martes, 10 de mayo de 2011

Culto a la personalidad

Uno de los lectores de esta columna, Enrique Rodríguez Monasterio, me escribe pidiendo que haga un "comentario sobre el tema de la publicidad en la política. No es posible que nuestras ciudades y carreteras estén abarrotadas de vallas publicitarias todo el año promocionando a un gobernador o alcalde y mucho menos al Presidente. Vemos como son patéticos los casos donde colocan dos ms2 de asfalto y colocan una valla de diez ms2 para anunciar tremendo logro (…) la idea es que no se gaste presupuestos mil millonarios en pautas publicitarias tanto en radio, TV, prensa y las famosas vallas (…) no tienen dinero para tapar huecos, pero para promocionar al Alcalde el dinero sobra".
Comentario acertadísimo el del señor Rodríguez. Sólo que creo muy recatado llamar "publicidad en la política" a lo que -desde que Khrushchev denunció las prácticas estalinistas ante el Soviet Supremo- se denomina "culto a la personalidad". El sintagma se refiere a esa adoración y adulación excesivas que convierten a un líder, por lo general "yoísta", en un fetiche. Es un intento fríamente programado de elevar a dimensiones casi religiosas a una figura política. En esa circunstancia, es notoria la exagerada devoción hacia el líder que muestran sus áulicos; el rechazo a las críticas que la opinión pública haga de la persona "admirada"; la persecución y hostigamiento de dichos críticos con un arsenal que incluye detenciones, sometimiento a juicios espurios por razones baladíes, y amenazas de muerte o daños a la integridad física. Pero, lo más notable, y que es lo que choca más, es el exagerado despliegue de imágenes y eslóganes en los medios, las vías y los edificios públicos.

Afortunadamente, cuando llega a su término natural la persona o su régimen, la cosa se revierte y las imágenes y demás zarandajadas desaparecen como por obra de birlibirloque. Pasó con las estatuas de Guzmán Blanco y pasará con los retratos descomunales de Boves II.

Esa mala maña cunde por toda la superficie nacional. Personajillos de a tres por locha, siguen el mal ejemplo que Caracas da y se ven autorizados a montar sus despliegues propagandísticos. Y se dan casos patéticos. En Valencia, un alcalde que es reconocido por tirios y troyanos como un inepto a toda vela -alguna vez dije que no era capaz de resolver la enterrada de un perro, así uno le diera el hueco ya hecho- muestra su gris barba y su camisa roja, ¡faltaba más!, en afiches y vallas regadas por toda la ciudad. En Puerto Cabello, el alcalde se muestra por todo el municipio en gigantografías que hacen verlo como si fuera más alto y papeado que George Clooney, siendo que -yo lo he visto- es un cunene que apenas llega al metro y medio. Lo único grande que tiene son su ego y sus agallas, porque pretende ser gobernador sin tener algo qué mostrar como obra.

Lo paradójico es que quienes más practican ese culto son los dirigentes y los regímenes comunistas, siendo que según la ortodoxia marxista-leninista no es un iluminado sino las masas trabajadoras, armadas de la ideología, quienes deben transformar la sociedad. Según esa filosofía, ni siquiera la actuación del más genial de los dirigentes puede sustituir la experiencia colectiva de millones de personas.

Pero los comunistas hablan por ambos lados de la boca. Por un lado, explican que el culto a la personalidad obstaculiza la educación de las masas, frena su iniciativa, debilita el sentido de responsabilidad por la causa socialista y socava los principios de la "democracia participativa" para la construcción del comunismo. Por el otro, endiosan al "líder supremo" hasta el ridículo. Aplauden extasiados cuando éste les cuenta acerca de una soltura de estómago que tuvo alguna vez, y se quedan como encandilados cuando el tipo se pone a terminar de horadar un túnel pero pasan horas y lo que se escucha en la cadena radiofónica es el monótono repiqueteo del taladro que manejaba…

Fidel ponía a inocentes muchachitos a alabarlo, a recitarle loas al socialismo y a gritar amenazas de muerte para quienes no se sometiesen al socialismo, cuando esos pipiolos lo que deberían era cantarle a la vida. Elke Tekonté, como fiel seguidor de su papá, hace lo mismo como una de sus tácticas de perpetuación en el poder. Según Fromm, "El juicio de la persona narcisista (...) es tendencioso contra lo que no es "él" ni es suyo. El mundo exterior -el "no yo"- es inferior, peligroso, inmoral. El individuo narcisista termina pues en una deformación enorme. Él y sus cosas son sobrevalorados". Pero uno no sabe: esperemos que -con la llegada de Makled y sus denuncias acerca de quiénes estaban en su nómina- su endiosamiento no lo lleve a imitar a su mentor en eso de fusilar a generales que no son sino sus "leales ejecutores".






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