martes, 10 de septiembre de 2013

Tres hermanicas eran…

Tengo un disco con canciones en ladino que entonaban los judíos sefardíes por los años en que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos.  Una de las cántigas que más me gusta narra la historia de tres hermanas.  Les transcribo parte de la letra manteniendo la ortografía de la época, pero poniendo tildes para facilitar la comprensión: “Tres hermanicas eran, blancas de roz, ¡ay!, ramas de flor. / Tres hermanicas eran, tres hermanicas son.  /Las dos eran cazadas, / la una se desperdió. / Su padre con verguensa, / A Rodes L'anbió. / En medio del camino, / castillo le fraguó, / de piedrica menuda, / de torre y mirador…”  Puesto en lenguaje actual, eran tres hermanas muy bellas, con el cutis blanco como el arroz; dos de ellas consiguieron marido y una “metió la pata” (como decían las señoras de antes).  El padre, avergonzado, la envió al destierro en Rodas, a un castillo fuera de la ciudad.  La canción termina con un desenlace feliz: “Por allí pasó un caballero, tres besicos le dio. / Uno de cada cara, y uno en el corazón. / En el besico de alcabo, la nina se despertó. / ‘Si mi amo lo sabe, matada era yo, / matada con un palo, que dos no quero yo’. / ‘No vos matan, bolisa, que vuestro amor soy yo’".  Vale decir, la joven, que se había quedado dormida con el rumor de una fuente, fue despertada con el último de tres besos — dos en las mejillas y uno en la boca— que le dio un gentilhombre que pasaba por ahí.  Ella le dice que si el castellano se enterase, la iba a matar a palos.  Pero el caballero la tranquiliza anunciándole que ha sido rescatada por el amor.

La versión que tengo, es la cantada por Yehoram Gaon, uno de los más reconocidos cantantes de Israel.  Los interesados en escuchar su versión (aunque no la canta completa) entren en: http://bit.ly/19Z0ZF9.

Pero ya está bueno de introito.  Lo que quería comentar, basado en el comienzo de la cántiga, es cuán diferentes han resultado los logros de los tres países que alguna vez formaron lo que se ha dado en llamar la Gran Colombia.  Revisándolos por donde se busque —por lo social, lo económico, lo educativo; ¡por lo que sea!—, hay dos países que han echado para adelante y uno, el nuestro, que “se desperdió”.

En Ecuador, el presidente —que está chingo de las ganas de heredar el liderazgo que tuvieron Fidel y el comandante eterno que se murió— no es bolsa.  Despotrica contra el imperio, pero mantiene la economía dolarizada; le tuerce el brazo a los medios de comunicación nativos, pero logra mantener el flujo de inversiones extranjeras hacia su país; ofrenda lip service al dizque socialismo del siglo XXI, pero mantiene bien aceitados los engranajes del capitalismo, no ha permitido que se rebaje la calidad de la educación, busca sus ministros de entre gente capaz e instruida, y se asegura de que las instituciones funcionen bajo parámetros de eficiencia.  Porque el tipo no es un mero chofer de autobús glorificado, sino un economista con posgrado en Lovaina.  Y sabe que no puede pegarse un tiro en un pie.  A mí, el tipo no me cae nada bien, pero debo reconocer que la gente lo vota porque tiene obra que mostrar.

Colombia, a pesar de los muertos, los lisiados y las desdichas que ha dejado la guerra que la ha asolado por más de medio siglo; de los palos en las ruedas metidos por algunos políticos egoístas que valoran más su ego que el bien de la nación; de los funcionarios infiltrados por las FARC en las instituciones para que “tiren la burra pa’l monte”;  de los paros que recientemente han surgido —en mucho por las instigaciones del Foro de Sao Paulo, la mano siniestra de los cubanos y los “apoyos” venezolanos que reciben la impía Córdova y sus muchachos—, ese país y esa nación siguen echando para adelante.  Porque tienen siglos de tradición como trabajadores denodados, gozan de instituciones académicas de mucho lustre, mantienen un plantel de funcionarios bien entrenados y adecuados al tamaño del Estado, y respetan las instituciones públicas y la propiedad privada.  Por eso, ya han llegado a ser exportadores de petróleo y se dan el lujo de vendernos gas y electricidad (cuando lo usual era lo contrario);  mantienen relaciones amistosas con los países serios del mundo; tienen de socios comerciales a las surgentes potencias de Hispanoamérica; firman sin empacho tratados comerciales con las naciones más poderosas; y, en fin, miran al futuro con tranquilidad.  Porque han entendido que eso de formar patria no puede ser solo cosa de eslóganes sino de meter el hombro decididamente.

¡Y nosotros, pa’tras!  Nunca fuimos muy trabajadores, siempre nos gustó recostarnos del erario, crónicamente sufrimos de la corrupción y la ineptitud de los mandatarios; pero nunca como ahora.  Desde hace quince años, la oclocracia descrita por Nelson Maica y la ignorantocracia mencionada por Quirós Corradi están matando al país.  ¿Habrá que esperar a que llegue un caballero?



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