martes, 15 de febrero de 2011

Más sobre los reemplazos en la Fuerza Armada

Hace dos semanas critiqué en este espacio el afán del régimen de igualar por debajo. Señalé que de este no se salvaba la Fuerza Armada y que, en ella, su más reciente expresión era ese intento de convertir a individuos de tropa en oficiales en escasos meses por medio de un “curso express”. Lo que resultará en un fraude a esas personas y a la república, igualito que lo que sucede con los profesionales madurados con carburo que saca la “Misión Sucre”. Pero claro, el régimen quiere hacer buenas aquellas vallas en las cuales una fámula expresaba algo como: “Hoy cachifa, mañana neurocirujana”.

Me temo que en esa ocasión no me expliqué bien porque varias personas pertenecientes a la tropa me reclamaron. Uno me manifestó que concordaba con mis opiniones “exceptuando una parte donde muy educadamente quiere despotricar a la tropa profesional. Le voy a recordar que (…) los primeros oficiales que se formaron de la Guardia Nacional (…) fueron tropas, (…) sus raíces vienen de la tropa. (…) Hoy en día, existen muchos guardias que son profesionales universitarios.” Le escribí dando explicaciones. En su respuesta me autorizó para usar sus palabras pero en condición de anonimato. Y me pedía que hiciera notar en mi artículo, “que la tropa profesional también tiene meritos y gallardía (…) siempre ha actuado y contribuido (…) en el desarrollo y la historia del país  (…) a cambio de nada, solamente de la satisfacción del deber cumplido...” Cosa que no tengo empacho en ratificar.

La seriedad del reclamo que me hacen, me obliga a hacer algunas precisiones. Es cierto que algunos oficiales de los comienzos de la Guardia Nacional provinieron de la tropa. Pero, de hecho, lo contrario era la regla: en la primera promoción de la Guardia Nacional —a pesar de de no haber diferencias en las materias cursadas ni en el tiempo de escolaridad—, a sólo los doce primeros del cuadro de méritos se les ascendió a subtenientes; el resto, por razones de escalonamiento organizacional, recibió diversas jerarquías de tropa, siempre de acuerdo al orden de mérito. Unos y otros lo hicieron tan bien que fueron la columna sobre la cual se irguió la GN. Posteriormente, debido a las purgas que sufrieron las Fuerzas Armadas en 1945 y 1948, el Estado debió apelar a otras fuentes de reemplazos de manera acelerada. Se dictaron cursos y, en la GN, 32 fueron promovidos de esa manera. También se ascendió a 24 directamente, sin curso alguno. O sea, que no fueron muchos los elevados desde la tropa. No dejo de reconocer que entre esos 56 oficiales hubo algunos excepcionalmente buenos y capaces. Tuve el honor de servir con personas como Lucio Cárdenas, y Rovero Zambrano, que fueron tan buenos que llegaron a los más altos grados, y el primero hasta comandante general fue. Pero el grueso del grupo no tenía muchas capacidades. Unos no eran muy instruidos que digamos, lo que incidía sobre sus ejecutorias en los cargos, pero eran unos caballeros en toda la extensión de la palabra. Pero el grueso no daba brillo a la institución (aunque algunos llegaron a oficiales superiores). Una anécdota merece ser contada para ilustrar. Alguien, a quien conocíamos con el apodo de Cuchepe, parado delante de la formación, para imponerse, amenazaba que él era “inflexible con las faltas de disciplina, ¡y con las de indisciplina también!”

La república debió apelar a esos ascensos de personas no muy bien formadas porque era otra Venezuela, una más rural, donde no había muchas posibilidades didácticas. Pero, hoy, cuando la educación es más diversa, no creo que haya sido conveniente que se ascendiera a los suboficiales a oficiales “técnicos” sin un exhaustivo análisis de sus méritos académicos. Algunos de ellos adquirieron conocimientos durante sus carreras, y hasta diplomas universitarios lograron. Pero son los menos. Si se necesitaba llenar las plazas vacantes dejadas por quienes, desilusionados, pidieron la baja, se hubiera podido llamar a profesionales universitarios graduados en las diferentes carreras y darles un curso de formación de oficiales (que no debiera ser de menos de dos años).

