Hacía tiempo que no
recibía correos amenazantes. Con cierta
regularidad, me llegan algunos que intentan ofenderme, me recuerdan a mi mamá o
me hacen saber disconformidades con el tema que enfoqué. Pero los que recibo para felicitarme, estar
de acuerdo con lo que digo y exhortarme a continuar con un estilo pugnaz, por
ser muchos más, neutralizan y arropan a esos que buscan descorazonarme y que
abandone la temática que acometo desde 1999: la oposición razonada pero sarcástica
a lo que sufrimos los venezolanos en razón del grupo mínimamente ilustrado y
poco eficiente —pero muy sectario, pugnaz y fanático— que manda
actualmente. Lo comento porque la semana
pasada reiniciaron las amenazas descaradas en mi contra. Desde dos buzones diferentes, pero con
idéntico estilo, me intentaron intimidar por el empleo que yo hago de una
palabra —“régimen”— que utilizo para referirme al grupo que desgobierna en
Venezuela. Pienso que hay una
desproporción de la relación causa-efecto entre lo que yo digo y los intentos
de bravata que recibí. Pero, que quede
claro, no van a lograr pararme. Aunque
reconozco que sería insensato de mi parte no actuar para desviar las
amenazas. La primera será tratar de
explicar por aquí los términos que aparecen en el título.
Empleo “régimen”
porque, sinceramente, no creo que Venezuela tenga un “gobierno”. ¿Qué son sutilezas de mi parte? Probablemente
no. Un viejo profesor nos explicaba
alguna vez que, en pureza de verdad, no existen los sinónimos. Y lo ejemplificaba diciendo que todas las
damas son mujeres, pero que no todas las mujeres son damas. Que para ser una de estas últimas, la fémina
debía ser reconocida por su distinción y excelentes modales. O sea, y ahora el ejemplo es mío, Iris Varela
jamás será una de estas. Y cuidado si,
por lo que dice el DRAE, no llega ni a señora, porque este la tipifica como “persona respetable…” De igual
manera, y aunque tengan casi los mismos ingredientes, una “bouillabaisse” y un hervido de pescado
no son lo mismo. O que un Luis Giusti y
un Rafael Ramírez sean iguales en honorabilidad y ética funcionarial aunque
ambos sean ingenieros y tengan experiencia en petróleo.
Aquí hay una gente
que manda —que “desmanda”, sería mejor—, pero “mandar” nunca es lo mismo que “gobernar”. Y vayamos al mataburros otra vez. “Gobernar”, según la segunda acepción, es: “Dirigir un país o una colectividad política”. Pero esta gente no dirige; son ellos los
dirigidos. Por una parte, son
prisioneros de su populismo; no pueden hacer lo que le conviene a la nación
como un todo sino lo que le exige el populacho que tienen como clientela y que
ellos confunden con pueblo. Por la otra,
son fieles subalternos de la gerontocracia cubana; sus actuaciones son para que
les sirvan de provecho a Cuba, no a Venezuela.
“Régimen”
le cabe mejor porque lo que sí que hacen con frecuencia es tratar de regimentar
a la población. Y no podía ser de otra
manera con una gente que piensa en “unidades de batalla”, “comandos”, “paso de
vencedores” y demás zarandajadas impuestas por la logia militar que comenzó el
desmadre nacional con sus levantamientos en el año 92. Y, hablando de esas cosas, permítanme una
digresión: una de las cantinelas que emplean frecuentemente es “rodilla en
tierra, fusil al hombro”. ¿Habráse visto
u oído contrasentido mayor? Si te pones
“rodilla en tierra” es para poder apuntar el fusil con mayor precisión, no para
ponértelo en posición de transporte.
Esas cosas pasan por poner a funcionar la lengua sin antes haber
engranado el cerebro… Pero regresemos a
la materia de hoy.
Leyes,
decretos y resoluciones sacan todos los días para tratar de imponérnoslos y,
así, reducir las libertades y derechos que nos autoriza la Constitución. Tales documentos, que llenan todos los
requisitos para ser tipificados como ukases —porque tienden a ser injustos, arbitrarios y tajantes—
siempre son por el mero afán de demostrar
que ellos son los que mandan, no para el logro del bien común. Y con un añadido: en los decretos siempre
aparecen artículos que imponen penas corporales. Cosa que viola la “reserva legal”, ya que las
penas solo pueden ser tipificadas en leyes sancionadas por el órgano
legislativo, no por el ejecutivo. Pero
ni este ni la más alta instancia del judicial —me choca llamar por su nombre a
esa cosa tan injusta y parcializada que emite sentencias sin apegarse a la ley
ni la filosofía jurídica— han dicho una sola palabra. ¡Claro, son caimanes del
mismo pozo!
Creo
que con estas explicaciones le quedan más claros los conceptos a los aspirantes
imperfectos a perdonavidas, personas que presumen de lo que no son y que
amenazan pero no se dejan ver las caras.
Espero que este escrito les sirva para comprobar que siempre trato de emplear
las palabras que mejor se avienen a la circunstancia, no lo que a eso que han
dado el llamar “political correctness” exige. Ellos
verán que han de hacer ahora. En todo
caso, yo no pienso cambiar un ápice mi forma de pensar, de escribir ni de
actuar. Ya lo saben…
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