martes, 12 de agosto de 2014

Amigos bien disímiles


Los venezolanos estamos construidos con una memoria muy corta.  Lo cual es una ventaja cuando de agravios se trata; porque el olvido es un buen sustituto del perdón.  O, por lo menos, hace más fácil la convivencia.  Empero, hay otras cosas que debieran ser atesoradas por la ciudadanía y también sufren el rasero del descuido  y la ligereza.  Por ejemplo, ya nadie se acuerda de los saltos cuántico y cualitativo que dio Carabobo entre 1990 y 1996 en razón del gobierno regional que se dieron los carabobeños en esa época.  Lo que hoy está de moda en nuestro Estado es denostar contra Henrique Salas, haciendo dejación (en lo que puede llamarse “ceguera voluntaria”) del hecho que él fue el líder del equipo que tuvo ese logro.  En esos tiempos, era común que él y su gabinete hiciéramos buenos los versos de Hamlet: “…whose sore task does not divide the Sunday from the week”.  Porque era común que los fines de semana se nos trastocaran en días laborables y que las reuniones de coordinación duraran hasta las 10-11 de la noche.  Así fue como logramos el objetivo: trabajando con denuedo.  Fueron los tiempos en los que los carabobeños, cuando recibíamos visitas de amigos o familiares que venían de lejos, frecuentemente escuchábamos: “Es que, al salir del túnel de La Cabrera, pareciera que se está llegando a otro país…”

 

Fue en esos tiempos en los que tuve el privilegio de conocer a Asdrúbal González —un excelente escritor y, actualmente, cronista de la ciudad de Puerto Cabello— porque ambos formábamos parte de ese equipo empeñado en hacer a Carabobo un lugar mejor.  Con el tiempo, luego de aquilatar su sapiencia y disfrutar de su perenne chispa, llegué a reconocerlo como amigo.  Cosa que es más admirable si hacemos notar lo disímiles que somos: Asdrúbal toda su vida ha sido “ñángara” (uso la palabra sin pizca de insolencia) y yo tiendo a ser conservador en mi filosofía.  De hecho, a finales de los años sesenta, Asdrúbal apoyaba a las guerrillas y estaba encargado de los suministros clandestinos a los irregulares que actuaban entre las serranías de Yaracuy y la faja costera de Carabobo; y yo era uno de los oficiales de la Guardia Nacional que, desde Puerto Cabello, debíamos impedir esos abastecimientos.  Cosa en la que no teníamos mucho éxito, lo admito.

 

Hoy rememoro estas cosas porque el domingo pasado, se realizó un homenaje —muy merecido, por lo demás— para celebrar los 75 de vida y 50 de escritor de Asdrúbal, y porque entre los asistentes estábamos personas bien desemejantes en nuestras maneras de pensar.  Y lo pasamos súper-bien, conversamos cordialmente antes y después del acto, sin aspereza alguna en el trato.  Pero, por sobre todo, gloso esto en razón de los buenos resultados que tuvimos trabajando juntos en el Gobierno de Carabobo de comienzos de los 90.  Me gusta pensar que si se soslayase las diferencias y se enfocase más en las cosas en las que se concuerda, las posibilidades de echar para adelante una región y un país se potenciarían.  El Gabinete estaba conformado por lo que alguien comparó con “un abanico de todos los colores”.  Entre los extremos marcados por la ideología casi anárquica de Asdrúbal y el pensamiento castrense mío, había los de otros compañeros de gabinete que tenían ideologías democristiana, socialdemócrata, liberal y hasta reaccionaria.  Era tal la disimilitud de las individualidades, pero estaban tan aglutinadas las miras grupales, que hasta se llegó a hablar de una suerte de mesa redonda alrededor de la cual se sentaban unos caballeros con un primus inter pares que planificaba con nosotros.  El gobernador decidía las prioridades y señalaba la ruta hacia el objetivo; pero, después, estaba de parte nuestra convertir esas guiaturas en acciones.  ¡Y lo logramos!

 

Ojalá que volviesen tiempos así en las ciudades, las regiones y el país.  Solo cuando eso suceda, lograremos que Venezuela deje de rodar por el despeñadero, se estabilice y retome la senda del avance hacia el desarrollo.  Para ese logro, hace falta la colaboración de todos, dejando de lado las banderías y actuando con verdadera solidaridad.  No basta, nos explicaba recientemente el padre Ugalde, con dar demostraciones de tolerancia: “…el diccionario dice que la tolerancia consiste en ‘permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente’ (…) resulta un retroceso deprimente que en pleno siglo XXI ansiemos la tolerancia que no tenemos. La Constitución bolivariana declara que todos somos iguales ante la ley y tenemos la misma dignidad; por tanto no es posible que haya gente meramente tolerada”.

 

Solo cuando se deje de lado la pugnacidad y la porfía que existe hoy entre los dos grupos antagónicos (de iguales magnitudes, déjenme que les diga) y se pongan a trabajar de consuno —y cuando los indiferentes que los estudios demoscópicos tienden a colocar en medio de esas dos facciones abandonen la apatía— podremos encontrar la vía hacia un desarrollo nacional más justo y más eficiente  Y podrá enseñorearse una paz de verdad-verdad entre nosotros…

 

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