martes, 12 de agosto de 2014

Ahora, cuéntame una de vaqueros


Uno de dos, o el tipo, además de vivir en Babia, usa las gafas de Pangloss o, en eso de meter cobas, es el mejor discípulo del difunto interfecto que falleció.  Yo barrunto que es más probable lo segundo que lo primero; que el tipo aprobó cum laude el curso avanzado de Car’etablismo que imparten en Cuba a los que ellos eligen para que lleguen a los altos cargos del régimen.  Por cierto, Nikolai —¿o será: Nicol-ass?— fue una decepción para ellos, salió raspado todas las veces que lo hizo —y eso lo pueden notar los masoquistas que se ponen a escuchar cadenas—, pero tuvieron que resignarse y pronunciar las palabras que inmortalizaron a Rizarrita: “es lo que hay”…  Salgo de la digresión y regreso a lo que será el tema de hoy: el ridículo alegato que a finales de la semana pasada hizo el inefable comandante del CEO para intentar justificar a "dignos soldados" (sus palabras, no las mías) que desde hace casi un mes están irrespetando tanto la norma jurídica como la ley natural y la ética al vapulear salvajemente a los manifestantes, sin lograr doblegarles su voluntad y valentía. 

 

Siendo que están bien documentados con fotos y videos los frecuentes actos de sevicia casi demencial con los cuales atacan a quienes protestan pacíficamente, el tipo tuvo la cachaza de asegurar que sus subalternos actúan “con respeto a los derechos humanos”.  ¿Es que el zarandajo no ha visto las pruebas, que le han dado la vuelta al globo varias veces y que muestran uniformados y uniformadas (para escribir como hablan los rojos y para que no se me escape la guardia que golpeó con el casco a una mujer inválida que estaba en el suelo) al atacar a quienes no tienen más armas que sus consignas?  ¿Es que él no vio al guardia que golpea a un anciano, también en el suelo, con el cañón del fusil y luego lo patea en la cabeza? ¿Es que no vio al otro vándalo que, sin son ni ton, rompe los vidrios de unos carros estacionados? ¿Es que no le han pasado los videos en los que vehículos antimotines destrozan vehículos aparcados solo por gusto?  Por cierto, esas escenas se repiten en varias ciudades, lo que demuestra que la acción ha sido dirigida desde un puesto de mando central.  ¿Cómo podremos los guardias de antes sosegar nuestra vergüenza de ver a unos que olvidaron aquello de nuestro himno:  “el deber por consigna llevamos, y por alta divisa el honor”. O lo de “garantía brindaremos al buen ciudadano, al inválido, al niño, al anciano…”  Estos que atacan con crueldad a los desarmados son muy distintos de los guardias que nos honró comandar.  Los de hoy, del comandante general para abajo, lo que nos dan es vergüenza; la soflama está en las caras de los guardias de antes —los que ninguna culpa tenemos en esas tropelías—, no en las de los desvergonzados actuales.

 

El tipo es un caradura cuando afirma, a la letra: "Somos parte de una institución decente, que obedece a principios y valores, respetuosa de los derechos humanos…".  ¡Hay que tener riñones para decir eso sin pestañear siquiera, sin el menor sonrojo!  Sobre todo, porque el tipo es quien se ufanaba de haber “inmovilizado” (eufemismo políticamente correcto para no tener que especificar: “derribado” o “destruido”) más de treinta aeronaves que supuestamente transportaban drogas, pero que hasta el día de hoy no ha mostrado sino los fuselajes chamuscados de unos aviones, sin informar dónde y en qué condiciones están los tripulantes y pasajeros o, por lo menos, si están vivos.  Mucho menos dice algo acerca del destino de las drogas que eran  transportadas.  Lo que da mucho para pensar.  En todo caso, que el señor no se ponga a pontificar sobre “principios y valores”, que le queda muy grande, grandísimo…

 

En lo único que le concedo razón al Padrino es en aquello de que esto es una "batalla entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira".  Lástima que le faltó confesar que él está de parte del mal y la mentira…

 

Otrosí

Ha pasado por debajo de la mesa la noticia en la que se informó que, hace una semana, unos “colectivos” cumaneses derribaron el busto de uno de sus paisanos más esclarecidos y eminentes: Andrés Eloy Blanco.  La razón aparente: que el poeta y tribuno “era adeco”.  La inicua salvajada es apenas comparable con la destrucción de la estatua de Colón por el delito de ser un “colonizador español”.  Que no lo fue, solo descubridor.  Lo paradójico es que esa misma gente recibe con aplausos, sonrisas y loas a los colonizadores cubanos contemporáneos.  Esos modernos iconoclastas son la resultante de la prédica política que se ha enseñoreado entre nosotros hace quince años.  Desde ese momento, la procacidad, los insultos, las amenazas y la violencia física han reemplazado a la afabilidad en el trato y la benignidad en las acciones que caracterizaron al venezolano.  Antes, ni siquiera entre los oponentes políticos más enconados, uno veía indecencias, vías de hecho, vesanias.  Ahora, son el pan nuestro de cada día.  Es que intentan reemplazar con desmanes y tropelías lo que les falta de cerebro sensato y buen corazón.

 

Andrés Eloy no se merece ese ensañamiento obscurantista porque fue un buen venezolano y excelente vate.  No se equivocó Gallegos cuando lo describió como “un hombre bien construido por dentro, serena la claridad interior”.  Es alguien que merece el bien de la patria nada más que por haber escrito aquello de: “Por mí, la flor en las bardas / y la rosa de Martí, /Por mí, combate en la altura /y en la palabra civil (…) Por mí, ni un odio hijo mío, / ni un sólo rencor por mí. / No derramar ni la sangre / que cabe en un colibrí…”

 

 

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