, que viene de “parlar”, un sinónimo de “hablar”.  Es el lugar donde se habla, se razona, se discute, se confronta las ideas.  Es insólito que quien ejerza la presidencia de un órgano corporativo niegue la palabra a uno de sus miembros, o la condicione a que este conteste primero a una conminación.  Sobre todo —esto, desde el punto de vista de la sensatez—, si quien solicita el derecho de palabra es alguien que triplica el caudal de votos con el que fue elegido quien pretende truncar ese derecho.  Resulta, según quien ejerce la presidencia de la Asamblea, que la representación del pueblo que tiene uno de los miembros depende de cómo piense.  Para poner un ejemplo de otro lugar: qué tal que el Presidente del Congreso de los Diputados de España, cuando alguien de Izquierda Unida o de Esquerra Republicana de Cataluña solicitara la palabra, les espetara: "¿Reconoce usted a Su Majestad Juan Carlos como el legítimo rey de España?"  Algunos piensan que la grosería del diputado por Monagas se deba a su pasado cuartelero.  Yo difiero.  Por dos razones: primero, porque él pasó muy poco tiempo en las Fuerzas Armadas antes de dedicarse al golpismo, la política y el enriquecimiento; no tuvo tiempo de interiorizar el verdadero talante de la vida militar.  Lo que nos lleva a lo segundo: si hubiese permanecido más tiempo en ella —y no conspirando, sino sirviendo— se hubiese dado cuenta que la función de los subalternos es ayudar, con razonamientos y opiniones fundamentadas, a que su jefe logre mejor los objetivos.  Lo que se llama: “trabajo de Estado Mayor”.  Dada la importancia de la función, un jefe no puede darse el lujo de actuar por antojos, ni con pachotadas o malacrianzas.  Que fue lo que hizo el señor.

El idioma y la democracia de verdad se parecen en mucho: ambos tienen algo que decir, su funcionamiento debe ser ordenado, tienen que tener sustancia, deben ser practicados desde sus rudimentos y hasta llegar a su perfección.  Los verdaderos demócratas, al igual que quienes debemos hablar o escribir, solo llegan a serlo por la ejercitación constante y ajustándose a las reglas… 

Seguirán… ¡Y seguiremos!

Lo que provoca hoy es repetir, como El Chapulín Colorado: “lo sospeché desde un principio”.  Porque en el aparente triunfo del oficialismo —y enfatizo lo de “aparente”— uno tiene que tomar en cuenta la absoluta falta de escrúpulos del candidato del PUS y su gente en la apelación a los más descarados abusos para intentar prevalecer en el poder.  Partiendo desde la inequidad en los tiempos permitidos en los medios —para ellos: horas de cadenas, cuñas y programas escatológicos como el que conduce el drogo hojillero; para el opositor, escasos minutos—; pasando por apelar a personajes tan despreciables como el Maradroga, traído, atendido y pagado munificentemente con fondos oficiales para cantar loas al candidato oficial —otro de los muchos extranjeros traídos por el régimen para intervenir en política interna—; apelar a bandas violentas (sus integrantes dotados con motos y armas que debieran ser solo para uso oficial) que coaccionaron el voto de los opositores; hasta mantener como MinPoPoDef a un imbécil, a una fichita política sin ningún ascendiente en la Fuerza Armada, para desvirtuar a esta de sus altos fines y convertirla en mecanismo de agitprop que sirviese para intentar aterrorizar a quienes nos atrevemos a pensar distinto, y para “caletear” compulsivamente a las mesas a partidarios remisos.  Todo ello, bajo la mirada complaciente y parcializada de la “banda de las cuatro”, que no lograba encontrar falta en nada de lo que hicieron el contendor oficialista y sus conmilitones; bajo la alcahuetería de una funcionaria que confunde sus funciones y cree que es defensora solo de sus copartidarios; bajo las amenazas de una fiscala que emplea su función y a sus subalternos para el hostigamiento de los opositores; y la bendición de unos “magistrados” que fueron quienes originaron la ilegalidad del interregno.  Total, que el presunto triunfo antenoche estaba cantado.

Lo que le espera a Venezuela en el futuro cercano es negro cacho.  Seguirán los mismos ineptos (para la función pero avivatos para sus enriquecimientos) al frente de los ministerios e industrias básicas.  Y, al igual que en el pasado, cuando metan sus respectivas patas, serán rotados a otros ministerios, nunca destituidos.  Porque para el régimen seguirá siendo más importante el carné que los conocimientos y destrezas, y porque no tienen con quién reemplazarlos.  No son sino un pequeño grupo de encantadores de serpiente —de culebreros de fiestas patronales, para ponerlo en el lenguaje popular— que a punta de regalar lo que no es de ellos se mantienen en la manguangua.  Para esto, seguirán quebrando al país, sin entender (ni importarles) que no somos ricos, que hay que incentivar el trabajo productivo y no los cambures; seguirán apelando a la inseguridad jurídica para imponerse a las empresas privadas y hacerlas quebrar, favoreciendo así la creación de empleo en otros países, no aquí.  Y, como eso no será suficiente para seguir con la regaladera a nuestros compatriotas que necesitan sobrevivir a como dé lugar —así sea vendiéndose por un pollo de Mercal—, seguirán pidiéndole prestado a potencias “amigas”, que les concederán créditos con intereses usureros y condiciones que hacen declinar la poca soberanía que nos queda después que ellos nos regalaron a Cuba.

No tengo dudas de que la solicitud de Capriles para que se digan los verdaderos resultados de los escrutinios caerá en los oídos sordos de la “banda de las cuatro”.  Entonces, Nicolás será presidente sin siquiera haber resultado ganador.  Y él y ellos seguirán con el desconocimiento y las faltas de respeto en contra de la otra media Venezuela. Seguirán sin entender que los resultados del domingo no los autorizan para radicalismos insensatos, sin valorar a la oposición como una fuerza que no puede ser despreciada.  Seguirán, pues, cabeza gacha, con todo lo que la gerontocracia cubana les ordene.  Órdenes que no son para que Venezuela progrese sino para que la isla no termine de morirse de hambre. 

Al tiempo que esto sucede, nosotros seguiremos empobreciéndonos, viendo como otros países de la región avanzan hacia el desarrollo usando las armas de verdaderas democracias; seguiremos mirando cómo el populismo seguirá creciendo, pero de manera más ramplona; seguiremos observando cómo organismos e instituciones se deterioran hasta reducirnos a lo más oscuro del siglo XIX. 

Seguiremos presenciando cómo el bendecido por Tiby habla por los dos lados de la boca.  Antenoche llamó al cese del odio, y pidió a la oposición que “sepan administrar el resultado que han obtenido. Con humildad, sin prepotencia y sin retar a Venezuela, sin llamar a la violencia” —cosa que nosotros le recomendamos a él.  Pero, al mismo tiempo, seguía vomitando infundios en contra de quienes sabemos que él no tiene el equipaje mental, ni el equipo humano, para sacar a Venezuela de la crisis en la que la irresponsabilidad de ellos la han zampado durante estos catorce años.

Por eso, también, seguiremos diciendo nuestras verdades, así vayan a contrapelo con la realidad panglosiana que nos intentan pintar…