Así se llamaba el texto con el que nosotros, los que no tuvimos la dicha de saber lo que era un kindergarten, sino que entrábamos de un solo guamazo en primer grado, aprendíamos a leer. Pero no es a ese que quiero referirme. Ese, y los que lo siguieron, eran de lectura escolar. Al que quiero hacer mención es al que, sin ser texto obligatorio, fue el primero mío y que inició mi afición por los libros. Era “Corazón”, la versión en español de “Cuore”, de Edmundo De Amicis, que me regalaron con motivo de mi primera comunión. Me causó una gran impresión. Tanto, que durante mucho de mi vida adulta y mientras se conseguía en las librerías, era mi regalo para los primocomulgantes hijos de parientes y amigos.
Pero, permítanme una digresión, ya que a primeras comuniones me referí. En las clases de Catecismo que son necesarias para la preparación para ese evento — tan significativo que Napoleón afirmó que había sido el día más importante de su vida, no su coronación— aprendí de memoria las “Obras de Misericordia”, tanto las espirituales como las corporales. Y durante toda mi vida he tratado (muchas veces sin éxito) de cumplirlas. Por ejemplo, recientemente, y en razón de una tacha que se me impuso —a mi manera de ver excesiva— he estado recitando muy seguido aquello de “Soportar con paciencia las molestias que nos causan nuestros prójimos”. Y deseando que la otra persona —la que me mandó a decir que me llamaba al día siguiente para decirme sus razones— recuerde que entre esas mismas “Obras”, están: “Corregir al que yerra” y “Dar buen consejo a quien lo necesita”. Si es que ese era su afán, no lo ha logrado porque, transcurrida una semana entera, todavía estoy esperando la llamada que me ofreció por tercera persona. Dicho esto, y ya aliviado de una carga, regreso al tema.
A la edad que tenía cuando me lo regalaron, no sabía qué era un calabrés, un sardo, ni un lombardo; ni dónde quedaba Turín. Aún así, lo disfruté mucho porque se supone que el libro fue escrito por Enrico, un niño de tercer grado que, en el lenguaje simple de sus once años, cuenta lo que sucede en su escuela. También incluye los cuentos que el maestro narra una vez al mes a sus alumnos, y las cartas que el padre le escribía a Enrico para corregirlo, felicitarlo o comentar algún evento.
“Corazón” me permitió identificar a muchos de mis compañeros de clase con los de Enrico —el matón, el primero de la clase, el caballerito, el que crecía con muchas estrecheces, etc.). Pero también fue un libro que me puso el corazón como una pasa al leer acerca de los sufrimientos de Marco en busca de su madre en el cuento "De los Apeninos a los Andes"; de la expresión viril y honorable del caballero rico que regaña a su hijo y lo obliga a pedir perdón a un humilde carbonero al que el muchacho le había faltado al respeto; de lo que siente Enrico al saber que su maestra de segundo grado se está muriendo de tuberculosis.
Durante mi primera visita a Roma, me compré "Cuore" en italiano y me lo devoré en las largas esperas en los aeropuertos y el trayecto de regreso, ahora con una mejor comprensión de las circunstancias geográficas e históricas en las que se desarrolla la historia. Tuve que reconocer que Umberto Eco no exageraba cuando lo describió como "un grande mare di languorosa melassa". Pero también me encontré con que todavía uno, a pesar del montonón de años que tiene, puede sentir ternura en el corazón.
El libro fue escrito con la intención de consolidar la italianidad en una sociedad que todavía pensaba a nivel regional —y en eso resultó un gran éxito: entre su publicación en 1886 y 1923 se vendió un millón de ejemplares. Por ese afán unificador es que se incluye la anécdota de un pobre muchacho de Padua, que, cuando se da cuenta de que un par de catalanes que le habían dado limosna estaban hablando mal de Italia, les arroja con violencia a sus caras las monedas que le habían dado. Por esta misma razón es la historia de la reprimenda que el director de la escuela le da a Franti, el villano del libro, que se burlaba de unos soldados que pasaban, sudorosos, polvorientos y hacia el frente, a través de la ciudad y a quienes se les imposibilitaba castigar al muchacho porque iban marchando en formación. Debido a ese deseo de unificación, es que el maestro pone a Garrone, el muchacho de buen corazón, a leer una tarea que les había impuesto a los alumnos acerca de la figura de Mazzini, a pesar de que aquel el día anterior había enterrado a su madre.
"Corazón" sigue siendo un libro que se puede regalar a un niño. Lástima que ya no se consigue. Por lo menos en Venezuela.
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