La otra imagen es la del tal Alcalá Cordones llorando y jipiando después de que una mujer de la misma etnia pemona le dijo un poco de verdades de esas que escuecen y con las que todos coincidimos: que los defensores del régimen lo que hacen es alcahuetear el saqueo de las riquezas naturales —quitándoselas a quienes tienen el derecho principal de disfrutarlas, los venezolanos—para ofrendarlas en los altares de los dioses cubanos, rusos y chinos. Y para regalarlas con largueza a una cuerda de vividores en los que destacan los mandatarios argentino, boliviano, ecuatoriano y nicaragüense, para ponerlos en orden alfabético. Al trisoleado —tan machote cuando mangoneaba al mando de unidades en Maracaibo, Valencia y Maracay— le metieron las cabras en el corral a punta de verdades: que las unidades del Ejército lo que hacen es despojarlos del oro y otros bienes que son fruto de su trabajo; que lo hacen para lucrarse indebidamente a costa de ellos; que cuando acuden a la autoridad, esta no los recibe ni les hace caso; y que cuando aparecen es para apoyar los expolios a favor de intereses rusos, chinos o iraníes, nunca los de los aborígenes. El chaleco que le montaron a Alcalá no cesó hasta que este accedió a firmar todas las condiciones que los indígenas le pusieron enfrente. Solo cuando estos hubieron obtenido seguridades de que los militares no iban a seguir con la saña que los caracteriza en su trato con los nativos, fue que se les dio la libertad a los paracaidistas. ¡Bravo por los pemones! Necesitamos más de ellos.
Es que pareciera cierto eso que se dice por ahí: que ahora, en la Guardia, es más fácil ser general que sargento. De hecho, en ella pasan de setenta los soleados, cuando la tabla de organización de ese cuerpo debe tener cabida solo para unos veinte. Mientras que en toda la comandancia no hay sino siete sargentos supervisores (lo que antes se llamaba sargento ayudante). Tantos generales hay, que muchos de ellos están ocupando cargos que eran privativos de los coroneles y tenientes coroneles. Y no les da pena… Pero el fenómeno no es exclusivo de la Guardia; se repite en los otros tres componentes. Ya hace meses expliqué por aquí que si se embarcase un almirante en cada buque naval, sin importar su poco tonelaje, unos treinta de aquellos se quedarían en el muelle, viendo cómo zarpan las naves (si es que, por un acaso, estuviesen operativas).
Para tratar de sobresalir en esa turbamulta soleada, algunos han optado por el pescueceo, por el revelarse más rojos que nadie y —¡maldita sea!— por emplear sus tropas para caerle a mansalva a indemnes ciudadanos que reclaman por cualesquiera de los múltiples motivos que tienen los venezolanos para hacerlo hoy. Ninguno se acuerda —caso singular de amnesia selectiva— de lo que tipifica el Art. 328 de la Constitución referido a ser “una institución esencialmente profesional, sin militancia política” que debe estar “al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”.
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