martes, 12 de agosto de 2014

Toda la política es local



Hace como siete u ocho años, cuando Miguel Cocchiola me informó acerca de sus intenciones de ofrecer su nombre para incursionar en el servicio público como candidato a la Alcaldía de Valencia, también me pidió un consejo —como si yo supiese de política— acerca de qué leer para informarse más sobre la materia y, así, actuar mejor al ser elegido.  Lo primero que se me vino a la mente fue recomendarle el libro escrito por Thomas O'Neill, Jr. (más conocido como Tip O'Neill) que lleva el título de “All Politics Is Local”.  Esta frase de O’Neill, que pasó al acervo cultural de la clase política estadounidense, debiera estar impresa en la mente de todos quienes busquen servir a sus conciudadanos, independientemente de los cargos que aspiren.  Lo que quiso explicar el autor es que el éxito de un político está directamente vinculado a su capacidad para comprender a sus electores e influir en los temas que les preocupan. Según este principio, son esas cuestiones personales — simples, mundanas, cotidianas— las que más importan a los votantes, no las grandes ideas inmateriales; mucho menos, las cobas altisonantes con las que nos están bombardeando desde hace quince años; que si la invasión imperialista, que si los malucos mercantilistas cuarto-republicanos, que si el hombre nuevo formado para servir al Estado (cuando lo debido es lo contrario).

 

Tip O’Neill no era un político de a tres por locha; fue miembro de la Cámara de Representantes durante 34 años ininterrumpidos, fue su Speaker por diez años, dirigió los esfuerzos demócratas para lograr la destitución del presidente Nixon por el escándalo de Watergate y unió a otros representantes y senadores de ancestro irlandés-americano para buscarle una solución a la guerra en Irlanda del Norte entre el IRA y el gobierno británico.  Fue un esfuerzo largo que duró ocho años y que culminó cuando se firmó un acuerdo de paz entre los beligerantes  Solo ahí descansó O’Neill.  ¿Qué motivaba?  Dos cosas: el haber vivido entre la clase obrera de Boston en la época de la depresión y una profunda fe católica.  Ambas lo llevaron a concluir que el gobierno tiene que intervenir para curar los males sociales, pero solo en la medida de lo que la prudencia requiera, sin acabar con los que producen puestos de empleo desde la empresa privada.  O sea, puro New Deal unos veinte años después de finalizado ese programa.

 

Al momento de su sepelio, fue Clinton el encargado de decir la oración fúnebre.  Entre otras cosas, explicó que: “O’Neill fue el adalid más prominente, poderoso y leal de la clase trabajadora (…) amaba la política y el gobierno porque vio que estos (…) podrían hacer una diferencia en la vida de los pueblos. Y, sobre todo, amaba a la gente”.

 

Me consta que Miguel ama a la gente, sobre todo la más desvalida.  Desde mucho antes de que decidiera entrar en la política, ya yo sabía de sus esfuerzos por instalar centros donde se les enseñase artes y oficios a las señoras de las zonas humildes del sur de Valencia.  Que desde el gobierno se puede mejorar la vida de las comunidades, ya él lo sabía y por eso resolvió ofrecer su nombre.  Su primera vez, ya lo sabemos de sobra, no tuvo éxito por la falta de unidad que imperó entre las facciones que ofrecieron candidatos para reemplazar a Paco Cabrera —que tan excelentemente lo hizo.  Por esa fisura fue que se coló el ladronazo e ineptazo de Alca-Parra, preso en buena hora.  Ahora, Valencia sabe mejor; ya aprendió con la experiencia de estos horribles cinco años en manos de incapaces para la administración sana y eficiente pero competentes en extremo en lo de meter la mano en las arcas públicas.  Dignos émulos de sus copartidarios caraqueños, indudablemente.

 

En las elecciones que vienen próximamente, los ciudadanos —si quieren que sus comunidades salgan del zanjón donde las tiene clavada la robolución, y recuperen la posibilidad de progresar— tienen que escoger a candidatos que se preocupen por las cosas locales, no por complacer a los burócratas que emiten órdenes absurdas desde lujosos despachos caraqueños.  Y esa regla vale desde Güiria hasta San Antonio del Táchira y desde Castilletes hasta Santa Elena de Uairén.  Esos candidatos son los que, producto del voto popular, deben tomar las decisiones; no los que son designados por “asambleas” tumultuarias dirigidas por el PUS, que es como se “escoge” a los fulanos consejos comunales.  Esos consejos no deciden nada: ellos tienen que someter sus necesidades a Caracas y esta es la que dispone a quién se le resuelve a y quién no.  Todo, dependiendo de la afinidad política y no de lo apremiante de la situación.

 

Para evitar que cosas así sucedan es que mis votos del próximo domingo son para Miguel Cocchiola —quien debe estar ganando por mucho puesto que hasta Girafales se ha dedicado a denostarlo—, por Gladys Valentiner para concejal por el circuito donde voto, y por el candidato por lista de la MUD, sea quien sea.  Así recomiendo que lo hagan todos los valencianos. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario