martes, 12 de agosto de 2014

No huele a rosas


La escena de “Romeo y Julieta” más reconocida popularmente es, quizás, la del balcón; y la gente recita, equivocadamente, aquello de: “Romeo, Romeo, ¿dónde estás que no te veo”.  El “que no te veo” de ese verso no aparece en parte alguna del drama, pero como hace una rima fácil, se hizo pegajoso y se convirtió en popular.  Lo que sí recita Julieta más adelante es: “Eso que llamamos rosa, por cualquier otro nombre olería igual”.  Igual pudiera decirse de las demás fuentes de olor. O de hedor, que es a lo que nos toca referirnos hoy.  Porque lo que más detectan los órganos olfatorios venezolanos últimamente son chocantes fetideces de mapurite, pestilencias de corneciervo, tufos de carroña al aire.  Todos ellos originados por los capitostes del régimen. Y eso, sin referirnos a las hediondeces que dejan a su paso por las riquezas corruptas que han acumulado y muestran con desvergüenza. Ni las del “gas del bueno” que con tanta prodigalidad reparten.

 

¡Qué todo hiede a dictadura, pues!  No importa que traten de camuflarla con otros nombres, lo cierto es que ya pretensiones de arropar con un manto de democracia lo que hay en Venezuela actualmente ya son inútiles.  Quedaron al descubierto ante todos, dentro de Venezuela y fuera de sus fronteras.  Ya el mundo entero ha visto las horrorosas imágenes de la represión más brutal; ayer fueron las de la infame guardia dándole con el casco a la pobre Marvinia, hoy son las dos de la viuda de González Bustillos: la primera, tratando de convencer a las tropas antimotines de disminuir la violencia y, la segunda, momentos después, cuando varios sayones uniformados le disparan por la espalda mientras se alejaba.  Ya hasta en el Tíbet y Mongolia se sabe que los rojos —“guiados” por el capitán Hallaca— han montado un ataque artero, cobarde, cayapero, contra María Corina para despojarla, sin fórmula de juicio, contra todo lo que estipulan la Constitución, las leyes y el Reglamento Interno de la Asamblea de su condición de diputada.  Y no una legisladora cualquiera: los solos votos de ella totalizan más que los de unos veinte legisladores rojos de medio pelo.  Ya hasta en Timbuktú y Saigón se sabe que no hay separación de poderes en Venezuela.  Y que eso es así porque la gerontocracia cubana se lo ha impuesto a los rojos locales; primero fue al Atila sabanetense —cuyo enamoramiento fue tal que decidió ir a morirse a Cuba— y ahora al en mala hora heredero: el nortesantandereano.

 

Hasta el más babieca sabe que todas las persecuciones que sufren los opositores, sin importar el partido en el cual militen, ni la importancia que tengan, ni el cargo que ejerzan, es una añagaza más del régimen para, por un lado, distraer a las masas para que no vean las brutales subidas de precio que autorizaron y, por el otro, aprovechan para defenestrar o apresar a líderes populares que los antagonizan.  De ese mal sufren: Leopoldo, Scarano, Serrano, María Corina, Mardo, Azuaje.  Pero no olvidemos a otros que padecen de los ukases ejecutivos que cumplen borreguilmente los judiciales en complicidad con la fiscala y la difamadora del pueblo: Simonovis, Afiuni, y la ya casi media centena de estudiantes presos por manifestarse.

 

Y por si no bastase, ya hay más de una demostración de que el régimen no se para en miramientos y apela a homicidios selectivos y a “desaparición” de personas para imponerse.  O para que les sirvan de escarmiento en cabeza ajena a gente que les incomoda.  ¿O es mera coincidencia la muerte reciente, en el Ávila, de los dos ciclistas?  Ambos estaban emparentados con opositores muy reconocidos, como López y Ocariz; ambos estaban relacionados familiarmente con los propietarios de la Polar.  ¿Coincidencia? ¡Ni de vainas!

 

Lo malo, es que lo que se ve en el horizonte es un empeoramiento de la circunstancia.  Porque ya las protestas no se limitan a los sectores de clase media: ya en Catia marchan y cacerolean sin temerle a eso que llaman impropiamente “colectivos” —cuando no son sino bandas asalariadas—, ya las multitudinarias manifestaciones en el sur de Valencia dejaron claro que el pueblo está unido en la protesta, a pesar de las veladas amenazas de Ameliach.  La casta roja —que cree que tienen el derecho de eternizarse en el poder aunque sea desechando el barniz democrático que los cubre— siente que debe impedir las protestas como sea.  Ya bastantes armas y más que suficiente plata han repartido con ese propósito, ya bastante intoxicación mental han infundido.  Y como unos cuantos muertos más no son sino una raya más para el tigre…

 

Están a tiempo de reflexionar.  Por estos días se están cumpliendo veinte años del genocidio de Ruanda.  Allá, un grupo, apoyado con armas y dinero desde el gobierno, se desmandó y empezó a matar a quienes pensaban distinto.  Pasaron de 800 mil los muertos en menos de cien días.  O sea, más de 300 diarios; más de cinco por minuto.  En manos de los que detentan el poder está que no nos pase algo parecido…

 

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