viernes, 8 de octubre de 2010

Mi lectura del 26-S

Sucedió lo que se sabía: el régimen iba a obtener la mayoría en la Asamblea aunque no tuviera la mayoría de los votos a nivel nacional. Porque las reglas del juego estaban hechas no por diputados que actuasen con sentido de justicia y  equidad, y buscando el bien común, sino por fichas gobierneras que hacían un traje a la medida del oficialismo. Para halar la brasa para su sardina. O, en este caso, su bacalao. Por eso dibujaron reglas que maximizaban la cantidad de diputados que podían obtenerse en las regiones con menos densidad poblacional y más atrasadas social y económicamente, y por tanto, más dependientes de la nómina oficial. De esa manera se potenciaban las posibilidades de ganar ellos. Lo cual no deja de ser un contrasentido. O más de un contrasentido.  Porque tan raro es que el peso de las regiones sea inversamente proporcional a su población, como que gente que ha sido mantenida en la inopia, la privación y la ignorancia siga favoreciendo a los mismos que —algunos creemos que ex profeso— los han conservado en ese estado y sin posibilidad de redención. 

De manera que esta sí fue una victoria como la que, en su despecho por haber perdido la reforma, describió Boves II en el 2007. No utilizo el escatológico adjetivo empleado esa vez por no parecerme a ese boca de cloaca, no porque no sea en verdad merecido el calificativo a lo que le sucedió al régimen: obtienen más diputaciones pero, si a los números absolutos a nivel nacional nos vamos, son minoría en el corazón de los venezolanos. Proceso que se había demorado más de la cuenta, vistas las desastrosas resultantes de la ineptitud, la corrupción y el sectarismo de muchos jerarcas en cuanta iniciativa acometía el régimen. Que no eran muchas porque este es uno que se puede describir con las palabras de Terencio: Mare verborum, gutta rerum, un mar de palabras y una gota de cosas. O sea, dicho en criollo: “Mucho ruido y pocas nueces”. Porque si algo caracteriza a esa gente es que hace muchas promesas y producen poca substancia; que pronuncia muchas palabras pero genera poquísimas ideas. Y a la prueba me remito: cálense las seis, siete horas de una cadena presidencial y traten de descubrir algo que sea en verdad nuevo y de provecho para la nación. No lo encontrarán, solo el mismo discurso manido que ha venido repitiendo hace doce años.

El país despertó con una nueva realidad: los que piensan distinto a como quiere imponernos Esteban somos más. Pero no creo que eso signifique mucho en la mente de éste, un tipo sin escrúpulos y que sólo tiene una fijación: su perpetuación en el poder. Tanto, que descaradamente hizo propaganda política disfrazada de actos oficiales en los días previos a las elecciones en que estaba vedado para los demás venezolanos, y en el mismo día de las votaciones llegó al colmo de citar lo que escribió su barbudo jefe desde La Habana y que uno no puede denominar como una intromisión en la política interna sino como una entrepitura descarada. ¿Y el CNE?, bien gracias. Sinceramente, no creo que a la realidad nacional dibujada este domingo pasado lo lleve a enmendar. Seguirá excluyendo a todos aquellos que nos atrevemos a disentir; seguirá exigiéndole a sus subalternas en la Fiscalía y en los tribunales que se encarcele a sus antagonistas; para los altos cargos seguirá dándole preeminencia al carné del partido y a las personalidades perrunamente obsecuentes y no a los conocimientos técnicos y la eficiencia profesional; seguirá prefiriendo a los amigotes y chulos que tiene en Cuba, Bolivia, Nicaragua y otros países parecidos a los pobres de esta sufrida nación nuestra.

¿Reflexionará que el gran perdedor de estas elecciones fue él? ¿Se acordará de que él intentó convertir estas elecciones en un plebiscito donde el único candidato era él? No creo. Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Comportándose como una versión tropical del hermano iraní suyo —quien tuvo el descaro de decir en las Naciones Unidas que los gringos mismos fueron los que destruyeron las torres gemelas de Nueva York— de ahora en adelante añadirá un tema nuevo al manoseado discurso de siempre: ahora, cada vez que  tome la palabra, explicará que esa “magnifica victoria obtenida por las fuerzas de la revolución meeesma” es un cheque en blanco para seguir empujándonos, garganta abajo, velis nolis, un dizque socialismo que no es sino una descarada imitación del fascismo.

Aún así, yo soy optimista con la nueva Asamblea. Si los cuatro gatos que saltaron la talanquera para este lado dijeron una inmensa cantidad de verdades y denunciaron las tramposerías que cocinaban las focas en el Parlamento, qué será cuando sean sesenta y algo las voces que se alcen.  Y como parece que la dueña de la tijera parlamentaria no repetirá, bastantes intervenciones ayudarán a ratificar que el rey está desnudo...

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