Como un servicio a mis lectores, mientras escribía, me metí en “Amazon” y encontré que allí todavía se puede conseguir ambos. Advierto: como son libros que ya no se encuentran fácilmente, han subido de precios. Pero también los ofrecen usados, más baratos.
De todos los discursos revisados, encuentro especialmente emotivos los de Churchill. Muy buenos. Todos. No en balde con ellos aglutinó al imperio británico y lo condujo a la victoria. Es que sir Winston tenía una prosa que impactaba. En ella aparecían frases que pasaron al acervo mundial. ¿Quién no sabe a qué se refiere alguien cuando habla de “la cortina de hierro”? ¿Cuántas veces no se ha repetido aquello dicho de los pilotos de caza que defendieron a Inglaterra de la Luftwaffe: “Nunca, en el terreno de las luchas humanas, tantos debieron tanto a tan pocos”? ¿Y qué tal algo que citamos de cuando en cuando: “sangre, sudor y lágrimas”. Pero que citamos mal; lo que ofreció Churchill fue: “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” (blood, toil, tears and sweat), en ese orden y con el “esfuerzo” agregado. Ningún orador puede garantizar que su prosa sobreviva la erosión del tiempo.
Un truco de Churchill es la repetición: “Me preguntan, ¿cuál es nuestro objetivo? Puedo responder con una sola palabra. Victoria. Victoria a toda costa, victoria a pesar de todos los terrores; victoria, sin importar lo largo y duro del camino; porque sin victoria no hay supervivencia alguna. Que se entienda: no habrá supervivencia para el Imperio británico, ni supervivencia para todo lo que ha defendido el Imperio británico, ni supervivencia para la exigencia de que la humanidad avance hacia su meta”. Otro: “Iremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con más seguridad cada vez y con más fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, nos cueste lo que nos cueste, lucharemos en las playas, lucharemos en los campos y calles, lucharemos en las colinas, no nos rendiremos jamás”.
Pero basta de discursos de guerra. Leamos parte de un sermón pronunciado por Fulton Sheen, el obispo de Nueva York en 1941. Creo que tiene vigencia para la Venezuela de hoy. “No existe la vida sin una cruz. Somos libres sólo para elegir entre cruces. ¿Será la cruz de Cristo que nos redime de nuestros pecados; o será la doble cruz (la esvástica), o la hoz y el martillo, o las fasces? (…) Hemos querido estar libres de Dios; ahora debemos enfrentar el peligro de ser esclavizados por un ciudadano de un país extranjero. (…) Esta forma de vida indolente e indisciplinada nos ha robado nuestro vigor individual y pone en peligro nuestra forma democrática de gobierno. (…) Vivimos en una época de santos en reversa, en la cual unos apóstoles inspirados por el espíritu maligno sobrepasan en valor a aquellos animados por el Espíritu Santo de Dios. (…) Creo en el poder de regeneración de América. (…) pero creo en él sólo como creo en la Resurrección: después de haber pasado un Viernes Santo…”
Cómo me gustaría que en nuestra patria el próximo presidente pudiera decir, como Lincoln en su segunda toma de posesión: “Con malicia hacia ninguno, con caridad para todos, con firmeza en lo que es correcto como Dios nos da la posibilidad de verlo, nos esforzaremos en terminar el trabajo en el que estaremos, para curar las heridas de la nación; para cuidar a quienes han sufrido la batalla, así como a sus viudas y sus huérfanos; para hacer todo lo que pueda lograrse, y disfrutar de una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones”.
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