En razón de que la semana pasada me referí a tres clases de golpe que se han dado recientemente, uno de los lectores me reclamó por correo y me decía que debería también haber incluido lo del Ecuador. Le expliqué que existían tres razones por las cuales no lo había hecho. La primera es que cuando no se cuenta sino con ochocientas palabras para opinar, uno tiene que ser muy selectivo; la segunda, que yo me referí sólo a los golpes que nos dieron a los venezolanos con las maromas gobierneras-legislativas antes y después de las elecciones, más los muy cobardes golpes dados por el comandante de la brigada — arropado en la mayoría numérica y la fuerza de las armas— a un ciudadano desarmado que estaba en una vía pública haciendo uso del derecho de reunión pacífica y sin armas de la que habla la Constitución; y tercero, y mucho más importante, que lo que hubo en el Ecuador el pasado 30 de septiembre no fue un golpe de Estado sino un piche problema de orden público que tuvo su causa en una revuelta policial. Que Correa —asesorado por el único que sabe de asonadas cuarteleras en Venezuela (porque dio la única que ha ocurrido aquí después de la lejana matazón de Puerto Cabello) — haya aprovechado esa sublevación para su provecho político al calificarla como un intento de golpe de Estado en su contra es otra cosa.
¿Han visto algo más teatralmente cursi que ese desgarrarse la camisa en el balcón, cuando ya estaba rodeado por varias docenas de sus espalderos, chillando que si querían matarlo fueran allá a hacerlo? Pura muela de la que utiliza frecuentemente su mentor y “mecenas”, el superhistrión sabanetense. Y que salió apuradito a defender la versión: "Para dar un golpe no hace falta tener una gran fuerza militar (...). No movieron tanques ni aviones, fue un pequeño grupo, azuzado por el enemigo, el que casi mata al presidente". Es que era tan chambona y hasta folklórica la perturbación que había que explicar por qué unidades de las fuerzas armadas ecuatorianas no aparecieron por parte alguna. Y, claro, más atrás venían las acusaciones contra el imperio, la CIA el Pentágono y demás perendengues.
Pero, como ya al tipo no le creen ni el Credo, tuvo que ponerse a buscar refuerzos en eso de mentir. “¿Qué hago, Dios mío meeesmo? Ya al camarada Evo no le creen después del rodillazo a un contrario en un juego ‘amistoso’; cada vez que llamo a la Cristina, el edecán me dice que no puede atenderme porque se está poniendo bótox, con tanta plata como le mandé en maletines cuando su campaña; a mi padre Fidel no puedo molestarlo porque está muy ocupado echándoselas de Gandhi después de viejo, alertando de guerras nucleares, siendo que él fue quien intentó meter cabezas nucleares soviéticas en la isla. ¡Ah, ya sé! Porque yo me las sé todas y una más. Como está de moda lo del premio Nobel de ese lacayo del imperio, Vargas Llosa, voy a conseguirme a otro que no me salga muy caro... ¡Edecán, comuníqueme con Pérez Esquivel!”
Y, dicho y hecho, al día siguiente mismo, ya el argentino que se encontró un Nobel en una caja de Corn Flakes estaba montándose en un avión —hay que preguntarse quién habrá pagado ese pasaje y esos viáticos— para darle mensaje de "solidaridad y apoyo al pueblo ecuatoriano" y para pontificar que lo que hubo "no fue sólo un intento de golpe de Estado contra el Ecuador, sino contra todas las democracias latinoamericanas". La hipérbole de las cobas, pues.
Como coba también fue ese fingido arrebato de humanismo demostrado por Boves II en su intervención televisiva para llamar a sus amigos y compañeros de ruta de la ETA a que depongan las armas y cesen de asesinar a paisanos de ellos. Si no hubiera sido por los lecos pegados por Correa con la camisa abierta, pidiendo que lo mataran, esa aparición del fantoche nuestro en una cadena más se hubieran ganado el Oscar de la mentira más descarada dicha ante una cámara. Con la suerte de que le apareció una cómplice: la vicepresidenta primera de España, la señora Fernández de la Vega, quien asegura que Venezuela "ha condenado sin paliativos cualquier acción de ETA" y ha garantizado la cooperación con España en esa materia. Y añade —para ofender más a quienes nos supone sudacas, cortos de mente y enguayucados todavía— que los derechos de los españoles que residen en Venezuela "no corren peligro" y están "claramente protegidos". Eso, a pesar de saber de las confiscaciones de hecho que ha llevado a cabo el régimen y de que dos paisanos suyos están en huelga de hambre ante el consulado de su país. Pero, claro, tiene que mentir porque hay petrochequera de por medio: están en juego unos barcos de guerra que Esteban quiere agregar a su ya extensa lista de juguetes bélicos y que ella quiere que se le concedan a los astilleros de Cádiz.
