Cuando tu cuerpo está mal, tú te medicas, preferiblemente siguiendo las instrucciones de uno que sabe de eso, el médico. Tú no dejas que la condición empeore por tu inacción; tú te metes la pastilla que puede curarte o, por lo menos, disminuir el malestar que sientes. Entonces, si tú sabes que el cuerpo social de Venezuela está mal y que tienes a mano la medicina, ¿por qué tienes decidido quedarte en casa el día de las votaciones? Tienes que, junto con millones de paisanos más, ayudar a la recuperación de ese organismo colectivo donde nos toca sobrevivir. Y fíjate bien el grupo verbal que empleo: “nos toca sobrevivir”. En otras circunstancias hubiera escrito: “donde tenemos la dicha de vivir”. Porque, de un tiempo para acá, en Venezuela se sobrevive; cuando no es ante las arremetidas del hampa que anda por la libre (y a veces, muchas veces, coludida con agentes de la policía), es porque tienes que dejarte morir de hambre para defender lo tuyo, como le tocó a Brito; o porque te matas mientras vas manejando por una carretera llena de cráteres; o porque no tienes cómo pagar una clínica y tienes que acudir a un hospital público resignado a morir a mengua.
En todo caso, y regresando al argumento inicial, cuando decides tomar un medicamento, ingieres una pastilla que tú sabes que sí te va a hacer efecto, no una que sería inútil para mejorar. Mucho menos te meterías una pepa que está en un frasco sin etiqueta que te diga qué es y para qué sirve. ¡Ni de vainas! No sea que, como dice el refrán, salga “peor el remedio que la enfermedad”. En todos los circuitos electorales, tanto el PUS como los otros comunistas (los que no tienen empacho en admitirlo y lo ponen en el nombre de su partido) nos encontramos con una mayoría de ilustres desconocidos a los que uno no puede reconocerle merecimientos, instrucción, experiencia u oficio útil que sirvan como aval para aparecer en esos tarjetones. Lo que imperó para eso fue el antojo, la puntada de cuello, del Primer Dedo de la República. Es gente a la que nunca has escuchado porque desde muy arriba llegó la orden de comportarse como cuando estás en la sala de radiografías: “no respire, no hable, no se mueva, no haga nada hasta que yo le dé permiso”. Y los otros, los que sí conoces, los conoces precisamente por su sumisión al Nerón Sabanetero, no por la defensa de las personas a las cuales dicen representar. Gente que, por cierto, pone sus amplias posaderas en las curules con menos de un doce por ciento de la aprobación popular. Y aún así, se dan ínfulas peores, chupan más ávidamente y cometen más desafueros que el más venal y el más inepto de los parlamentarios de los congresos anteriores. Son personas que se apoltronan sólo para levantar la mano apenas Cilia les pela los ojos. No pueden hablar en el recinto; sólo algunos ungidos como Escarrá el peor (el malo es el otro), Darío Vivas, la Fosforito o Sanguino pueden hacerlo. Y si no pueden hablar en algo que llaman “el parlamento”, ¿cómo van a hablar por fuera, si ya Boves II decidió que lo que viene el 26 de septiembre no son unas elecciones de personas que deben representar a las regiones en Caracas sino un plebiscito en el cual la única figura a escoger es a él.
¡Pues no! No podemos dejar que nos metan gato por liebre. Todo el mundo tiene que tener claro que la Presidencia nada tiene qué buscar en estos comicios. Ya le llegará su turno en el 2012. Pero se mete; contrariando la letra y el espíritu constitucionales y cometiendo delito. Pero para eso él —además de creer que gobernar es hacer su real gana, sin cortapisa alguna— se siente guapo y apoyado. En este caso, por las cuatro rojas-rojitas que él decidió que estuvieran en el CNE, no para asegurarse de la incolumidad de los resultados electorales sino para cerciorarse con triquiñuelas y decisiones sesgadas de que su amado líder, ni el partido al cual pertenecen todavía (aunque hallan hecho la pantomima de renunciar a él unos días antes de sus postulaciones), va a sufrir menoscabo en comicios que ellas “supervisen”.
