Lo confieso, yo pensaba que mi pasado artículo iba a ser un bodrio. Porque se alejaba de los temas políticos que me han mantenido ocupado de un tiempo para acá y se refería a un libro que me marcó desde que lo leí siendo un muchacho de cuarto grado. Pues, ¡sorpresa!, recibí una respetable cantidad de correos y disfruté de muchas conversaciones en las que se me felicitaba por mi escrito. Tanto, que decidí mantenerme alejado de mi habitual ración de críticas a la incapacidad de jerarcas del régimen y cogerme una semana más para disfrutar escribiendo de lo que me gusta más: letras, historia, viajes y demás cosas atinentes a la cultura. Para los que pusieron caras largas al leer lo anterior, tienen mi promesa de que tres de los cuatro escritos que me quedan este año serán para seguir rajando contra Elke Tekonté y sus áulicos en las esferas nacional, regional y local. El último será para reconciliarnos con la Navidad y, probablemente, sean las grageas de chispa popular que tanto gustaron en años anteriores. Entremos en materia.
Una amiga a la que quiero mucho, y que se siente con la confianza suficiente para criticarme con franqueza, me enrostra con frecuencia una tendencia que, dice ella, tengo para trastocar algunas erres intersilábicas en eles. Por ejemplo, ella cree escuchar “me acueLdo” cuando yo digo “me acueRdo”. Que mi “peRdón” suena como “peLdón”. Puede ser. Pero nadie más me lo había comentado y por eso no estaba consciente de mi falta ortoépica. Aún así, yo me escudo detrás de la explicación que alguna vez dio Rosemblat de que la pronunciación del sur de España y de las regiones habitadas por andaluces y extremeños durante la colonia tiende a minimizar la fuerza de las consonantes finales e intersilábicas. Que es el caso de los cubanos que convierten esa erre en una doble pronunciación de la consonante siguiente: “coTTar la cueDDA” en vez de “coRTar la cueRDa”; o las de los portorriqueños, en las que sí se convierte la erre en una ele franca: “compóLTate, sé fueLTe”, por: “compoRTate, sé fueRTe.
Yo tiendo a pensar que mi caso —que es el de muchos de los que nacimos y nos criamos en los estados centrales— es el de la pronunciación de una erre suave, parecida a la del idioma inglés, y no una fuerte, como la que se escucha en el francés. Pero, claro, a lo mejor son puras excusas mías para no aparecer como engolado al pronunciar (o tener que aprender a hablar después de viejo). Y mi amiga me ripostará que si soy tan exigente conmigo mismo (y tan crítico con los demás) en lo referido a la ortografía, las normas al escribir, también debería serlo con la ortoepía, el arte de pronunciar correctamente, como nos explicaron en quinto grado...
Me quedan unas trescientas palabras disponibles todavía. Voy a emplearlas en la misma materia: ortografía, ortoepía y hasta ortofonía.
Nobel. Con motivo del premio otorgado, muy justamente, a Vargas Llosa, por la televisión y la radio uno escuchaba con frecuencia “nObel”, como palabra grave, y resulta que el apellido del famoso inventor se acentúa en la “e”: nobEl; por lo que la enunciación correcta es igualita que cuando decimos nuestro sinónimo de “principiante”: “Nobel” y “novel”; solo que aquella es con be labial y ésta es con ve labiodental (o uve, como quieren ponernos a decir los académicos de la RAE ).
Demasiado. ¿Qué debe hacer una muchacha cuyo novio le dice: “Yo te amo demasiado”? Probablemente, ella le dará un fogoso beso de agradecimiento por lo que ella cree que es un piropo. Pero lo que debía haberle dado era una bofetada. Porque le está diciendo que la quiere más de lo que se merece. El problema es que ninguno de los dos —ni el 90 por ciento de los jóvenes— sabe que ese adverbio implica “en exceso”, “en demasía”, no “muchísimo”, que es lo que quería significar el Romeo. Pero cómo abunda ese error.
Aguacero. En estos días de excesiva caída de agua, he escuchado y leído (inclusive en este diario): “Se esperaN lluvias”. Con esa ene final que no va, porque esa oración tiene un sujeto indefinido; alguien espera que llueva. No se sabe quién. Añado más, todos los verbos relacionados con fenómenos meteorológicos (llover, nevar, tronar, relampaguear) carecen de variación personal, por lo que requieren un verbo en tercera persona del singular. Esta frase que comento tiene algo de eso también, aunque el verbo no sea de esos.
“E” por “I”. A veces, demasiadas, uno se encuentra con que alguien va a “palear” un asunto cuando lo que se necesita es “paliar” este; o sea que, en vez de mitigar, atenuar, disminuir el problema lo que hacen es caerle a golpes con una pala. Igual sucede con “arrear” y “arriar”. Más de una vez hemos leído que a la pobre bandera no la bajaron del asta sino que la estimularon para que caminara...
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