jueves, 8 de noviembre de 2012

La pervivencia de los malandros rojos

Su autor los llama sus “desahogos”, pero en verdad son clases de civismo y motivaciones a la democracia. Me refiero a los escritos que emanan de la clara mente de Luis Betancourt Oteyza —un sobresaliente abogado caraqueño que alguna vez ocupó importantes posiciones dentro del socialcristianismo pero que ahora actúa por la libre. Sus “desahogos” aparecen en www.analitica.com. Recomiendo a mis lectores que entren a ese portal y los revisen. Son tan sensatas sus opiniones que uno tiene que concordar con ellas. Sin embargo, en su más reciente escrito, “FAN sin generales ni almirantes”, afirma algo con lo cual me voy a permitir diferir.

Antes, creo que debo glosar las cosas con las que coincido en ese artículo: él piensa que, luego del triunfo de Capriles “las universidades autónomas podrán bajar la guardia en la defensa de su indispensable autonomía para dedicarse con más ahínco a la investigación y formación del futuro. Los sindicatos sentirán el fin del acoso totalitario para recobrar la libertad de defender los intereses de sus afiliados ante los patronos, públicos y privados. Los empresarios recuperarán el ánimo de asumir riesgos para continuar la construcción de mayor riqueza y empleo para todos. Las iglesias volverán a sentir la seguridad plena de exponer sus doctrinas y consejos morales para guiar a los feligreses por este mundo, sin sufrir el insulto del mandón. Los agricultores recobrarán su derecho al trabajo de sus tierras sin temor a despojos de frutos e implementos. Los estudiantes (…) regresarán a cumplir el sagrado deber con la patria de formarse. Y nuestros militares recobrarán su honor”.

También concuerdo —y lo he sostenido muchas veces en esta columna— con que “Venezuela, por su idiosincrasia e historia, por sus riquezas naturales y posición geoestratégica, no puede prescindir de sus Fuerzas Armadas” y, por tanto, “debe soportar el sacrificio material, presupuestario, de mantener unas fuerzas militares y policiales bien equipadas, entrenadas y nutridas de las mejores voluntades venezolanas”; que nuestras “FAN tienen que volverse a regir por los sagrados presupuestos de la disciplina, obediencia y jerarquía (…) y no por la arbitrariedad caprichosa de turno. Tienen que volver a (…) hacerse respetar como cualquier institución patria”. Pero el doctor Betancourt pone un caveat: para lograr todo esto hay que deslastrar las FAN “de los altos mandos corruptos y cómplices de tanto desafuero que las agobian. De esos generales y almirantes que se han enriquecido al servicio de los mandos cubanos de Fidel Castro (…) que en adulancia, inédita en nuestra historia por sus alcances y descaro, han llegado a disfrazar a oficiales y soldados de rojo para ponerlos a desfilar como ofrenda humillada y humillante al tirano (…) que han apadrinado los suministros, transporte y escondites a los jefes de las FARC en nuestro suelo (…) que han traficado con droga gracias a sus mandos e influencias”…

Casi toda Venezuela pueda hacer propias esas afirmaciones. Porque la inmensa mayoría hemos visto cómo la cúpula militar ha cohonestado su alta misión y la ha desfigurado para que coincida con los antojos del cabecilla y con las ganas de sustraerle unos dinerillos al erario. Los venezolanos también concordamos en que hacer volver a la institución armada a la “normalidad” no será tarea fácil, pero que la inmensa mayoría de los oficiales sabrá sobreponerse a las amenazas de los mandos que quieren convertirlos en coautores de sus sinvergüenzuras. Porque tienen claro que la solidaridad profesional nada tiene que ver con la complicidad.

En lo que difiero del doctor Betancourt es en lo que él afirma, casi al comienzo de su “desahogo”, de que con la llegada del nuevo gobierno se disolverá el PUS porque a “diferencia de los cambios electorales en las democracias, donde el partido de gobierno, si pasa a la oposición no desaparece y puede volver a ser partido de gobierno en el futuro, en las tiranías la pérdida del poder significa la descomposición del proyecto que las animó y la deserción de sus esbirros”. Pone el ejemplo de nazis, fascistas, comunistas y falangistas que, a veces “persisten un tiempo como muestra de decadencia antes que de sobrevivencia”. Creo que la diferencia con los rojos criollos es que: 1) ellos seguirán teniendo mayoría por algún tiempo en el parlamento, el judicial, la fiscalía, la contraloría, y la defensoría, y desde allí se dedicarán a tirotear la labor de normalización del país; 2) han robado tanto, que pueden seguir manteniendo a sus “colectivos” y guerrilleros por mucho tiempo. No creo que esta vez vaya a haber los acostumbrados cien días de “luna de miel”. Desde el mismo momento de su salida de Miraflores, se irán a calentar las calles.

