martes, 12 de agosto de 2014

Dos deportes nacionales y una denuncia


Los deportes nacionales más practicados —aparte de hacer muchachitos— son la crítica inmisericorde y el pescueceo descarado.  Ambas cosas las hemos estado observando últimamente.  Las críticas comenzaron desde semanas antes, en mucho acicateadas por los cubiches de la sala situacional de Ciliaflores —que necesitaban quitarse de encima la zaparapanda con votos que los venezolanos pensantes les iban a dar a los paracaidistas impuestos por el régimen.  Unos reprochaban a Capriles el no ser más come-candela, otros la cogieron con Aveledo porque dizque no era lo suficientemente contundente contra el régimen; en cada municipio —alimentados por la cizaña oficial— los lenguas-de-hacha le encontraban taras a cuanta persona hubiese aparecido en las listas de candidatos.  Pero, a pesar de todo eso, se prevaleció por encima de las reprobaciones gratuitas y tarifadas.  Y se pasó por encima del descarado ventajismo oficial y la cínica falta de escrúpulos que caracterizaron toda la campaña.  Desde pagar propaganda con dinero público, usar aviones oficiales para caletear sus candidatos, convertir a la televisora que debe ser “de todos los venezolanos” en un sistema de perifoneo partidista, pasando por la aparición del enano siniestro de la Asamblea Nacional haciendo proselitismo el día de los comicios, hasta la irrupción de un ministro, pistola en mano —e irrespetando el decreto que prohibía el porte de armas— tratando de impedir el cierre de un centro de votación, y la presentación de un general en una canturía a favor de una corriente política cuando lo debido era hacer una exposición institucional.  Por cierto, general Padrino, eso de “comicios electorales” es una redundancia que no puede serle aceptada a un capitán; mucho menos a quien lleva cuatro soles. 

 

Parte de los abusos —sin importar cuántas melopeas le canten la fiscala, la Tibi y otros personeros del régimen a la “paz que se manifestó en todo el país” durante los sufragios— fueron los intentos incivilizados y violentos de escamotear el voto que volvieron a estar presentes.  Desde temprano, manadas de motorizados uniformados de verde rodaban por las calles de toda Venezuela.  A la legua, se notaba que no eran parte de una patrulla militar porque todos iban con cascos de diferentes colores y sobre motos de diferentes marcas y tamaños.  Eran solo intentos de atemorizar a los votantes.  Y, a la hora de las chiquiticas, aplicar eso en lo que es tan eficiente el régimen —aparte de meterle la mano al erario—: actuar según Jalisco, “que, cuando pierde, arrebata”.  Todo ello, con la mirada complaciente de los mandos militares, que incluso ampararon a esos malandros con tropas de la Guardia, como se ve en unas fotos tomadas en Los Ruices.

 

Pero eso ya es historia.  Se logró importantes triunfos en bastantes ciudades de Venezuela.  Y la suma de votos a nivel nacional de la Unidad más los independientes es mayor que la de los oficialistas, sin importar cuántas cuentas mal sacadas haya intentado la Tibi.  Lo de actualidad es el otro deporte: el pescueceo.  Los candidatos vencedores, desde la misma noche del triunfo están quitándose de encima a personas que se ofrecen para “sacrificarse” en cargos municipales.  Lo hacen descaradamente, sin pena, por lo que es más despreciable.  Tiempo valiosísimo de los alcaldes electos —que debieran estar empleando en evitar que las administraciones salientes no les dejen sino el cascarón— se pierde en ese tener que sacudirse a los adulantes de manera comedida, para no antagonizarlos.  Esas importunaciones le dificultan al candidato vencedor la búsqueda de los mejores para cada cargo.  

 

Y ya descargada la bilis por esas cosas que desvirtúan el espíritu cívico y la verdadera democracia, paso a hacer la denuncia que anuncié en el título.  Mejor dicho: a la reiteración de la denuncia que ya firmé —junto con un buen número de compañeros de armas— el día cinco de este mes.

 

Es el caso de que se nota una perversa artimaña—muy frecuente en los regímenes comunistas— de aplicar terrorismo de Estado en contra de los venezolanos que no están de acuerdo con la visión única que intentan imponer desde hace quince largos años.  Especialmente notoria es la aplicación de esa estratagema en contra de  algunos oficiales retirados de la Fuerza Armada Nacional que han sido secuestrados y hasta desaparecidos —contrariando lo que estatuye el Art. 45 constitucional — a fin de intentar atemorizar al resto de militares en situación de retiro.

 

Pero no es solo eso —de por sí delito muy grave— lo que aqueja al colectivo de retirados.  También están los intentos desde la Fiscalía y los tribunales de imputar, juzgar y condenar a oficiales ya ancianos por hechos que no configuran delitos, que en su oportunidad no pudieron ser probados y que, como regla general, están prescritos.  En una de esas kangaroo court (para decirlo con un gringuismo que describe a los tribunales en los cuales se desoye o se pervierten la justicia y los principios del derecho), se intenta imputar a un honorable y muy anciano oficial por unos hechos supuestamente acontecidos ¡a comienzos de la década de los sesenta!  Si eso no son una iniquidad y una sinrazón, se les parecen mucho…

 

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