martes, 12 de agosto de 2014

Cuando “meritocracia” es mala palabra


 
Por más que los rojos que mangonean ahora quieran negarlo, mucho del siglo XX venezolano se caracterizó por la movilidad social como producto de la educación.  Todos conocemos a personas que, arrancando desde muy abajo, gracias a los esfuerzos que hicieron y a las oportunidades de estudio que daba el Estado, llegaron a muy altos destinos.  Quiroz Corradi —quien partiendo como office-boy, y en razón de su tesón esforzado, fue subiendo por el organigrama hasta llegar a ser presidente de la industria petrolera nacional— es quien se me viene ahora a la mente, pero son miles los que ascendieron social, política o económicamente y por sus ejecutorias le dieron lustre y contribuyeron al progreso de Venezuela.  Eran tiempos en que lo que valía más era lo que se tenía dentro de la bóveda craneal.  Por lo que se decía que al venezolano se le medía de las cejas para arriba.  En las escuelas militares me encontré con representantes de apellidos de mucho peso: Arroyo, Olavarría, De Bellard, Miller —¡ojo!, no confundir con Müller, que también era de la high-society, pero ¡ah! siempre fue orillero mental—, aunque también abundaban los que veníamos de familias PPH (pobres pero honradas).  Unos y otros tratando de descollar en el cuadro de méritos. 

 

Esos merecimientos, tanto en las carreras civiles como en la profesión militar, eran los que iban a lograr los ascensos en el escalafón.  Que al final, cuando se estaba ya para llegar a los altos grados y posiciones, podía aparecer una que otra influencia ajena a la calidad y cantidad de los servicios, no lo voy a negar.  Pero era la excepción y no la regla.  No es cierto lo que dice la leyenda negra en lo referido a los ascensos militares; ni en una décima parte de los ellos se aparecía esa condicionante.  Lo que privaba era la hoja de vida.  Me puse, de sin oficio, a revisar el librito de las promociones y encontré que en las cinco que se graduaron entre 1953 y 1958 —a las que conocí bien porque yo pertenezco a la última—, de 189 graduandos, 28 llegamos a tener soles en las presillas, y de estos, solo en uno o dos casos era notoria la influencia extra-militar.  Pero dejo claro que esos dos casos, la calidad profesional estaba presente y nunca estuvo en duda.

 

Cosa muy contraria a lo que ha sucedido en estos últimos quince años.  Las obsecuentes aseveraciones de lealtad a los dirigentes y no a los principios, la facilidad con que se declina la ética y lo debido ante las órdenes indebidas que reciben y dan; es lo que predominan —junto con la fidelidad al PUS y no a la Institución.  Todo ello como producto de un plan muy bien trazado y mantenido: impedir que surgiese un líder que pudiera hacerle sombra, o aparecer como una amenaza a la continuidad del adalid intergaláctico que nunca iba a morirse porque a él no le daba la gana.  A cuanto oficial se le notase ascendiente entre sus colegas y sus subalternos, se le dejaba sin cargo, se le abría un juicio por cualquier cosa, o se le hacía la vida tan imposible que este no le quedaba más remedio que pedir la baja y tomar el auto-exilio. Ese plan se complementaba con el aumento desproporcionado de oficiales que ostentan (utilizo bien el verbo) altos grados para impedir más aún la posibilidad de que surgiese un liderazgo dentro del ambiente militar.  Y escogiendo los candidatos de entre los menos reconocibles, por decir lo menos.  Lo cual hizo surgir aquello de que “antes, los generales y almirantes tenían que tener currículos, ahora lo que se exige es prontuario”.  Hoy, en Venezuela hay más generales que en los estamentos armados de Francia, España y el Reino Unido sumados.

 

En más de una de sus larguísimas peroratas televisivas, Elke Tekonté afirmó que lo de la meritocracia era incorrecto.  Y tanto lo insistió que, aquí, ese término ha devenido en mala palabra.  Por eso estamos como estamos.  De todo el gabinete, el único que sabe de electricidad es el nefando Giordani; pues a él lo tienen para represar dólares y meter palos entre las ruedas de la carreta empresarial; por eso, vamos de apagón en apagón.  A la cabeza de Pdvsa hay un ingenierito que por varios años actuó sin lustre en la industria petrolera y que nunca ocupó posiciones directivas; por eso —y porque el primer pito de la república botó insensatamente a más de 20 mil expertos— la petrolera estatal está quebrada; pero no salen de él porque sabe muchos secretos acerca de dónde están muchos de los ingresos petroleros, y quiénes pudieran ser imputados por esos manejos no muy transparentes.  Como estos dos ejemplos, todos podemos citar muchos más.

 

Venezuela solo retomará la senda del progreso cuando los mejores, los más capaces y los menos ladrones sean los que dirijan los ministerios, las instituciones y los entes públicos, sin mirar mucho cuáles son sus preferencias políticas.  Todos ellos, tutelados y encauzados por un mandatario que tenga algo de materia gris, una hoja de vida que muestre logros profesionales, unas virtudes notables y una honradez reconocida.  No como ahora, cuando alguien que no terminó bachillerato, no se sabe dónde nació, ni se le conoce logro notable alguno es quien decide sobre el destino en el país…

 

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