Mayo y lo que va de junio nos mostraron contiendas electorales en varios países amigos. Ellas debieran dejarnos algunas lecciones a quienes miramos el 2012 como el momento de salir de la terrible pesadilla que significa tener como presidente un mesías de a locha y enamorado de sí mismo y una caterva de jerarcas oficiales ineptos y sectarios hasta lo indecible.
Las de España no eran para escoger autoridades nacionales sino para seleccionar las municipales y las autonómicas. Pero sus resultados pudieran ser utilizados como cartabón para pronosticar lo que sucedería al momento de escoger un nuevo gobierno central. La paliza que el Partido Popular le dio al PSOE es el producto de un gobierno populista pero que no fue capaz de solventar los problemas de los españoles. Al igual que por estos lados, al apenas comenzar, se dedicaron a dividir en bandos irreconciliables. Para eso apelaron a revivir “la memoria histórica”, desenterrando cadáveres y odios de la Guerra Civil que parecían sepultados para siempre. Retrataron a los populares como engendros franquistas mientras ellos se parangonaban a republicanos.
Al igual que por aquí, sin tener una clara visión de cómo solucionar lo del desempleo, pero en la creencia de que repartiendo dinero a manos llenas se arreglaba todo, organizaron el equivalente de nuestras “misiones”. Destrozaron y volvieron a hacer todas las aceras de España, como si eso iba en verdad a generar empleo estable; presionaron a los empresarios para que concedieran a sus empleados prerrogativas que encarecían los productos de exportación españoles, con lo que hicieron fue aumentar el paro.
Como esas, muchas cosas más de gobierno desacertado durante ocho años. El varapalo que le dio el PP fue tan contundente que ya se habla de la necesidad de adelantar las elecciones nacionales. Y ayer, los periódicos españoles señalaban que el candidato del PP le iba a sacar unos 15 puntos al del PSOE. Escogido a dedo por el mandante, al igual que por aquí.
En esa misma península, los portugueses tuvieron que dar un giro hacia la derecha luego de varios años de desmadre en el gasto público que puso a esa nación en peligro de entrar en default en sus cuentas nacionales. Tuvieron que salir a pedirle auxilio a la Comunidad Europea. Y esta se lo dio, pero exigió seguridades de que esos dineros no se iban a volver sal y agua por la continuación del populismo socialista.
Los lusos tuvieron que tragar grueso y aceptar que era necesario un gobierno menos manirroto, más serio en eso de administrar los dineros nacionales. Que antes de repartir la riqueza hay que crearla. Algo que luego de doce años no han entendido los rojitos criollos.
Los dos casos anteriores, más el de Grecia, permiten comprobar que no hay como tener gobiernos botarates e irresponsables para asegurarse de no poder salir de las crisis económicas. Esos tres estados —sabiendo el lío en el que estaban pero sin querer enmendar en su derroche— apelaron a imprimir papeles de deuda pública con los que comprometían el futuro, pero que les permitían seguir engañando a sus pueblos haciéndoles creer que —como dijo Elke Tekonté— "el socialismo es el reino de Dios en la tierra". Por cierto, esos papeles de deuda, con todo y lo mal que estaban esas economías, nunca salieron con más del cinco por ciento de interés. Y los que saca nuestro Banco Central por órdenes que le da Esteban Dolero pagan tres veces más. Con lo que se demuestra lo mal que estamos nosotros.
Lo del Perú es más patético que lo que vimos en Europa. En las primarias, quedaron eliminados los candidatos que mejor podían mantener a ese país en la senda del progreso que han ido construyendo en los últimos doce años. Y empoderaron para que fuesen a la segunda vuelta a los dos con menos credenciales. Tenían que escoger entre “el cáncer y el sida” para ponerlo en las palabras de un peruano que luego salió a patrocinar al peor de todos. Y que fue quien ganó a la postre.
Eso de que Humala se revistiese de moderado era tan increíble como aquello que usó Mentira Fresca de vestirse de azul y decir que “por amor me hice pintor”. Ya empezarán los peruanos a sufrir lo que tenemos doce años padeciendo los venezolanos: destrucción del aparato productivo y estatizaciones como orden del día; violaciones sistemáticas de la Constitución por parte de unos funcionarios prepotentes y jaquetones cuyo juramento los obliga a lo contrario: a defenderla; conculcación del estado de derecho por parte de una minoría agresiva que muestra desprecio por lo que es decente y correcto. Allá, como aquí, comenzaran unos desabridos a decir: “El comandante nunca se equivoca; por eso, sus mandatos son más acertados que la misma Ley”. Por cierto, los seguidores de Hitler decían lo mismo…
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