Pero, otra coincidencia con el doctor Betancourt, prevalecerá la decencia porque es “la regla de la historia (que el) hombre siempre busque la libertad, (a la que) está destinado por su propia naturaleza”.
Por qué y por quién votar

En mi caso, no es un secreto: desde el mismo 1992 he manifestado mi rotundo rechazo al actual inquilino de Miraflores, a quien de un tiempo para acá llaman el “presaliente”. A escasos días de su asonada cuartelera, en la cual ocurrieron los primeros homicidios que le pueden ser imputados —y que después no han parado, incluidos los recientes asesinatos en Barinas—, escribi: “Mi posición ante los golpes”. Y de ahí en adelante no he cesado de criticar sus muchas barrabasadas, de denunciar sus continuas mentiras, de rechazar su incesante afán de dividir a los venezolanos, de condenar su irresponsable manejo de los dineros nacionales. Tengo, entonces, veinte años oponiéndome a lo que él es y lo que él representa. Mis más pretéritos lectores pueden dar fe de eso. Mi voto el domingo que viene, ya lo saben tirios y troyanos, es en contra del mangoneador por antonomasia que ya tiene laaargos catorce años desbarrando. Pero no por sabido hay que dejar de batir. Dejo algunas de las razones que me mueven. Y que deben mover a todo votante sensato, que use la cabeza al pararse frente a la máquina. Allá los que votan con la vesícula y depositan el voto bilioso que les exige Elke Tekonté.

Votaré en contra de quien ha buscado destruir la economía del país porque su proyecto necesita que todos seamos pobres, para que tengamos que ir con la mano extendida a buscar las migajas que a él le dé la gana dispensar. Acabó con el empresariado privado, lanzando a una gran cantidad de trabajadores a la calle; y a los que dejó en la nómina oficial, les redujo a cobrar salario mínimo y a tener que aceptar que no los cubran contrataciones colectivas. A punta de “exprópiese”, ahora el Estado venezolano se dedica a fabricar botellas de vidrio, a cambiar sábanas en hoteles, a envasar leche y demás cosas del ámbito privado, pero ha dejado de la mano de Dios a los que necesitan seguridad, salud, transporte y educación. Votaré a favor de quien quiere restablecer el tamaño sensato del aparato estatal y dejar que las iniciativas privadas florezcan. Lo hace China, que es país comunista; pero aquí está prohibido.

Votaré en contra de quien no sabe sino atizar la violencia con sus discursos, que busca dividir a los venezolanos es particiones chocantes: ricos y pobres, blancos y afro-descendientes. En un país en el que todos somos café con leche y en el cual la pigmentación nunca fue óbice para el logro; en una nación donde a las personas se les medía de las cejas para arriba, por lo que tenían en la mollera; en una tierra en la que había —y hay, a pesar de él— una gran movilidad social. Votaré a favor de quien trate de sanar las heridas dejadas por el odio incitado en estos casi tres períodos presidenciales de los de antes. Votaré por quien me ofrezca paz, no guerras civiles.

Votaré en contra de ese neofascismo que viene envuelto —especie de regalo griego a los troyanos— en un “corazón de la patria”, y que no es sino la prueba de la megalomanía que sufre quien se cree así. En contra de quien se atreve a vociferar que no importa que no haya luz, seguridad, agua ni casas porque lo importante es la patria. ¡Claro!, ¿no dizque es su corazón? No le interesa la Patria con mayúscula, sino esa que él cree que debe ser construida a la medida de él. Su ampuloso ego le hace ver que solo él sabe lo que es bueno para el país y sus regiones. Los carabobeños rojos todavía se soban del estacazo que les dio cuando, contrariando el deseo popular, designó un candidato para la gobernación que nadie quería. Ni se imaginaba. Ese mismo ego —tan inflamado como él mismo-— no permite que haya gente sensata, con conocimientos y destrezas gerenciales, en su gabinete. Los necesita bien sigüíes para que les sonrían los chistes malos, reciban regaños en público cuando necesita desmarcarse de algo chambonamente realizado y le digan que sí a cualquier loquetera que se le ocurra. Votaré por alguien que ha de convocar a las mentes más lúcidas, con más capacidad de decisión en cada área y con más nombradía como gente honorable, poco dada a los negociados que hoy tanto abundan.

Votaré en contra de lo que han sido demasiados años de falta de escrúpulos. Que se inauguró cuando llevó a la muerte, engañados, a los soldados que la república le entregó para su formación y cuido. Que siguió cuando se alió con las FARC, cuando alabó al Chacal, cuando dijo que el asesino Gouveia era un caballero. Votaré por alguien que conduzca a Venezuela por caminos de recato y respeto: votaré por Capriles…

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