Ni los oficiales “técnicos” ni los oficiales “express” servirán para apuntalar la capacidad y la eficiencia de una Fuerza Armada ya está bastante resquebrajada por la partidización de sus mandos, la creación de una “milicia” que no pertenece a ella, las modificaciones interanuales de la ley que la rige, los ridículos niveles de sueldo y la muy escasa protección social que tienen sus oficiales, las tareas menestrales ajenas a la defensa que deben cumplir, y la presencia de extranjeros mangoneando en la planificación y las operaciones. Para colmo, ahora parece que van a aumentarles las dosis de lavado de cerebro: en una nota de prensa se informa que los altos mandos viajarán a las guarniciones para explicar lo chévere que es ser socialista…

lunes, 14 de febrero de 2011

Errores en la cúpula judicial

Una alerta antes de comenzar: el título puede resultar engañoso. Porque no voy a referirme a esas monstruosidades que en forma de sentencias produce regularmente el Tribunal de la Suprema Injusticia. No es de la convalidación obsecuente que sus magistrados hacen de las órdenes de Boves II que voy a escribir. O sea, no es de los casos de Simonovis, Afiuni, Pilieri y otros parecidos que voy a teclear. Esos fallos, habiendo sido producidos voluntariamente (provoca escribir “incurridos”), no pueden catalogarse de errores en derecho ya que estos para perfeccionarse  requieren de equivocaciones de buena fe que anulen el consentimiento y, por tanto, invaliden el acto jurídico. Pero los togados que firman decisiones mientras gritan “¡Uh, ah!” saben muy bien lo que están haciendo. De lo que voy a escribir es de los errores prosódicos de esa alta instancia.

Por la TV vi la reseña del acto de inicio del Año Judicial. La quijada se me cayó cuando escuché a  la presidenta del TSI —ese dechado que, que, sólo buscando que Elke Tekonté la ratifique en su cargo, ordena a los jueces, por escrito, no hacer cumplir una ley específica aunque ya haya sentencia firme— cuando dijo que el pueblo “detenta” el poder. Me dije: “Si esta señora no sabe que ‘detentar’ es ‘retener y ejercer ilegítimamente’ ¡qué quedará para los demás togados!” Me metí en el portal de ese dizque poder para ver si era que había oído mal.  Pero no; resulta que la señora dijo que ellos estaban centrados “en equilibrar el Poder del Estado con el legítimo poder soberano detentado por el pueblo”. ¡Dios!

Ya que estaba metido en esa página, seguí leyendo las “Palabras de Apertura”, como las llama un redactor de reseñas, con esa mayusculotas que no caben, que más adelante eleva a José Temiente a ¡doctor! ¿Cuándo se graduó de algo ese sepulcro blanqueado? Reto al reportero a que me muestre un diploma que me contradiga. Rangel es un enano ético tan poco ilustrado como su jefe. Pero al igual que él, es un osado que confirma el dicho aquel de que “la ignorancia es atrevida”. Cosa que le ha servido: tiene rial por bojotes; y hasta vicepresidente fue…

Quien escribió el reportaje más adelante explica que: en el acto estuvieron presentes 1.275 jueces, “lo cual es un hecho inédito en esta actividad”. La frase merece dos comentarios. Uno, es que ahora descubrimos que no sólo a los pata-en-el-suelo los carretean en autobuses, a los jueces también. El otro se refiere a esa manía de usar “inédito” cuando lo que se quiere decir es “insólito”, “inaudito”, “poco común”. “Inédito” es sólo lo que no ha sido publicado.

