Admiro a Yoani
Sánchez, la bloguera cubana, tanto por el valor con el que denuncia las
tropelías, escaseces y abusos del régimen cubano en contra de sus
connacionales, como por la elegancia sencilla de su estilo literario. Por eso, trato de leer todo lo que ella
publica. Ahora, valientemente y por
conferencias en varios países, ha reiterado sus denuncias sabiendo que, cuando
retorne a la isla, los sayones la atormentarán y tratarán de que pague su
osadía —los jerarcas cubanos ya decidieron que es afrenta al país— con cárcel o
con atentados contra su integridad. Quiero
compartir con mis lectores algo que ella narró el pasado 27 en “El País” de
España, y que me estremeciera fuertemente.
En “Cuba: el mito”,
Yoani relata que, estando en La Haya, varios activistas por los derechos
humanos comentaban acerca de sus respectivas realidades. Un periodista
mexicano explicó el riesgo de ejercer su profesión en un país donde te pueden
matar por lo que escribas; un saharaui narró cómo es vivir en ese erial; un norcoreano
contó cómo escapó de un campo de prisioneros y huyó de ese país. Cuando le tocó a ella, habló de “los actos de
repudio, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos de la reputación y de
una nación en balsa que cruza el estrecho de La Florida (…) de las familias
divididas, de la intolerancia, de un país donde el poder se hereda por vía
sanguínea y nuestros hijos centran sus sueños en escapar”. Entonces sucedió lo habitual: los ciegos
selectivos comenzaron: “pero ustedes no pueden quejarse, tienen la mejor
educación del continente” (…) “bueno no tienen libertad, pero salud pública no
les falta” y otros estereotipos impresos en la mente de los acríticos por la agitprop comunista. “… el mito se ha impuesto. Un mito alimentado por cinco décadas de
distorsión de nuestra historia nacional. Un mito que ya no apela a la razón,
sino a la creencia ciega; que no acepta críticos, solo adeptos. Un mito que
hace imposible que tantos nos entiendan, que se sintonicen con nuestros
problemas. Un mito que ha logrado que a
muchos les parezca bien para nuestra nación lo que nunca aceptarían para la
suya” (…) Pierde sentido explicarles mi
Isla. Para qué, si todo el mundo parece
saberlo todo de nosotros, incluso sin nunca haber vivido en Cuba. Me estremezco de nuevo al escuchar la cruda
vida de esos activistas, me coloco en su lugar otra vez. ¿Y quién se pone en el nuestro? ¿Quién deshace
este mito en el que estamos atrapados?”
Querida Yoani: los venezolanos —sin
haber todavía llegado a los extremos de vesania forzados allá desde hace más de
medio siglo por la hoy gerontocracia cubana— te entendemos. Porque aquí, hace catorce años, unos malos
imitadores de los tiranos de Cuba intentan conculcarnos todo lo que fuimos
avanzando en democracia a lo largo del siglo XX. Ya tenemos gente en prisión por el solo hecho
de pensar diferente a como desea el régimen; ya muchos venezolanos tuvieron que
imitar a los cubanos que emigraron en búsqueda de sitios donde se pueda vivir,
trabajar y hablar libremente; ya los grupos de choque oficialistas causan
heridas y lesiones a los que “cometen el pecado” de manifestarse contra las
tropelías del régimen; lo que fue una Fuerza Armada respetuosa de la
institucionalidad ahora ha devenido en
brazo armado del partido oficialista; sus capitostes —afanosos en búsqueda de
riquezas inmorales— no pasan de ser áulicos de quienes tienen las riendas del
Ejecutivo; desde el mismo día de su promulgación, los altos funcionarios pisotean
la Constitución para hacer lo que les da la gana mientras que de labios para
afuera hablan bellezas de ella; ya hasta tenemos remedos de los CDGs cubanos
para “sapear” en los barrios a quienes se aparten de los lineamientos oficiales.
Al igual que ustedes, en el exterior
—sin preocuparse de buscar la verdad-verdadera, solo escuchando lo que dicen
los socialistas de salón mientras paladean sendos absinthes en un café
parisino— creen que los venezolanos estamos en el mejor de los mundos; negándose
a admitir que estamos a las puertas de una tiranía. Si no dejamos el letargo. Lo peor es que muchos paisanos al igual que
los de la izquierda caviar de otras latitudes no quieren entender que no nos
merecemos ser meros vasallos de unos señores que disponen de nuestras vidas y
haciendas como les da la gana.
No hemos llegado a los extremos que tú
tan poéticamente describiste en las Naciones Unidas cuando por las influencias
del embajador cubano tuviste que dar tu rueda de prensa desde un diminuto
cubículo: “Aun si estuviésemos haciendo esta reunión en el fondo del pozo de un
ascensor, tendríamos más libertad que en Cuba”.
Ni llegaremos: todavía nuestros votos cuentan. Por eso, en dos semanas estaremos luchando
por reconquistar la democracia que perdimos.
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