El candidato o la candidata —escribo imitando el estilo chambón que los rojos han impuesto en contra del buen decir para ser dizque ‘políticamente correctos’— que venza en las primarias del 12 será quien tenga la responsabilidad de medirse con Mentira Fresca en las elecciones de octubre. No es tarea pequeña, sabiendo de la falta de escrúpulos y el abuso de poder que lo caracterizan y la inmensa mochila de plata que tiene para tratar de mantener viva su robolución a punta de mentiras, intimidaciones y compra de votos. Pero quien logre vencer dentro de dos semanas también será quien prevalezca dentro de nueve meses en los comicios presidenciales. Porque, sin importar de cuántas triquiñuelas, ardides y fullerías se valga Su Sabanetense Obesidad, los venezolanos ya han descubierto que solo él es el responsable por todo lo que ha retrocedido la nación. Por estar subordinado a las órdenes que recibe de su cagalitroso mentor cubano.
Si un presidente en el pasado explicó que recibía un país hipotecado, quien venza ahora lo va a recibir quebrado. Peor: en ruinas. Económica y moralmente hablando. Porque los afanes populistas de estos trece malhadados años no solo han acabado con cualquier riqueza que haya tenido la nación, sino que han corrompido a una parte importante de los venezolanos, enseñados a vivir pegados de la ubre de la res pública. El tipo no se conformó con gastar todo lo que había en caja, sino que ha endeudado al país de manera tal que aun nuestros bisnietos van a estar pagando. Y si no lo paramos, hasta nuestros tataranietos van a estar cancelando lo que el hitlercito de la locha nuestro ha malgastado en comprar amigos por fuera y prostituyendo, a lo interno del país, a los más lábiles de mente.
Siendo así, al candidato o la candidata (para seguir en el menguado estilo oficial) le corresponderá conformar un gobierno de “salvación nacional”, para emplear una frase de la Revolución Francesa. Porque —algo que no ha entendido el hegemón actual después de estos trece laaargos años— un gobierno no es solo un presidente; es un presidente y sus ministros. Todos los venezolanos hemos visto, y sufrido, la carencias de unos gabinetes conformados por unos individuos con muy poco en la cabeza y sin capacidad gerencial alguna. Son tan poquitos los que tiene Elke Tekonté que, cuando fracasan en un cargo, no los destituye sino que los rota hacia otros cargos. Donde pondrán la torta también, porque lo único que los mantiene en las alturas del poder son sus obsecuencias y sus carnés rojos. Es esencial que quien venza en las primarias tenga la capacidad y la voluntad de convocar a los mejores —dondequiera que estén— para que ayuden en el gobierno.
Y, después de juramentados y de haber recibido las líneas gruesas para la acción, dejarlos ejercer sus iniciativas en sus respectivas áreas de responsabilidad. Si de algo sufre el país actualmente es de inmovilismo. Lo que yo llamé hace algunos años el “síndrome de la radiografía”: “No hable, no se mueva, no respire, hasta que yo se lo diga”. Esa manera de mandar (que no es sinónimo de gobernar) es la que ha revertido todo —contrariando tanto el espíritu como la letra de la Constitución— hacia un ineficiente centralismo que es peor que el que había antes de 1990. Porque ya no es siquiera caraqueño, como aquel, sino de un pedacito de la avenida Urdaneta, de Bolero a Camino Nuevo, para ser más exacto. Todo se decide en un sótano palaciego (o cuartelero), sin enterarse de los problemas reales que sufrimos los venezolanos. Por eso es que están como están las autopistas, los hospitales, las escuelas y pare usted de contar.
También, y por eso mismo, quien venza tiene que tener claro que sus principales colaboradores, además de los ministros, son los gobernadores y los alcaldes de las ciudades principales. Y que a ellos, para que lo ayuden deben ser devueltas las competencias que les fueron arrebatadas inconsultamente apenas arrancado este régimen. Al votar, los interioranos debemos tener muy presente la diferencia de cómo funcionaban las cosas antes del arrebatón y ahora, cuando todo se cae a pedazos por la ineptitud y la desidia oficiales.
Hay que ir a votar en febrero para ayudar a quien deba acometer esa colosal tarea de volver a hacer vivible a Venezuela. Y a esas votaciones hay que ir con la mente clara, a sufragar por quien uno crea que es el mejor; sin dejarse obnubilar por la contaminación demoscópica, por encuestas, muchas de ellas hechas —siguiendo la moda oficialista— a la medida para el encumbramiento de quien las contrata. O sea, hay que ir a depositar nuestros votos sin dejarse llevar por “la farandulización del debate público”, para usar una frase afortunada de Antonio Sánchez García este domingo.
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