Retomo el tema luego de las digresiones. Más adelante, la señora expresó que “no se han escatimado esfuerzos para dar respuesta a los justiciables”. En una decena de palabras, dos errores. Primero está ese “han” que parte de la creencia que “esfuerzos” es el sujeto de esa oración cuando es parte del predicado. Si el sujeto está indefinido, debiera ser “ha” porque en esos casos se debe usar la tercera persona del singular. Y luego está ese “justiciables” que pareciera referirse a unas personas que son parte en un juicio. ¡Pues no! Esa palabra está limitada a los hechos, que pueden ser objeto de juicio; no las personas que son parte de él. Para estas últimas, la palabra sería “enjuiciable”.

Posteriormente, misia presi explicó  que se ha “hecho énfasis para formar al juez nuevo”. Con el mero “énfasis” sobre esos señores no se logra nada. Quizás lo que intentó decir fue que “se ha hecho un esfuerzo”, o algo parecido. Pero el “énfasis” no pasa de ser una afectación en el habla. Busquen para que vean. Sus sinónimos pudieran ser: “sonoridad”, “prosopopeya” y hasta “pomposidad”.   En una pieza oratoria durante un acto que según el reportero era “Solemne” (tanto, que lo pone en mayúscula) no cabe.

Pero, quizás es que le estoy pidiendo peras al olmo. Esa misma gente poco ilustrada es la que habla de “violencia de género” cuando analiza casos en los que un marido bestial la emprende a palos contra su mujer. Digámoslo de una vez: la única violencia contra géneros que conozco es la que se hace cuando alguien rasga una tela. Y eso no merece que se saque una ley especial. Lo que pasa es que, ignaros que son, creen que “género” y “sexo” son sinónimos. Lo que nosotros tenemos y gozamos (gracias en mucho al doctor Pfizer) es “'sexo”. “Género”, aparte de ser sinónimo de “tela”, tiene una acepción que puede ser la que genera el error: es la significa “clase a la que pertenecen los sustantivos, pronombres y algunos adjetivos. Y son tres: masculino, femenino y epiceno. “Sexo” es lo que la magistrada deseara , pero con esa feúra…

Promoción Golilla

El Nacional de este domingo trajo una información que, para mí, es una de las más graves denuncias que se le haya hecho al régimen en razón de ese afán, esa necesidad, que tienen de acabar con la institucionalidad que todavía queda en el estamento militar de la república. En su reportaje, Hernán Lugo-Galicia explica que mediante un “curso express” y “un programa especial de formación, vía rápida” se graduará como “oficiales de mando” a un grupo de 400 sargentos. Más adelante, nos explica que en piches cuatro meses los “alumnos” ya estarán graduados. Por aquello de “piensa mal y acertarás”, lo primero que viene a la mente de cualquier lector irreverente es: “Si para pertenecer a la milicia como simple soldado exigen el carné del PUS, ¿qué le irán a pedir a estos que van para oficiales?” Y uno se responde: “Sumisión absoluta a Boves II”.

En el pasado, las Fuerzas Armadas de Venezuela recurrieron a la obtención de oficiales mediante cursos excepcionales dictados a individuos de tropa. Como regla general, los resultados no fueron tan buenos como se deseaba. Eran oficiales “madurados con carburo”, para usar como símil el proceso utilizado por agricultores inescrupulosos que, sin importarles la salubridad del producto que ponen en el mercado, maduran a juro sus frutos saturándolos de químicos no del todo inocuos. Los oficiales de esas promociones fueron objeto permanente de chascarrillos por su falta de conocimientos y de aptitudes. En los años sesenta se decía que en el Ejército había oficiales clases “A”, “B”, y “C”. “A” eran los que provenían de la “A”cademia en cuatro años; “B”, los que salían del “B”atallón de Formación de Oficiales de Reserva en dos; y “C” los egresados del “C”urso Especial de Formación de Oficiales, menos de un año. Estos últimos resultaron tan mediocres que sólo hubo un curso antes de cerrar ese experimento. Uno no deja de preguntarse cómo será la proficiencia de los que van a sacar con cuatro meses. Pero eso no le preocupa al régimen; para ellos lo esencial es que sean “leales al proceso y ciegos obedientes al comandante”.

