jueves, 8 de noviembre de 2012

La hora de los mercenarios

La irresponsabilidad de Elke Tekonté en las cosas que dice y hace es ya conocida por todos, venezolanos y extranjeros. Por eso, nada nuevo fue cuando amenazó a la nación con una guerra civil si no ganaba el 7-O —cosa que con cada día que pasa veo más difícil. Eso no pasó de ser un vulgar chantaje que busca atemorizar a los opositores y un descarado endoso a la aseveración que hizo un par de veces en el pasado de que solo él —el salvador intergaláctico— puede gobernar a Venezuela. Pero también es una afirmación tácita de que no cree en la democracia: que aunque la mayoría de los votos vaya a su contrincante, él se siente con el derecho de instaurar la violencia para prevalecer a juro, tipo Jalisco, que cuando pierde, arrebata. Quizás fue, entonces, una traición del subconsciente cuando en días pasados, se puso a cantar —desafinadamente, para no variar— aquel corrido que señala que ese estado mexicano tiene una novia, “que es Guadalajara”. 

Nunca ha tenido escrúpulos. No cuando llevó engañados a los soldados —que la república le había entregado solo para su formación y cuido, no para asonadas— a encontrar la muerte mientas él estaba escondido tras los gruesos muros del Museo Militar. Tampoco cuando decide quitarle la comida, la medicina y la seguridad a los venezolanos para regalar hospitales, escuelas y casas a sus amigotes de otras latitudes. Mucho menos ahora, cuando deja ver lo peor de su naturaleza porque siente que no tiene el respaldo de la mayoría y que debe apelar a recursos grotescos, como este de amenazar con el coco de una sangrienta guerra interna.

Pero no se limita a proferir amenazas. Su desfachatez le hace ver que también es conveniente que se les suelte las traíllas a sus violentos “colectivos”, se trate de comprar partidos de maletín y se saque del pipote de la basura a delincuentes como Didalco y De Lima —ansiosos de que aquel le ordene a los jueces que les perdonen las prevaricaciones cometidas— para que amplifiquen las recetas elaboradas en los laboratorios de guerra sucia del régimen. Como si un solo venezolano les fuese a creer a tales títeres.

La violencia que utilizan es, en mucho, tarifada. Ya sea porque quienes la ejecutan están en la nómina de algún ministerio —como los malandros con armas y motos oficiales que cobran por hostigar a las concentraciones de opositores. O porque son personas que cogieron el monte para, mediante estipendios sacados de la partida secreta, “defender la revolución” (este es el único gobierno que tiene una guerrilla propia) al mismo tiempo que imitan a los faracos colombianos y “protegen” cultivos de coca. O, porque les han prometido cosas (que no les han cumplido en catorce años, pero ellos siguen agarrados a ese clavo ardiente que es la esperanza), como la gente ignara de Puerto Cabello que se fue a alterar y a tratar de impedir que Capriles dijera lo que tenía que decirle a los porteños. Lo que no contaban era con iniciativa de los lancheros de la zona, que vieron la oportunidad de ponerse en unos realitos llevando a los viajeros hasta el malecón.  ¡Ah, maldito capitalismo, que no deja formar al hombre nuevo!

Tarifados, también, los apoyos de esa gente que fue acusada de corrupta por el mismo régimen y que hoy va, como borrego al matadero, a buscar una pitanza y una promesa de perdón por las malandrerías cometidas. Y el del individuo sospechoso de palangre desde que escribió su primer libro (si te bajas de la mula, digo que eres un juez incorruptible; si no…) Todos, son gente desvergonzada que hoy se exhibe en las televisoras oficialistas haciendo acusaciones sin respaldo.  Pero como hay que encender el ventilador…

En todo caso, sea que intenten descorazonarnos por la violencia fanática o que quieran sembrarnos dudas sobre lo que ofrece el programa del candidato de la oposición; no lo lograrán. Por el contrario, entendemos que esos ardides y faramallas lo que hacen es convertirse en la mejor encuesta. Porque solo apela a las trampas, a las amenazas, a las mentiras quien está perdiendo. Eso de recurrir a mercenarios —y más que mercenarios, pichones de sicario— da la medida exacta de la circunstancia: el régimen se sabe en su etapa crepuscular, sabe que no tiene el impulso, ni el encanto, ni la capacidad de engaño del pasado. Saben de su extenuación física —porque nunca pudo ser ni intelectual ni moral. Y que la decadencia roja, así como los dineros mal habidos que apañaron, es inocultable.

Por eso, y por muchas cosas más, es que hay que salir de ellos. Depende de nosotros, los ciudadanos, que tenemos que movilizarnos, votar y defender la verdad que saldrá de las bocas de las urnas. ¡Todos por la unidad!

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