Ahora resulta que nosotros, los ciudadanos, somos los culpables de las escaseces que uno nota en todos los anaqueles, sean de supermercados, farmacias, ferreterías, tiendas o almacenes de repuestos. Por lo menos, eso es lo que uno colige de las campañas publicitarias del gobierno —por lo que escribir “propaganda” no sería una equivocación— en las que se nos acusa de acaparadores llenos de afanes pecaminosos cuando, ¡por fin!, aparecen algunos productos y tratamos de obtener más de un kilo de azúcar, un paquete de harina de maíz o una botella de aceite. Eso no puede ser visto —a la luz de una mente equilibrada— sino como una previsión sensata. Porque ya estamos curados en salud de esa mezcla de imbecilidad e ineptitud que reina en el gobierno y que nos ha traído hasta esta mísera situación en la que nos encontramos: sin medicinas y sin abastecimientos. Sufrimos la consecuencia de que la “economía roja produce mercado negro”, para ponerlo en las palabras del epígrafe del “Republicano Liberal” del domingo pasado.
Estatizaron las fábricas de cemento dizque “para poner los productos el alcance del pueblo”; ya no se consigue más. Igual sucedió con las cabillas, la leche y mil cosas más. La verdad verdadera es que esas medidas las tomaron porque los rojos no conciben que exista la empresa privada, ni que nadie obtenga un retorno por las inversiones que hace. Los altos objetivos que pregonaban en campañas milmillonarias no fue lo que los movió. Fue esa aspiración de igualar a todo el mundo por debajo (que es peor) para que seamos idénticos a la Cuba famélica que diseñó Fidel. Cuesta un mundo conseguir cosas tan elementales como dentífrico, papel higiénico, detergente. Ya estaríamos a punto de regresar a los tiempos medievales del bicarbonato en las axilas. ¡Pero es que tampoco lo hay! Sencillamente, porque ni lavan ni prestan la batea. En mucho, por la majadería convertida en política económica: buscar que solo el Estado (que ellos confunden con la nomenklatura del PUS) pueda tener acceso a las divisas. La consecuencia es una mezcla insalubre de dogma comunista con corrupción galopante. En mucho, también, por esa pretensión, casi anhelo, de que un carné partidista valga más que una licenciatura y tres maestrías. Lo cual no pasa de ser una asnada estólida.
Están tan ocupados averiguando de qué color son las nalgas de los estudiantes que protestan, que no se ocupan de lo suyo: de que los hospitales, las escuelas, los puertos y la economía en general funcionen bien y para todos. Están tan ocupados en los latrocinios de los últimos días, porque ven que se les acaba la manguangua, que no atinan sino a inventar aquello de que “con la devaluación gana el pueblo”. Es que creen que hacerle tragar esa farsa a la gente. Que podrá, alguna de ella, ser de mente sencilla y de escasa ilustración. Pero no por eso tienen que tragarse esa conseja chapucera. Y ahora no se les ocurre que —para hacer más amenas las largas colas para comprar un pollito brasilero en Mercal— dotar de megáfonos a una suerte de perifoneadores asalariados, con la estulticia y el fanatismo a millón, para que les hagan creer que viven en el mejor de los mundos, que Esteban está al frente del gobierno, mandando a través de la cánula, y que todas esas medidas fueron ordenadas por él (no por platanote) porque los quiere tanto que está empeñado en que los venezolanos no suframos de obesidad. Por dentro, mientras rumian su rabia por la humillación y el solazo que están soportando para poder llevar algo para que los hijos coman, dicen: “Ahora cuéntame una de vaqueros”.
¿Hilación o ilación?
Fueron abundantes los tuit y correos que recibí y que decían, más o menos: “Ah, Pittaluga, —tú, que te las echas de gramático— te cogimos en un error: escribiste ‘hilación’ sin hache en tu artículo”. ¡Pues no! Dos veces. Ni me las echo de eso, ni es un error lo que escribí. Eso sí, procuro redactar de tal manera que el corrector de pruebas del periódico no me vaya a corregir. Vale decir: como alguien que tiene algo más de lo indispensable en instrucción y que trata de esmerarse ante sus lectores. Al tema: hay personas que tienen la errónea idea de que como "hilación" viene de "hilo", no existe esa palabra sin una hache inicial. Falso. Existe y no viene de “hilo”; nos viene del latín illatio-illationis, que traduce como: “inferencia”, “conexión”, “relación”. El DRAE trae tres acepciones para esa palabra. Me referiré solo a la tercera, porque fue el contexto en el que la usé la semana pasada: “Enlace o nexo del consiguiente con sus premisas”. Complacidos aquellos que me pidieron que dijera algo…
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