Los deportes
nacionales más practicados —aparte de hacer muchachitos— son la crítica
inmisericorde y el pescueceo descarado. Ambas
cosas las hemos estado observando últimamente.
Las críticas comenzaron desde semanas antes, en mucho acicateadas por
los cubiches de la sala situacional de Ciliaflores —que necesitaban quitarse de
encima la zaparapanda con votos que los venezolanos pensantes les iban a dar a
los paracaidistas impuestos por el régimen.
Unos reprochaban a Capriles el no ser más come-candela, otros la
cogieron con Aveledo porque dizque no era lo suficientemente contundente contra
el régimen; en cada municipio —alimentados por la cizaña oficial— los
lenguas-de-hacha le encontraban taras a cuanta persona hubiese aparecido en las
listas de candidatos. Pero, a pesar de
todo eso, se prevaleció por encima de las reprobaciones gratuitas y
tarifadas. Y se pasó por encima del
descarado ventajismo oficial y la cínica falta de escrúpulos que caracterizaron
toda la campaña. Desde pagar propaganda
con dinero público, usar aviones oficiales para caletear sus candidatos,
convertir a la televisora que debe ser “de todos los venezolanos” en un sistema
de perifoneo partidista, pasando por la aparición del enano siniestro de la
Asamblea Nacional haciendo proselitismo el día de los comicios, hasta la
irrupción de un ministro, pistola en mano —e irrespetando el decreto que prohibía
el porte de armas— tratando de impedir el cierre de un centro de votación, y la
presentación de un general en una canturía a favor de una corriente política
cuando lo debido era hacer una exposición institucional. Por cierto, general Padrino, eso de “comicios
electorales” es una redundancia que no puede serle aceptada a un capitán; mucho
menos a quien lleva cuatro soles.
Parte de los abusos
—sin importar cuántas melopeas le canten la fiscala, la Tibi y otros personeros
del régimen a la “paz que se manifestó en todo el país” durante los sufragios—
fueron los intentos incivilizados y violentos de escamotear el voto que
volvieron a estar presentes. Desde
temprano, manadas de motorizados uniformados de verde rodaban por las calles de
toda Venezuela. A la legua, se notaba
que no eran parte de una patrulla militar porque todos iban con cascos de
diferentes colores y sobre motos de diferentes marcas y tamaños. Eran solo intentos de atemorizar a los
votantes. Y, a la hora de las
chiquiticas, aplicar eso en lo que es tan eficiente el régimen —aparte de
meterle la mano al erario—: actuar según Jalisco, “que, cuando pierde,
arrebata”. Todo ello, con la mirada
complaciente de los mandos militares, que incluso ampararon a esos malandros
con tropas de la Guardia, como se ve en unas fotos tomadas en Los Ruices.
Pero eso ya es
historia. Se logró importantes triunfos
en bastantes ciudades de Venezuela. Y la
suma de votos a nivel nacional de la Unidad más los independientes es mayor que
la de los oficialistas, sin importar cuántas cuentas mal sacadas haya intentado
la Tibi. Lo de actualidad es el otro
deporte: el pescueceo. Los candidatos
vencedores, desde la misma noche del triunfo están quitándose de encima a
personas que se ofrecen para “sacrificarse” en cargos municipales. Lo hacen descaradamente, sin pena, por lo que
es más despreciable. Tiempo valiosísimo
de los alcaldes electos —que debieran estar empleando en evitar que las
administraciones salientes no les dejen sino el cascarón— se pierde en ese
tener que sacudirse a los adulantes de manera comedida, para no antagonizarlos. Esas importunaciones le dificultan al
candidato vencedor la búsqueda de los mejores para cada cargo.
Y ya descargada la
bilis por esas cosas que desvirtúan el espíritu cívico y la verdadera
democracia, paso a hacer la denuncia que anuncié en el título. Mejor dicho: a la reiteración de la denuncia
que ya firmé —junto con un buen número de compañeros de armas— el día cinco de
este mes.
Es el caso de que se
nota una perversa artimaña—muy frecuente en los regímenes comunistas— de aplicar
terrorismo de Estado en contra de los venezolanos que no están de acuerdo con
la visión única que intentan imponer desde hace quince largos años. Especialmente notoria es la aplicación de esa
estratagema en contra de algunos oficiales
retirados de la Fuerza Armada Nacional que han sido secuestrados y hasta
desaparecidos —contrariando lo que estatuye el Art. 45 constitucional — a fin de
intentar atemorizar al resto de militares en situación de retiro.
Pero no es solo eso
—de por sí delito muy grave— lo que aqueja al colectivo de retirados. También están los intentos desde la Fiscalía
y los tribunales de imputar, juzgar y condenar a oficiales ya ancianos por
hechos que no configuran delitos, que en su oportunidad no pudieron ser
probados y que, como regla general, están prescritos. En una de esas kangaroo court (para decirlo con un gringuismo que describe
a los tribunales en los cuales se desoye o se pervierten la justicia y los
principios del derecho), se intenta imputar a un honorable y muy anciano
oficial por unos hechos supuestamente acontecidos ¡a comienzos de la década de
los sesenta! Si eso no son una iniquidad
y una sinrazón, se les parecen mucho…
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