lunes, 14 de febrero de 2011

Promoción Golilla

El Nacional de este domingo trajo una información que, para mí, es una de las más graves denuncias que se le haya hecho al régimen en razón de ese afán, esa necesidad, que tienen de acabar con la institucionalidad que todavía queda en el estamento militar de la república. En su reportaje, Hernán Lugo-Galicia explica que mediante un “curso express” y “un programa especial de formación, vía rápida” se graduará como “oficiales de mando” a un grupo de 400 sargentos. Más adelante, nos explica que en piches cuatro meses los “alumnos” ya estarán graduados. Por aquello de “piensa mal y acertarás”, lo primero que viene a la mente de cualquier lector irreverente es: “Si para pertenecer a la milicia como simple soldado exigen el carné del PUS, ¿qué le irán a pedir a estos que van para oficiales?” Y uno se responde: “Sumisión absoluta a Boves II”.

En el pasado, las Fuerzas Armadas de Venezuela recurrieron a la obtención de oficiales mediante cursos excepcionales dictados a individuos de tropa. Como regla general, los resultados no fueron tan buenos como se deseaba. Eran oficiales “madurados con carburo”, para usar como símil el proceso utilizado por agricultores inescrupulosos que, sin importarles la salubridad del producto que ponen en el mercado, maduran a juro sus frutos saturándolos de químicos no del todo inocuos. Los oficiales de esas promociones fueron objeto permanente de chascarrillos por su falta de conocimientos y de aptitudes. En los años sesenta se decía que en el Ejército había oficiales clases “A”, “B”, y “C”. “A” eran los que provenían de la “A”cademia en cuatro años; “B”, los que salían del “B”atallón de Formación de Oficiales de Reserva en dos; y “C” los egresados del “C”urso Especial de Formación de Oficiales, menos de un año. Estos últimos resultaron tan mediocres que sólo hubo un curso antes de cerrar ese experimento. Uno no deja de preguntarse cómo será la proficiencia de los que van a sacar con cuatro meses. Pero eso no le preocupa al régimen; para ellos lo esencial es que sean “leales al proceso y ciegos obedientes al comandante”.

Este —en vez de tratar de averiguar por qué piden la baja los oficiales y de buscar maneras para retenerlos en la Institución— pareciera que se rige por son montuno de Roberto Roena: “El que se fue no hace falta, hace falta el que vendrá”. Y para eso, ya no le basta con haber introducido (contrariando la Constitución) el partidismo en las filas; ni con crear (contrariando la Constitución, otra vez) una guardia de corps, con gente de su partido, que a él sólo le debe obediencia; ni con minar la eficiencia y la disciplina de los componentes al ascender a grados de jefe a gente que no se había superado académicamente y no sabía mucho más de amarrar fardos en la barriga de un avión, entonar el motor de un tanque, poner ampolletas, o decir si mañana va a llover. No, él necesitaba que la Fuerza Armada bajara otro escalón más en su capacidad, en los conocimientos que tuviesen sus miembros. Porque mientras menos ilustrada sea, habría menos críticas a los desmanes de él, menos líderes reconocidos aparecerían en su seno, y más dúctil al adoctrinamiento político sería el personal.

El primer paso que dio en ese sentido fue rebajar el ciclo de formación de oficiales de cinco años a cuatro, sin preguntarle a nadie. Porque para eso él es el único que sabe qué es lo que le conviene a la nación. ¡Tanto que nos costó  que el CNU le reconociera nivel universitario a los institutos militares! Porque oficiales cultos era lo que requería un país que vivía en paz y parecía destinado a ser el primero de los suramericanos en salir del subdesarrollo. Todo lo contrario de lo que es ahora: un país enguerrillado y que retrograda hacia lo más oscuro de finales del siglo XIX.

A raíz de las purgas que hubo en el Ejército en 1945, después del derrocamiento de Medina, se hizo necesario crear oficiales mediante cursos especiales en la Escuela de Clases y la graduación antes de tiempo de los cadetes que estaban en la Escuela Militar. Estos fueron reconocidos —sin importar los pomposos nombres que se les dio a sus cohortes— como promociones “Golilla”. Para quienes no conocen qué significa ese término, clarifico que es un venezolanismo (casi arcaísmo) para designar algo valioso, apreciable, que se adquiere sin mucho esfuerzo.

Eso será lo que logren los “graduados” de esos “cursos express”: rangos, preeminencias y, sueldos sin haberse exprimido el seso, sin haber adquirido conocimientos, vivencias ni experiencia. Vale decir: algo así como los ingenieros y abogados ¡y hasta dizque médicos! que son graduados en tres años. O sea, en mala hora llegó la “Misión Sucre” a la Fuerza Armada…



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