Cuando fui escogido para hacer un postgrado en Chicago, no encontré alojamiento cerca de la universidad y tuve que buscar casa en suburbios diferentes a aquel donde estaba el campus. Por lo que podía pagar, sólo conseguí un sótano en Skokie, una localidad que representaba el súmmum de la judería asquenazí en el Midwest americano. Tan hebraica era la circunstancia que en diciembre, en los espacios públicos, uno no veía adornos de Santas —nacimientos, mucho menos— y lo que abundaban eran los chanukkiot, los candelabros de nueve luces. En el piso arriba del mío vivía un oftalmólogo que estaba haciendo un doctorado en la misma universidad. No tomamos mucha camaradería porque ambos estábamos mucho tiempo en clases o la biblioteca. Pero ambas esposas y nuestros hijos sí entrabaron amistad.
Un día, escuché cómo las vecinitas invitaron a mis hijos a buscar chametz en la casa de ellas. Primera vez que escuchaba esa palabra. Como no la conseguí en el diccionario, le pregunté a la vecina. Me explicó que significa “levadura”, y que como al día siguiente comenzaba Pesach, la Pascua judía, por instrucción talmúdica había que limpiar y lavar el apartamento hasta dejarlo sin rastro de cosas que pudiesen fermentar, desde migas de pan, pasando por granos y llegando hasta vinagre y café. Y me invitó a que los acompañara en el seder, la cena ritual de esa festividad. Eddy se negó a acompañarme porque no iba a participar en un rito no católico. Traté de convencerla que un seder era lo que habían conmemorado Jesús y sus apóstoles, judíos practicantes, durante la Última Cena. ¡Nada! Me tocó ir sólo, Pero antes fui a la biblioteca y me apuñalee sobre qué hacer y qué no.
No intento narrar cómo es un seder, pero algo diré para que entendamos una pizca de esa ceremonia llena de simbolismos. Para empezar, se realiza en la noche de la primera luna llena después del equinoccio de primavera; vale decir, que de ahí en adelante los días serán más cálidos, todo será menos arduo. El chal que usa el dueño de la casa no es el que tiene rayas celestes y que se usa para orar en los Shabat; el de esta ocasión es totalmente blanco. Fue el que vistió en el día de su boda y —aparte de las cenas pascuales— no lo llevará sino en el ataúd. Es para significar que este día es especial: conmemora la salida del pueblo judío de Egipto guiado por Moisés. Los alimentos que están en la mesa también tienen un significado. Hay, pero no para comer, un codillo de cordero y un huevo chamuscados; el cordero recuerda al que sacrificaron en Egipto para con su sangre marcar las puertas de sus casas a fin de que el ángel que exterminó a los primogénitos egipcios no los tocara a ellos; el huevo, las ofrendas que se hacía en el templo. Se come “hierbas amargas” —usualmente tiritas de rábano picante— que de cuando en cuando son untadas con una pasta de manzanas, nueces, dátiles, miel y vino. Lo fuertemente acerbo del rábano hace que a uno se le salten las lágrimas: busca que se recuerde cuán triste y amarga es la esclavitud. Lo dulce es para advertirnos que la certidumbre del alojamiento y la comida que están asegurados con la servidumbre —así como la tranquilidad de no tener que tomar decisiones— pueden ser confundidos por algunos como una evidencia de que la esclavitud es algo que vale la pena. Que no la vale. Y se toma cuatro copas de vino que representan las cuatro promesas que le hizo Dios a los hebreos: aliviarlos de las pesadas tareas de Egipto, liberarlos de la esclavitud, redimirlos y tomarlos como su pueblo escogido.
Después de muchísimas oraciones es cuando ¡por fin! viene cena no ritual. Debo confesar que los platos no son muy atractivos a la vista. Pero los sabores son excelentes. Soy adicto a la sopa de matzo y al gefilte fish, un pastel de pescado, huevo sancochado, cebolla y mucha pimienta. Al finalizar, se vuelve a rezar y cada quien para su casa.
Los lectores que llegaron hasta aquí dirán: “Hoy es 19 de abril y no habló de la efeméride; estamos en Semana Santa y no razonó sobre nuestros ritos católicos”. Es verdad, pero preferí aprovechar la celebración judía para hacer una comparación con lo que está pasando actualmente en Venezuela. La Pascua recuerda que hay momentos en los que se debe dejar de lado la tranquilidad que generan las dádivas tipo “misiones” —pero que implican la sujeción a la voluntad de otro— y decidirse a emprender un viaje, con sacrificios y dificultades, lejos del despotismo y los abusos, hacia la libertad, hacia la toma de las responsabilidades cívicas. Los exhorto a que nos imbuyamos de eso durante esta semana que invita a la reflexión…
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