Hemos sufrido por más de doce años un régimen experto en la manipulación: busca ganancia política en el aprovechamiento de las necesidades de los más pobres; trata de chantajear a todo aquel que no le sea afecto o sumiso y que tenga algo —sea en la cabeza, sea en sus haberes—; comunica sus tendenciosas informaciones en una versión nueva del “newspeak” al que ya hizo referencia Orwell en su profética “Mil novecientos ochenta y cuatro”; y miente con total desparpajo. Pero, por sobre todo, emplea el “duckspeak” (para señalarlo con otra palabra orwelliana); o sea, hablar desde la garganta pero sin que la cabeza haya llevado a cabo su misión de razonar. Debe ser que los padres de esos voceros oficiales nunca les explicaron que “antes de poner a funcionar la lengua hay que encender el cerebro”.
En todo caso, este es un régimen que no construye escuelas, ni carreteras, ni hospitales —mucho menos, casas— sino montañas de palabras. Palabras vomitadas para imponer una actitud mental determinada sobre los blancos de esa desinformación. Hoy en día, bajo las órdenes de los gnomos cubanos de la Sala Situacional, los altos funcionarios disparan generalizaciones falaces sin que se les arrugue la cara. Su problema es que, cuando alguien exige que se le clarifiquen puntos, que se bajen a la dura realidad contable, empiezan a patinar. Los puntos de vista tanto lógicos como reales que les contraponen los aturden. Y comienza el “duckspeak”. El lenguaje se convierte en víctima de los intereses oficiales. Sucede que —como explicó un ácido periodista catalán, Toni Soler— “Las palabras son inalterables (…) pero responden a conceptos distintos según quién y cómo las utilice”.
Porque escuchar la palabra “democracia” dicha por Elke Tekonté, no significa “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, para ponerlo en lincolniano, sino “la concentración en mi par de manazas de todo el poder posible, para luego darle migajas de él a quien a mi me provoque”. O que uno escuche a Escarrá, el peor, pronunciar la palabra “ética”. O que la presidenta del Tribunal de la Suprema Injusticia pontifique acerca de la “justicia”. O que quien dejó la capucha para mangonear en el ministerio de policía farfulle “terrorista”. Palabra que siempre estará para señalar a los del sector que no se deja embelecar con el “newspeak”, sin importan cuán apegado a las leyes y a la civilidad sea esos antagonistas. Todos ellos son vistos como enemigos a los que hay que destruir. Los vándalos de La Piedrita, los Tupamaros otros “colectivos” parecidos que chupan de la teta oficial mientras aterrorizan a las comunidades, para el turquito, son “defensores de la revolución”. La cual, “es pacífica”. ¡Sí, Luis!
Pareciera que, para el régimen, las discusiones no requiriesen argumentaciones teoréticas, sustentaciones estadísticas, evidencias contundentes; basta con que haya sido enunciada por los abultados belfos sabanetenses. La cosa deviene en teológica. Ya la verdad no depende de la carga de la prueba sino de la fe. Si el tipo dice que va a construir dos millones de casas en seis años (que no tiene, porque su franquicia se acaba en año y medio), no vale que se demuestre que no hay cemento, ni cabilla, ni terrenos, ni urbanismo, ni plata para hacerlas. La infalibilidad miraflorina ya se pronunció. ¡Y basta! Menos mal que ya más de media Venezuela empezó a hablar de la “Misión Maqueta”. Porque de eso no pasarán. Lamentablemente. Es que cuando los ejecutores son un sartal de ineptos, no se logran los objetivos. Pero Boves II ¡los ratifica en los cargos!
Antes hable de la “patinar”. Creo que es el verbo que describe mejor la situación. En cuatro de las cinco acepciones del mataburros. El régimen pierde tracción entre los empleados oficiales cuando se hace el loco en lo referente a los contratos colectivos vencidísimos y entre los gremios sanitarios, los cuales ven que lo que se les prometió de aumento es una mera pitanza, mientras que las sumas concedidas a los amigotes del alma —más bien: chulos en la ALBA— son grotescas; entre los jóvenes que no encuentran trabajo por una doble razón imputable al régimen: no les dio una aceptable formación (ni educativa, ni laboral) y forzó el cierre de muchas empresas por su tirria contra la iniciativa privada; entre las amas de casa que no ven cómo hacer para poder llegar a fin de mes con lo poco que pueden comprar de alimentos; entre las familias de personas que sufren el infierno en vida porque están en alguna de las cárceles. Y, así, muchos otros casos más. Todo lo tratan de resolver con prestidigitaciones y maniobras distractoras. Necesitan de esas argucias porque ahora, más que nunca, se les está cayendo el bañito dorado —“goldfilled”, dicen ahora— y dejan ver el deleznable material del cual está hecho ese monumental castillo de mentiras…
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