Como alguien me reclamó cordialmente que tenía tiempo sin “jugar con las palabras”, hoy me voy a meter en eso que disfruto tanto. Pero faltan solo diez semanas para el día de las votaciones —cuando vamos a hacer que Venezuela regrese a la normalidad institucional—; y no puedo dejar de lado la circunstancia política. Servirá, además, para ponerle sal a algo que unos encontramos divertido pero que puede poner a dormir a muchos otros. Los ejemplos serán tomados de personeros del régimen, incluyendo al candidato del comunismo.
Empecemos con un adjetivo que es denominador común de casi todo el gabinete y de muchos funcionarios del régimen —incluidos los de medio pelo. Me refiero a “petulante”, al que el mataburros define como un estado de “vana y exagerada presunción”. Si fuera solo eso, uno pudiera dejarlo pasar. Pero viene acompañado de la insolencia en el discurso y el comportamiento. Y hasta de la vulgaridad, lo cual no deja de ser un contrasentido: se las echan de mucho, pero con sus frecuentes y caprichosas malhumoradas dejan caer el oropel con el que pretenden cubrirse y permiten ver el latón del que están hecho. “Petulante” es una palabra relacionada con el verbo latino peto-petere, que significa “buscar”, “pedir”, “abalanzarse”. Otras que se desprenden de este verbo son “competir”, cosa que ellos no saben hacer sin buscar ventajas por medio de trampas (y con las cuales las rectoras del CNE se hacen las locas); “apetito”, que los caracteriza también (esas ganas desaforadas de seguir mamando directo de la ubre de la res pública); “ímpetu”; que es lo que le sobra al flaquito y que no puede igualar el gordito —hinchado, más bien— y por eso hubo que acondicionarle una carroza en un vehículo militar (lo cual configura un delito).
Tienen un máster en “prevaricación”; delito que comete un funcionario o un juez al “dictar a sabiendas una resolución injusta”. En eso, el diccionario también se queda corto: en ese delito también incurre aquel que incumple las obligaciones específicas de su cargo; que cobra sin trabajar, pues. O quien las dicta para obtener un beneficio indebido. ¡Cómo abundan de esos! Usualmente, cuando cometen este delito, incurren también en “perjurio”, puesto que no solo incumplen con las funciones, sino que, además, faltan al juramento que debieron prestar al tomar posesiones de sus cargos. “Prevaricar” también viene del latín, y es interesante: deriva de varico-varicare, verbo que se pudiera traducir “caminar con las piernas abiertas”, “andar a horcajadas”. Si se le combina con el prae que nosotros redujimos a “pre”, estamos hablando de “caminar, alguien, no muy rectamente”. Así lo hacen los del Tribunal de la Suprema Injusticia, la fiscala generala (para usar del feminismo al que es tan afecto el régimen) y el pocotón de ministros que sufrimos.
Un adjetivo que usamos poco es: “perfunctorio”. Pero retrata de cuerpo entero el proceder de la manga de burócratas que nos toca alimentar con nuestros impuestos —y que el régimen ha multiplicado a más del doble. Porque el DRAE explica que es algo “hecho sin cuidado, a la ligera”. Y si algo caracteriza a esos personajes es la rutina, la falta de entusiasmo, el desinterés y la superficialidad mecánica con la que “cumplen” sus funciones. Había escrito “acometen”, pero ese verbo implica “atacar con ímpetu, con ardor”, acción que no se nota en la mayoría de las oficinas públicas. Pero, claro, el ejemplo lo da el de arriba, que en los últimos doce meses no ha estado en su oficina más de doscientos días. ¡Y todavía quiere que lo reelijan! ¡’na guará! Perfunctorio proviene de perfunctio-perfunctionis, conformado por la combinación del prefijo per y el verbo perfungor-perfungi, que significa “llevar a cabo”. Dicho verbo es también el origen de otras palabras españolas: “difunto”, que es lo que ya no funciona (como el derecho, que nos asistía y que nos han arrebatado con violencia y malas artes) y “fungible”, lo que se acaba (como este régimen, que tiene fecha de expiración. Cuando se vayan, tendrán que “cantar la palinodia”, una locución verbal para significar “retractarse públicamente, reconocer los yerros propios”.
Caso aparte son los altos mandos. Son como aquel personaje volteriano, “Pococurante” —unión de dos palabras italianas que traducen “se ocupa de poco”. Es que el ginebrino escogía muy bien los nombres de sus protagonistas. A alguien que hablaba mucho y derrochaba optimismo, le puso “Pangloss” (“todo lengua” en griego); “Cándido” no podía ser más inocente. Y los actuales “Pococurantes” son la mata de la indiferencia por los grandes objetivos de la nación; lo de ellos es mantenerse en la buena con quien los ascendió a pesar de que no tienen currículo sino prontuario.
Se acabó el espacio. Me faltaron “vacuo”, “untuoso”, “ucase” y “subterfugio”. Alguien que me los recuerde en el futuro cercano, plis.
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