Hoy cumple años el Libertador. Vaticino que el régimen va a echar el resto para equiparar las hazañas del Padre de la Patria con las que tengan que inventarle al Héroe del Museo Militar, tan falto de ellas. Hoy, el candidato del comunismo —con su habitual desprecio por la norma constitucional— va a convertir en míseros actos de campaña lo que debieran ser ceremonias en honor a nuestro héroe. Continuará halando la brasa para su sardina mientras sigue construyendo una religión en la cual, en palabras de Eduardo Casanova, “Bolívar es el único dios y algún aventurero es su profeta”. Hay que echarle un parao a esa intención. El Libertador fue un gran hombre, pero no por eso hay que endiosarlo. Llevando de nigromante a Elke Tekonté, mucho menos. Equipararlo con Bolívar es una osadía. Pero los rojos necesitan llevar a cabo esa barbaridad para ver si el tipo repunta.
El Libertador fue una persona admirable en muchos sentidos; pero, como humano que era, también incurrió en errores e injusticias. Y hasta bárbaro fue algún tiempo. Creo que, para combatir esos intentos de mitificación, sería conveniente enumerar algunas de las cosas en las cuales pecó el Libertador. Con ello no intento demeritarlo —nada más lejos de mi intención— sino bajarlo del altar en el que lo tienen montado los que dicen ser bolivarianos (pero que no pasan de ser bolivareros). Bolívar merece un pedestal, no un altar.
Dos de los yerros que se le imputan Bolívar tuvieron gran influencia en la caída de la Primera República. El primero, la pérdida de la plaza militar de Puerto Cabello. Según habladurías de esos días, el castillo cayó en manos de Vinoni porque Bolívar se había descuidado y estaba en un juego de naipes y bebiendo vino. Las cartas llenas de lamentaciones que le manda a Miranda para disculparse parecieran comprobar el hecho. Al saber lo sucedido, el precursor exclamó en francés: “Venezuela est blesée au coeur!” Y en verdad estaba herida en el corazón porque Monteverde pudo apropiarse de un formidable arsenal que inmediatamente empleó contra los republicanos. Este primer error no fue poca cosa. El segundo, fue el haber estado entre los que arrestaron a Miranda para entregárselo a los realistas. Lo que le significó su reclusión en La Carraca y su muerte posterior. Mucho después, para justificarse, Bolívar alegó que Miranda había traicionado a la república al pactar con Monteverde. No necesariamente: ambos comandantes hacían la guerra con las reglas de Europa. Lo que sí pareciera desprenderse de lo que informó Monteverde es que algún interés tuvo Bolívar cuando entregó a Miranda: “Yo no puedo olvidar los interesantes servicios de Casas, ni de Bolívar y Peña, y en su virtud no se han tocado sus personas, dando solamente al segundo sus pasaportes para países extranjeros…”
Otra verruga fue la orden, en el año 14, de masacrar a más de ochocientos de civiles españoles que estaban presos en La Guaira. Su excusa: no podía dejarlos vivos porque se iban a convertir en una amenaza en la retaguardia de los que emigraban a Oriente. O sea, se criticaba a las barbaridades de Boves, pero se procedía igual. Pero, en el año 17, en Guayana, cuando mandó a pasar por las armas a 22 misioneros catalanes, ¿qué justificación podría dar? Hasta 1820, su accionar fue el de líder bárbaro. Pero después, a veces, también incurrió en rigores injustificados; como cuando ordenó a Santander, después de Boyacá, que “enviara a San Pedro” los oficiales españoles que eran ya prisioneros.
Muchos se preguntan por qué la mayoría de los peruanos no quiere a Bolívar. Por muchas razones, pero como el espacio es poco, van en forma sucinta. En principio, llegó como Libertador, pero a los cinco meses ya era dictador y a los tres años movía los hilos para ser presidente vitalicio. Una de las primeras órdenes a los jefes militares fue: “Tomar todas las alhajas de oro y plata de las iglesias para amonedarlas y destinarlas a los gastos de la guerra; todas las piedras preciosas y cuanto tenga valor en las iglesias, sin dejar en ellas, sino lo más indispensable para el culto”. Después de una insubordinación por falta de pagos, ordenó al general La Fuente “Haga Vd. perseguir de muerte a los que se levantaron, y que se fusilen donde se tomen”. Pero, por sobre todo, no lo quieren porque cercenó al Perú para crear a Bolivia…
A Bolívar no se le puede reducir al jinete encaramado en un caballo blanco que nos dibujaba la Historia del Hermano Nectario María en cuarto grado; a alguien impoluto, sin tachas; a una especie de Sir Galahad moderno. No. Fue un hombre complejo, pero con más logros que desafueros. En todo caso, todo lo contrario de Esteban…
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