No, no vamos a hablar del bolero con ese nombre que puso de moda el guapachoso Rolando Laserie en los sesenta; vamos a comentar acerca de las falsedades, ficciones, farsas, falacias y faramallas —todas con “f”— que son abundantes en Mentira Fresca, el hercúleo líder que va a salvar al planeta, el acertado timonel que lleva a Venezuela hacia el Mar de la Felicidad.
Desde antes de tomar la presidencia, en el ya lejano 1998, practicaba ese vicio de tratar de caerle a cobas a los demás. Si no, ¿qué fue toda la entrevista que dio a CNN es esa ocasión? Todo un embuste, de comienzo a fin: “no expropiaré los medios de producción”, “no habrá persecuciones por razones políticas”, “mantendré las mejores relaciones con los Estados Unidos”, y por ahí seguía. El tiempo se ha encargado de desmentirlo completamente. Pero no fue ese año en el que debutó como experto en fingimientos: él mismo aseveró a través de un contacto telefónico con un programa de VTV —ese arquetipo de equidad comunicacional— que desde 1975 ya estaba complotando: "Desde la Escuela Militar ya yo andaba conspirando, ya yo andaba por ahí por Catia, estaba fundando la Causa R…” Esa admisión tan paladina de haber faltado al juramento de ingreso en la institución militar, la ley que la regía —ya no más, ahora la hizo a su medida— y la Constitución vigente para la fecha ya lo descalifica para cualquier cargo de responsabilidad. Pero en esa afirmación, para no perder la costumbre, también nos metió una mentira más: ahora resulta que él es uno de los fundadores de ese partido. O sea, ¡Moleiro te fregaste: salió alguien más merecedor que tú!
La más reciente calumnia que se le conozca fue la que trató de sembrar —cuando por fin apareció—, contrariando a todos los testigos presenciales, de que en Amuay, antes de la terrible explosión, no se había sentido olor a gas. Porque, para él, la verdad no es algo que se encuentra patente en el ambiente sino lo que sus fantasiosas elucubraciones decidan qué es la realidad. Y en este caso, él siente la necesidad, una vez más, de escurrir el bulto, de zafarse del brollo.
Porque muy por dentro, él se sabe la causa directa de estas muertes. Cuando, pito en mano, se dio el lujo de despedir a más de 20 mil ejecutivos, técnicos y trabajadores petroleros, estaba condenando a Pdvsa a su derrumbe y quiebra. La fobia a la excelencia, la destrucción de la meritocracia, la condena a lo que él piensa que es elitismo hicieron eclosión ese día. El desprestigio al que ha sometido a miles de personas que surgieron por su esfuerzo y estudio, el ataque a las formas ordenadas de acceder a los altos cargos en las empresas, la falta de escrúpulos para todo, pero principalmente para acabar con cualquier autoridad que no sea la suya, han sido una constante en estos largos 14 años de desgobierno; pero ese día hicieron clímax. Si eso, y su afán de conseguir una igualdad injusta —cercenando las iniciativas y aplastando a la sociedad para lograrlo— no son una muestra de un intento obsesivo de tiranía, se le parece mucho.
La procacidad frecuente, el impudor de cada rato, el descomedimiento en las argumentaciones son otras facetas de ese intento de mantener el poder a juro, por vanagloria. Para él no existen los objetivos permanentes de la nación; solo le importa su obsesión inmutable de trascender a como dé lugar. Si para lograrlo tiene que implantar la subcultura del “enemiguismo”, pues la hace surgir al amparo del patrioterismo más vil. Sabe que para eso cuenta con coros de “héroes subvencionados” capaces de hacer cualquier maroma justificadora. Pero, para más facilidad —porque a la mayoría de ellos se le hace difícil cogitar— apelan a: “micomandantepresidente es el dueño de la verdad; nunca se equivoca”. Es que el rastacuerismo y el relativismo son maravillosos para mantener la conciencia en baño de maría. Si en vez de atrasados discípulos del bachiller Mujiquita, se rodeara de gente que en verdad supiera gobernar y tuviese como norte el bien de la patria —no el engorde de sus cuentas bancarias, como es lo que sucede— el país no estuviese en situación tan patética. Pero todos, al alimón con Elke Tekonté, están tan deleitados en la construcción del “hombre nuevo” que no ven que sus inacciones lo que llevan es a la barbarie y la destrucción del país. Los muertos por la explosión, por las crecidas de los ríos, por la acción del hampa son para ellos meras pelusas en la solapa del traje socialista que están cosiendo desde hace demasiado tiempo. Menos mal que Aristóteles explicaba que “el castigo del embustero es no ser creído aun cuando diga la verdad”. Y eso se ha de reflejar el 7-O…
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