Los venezolanos
estamos construidos con una memoria muy corta.
Lo cual es una ventaja cuando de agravios se trata; porque el olvido es
un buen sustituto del perdón. O, por lo
menos, hace más fácil la convivencia.
Empero, hay otras cosas que debieran ser atesoradas por la ciudadanía y
también sufren el rasero del descuido y
la ligereza. Por ejemplo, ya nadie se
acuerda de los saltos cuántico y cualitativo que dio Carabobo entre 1990 y 1996
en razón del gobierno regional que se dieron los carabobeños en esa época. Lo que hoy está de moda en nuestro Estado es
denostar contra Henrique Salas, haciendo dejación (en lo que puede llamarse
“ceguera voluntaria”) del hecho que él fue el líder del equipo que tuvo ese
logro. En esos tiempos, era común que él
y su gabinete hiciéramos buenos los versos de Hamlet: “…whose sore
task does not divide the Sunday from the week”. Porque era común que los fines de semana se
nos trastocaran en días laborables y que las reuniones de coordinación duraran
hasta las 10-11 de la noche. Así fue como
logramos el objetivo: trabajando con denuedo.
Fueron los tiempos en los que los carabobeños, cuando recibíamos visitas
de amigos o familiares que venían de lejos, frecuentemente escuchábamos: “Es
que, al salir del túnel de La Cabrera, pareciera que se está llegando a otro
país…”
Fue en esos tiempos en los que tuve
el privilegio de conocer a Asdrúbal González —un excelente escritor y, actualmente,
cronista de la ciudad de Puerto Cabello— porque ambos formábamos parte de ese
equipo empeñado en hacer a Carabobo un lugar mejor. Con el tiempo, luego de aquilatar su
sapiencia y disfrutar de su perenne chispa, llegué a reconocerlo como amigo. Cosa que es más admirable si hacemos notar lo
disímiles que somos: Asdrúbal toda su vida ha sido “ñángara” (uso la palabra
sin pizca de insolencia) y yo tiendo a ser conservador en mi filosofía. De hecho, a finales de los años sesenta,
Asdrúbal apoyaba a las guerrillas y estaba encargado de los suministros
clandestinos a los irregulares que actuaban entre las serranías de Yaracuy y la
faja costera de Carabobo; y yo era uno de los oficiales de la Guardia Nacional
que, desde Puerto Cabello, debíamos impedir esos abastecimientos. Cosa en la que no teníamos mucho éxito, lo
admito.
Hoy rememoro estas cosas porque el
domingo pasado, se realizó un homenaje —muy merecido, por lo demás— para
celebrar los 75 de vida y 50 de escritor de Asdrúbal, y porque entre los
asistentes estábamos personas bien desemejantes en nuestras maneras de pensar. Y lo pasamos súper-bien, conversamos
cordialmente antes y después del acto, sin aspereza alguna en el trato. Pero, por sobre todo, gloso esto en razón de
los buenos resultados que tuvimos trabajando juntos en el Gobierno de Carabobo
de comienzos de los 90. Me gusta pensar que
si se soslayase las diferencias y se enfocase más en las cosas en las que se concuerda,
las posibilidades de echar para adelante una región y un país se potenciarían. El Gabinete estaba conformado por lo que alguien
comparó con “un abanico de todos los colores”.
Entre los extremos marcados por la ideología casi anárquica de Asdrúbal
y el pensamiento castrense mío, había los de otros compañeros de gabinete que
tenían ideologías democristiana, socialdemócrata, liberal y hasta reaccionaria. Era tal la disimilitud de las
individualidades, pero estaban tan aglutinadas las miras grupales, que hasta se
llegó a hablar de una suerte de mesa redonda alrededor de la cual se sentaban
unos caballeros con un primus inter pares
que planificaba con nosotros. El
gobernador decidía las prioridades y señalaba la ruta hacia el objetivo; pero, después,
estaba de parte nuestra convertir esas guiaturas en acciones. ¡Y lo logramos!
Ojalá que volviesen tiempos así en
las ciudades, las regiones y el país. Solo
cuando eso suceda, lograremos que Venezuela deje de rodar por el despeñadero,
se estabilice y retome la senda del avance hacia el desarrollo. Para ese logro, hace falta la colaboración de
todos, dejando de lado las banderías y actuando con verdadera solidaridad. No basta, nos explicaba recientemente el
padre Ugalde, con dar demostraciones de tolerancia: “…el
diccionario dice que la tolerancia consiste en ‘permitir algo que no se tiene
por lícito, sin aprobarlo expresamente’ (…) resulta un retroceso deprimente que
en pleno siglo XXI ansiemos la tolerancia que no tenemos. La Constitución
bolivariana declara que todos somos iguales ante la ley y tenemos la misma
dignidad; por tanto no es posible que haya gente meramente tolerada”.
Solo cuando se deje de lado la
pugnacidad y la porfía que existe hoy entre los dos grupos antagónicos (de
iguales magnitudes, déjenme que les diga) y se pongan a trabajar de consuno —y
cuando los indiferentes que los estudios demoscópicos tienden a colocar en
medio de esas dos facciones abandonen la apatía— podremos encontrar la vía
hacia un desarrollo nacional más justo y más eficiente Y podrá enseñorearse una paz de verdad-verdad
entre nosotros…
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