Los humanos estamos dados a pensar que las cosas simétricas son hermosas. Porque seguramente nos parecen armoniosas, bien ordenadas, previsibles. Y en mucho, también porque nosotros mismos somos simétricos. Aunque no del todo; más bien pudiera decirse que somos casi simétricos. Más por fuera que por dentro. La cara bella y graciosa de una dama no llega nunca a perfecta, ¡gracias a Dios! Probablemente una ceja esté un poquitín más alta que su compañera, un lunar coqueto aparezca en una mejilla; la sonrisa se levante y se alargue más hacia un lado, etc. Pero eso no hace sino añadir más atractivo a esa cara. Lo mismo nos pasa cuando observamos los resultados de la arquitectura, desde las pirámides hasta el rascacielos más moderno que construyen en Shanghái; la flora y la fauna nos proveen otros ejemplos: una estrella de mar y una flor de girasol tienen simetrías radiales admirables. Por el contrario, las cosas asimétricas nos parecen chocantes, las más de las veces, porque parecieran representar la discordia, lo contra-natura. Rigoletto, amargado, canta: “Oh rabbia! Esser difforme! Esser buffone!” Ese saberse no bien proporcionado es lo que lo conduce a la ciega venganza, y por la cual muere, asesinada, su hija Gilda.
En fin, que estamos construidos para apreciar la armonía. Por eso, es que tratamos de organizar nuestras sociedades en torno a ella y todas las normas que nos damos en búsqueda de ese objetivo, tratan de eliminar o reducir las chocantes disonancias que afearían el cuerpo social. No en balde, la “egalité” era uno de los postulados de la Revolución Francesa. Hasta nuestra Constitución la propugna; ya al mero inicio menciona a la “libertad, igualdad, justicia y paz” como elementos esenciales. El problema se presenta cuando quienes, por deber y como función, deben buscar que esas virtudes sean el fundamento de la vida en sociedad, son los primeros en burlarlas.
Menciono algunas de esas asimetrías que son, además de una injusticia, un grosero cachiporrazo dado por el régimen al concepto de igualdad. Y lo hago sin darle prelación a la importancia; las pongo como se me vienen a la cabeza.
Lo del “chip” para poner gasolina en la frontera. Que hace poco trataron de extender a la compra de alimentos. Ni el primero, ni el que se le acaba de chispotear al servil de Arias Cárdenas solucionan el problema del contrabando. Este lo arreglarán cuando metan en cintura a las bandas de gánsteres uniformados que lo manejan. Y cuando reconozcan que los absurdos diferenciales de precio en ambos rubros deben ser corregidos. Pero, aunque sí funcionaran los fulanos chips, ¿es que los maracuchos y los gochos son menos venezolanos que los del centro del país? ¿Qué tienen los cojedeños o los guariqueños de más que ellos para poner gasolina o comprar comida (cuando la encuentran)? Es una desigualdad chocante e injusta, nada más.
Las ONG venezolanas, por más admirables que estas sean —Caritas y Fe y Alegría, por ejemplo— no pueden recibir donaciones de organismos extranjeros so pena de desaparecer como instituciones y convertirse sus directores en reos. Pero el régimen se siente en la plena libertad de regalar los dineros públicos —dineros que hacen mucha falta en hospitales y escuelas venezolanas— a cuanto régimen muerto-de-hambre —pero compañero de ruta— aparezca en el horizonte con la promesa de votar a favor de cualquier loquetera que presenten Nicky y asociados en la OEA. A cuanta fundación de medio pelo que venga con la mano extendida, se les da. Inclusive hasta a las Madres de Plaza de Mayo —que tienen tanta plata como Kristina Kirchner, que ya es mucho decir— les han “colaborado”
Si Capriles hace una visita pri-va-da al presidente Santos, los ayatolas miraflorinos se rasgan las vestiduras y hasta que casi corren el riesgo del ridículo de volver a mandar a la frontera “diez batallones de tanques” (que no tenemos, y que los que tenemos no tienen operatividad). Pero, paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio, sí reciben o-fi-cial-men-te en palacio, con alfombra roja a sus amiguitos de las FARC. Y los trasladan a Cuba en aviones oficiales, y los fornecen con armas y municiones, y les proporcionan “campamentos vacacionales” en esta ribera del Arauca vibrador.
En un país donde —por indolencia, incapacidad y dejadez de los mandos de Pdvsa— no hay gas, en un país en el que hay que comprárselo a los para ellos odiosos colombianos; los compradores de carros nacionales tienen que pagar extra por la instalación de un sistema de alimentación a gas que no sirve sino para inhabilitar la mitad del maletero. ¡Ah, pero si es uno de los que mandan sus amiguitos iraníes o chinos, no hace falta! Más asimetría.
Se me acaba el espacio. Alguien que, por favor, me acuerde de que la próxima semana debería hablar de algunos paralelismos. Chau…
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