Este —en vez de tratar de averiguar por qué piden la baja los oficiales y de buscar maneras para retenerlos en la Institución— pareciera que se rige por son montuno de Roberto Roena: “El que se fue no hace falta, hace falta el que vendrá”. Y para eso, ya no le basta con haber introducido (contrariando la Constitución) el partidismo en las filas; ni con crear (contrariando la Constitución, otra vez) una guardia de corps, con gente de su partido, que a él sólo le debe obediencia; ni con minar la eficiencia y la disciplina de los componentes al ascender a grados de jefe a gente que no se había superado académicamente y no sabía mucho más de amarrar fardos en la barriga de un avión, entonar el motor de un tanque, poner ampolletas, o decir si mañana va a llover. No, él necesitaba que la Fuerza Armada bajara otro escalón más en su capacidad, en los conocimientos que tuviesen sus miembros. Porque mientras menos ilustrada sea, habría menos críticas a los desmanes de él, menos líderes reconocidos aparecerían en su seno, y más dúctil al adoctrinamiento político sería el personal.

El primer paso que dio en ese sentido fue rebajar el ciclo de formación de oficiales de cinco años a cuatro, sin preguntarle a nadie. Porque para eso él es el único que sabe qué es lo que le conviene a la nación. ¡Tanto que nos costó  que el CNU le reconociera nivel universitario a los institutos militares! Porque oficiales cultos era lo que requería un país que vivía en paz y parecía destinado a ser el primero de los suramericanos en salir del subdesarrollo. Todo lo contrario de lo que es ahora: un país enguerrillado y que retrograda hacia lo más oscuro de finales del siglo XIX.

A raíz de las purgas que hubo en el Ejército en 1945, después del derrocamiento de Medina, se hizo necesario crear oficiales mediante cursos especiales en la Escuela de Clases y la graduación antes de tiempo de los cadetes que estaban en la Escuela Militar. Estos fueron reconocidos —sin importar los pomposos nombres que se les dio a sus cohortes— como promociones “Golilla”. Para quienes no conocen qué significa ese término, clarifico que es un venezolanismo (casi arcaísmo) para designar algo valioso, apreciable, que se adquiere sin mucho esfuerzo.

Eso será lo que logren los “graduados” de esos “cursos express”: rangos, preeminencias y, sueldos sin haberse exprimido el seso, sin haber adquirido conocimientos, vivencias ni experiencia. Vale decir: algo así como los ingenieros y abogados ¡y hasta dizque médicos! que son graduados en tres años. O sea, en mala hora llegó la “Misión Sucre” a la Fuerza Armada…



Dos Comentarios sueltos

Invasiones y huecos
De primerito, quiero presentar a mis lectores —especialmente a quienes me reclamaron con llamadas y mensajes— mis más sentidas excusas por no haber aparecido la semana pasada. Resulta que el sábado me llamaron para informarme que una gentará, azuzada por el lenguaje agresivo de Boves II, había invadido una parcela que es de mi propiedad. Siendo que es la única propiedad raíz que poseo y que, por tanto, necesito conservarla, tuve que trasladarme a Barlovento, donde está situada, para solicitar apoyo a la autoridad. Cosa que no ha resultado muy eficaz porque mi parcela, y las de otros doce propietarios sigue ocupada por unos invasores ilegales. Todo el fin de semana se me fue en eso. Y el lunes, cuando debía regresar a Valencia para escribir, no podía salir de Higuerote porque los lugareños habían cerrado los accesos a la ciudad para protestar. Logré salir como a la una, cuando ya mi escrito debía haber llegado al diario. Y, para colmo, por un derrumbe en la autopista de Oriente, el tránsito fue desviado para que tomásemos aquello que la vieja canción denomina el “caminito de Guarenas” pero que se ha degradado hasta “caminucho”. Atravesar unos piche cuatro kilómetros que quizás tenga de ancho esa ciudad me tomó tres horas y media porque aquello era una merienda de “afro-descendientes” (para ser políticamente correcto) donde la incivilidad de los conductores se ponía de manifiesto cada segundo.