Precisamente, por la presencia de ese tipo de morbos en el cuerpo político y social de Venezuela es que tu voto es esencial: las dosis de medicamentos que hay que administrar tiene que ser mayor; la infección es de tal gravedad que requiere dosis heroicas. No es con pócimas, bebedizos o menjurjes que vamos a curar al país. Ni siquiera con rezos, aunque les reconozco sus capacidades curativas. Es con medicinas patentadas que garanticen la eficacia de la remisión de la enfermedad. Así sepan amargo, o impliquen tener que sacrificar un domingo en una cola. Medícate, no te quedes en casa el 26...
En todo caso, y regresando al argumento inicial, cuando decides tomar un medicamento, ingieres una pastilla que tú sabes que sí te va a hacer efecto, no una que sería inútil para mejorar. Mucho menos te meterías una pepa que está en un frasco sin etiqueta que te diga qué es y para qué sirve. ¡Ni de vainas! No sea que, como dice el refrán, salga “peor el remedio que la enfermedad”. En todos los circuitos electorales, tanto el PUS como los otros comunistas (los que no tienen empacho en admitirlo y lo ponen en el nombre de su partido) nos encontramos con una mayoría de ilustres desconocidos a los que uno no puede reconocerle merecimientos, instrucción, experiencia u oficio útil que sirvan como aval para aparecer en esos tarjetones. Lo que imperó para eso fue el antojo, la puntada de cuello, del Primer Dedo de la República. Es gente a la que nunca has escuchado porque desde muy arriba llegó la orden de comportarse como cuando estás en la sala de radiografías: “no respire, no hable, no se mueva, no haga nada hasta que yo le dé permiso”. Y los otros, los que sí conoces, los conoces precisamente por su sumisión al Nerón Sabanetero, no por la defensa de las personas a las cuales dicen representar. Gente que, por cierto, pone sus amplias posaderas en las curules con menos de un doce por ciento de la aprobación popular. Y aún así, se dan ínfulas peores, chupan más ávidamente y cometen más desafueros que el más venal y el más inepto de los parlamentarios de los congresos anteriores. Son personas que se apoltronan sólo para levantar la mano apenas Cilia les pela los ojos. No pueden hablar en el recinto; sólo algunos ungidos como Escarrá el peor (el malo es el otro), Darío Vivas, la Fosforito o Sanguino pueden hacerlo. Y si no pueden hablar en algo que llaman “el parlamento”, ¿cómo van a hablar por fuera, si ya Boves II decidió que lo que viene el 26 de septiembre no son unas elecciones de personas que deben representar a las regiones en Caracas sino un plebiscito en el cual la única figura a escoger es a él.
¡Pues no! No podemos dejar que nos metan gato por liebre. Todo el mundo tiene que tener claro que la Presidencia nada tiene qué buscar en estos comicios. Ya le llegará su turno en el 2012. Pero se mete; contrariando la letra y el espíritu constitucionales y cometiendo delito. Pero para eso él —además de creer que gobernar es hacer su real gana, sin cortapisa alguna— se siente guapo y apoyado. En este caso, por las cuatro rojas-rojitas que él decidió que estuvieran en el CNE, no para asegurarse de la incolumidad de los resultados electorales sino para cerciorarse con triquiñuelas y decisiones sesgadas de que su amado líder, ni el partido al cual pertenecen todavía (aunque hallan hecho la pantomima de renunciar a él unos días antes de sus postulaciones), va a sufrir menoscabo en comicios que ellas “supervisen”.
Precisamente, por la presencia de ese tipo de morbos en el cuerpo político y social de Venezuela es que tu voto es esencial: las dosis de medicamentos que hay que administrar tiene que ser mayor; la infección es de tal gravedad que requiere dosis heroicas. No es con pócimas, bebedizos o menjurjes que vamos a curar al país. Ni siquiera con rezos, aunque les reconozco sus capacidades curativas. Es con medicinas patentadas que garanticen la eficacia de la remisión de la enfermedad. Así sepan amargo, o impliquen tener que sacrificar un domingo en una cola. Medícate, no te quedes en casa el 26...
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