martes, 1 de noviembre de 2011

Ganar el futuro del país

Manuel Barreto, en su más reciente escrito, citó a Churchill: "Un político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones". Esa gran verdad me ha estado preocupando desde hace bastante tiempo; porque los precandidatos lo que han hecho hasta ahora es imitar a Elke Tekonté en eso de ofrecer el cielo en la tierra, sin pararse a meditar qué es lo que conviene al país. Puesto en dos platos, al igual que el  tipo aquel, se preocupan más en ganar elecciones que en ganar el futuro de la nación. Los precandidatos —a quienes reconozco patriotismo, capacidades y buena voluntad— tienen que contemplar que la ruina que ha originado esta dizque revolución es de tal tamaño que pone en grave riesgo el desarrollo del país y el futuro de las próximas generaciones. Y partir de allí.

Por la mezquina visión del detentador (uso bien el sustantivo) del gobierno, por privilegiar su interés personal, por su desmedido afán de poder, es que los venezolanos —inclusive los que no han nacido todavía— les debemos a cada santo una vela. Al régimen actual y a su hegemón no les interesa lo que quedará de país cuando ¡al fin! salgamos de ellos. Lo de ellos es medrar y sobrevivir lo más que sea posible. Es tratar de seguir subiendo por el mástil del barco que se hunde, mientras que halan la caja fuerte que sacaron del camarote del capitán. Lo que intentan es ver si logran mantenerse por encima del agua, y con plata, de la manera que sea, la mayor parte del tiempo. Un barco al que ellos mismos le abrieron los boquetes por debajo de la línea de flotación.

La muestra más reciente de ese horadar el casco de la nave está en la medida tomada este domingo de expropiar —previo los desplantes y las descalificaciones usuales— a lo que se conoce desde hace más de un siglo como “La Compañía Inglesa”. No les ha importado el desastroso estado en el que hoy se encuentran los hatos que ya esa empresa les había entregado previa torcida de brazo, como es costumbre de la robolución. Y que recibieron en plena producción, con ganado, con instalaciones eficientes. Hoy son eriales en los que unos cuantos avivatos rojos, después de desaparecer las cabezas de ganado (unas en gandolas, otras en parrilladas), se echan palos con las queridas en las piscinas de los fundos. Ya veremos; las más de 130 mil reses que hoy confiscan se esfumarán. Los padrotes irán a las “tierritas en el interior” que tienen algunos personeros rojos, los vientres serán convertidos en carnes en vara para los muertos-de-hambre que aprovechan esos desórdenes, y solo uno que otro maute irá a colgar de un gancho en un local insalubre de Pudreval.

Una de las tareas que debe enfrentar el precandidato que triunfe en las primarias —y que, lo doy por descontado, será el presidente de un período de transición— es el desmontaje de este aparataje oficial absurdo. Pareciera que el régimen entendió mal la seña. Lo que la receta recomienda es: “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. Porque es que mientras mayor sea la presencia del todopoderoso Estado, menor será el disfrute de los derechos que tendremos los individuos para el ejercicio de la vida. La receta, ellos la han transformado en “tantas dependencias e instancias estatales y paraestatales como sea posible, solo tanto mercado como no hayamos podido cogernos después de las confiscaciones”. Es ridículo, por decir lo menos, que en Venezuela haya más ministros que en —para mencionar dos gobiernos exitosos— Colombia y Chile. También es una vergüenza que el Tribunal de la Suprema Injusticia de por aquí tenga más miembros (no quiero llamarlos “magistrados”) que la sumatoria de los de Brasil y México; países que sumados, nos decuplican en población. Pero enmendar eso no será tarea presidencial sino legislativa. O constituyente, si a ver vamos.

De promesas ya tenemos trece años. Lo que debe ofrecerse es un proyecto político que, además de posible, revierta la perversidad esa de que los ciudadanos estamos para servir al gobierno. ¡Por Dios, es al revés! Fuimos las personas quienes creamos al Estado, y solo para que este fuese nuestro vehículo de solución de problemas. Pero aquí se ufana en ser el creador de ellos…

Otrosí
Estamos claros en que a Esteban la cultura no le sobra; pero eso de que no sepa conjugar un verbo es el colmo. Sobre todo uno que ha estado escuchando desde que ingresó en la academia para minar la institucionalidad: “alinear”. En su más reciente intento de lavarle el cerebro a los cadetes los dijo: “Alíniense” ¡Horrible! Pudo, ya que le gusta tanto dar voces de mando, ordenar: “¡Aline… AR! Si no, debió haber usado el imperativo “alinéense”