martes, 12 de agosto de 2014

Diferencias notorias


La semana pasada, iba yo atravesando uno de los bares del hotel más grande y con más estrellas de Valencia —porque tenía que llegar a un salón donde varios amigos nos íbamos a reunir para celebrar un cumpleaños— cuando escuché: “Ahí va Pittaluga” (muy pocos en Valencia, solo los más cercanos, emplean mi apellido paterno al referirse a mí; y eso que a mi papá le costó un realero ese noviazgo y esa boda con mi mamá).  Voltee para corresponder aunque fuese con una sonrisa ese reconocimiento y hete aquí que a quien veo es a un prominente dirigente del PUS regional, sentado con un diputado de bastante renombre y otros correligionarios suyos, alrededor de sendos vasos de escocés caro en un bar caro.  Me refrené para saludarlo y fue cuando aquel dijo en voz alta, para congraciarse con sus copartidarios: “Este general es el único que me ha puesto preso”.  Se refería a los lejanos tiempos, hace más de veinte años, en los que yo era miembro del Gobierno de Carabobo y él era uno de los “líderes” del movimiento universitario en la UC.  No me quedó más remedio que mirarle fijamente a los ojos y contestarle, también en voz alta, como para que me escucharan los “reinvolucionados” —empleo este término porque, aunque sospecho que entre ellos hay algún “robolucionario”, creo que a la mayoría no les cabe ese término.  Le dije, con sonrisa burlona: “También diles que, en esa oportunidad, te trataron muy distinto a como sucede ahora con los estudiantes presos por manifestarse con métodos igualitos a los tuyos…”  Y seguí.

 

Porque, hay que aclararlo de una vez; a ese señor nunca se le violaron sus derechos, ni fue torturado, ni humillado; mucho menos, perseguido con fiscales y jueces complacientes que vociferan “¡Uh, ah!” —lo que es el pan de cada día con este régimen.  De hecho, él ni preso estuvo; solamente se le detenía por algunas horas y luego se dejaba en libertad; lo que le permitía seguir aupando y protagonizando desórdenes y tropelías junto con los ilusos que lo acompañaban.  Que ahora deben estar enterándose con asombro de que su antiguo cabecilla se “echa palos” en establecimientos muy diferentes a la residencia estudiantil de Naguanagua donde vivía.   

 

Dejo claro, que en los tiempos de la detención del ahora tomador de buenos güisquis, más bien sobraban los instrumentos para contener a los que protestaban.  Hasta la Ley sobre Vagos y Maleantes —que aquí fue derogada porque, supuestamente, no se puede presumir la peligrosidad, pero que sigue vigente en Cuba— facultaban a las autoridades ejecutivas a tomar medidas.  Pero ninguno de ellos, independientemente de lo grave de la alteración que hubiesen protagonizado sufrió los rigores que hoy padecen los muchachos encerrados junto a criminales dispuestos a la sevicia  y bajo al arbitrio de guardianes que se deleitan con el ensañamiento.

 

Pero es que la concepción del Estado era otra, profundamente democrática; con lunares, pero genuina.  Hoy, por el contrario, aunque disfrazados de demócratas, los personeros del régimen están convencidos de que, logrado el poder, no debe ser entregado jamás.  Y que si para eso hay que apelar a medios bastardos, a desvirtuaciones de la Ley, ¡pues sea!  Una de las muestras más palpables de lo que digo, está en las palabras de la fiscala mechi-pintada, amenazando con penas a quienes  se manifiesten “en actitud hostil, contra el gobierno” y a quienes afirmen que van a estar en la calle hasta que dimita Nikolai.  Señora, revise el DRAE, “hostil” no tiene las denotaciones que usted le quiere dar.  Y los manifestantes no tienen razones para protestar con una sonrisa en la cara, sino con el ceño fruncido.  Ahora, la misma funcionaria —aupada por el capitán Hallaca— parece estar lista para encausar por traición a la patria a Ramón Muchacho por decir en el exterior que en Venezuela las cosas no marchan bien.  ¿Y es que dijo alguna mentira?  ¿O reveló un secreto de Estado?  Eso es “público, notorio y comunicacional”, para decirlo con una frase excesivamente manida.  ¿Hizo Muchacho algo distinto a lo que llevó a cabo el muerto fallecido cuando tomó la palabra, vestido de liquilique, contando con la presencia del Tío Barbas, en la Universidad de La Habana?  ¡No!  Pero es que ahora se usa salsas diferentes para cocinar, dependiendo del sexo de los pavos.

 

Por eso, el ensañamiento contra los presos políticos que sufren en ergástulas sin haber cometido delito, solo por pensar distinto.  Dramática la escena de la hija de Leopoldo ante la reja de la prisión, clamando para que la dejaran visitar a su padre y mostrarle el traje con el que se había presentado en su final de año escolar.  Eso es lo que pretende el régimen: que los opositores entiendan que se puede avasallar impunemente hasta a quienes no ha sido siquiera imputados.  Que, a pesar de las prédicas de labios afuera acerca de democracia e inclusión, no les tiembla el pulso para adoptar como propias prácticas empleadas por dictadores, pasados y actuales, contra quienes osen siquiera pensar en reemplazarlos.  Y lo más triste es que, si leemos a Giordani entre líneas, ni siquiera es por una convicción política, sino porque les gusta mucho la plata…

 

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