¿Han visto algo más teatralmente cursi que ese desgarrarse la camisa en el balcón, cuando ya estaba rodeado por varias docenas de sus espalderos, chillando que si querían matarlo fueran allá a hacerlo? Pura muela de la que utiliza frecuentemente su mentor y “mecenas”, el superhistrión sabanetense. Y que salió apuradito a defender la versión: "Para dar un golpe no hace falta tener una gran fuerza militar (...). No movieron tanques ni aviones, fue un pequeño grupo, azuzado por el enemigo, el que casi mata al presidente". Es que era tan chambona y hasta folklórica la perturbación que había que explicar por qué unidades de las fuerzas armadas ecuatorianas no aparecieron por parte alguna. Y, claro, más atrás venían las acusaciones contra el imperio, la CIA el Pentágono y demás perendengues.
Pero, como ya al tipo no le creen ni el Credo, tuvo que ponerse a buscar refuerzos en eso de mentir. “¿Qué hago, Dios mío meeesmo? Ya al camarada Evo no le creen después del rodillazo a un contrario en un juego ‘amistoso’; cada vez que llamo a la Cristina, el edecán me dice que no puede atenderme porque se está poniendo bótox, con tanta plata como le mandé en maletines cuando su campaña; a mi padre Fidel no puedo molestarlo porque está muy ocupado echándoselas de Gandhi después de viejo, alertando de guerras nucleares, siendo que él fue quien intentó meter cabezas nucleares soviéticas en la isla. ¡Ah, ya sé! Porque yo me las sé todas y una más. Como está de moda lo del premio Nobel de ese lacayo del imperio, Vargas Llosa, voy a conseguirme a otro que no me salga muy caro... ¡Edecán, comuníqueme con Pérez Esquivel!”
Y, dicho y hecho, al día siguiente mismo, ya el argentino que se encontró un Nobel en una caja de Corn Flakes estaba montándose en un avión —hay que preguntarse quién habrá pagado ese pasaje y esos viáticos— para darle mensaje de "solidaridad y apoyo al pueblo ecuatoriano" y para pontificar que lo que hubo "no fue sólo un intento de golpe de Estado contra el Ecuador, sino contra todas las democracias latinoamericanas". La hipérbole de las cobas, pues.
Como coba también fue ese fingido arrebato de humanismo demostrado por Boves II en su intervención televisiva para llamar a sus amigos y compañeros de ruta de la ETA a que depongan las armas y cesen de asesinar a paisanos de ellos. Si no hubiera sido por los lecos pegados por Correa con la camisa abierta, pidiendo que lo mataran, esa aparición del fantoche nuestro en una cadena más se hubieran ganado el Oscar de la mentira más descarada dicha ante una cámara. Con la suerte de que le apareció una cómplice: la vicepresidenta primera de España, la señora Fernández de la Vega, quien asegura que Venezuela "ha condenado sin paliativos cualquier acción de ETA" y ha garantizado la cooperación con España en esa materia. Y añade —para ofender más a quienes nos supone sudacas, cortos de mente y enguayucados todavía— que los derechos de los españoles que residen en Venezuela "no corren peligro" y están "claramente protegidos". Eso, a pesar de saber de las confiscaciones de hecho que ha llevado a cabo el régimen y de que dos paisanos suyos están en huelga de hambre ante el consulado de su país. Pero, claro, tiene que mentir porque hay petrochequera de por medio: están en juego unos barcos de guerra que Esteban quiere agregar a su ya extensa lista de juguetes bélicos y que ella quiere que se le concedan a los astilleros de Cádiz.
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