La ineptitud y la avilantez del régimen se las encuentra uno a cada paso pero en esas 72 horas se pusieron de manifiesto para mí como si fuese un muestrario. Por un lado, dejan desnuda la intención roja de acabar con la propiedad privada. Hecho que corroboró Estaban Dolero al promulgar este fin de semana pasado el documento por el cual se despoja a los propietarios de los frutos de sus esfuerzos, ahorros y previsión. Tal será la mala intención del régimen que no se había secado la tinta roja en eso que dizque es una ley cuando a las horas —de madrugada y simultáneamente— estaban ocupando predios, apartamentos y galpones ajenos por toda Venezuela. Por el otro, los cráteres en todas las carreteras de Barlovento, que semejan una escena lunar, demuestran lo insensato de poner a depender toda la vialidad del país de las manos de un burócrata que arrellana sus amplias posaderas detrás de un lujoso escritorio en un rascacielos caraqueño. Desde allí acredita que es inepto hasta la cacha, como la mayoría de los actuales funcionarios nacionales — porque no se les exige experticia para los cargos, sino fidelidad perruna al líder. Rodar por esa zona es como ir por el lecho de un río. Y no exagero al decir esto. Pongo de testigo a miles y miles de conductores que han tenido que reemplazar neumáticos, rines, muñones, tubos de escape y amortiguadores, y a cientos de personas que han sufrido lesiones, como resultado de esa mezcla de ineptitud e incuria que tanto mal le está causando a Venezuela. 

Avisos en Margarita
Recientemente estuve en Laisla y pude regodearme en algunos cartelones publicitarios. No me refiero a los consabidos “Se bende. Infolmasion aqui”, con sus faltas de ortografía y acentuación —que los vi, lo juro— sino a los que por sus contenidos son chuscos y merecen un comentario. Como uno que identificaba  la “Arepera Cristo Viene”. Con lo que uno queda en la duda de si es sólo la mera enunciación de la segunda venida que nos promete nuestra fe o es que Nuestro Señor es cliente asiduo del local. En Juan Griego hay una tienda que se llama “El Tiburón de la Isla”. ¿Quién se atreverá a entrar ahí, sabiendo que el dueño es ventajista y despiadado? Porque de eso es que es sinónimo ese término. O, para ponerlo en la tercera acepción del mataburros: “Persona ambiciosa que a menudo actúa sin escrúpulos y solapadamente”. Con lo cual uno llega a entender que el prefijo de llamada que usaba Elke Tekonté cuando llamó a la activación del “Plan Ávila” estaba bien escogido.

En el área de la restauración, la cosa es para coger palco. Hay un comedero (no quiero llamarlo restaurante) que se llama “El Caníbal”. ¡Por amor de Dios! Otro se llama “El Establo de Poncho”. Lo que lleva al subconsciente de uno a formularse una pregunta: “¿Quiénes comen en los establos?” Al autorresponderse: “los animales”, uno tiende a seguir de largo.

Pero el que —en una clara explicación de por qué las cosas están en Venezuela como están— sí le saca lágrimas a uno es el que proclama desvergonzadamente, como si fuera motivo de orgullo: “Millones de voces, una sola voz”. Esa admisión borreguil de que, aunque de labios (de bemba) para afuera se dice que esto dizque es una “democracia participativa”, lo que confirma es que estamos en una autocracia participadora…