Ya es de todos sabido que el régimen es una máquina de descalificar a sus oponentes. Porque hay dos maneras de tratar de destacar: o te elevas sobre la punta de los pies, o tratas de bajarle la cabeza a los demás. Y como no puede mostrar una obra realizada en catorce años, como solo unos poquitos de ellos se comportan moralmente y como únicamente demuestran eficiencia en robarse los dineros de la nación, recurren al segundo expediente. Por eso, siguiendo el ejemplo del candidato del comunismo, sus adictos se lo pasan repitiendo lo que sale de la cloaca presidencial: que si “golpistas”, que si “terroristas”, que si “fascistas”. El arsenal rojo está bien provisto de denuestos que, más bien, pueden ser endilgados a ellos. Por ejemplo, los únicos que han dado golpes de Estado en el último medio siglo han sido quienes mangonean desde el solio presidencial, los ministerios, las diputaciones y las embajadas. Y si a la más clásica definición de “terrorismo” vamos, los únicos que han llevado a cabo acciones que dejan un reguero de muertos inocentes para desestabilizar gobiernos, intimidar a la población y tratar de prevalecer por la violencia son ellos.
Pero donde el cinismo se les rebosa es cuando nos intentan vituperar disparándonos el epíteto de “fascistas”, siendo que ellos llenan a plenitud los requisitos y características de esa aberración política. Pasémoslos por el filtro que diseñó Umberto Eco; que de eso debe saber bastante porque es original del país que en forma primigenia adoptó esa deformación como forma de gobierno. Eco dictó una conferencia en la Universidad de Columbia en 1995, cuando se celebraban los cincuenta años de la aniquilación del fascismo en Italia. En ella, expuso los rasgos más notables y comunes de este sistema político: 1. No tiene una filosofía rigurosamente estructurada; es un collage de diferentes ideas políticas que apela mucho más a la emoción que a la razón. 2. Se afinca en el culto a la nacionalidad y sus símbolos, en los antepasados, en los prohombres de la historia patria. 3. Concibe al pueblo (más bien, el populacho) como una entidad monolítica que expresa la voluntad de la nación, y que habla a través de un líder carismático que es el único intérprete de esa voluntad. 4. Exacerba el estatismo y minimiza lo más que puede al sistema de democracia representativa. 5. Emplea las masas, enardeciéndolas y movilizándolas, para desviar sus frustraciones colectivas hacia unos presuntos responsables (que siempre son algunos de la escena internacional o de los actores nacionales, pero nunca del régimen). 6. Inventa y trata de hacer creer que hay enemigos coligados, interiores y exteriores, que complotan en contra del “proceso”. En ellos agrupa a cualesquiera que no estén a favor de la “revolución”. 7. Muestra una pasión enfermiza por la exaltación del heroísmo y el culto a la muerte que se manifiesta en una supuesta disposición y preparación para morir por la patria, por el “proceso”, por los ideales de la revolución. 8. Una tendencia muy marcada hacia las armas y el militarismo. 9. El uso de la mentira en forma sistemática. 10. Revertir, en su discurso, la naturaleza real de las cosas, convirtiendo las víctimas en victimarios y acusar al adversario de todas las cosas malas que ellos preconizan y llevan a cabo.
Solo con que algún régimen muestre algunas de esas características, dice Umberto Eco, ya pudiera catalogársele como fascista. Lo grave, lo dramático en nuestra circunstancia es que a la robolución puede acusársele de todas y cada una de las características ya enumeradas. Menos lo referido al morir, que hay mucho que gozar con los dineros robados. Lo de la “muerte” que había en el lema anterior —y que cambiaron rapidito apenas supieron que el tipo estaba enfermito—no se refería al sacrificio heroico de sus vidas robolucionarias; no se referían a la de ellos; de la que hablaban era de la de sus oponentes (que ellos, tan militarizados como están, confunden con enemigos). Eso solo era una amenaza para los contrarios. Había que entenderla así: “En la patria que queremos monopolizar, o aceptas el socialismo o te matamos”.
Uno de los que con frecuencia opina acerca de mis escritos me hace saber su opinión acerca de esto (y tengo su permiso para glosarlo): “Las democracias están enfrentando un período si no igual, similar al preludio de la segunda guerra, con las excepciones del caso (…) (Algunos) piensan en que esto es un simple acto electoral. Creo que debemos ir un poquito más allá y pedirle a la academia, políticos ilustrados y hombres de negocios progresistas que se sumen y orienten ideas para que esto no se convierta en un simple cambio de partidos políticos con su caterva de militantes burócratas y mal acostumbrados”.
Ya lo saben…
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