domingo, 20 de octubre de 2013

Lacrimosa

Hace algunos días, el noticiero nos trajo, la imagen, las palabras y los sollozos de una madre que, en la puerta de la morgue, esperaba el cadáver de su hijo, otro asesinado más en la espiral ascendente de violencia que amenaza con acabar con Venezuela.  Narraba —con esa mezcla de impotencia, dolor y rabia que ya es frecuente ver en otros deudos que hacen la misma dolorosa cola delante del tanatorio— que se lo habían matado malamente (como si hubiese otra manera de ser matado) para quitarle el dinero cuando regresaba al cerro luego del trabajo; que era bueno y que no tenía vicios; que deja una hijita recién nacida; que era quien la ayudaba para poder comer y vivir.  Las lágrimas que le corrían abundantemente a la doliente, me hicieron recordar unos versos de “La Dolorosa”, una zarzuela de José Serrano.  Son aquellos en los que, Rafael, el protagonista narra acerca de otra madre, la Virgen María, que va hacia el lugar donde se encuentra su hijo muerto: “Por un sendero solitario, la Virgen Madre sube. Camina, y en su cara morena —flor de azucena que ha perdido el color—, y en su pecho lacerado, se han clavado las espinas del dolor.  Su cuerpo vacilante se dobla al peso de la pena, pero sigue adelante (…) Mujer y madre, de todo el mundo lo más sagrado (…) Y llora su callado tormento por un lamento que no puede vencer.  Es el grito desgarrado, arrancado a su parte de mujer…”

Las imágenes de la televisión y la descripción que hace Rafael de María subiendo hacia el Calvario me pusieron el alma chiquitica porque sufrir la tragedia de perder un hijo —Dios me libre— debe ser el dolor superlativo.  Eso es lo que me han hecho saber, más de una vez, las madres de entre mi familia y mis amistades que han sufrido esa calamidad.  El estado de ánimo en el que estaba me llevó a poner la “Misa de Requiem” de Verdi en el tocadiscos.  Lo que buscaba, aparte de recobrar la calma emocional que se me había alterado, era dedicarle a la llorosa madre una de las partes, la “Lacrimosa”, para que llegue a entender que Dios, como es justo, ha de complacer la plegaria Huic ergo parce, Deus, pie Jesu Domine, dona eis requiem” (Así que ten piedad, Dios, con él; compasivo Señor Jesús, otórgale el descanso) y ya lo tenga en Su seno. 

Pero también quisiera que para con los asesinos —y especialmente para con quienes han dejado que el estado de cosas relacionadas con la inseguridad haya llegado a esta deplorable situación— el Señor cumpla con lo que sigue más adelante en el Dies iræ”: Quantus tremor est futurus, quando iudex est venturus, cuncta stricte discussurus!”  (¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el juez venga a juzgar todo estrictamente!)  Porque no pueden irse lisos a gozar en islas paradisíacas de sus fortunas mal habidas —ya que irse para Cuba, a sufrir peores estrecheces que las que sobrellevamos aquí, no está entre sus planes; ¡ni locos que fueran!  Tienen que pagar su insensibilidad ante las lágrimas de miles y miles de madres, sus latrocinios que hicieron que tantos y tantos venezolanos hubiesen tenido que meterse a malandros y asesinos porque nunca fueron instruidos en el trabajo y el civismo; su ineptitud criminal,  que no los dejó implementar no uno solo de los más de veinte “planes de seguridad” que ofrecieron.

Todos le estamos debiendo una muerte a Dios, según explica uno de los personales shakesperianos; pero uno debe pagar cuando le toca, no cuando un malandro —aprovechándose de la incuria oficialista— decida.  Que fue lo que le pasó al humilde muchacho del barrio que yacía entre muchos otros en Bello Monte.  En todo caso, no está de más que recemos —ahora no en provecho de la madre ni del muchacho, sino en el nuestro — otro pedacito del “Réquiem”: “Ingemisco Ingemisco tanquam reus; culpa rubet vultus meus; supplicanti parce, Deus”. (Gimo, gimo como pecador;  la culpabilidad me hace enrojecer la cara; suplicante te ruego, sálvame, Dios).

No solo Verdi compuso una magnífica misa de difuntos;  otros músicos notables —vienen a mi mente Mozart  y Berlioz— también nos regalaron hermosísimas composiciones en ese estilo.  Casi todas tienen en común la letra; porque se apegaron estrictamente a los textos de la liturgia católica para ese tipo de conmemoraciones.  Una excepción fue Brahms; en su “Réquiem Alemán” dejo de lado la tradición ritual y empleó solo contenidos del Nuevo Testamento.  Lo que quería era no tanto expresar duelo, manifestar dolor de haber pecado y hacer solicitudes del perdón  sino llevarle consuelo a los dolientes.  Las frases que a mí me dan más aliento  son las que saca de la Primera Epístola de Pablo a los Corintios: “…cuando este cuerpo mortal haya sido revestido de inmortalidad, se cumplirá la palabra que está escrita: la muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿do, oh sepulcro, tu triunfo?”

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