miércoles, 10 de abril de 2013

Ceguera selectiva


Admiro a Yoani Sánchez, la bloguera cubana, tanto por el valor con el que denuncia las tropelías, escaseces y abusos del régimen cubano en contra de sus connacionales, como por la elegancia sencilla de su estilo literario.  Por eso, trato de leer todo lo que ella publica.  Ahora, valientemente y por conferencias en varios países, ha reiterado sus denuncias sabiendo que, cuando retorne a la isla, los sayones la atormentarán y tratarán de que pague su osadía —los jerarcas cubanos ya decidieron que es afrenta al país— con cárcel o con atentados contra su integridad.  Quiero compartir con mis lectores algo que ella narró el pasado 27 en “El País” de España, y que me estremeciera fuertemente.

En “Cuba: el mito”, Yoani relata que, estando en La Haya, varios activistas por los derechos humanos comentaban acerca de sus respectivas realidades.  Un periodista mexicano explicó el riesgo de ejercer su profesión en un país donde te pueden matar por lo que escribas; un saharaui narró cómo es vivir en ese erial; un norcoreano contó cómo escapó de un campo de prisioneros y huyó de ese país.  Cuando le tocó a ella, habló de “los actos de repudio, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos de la reputación y de una nación en balsa que cruza el estrecho de La Florida (…) de las familias divididas, de la intolerancia, de un país donde el poder se hereda por vía sanguínea y nuestros hijos centran sus sueños en escapar”.  Entonces sucedió lo habitual: los ciegos selectivos comenzaron: “pero ustedes no pueden quejarse, tienen la mejor educación del continente” (…) “bueno no tienen libertad, pero salud pública no les falta” y otros estereotipos impresos en la mente de los acríticos por la agitprop comunista.  “… el mito se ha impuesto.  Un mito alimentado por cinco décadas de distorsión de nuestra historia nacional. Un mito que ya no apela a la razón, sino a la creencia ciega; que no acepta críticos, solo adeptos. Un mito que hace imposible que tantos nos entiendan, que se sintonicen con nuestros problemas.  Un mito que ha logrado que a muchos les parezca bien para nuestra nación lo que nunca aceptarían para la suya” (…)  Pierde sentido explicarles mi Isla.  Para qué, si todo el mundo parece saberlo todo de nosotros, incluso sin nunca haber vivido en Cuba.  Me estremezco de nuevo al escuchar la cruda vida de esos activistas, me coloco en su lugar otra vez.  ¿Y quién se pone en el nuestro?  ¿Quién deshace este mito en el que estamos atrapados?”

Querida Yoani: los venezolanos —sin haber todavía llegado a los extremos de vesania forzados allá desde hace más de medio siglo por la hoy gerontocracia cubana— te entendemos.  Porque aquí, hace catorce años, unos malos imitadores de los tiranos de Cuba intentan conculcarnos todo lo que fuimos avanzando en democracia a lo largo del siglo XX.  Ya tenemos gente en prisión por el solo hecho de pensar diferente a como desea el régimen; ya muchos venezolanos tuvieron que imitar a los cubanos que emigraron en búsqueda de sitios donde se pueda vivir, trabajar y hablar libremente; ya los grupos de choque oficialistas causan heridas y lesiones a los que “cometen el pecado” de manifestarse contra las tropelías del régimen; lo que fue una Fuerza Armada respetuosa de la institucionalidad  ahora ha devenido en brazo armado del partido oficialista; sus capitostes —afanosos en búsqueda de riquezas inmorales— no pasan de ser áulicos de quienes tienen las riendas del Ejecutivo; desde el mismo día de su promulgación, los altos funcionarios pisotean la Constitución para hacer lo que les da la gana mientras que de labios para afuera hablan bellezas de ella; ya hasta tenemos remedos de los CDGs cubanos para “sapear” en los barrios a quienes se aparten de los lineamientos oficiales. 

Al igual que ustedes, en el exterior —sin preocuparse de buscar la verdad-verdadera, solo escuchando lo que dicen los socialistas de salón mientras paladean sendos absinthes en un  café parisino— creen que los venezolanos estamos en el mejor de los mundos; negándose a admitir que estamos a las puertas de una tiranía.  Si no dejamos el letargo.  Lo peor es que muchos paisanos al igual que los de la izquierda caviar de otras latitudes no quieren entender que no nos merecemos ser meros vasallos de unos señores que disponen de nuestras vidas y haciendas como les da la gana.

No hemos llegado a los extremos que tú tan poéticamente describiste en las Naciones Unidas cuando por las influencias del embajador cubano tuviste que dar tu rueda de prensa desde un diminuto cubículo: “Aun si estuviésemos haciendo esta reunión en el fondo del pozo de un ascensor, tendríamos más libertad que en Cuba”.  Ni llegaremos: todavía nuestros votos cuentan.  Por eso, en dos semanas estaremos luchando por reconquistar la democracia que perdimos.

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