El tipo no me convenció. Y creo que puedo arrogarme la representación de casi todos los que estábamos en la conferencia y decir: no nos convenció. Me refiero a Rick Rockwell, director de la Escuela de Comunicación de la American University de Washington, quien fuese invitado por “El Carabobeño” (diario en el cual me inicié como escribidor en el ya lejano 1986) para que —como parte de los actos celebratorios de los primeros 80 años de ese rotativo— disertase sobre la libertad de expresión en Latinoamérica. Todos concordamos con sus tesis de que la principal tarea y el deber esencial de un periodista es buscar la verdad y reportarla sin cortapisas; que los mandatarios tienen una tendencia a querer conculcar la libertad de expresión para poder actuar por la libre, sobre todo cuando los otros poderes públicos se doblegan al Ejecutivo: porque así se obvia de hecho los frenos y contrapesos tipificados en la Constitución; que cuando eso sucede, se crea un desequilibrio en la sociedad que impide que las opiniones que le son molestas sean aireadas.
En sí, la conferencia no estuvo mala. Y hasta llegó a ser brillante en algunos momentos. Fue en el período posterior de preguntas cuando falló. ¡Que se volvió un torero, pues! Las respuestas eran de cajón. Y una cosa era lo que uno preguntaba y otra la que él contestaba. Agravado esto porque a él le antecedió una periodista venezolana, María Engracia Chirinos, quien a nombre de la asociación “Prensa y Sociedad de Venezuela” nos bombardeó con estadísticas que demuestran las muchas obstrucciones que los del régimen ponen al trabajo periodístico: la limitación de la cobertura de asuntos oficiales, la negación de dar informaciones que son del interés público y que, de acuerdo a la Ley, no son de las consideradas como reservadas, las descaradas intimidaciones por parte de funcionarios de inteligencia, cuando no las desfachatadas agresiones realizadas por matones a sueldo. Es tan grave la cosa, que en los ocho primeros meses de este año, el organismo que ella representa contabilizó 205 violaciones a la libertad de expresión en el país. Lo que implica una al día en promedio. Ese guarismo implica un incremento de 78% al compararlo con todo el 2012, que finalizó con 200 casos. Y eso, sin contabilizar los casos de censura provenientes de decisiones judiciales que contravienen a la Constitución, ni las presiones —vía obstrucción para adquirir papel o negación de pautas publicitarias— para que se cierren los espacios que permiten a los ciudadanos ejercer la denuncia y la crítica.
Ni con eso, el invitado nos dio las respuestas que estábamos esperando todos los que preguntamos. Seguía persistiendo en que la solución estaba en establecer un diálogo con las autoridades —a pesar de que más de una vez se le explicó que el régimen se niega a dialogar, punto.
Yo era del criterio de que actuaba así para no poner a los anfitriones en un aprieto. Hasta que alguien más perspicaz que yo me hizo recordar que en las palabras introductorias —cuando daba las gracias a la gente que ayudó para que él pudiera venir y disertar— agradeció al “gobierno de Venezuela”. Me imagino que la solución de la charada pasó por algo que sucede con alguna frecuencia en Maiquetía: que una autoridad lo "persuadió" para que evitara la polémica en sus presentaciones y no se “extralimitara” en sus afirmaciones; no fuera que, cuando intentase salir, le pusieran inconvenientes para su regreso al hogar. Pero eso es pura elucubración mía...
La pregunta que le hice estaba referida a la postura de ciertos medios, que se autocensuran para evitarse problemas con el régimen. Que solo corren la arruga, porque tarde o temprano —si los dejamos— estaremos igualitos a Cuba, con un solo periódico. Que la gente compra, más que todo por la escasez de papel tualet. En la argumentación previa a mi consulta, le recordé aquello que recita Hamlet en el soliloquio del acto tercero; el que todo el mundo refiere como: “Ser o no ser, esa es la cuestión”, pero que pocos recuerdan como sigue. En mi traducción ramplona queda como: “¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o rebelarse contra un mar de adversidades y, oponiéndose, desaparecer con ellas?” Ni por esas; míster Rockwell se fue por la tangente. Fue tan elusivo que (transcribo un reportaje que apareció al día siguiente en el mismo diario: “El ponente evitó referirse a la situación de la libertad de expresión en Venezuela (…) Esta excusa hizo que buena parte de las personalidades asistentes se convirtieran en ponentes del foro y expusieran puntos de vista sobre la preocupante situación que tienen, en estos momentos, los medios de comunicación (…) Rockwell escuchó detenidamente y tomó nota, como el buen periodista que es”...
Mientras, sigo esperando que alguien me proporcione una respuesta al dilema shakesperiano. Que no es fácil, lo reconozco; tanto, que ni el mismo Hamlet lo dilucidó…
No hay comentarios:
Publicar un comentario