Por más que los
rojos que mangonean ahora quieran negarlo, mucho del siglo XX venezolano se
caracterizó por la movilidad social como producto de la educación. Todos conocemos a personas que, arrancando
desde muy abajo, gracias a los esfuerzos que hicieron y a las oportunidades de
estudio que daba el Estado, llegaron a muy altos destinos. Quiroz Corradi —quien partiendo como office-boy, y en razón de su tesón
esforzado, fue subiendo por el organigrama hasta llegar a ser presidente de la
industria petrolera nacional— es quien se me viene ahora a la mente, pero son
miles los que ascendieron social, política o económicamente y por sus
ejecutorias le dieron lustre y contribuyeron al progreso de Venezuela. Eran tiempos en que lo que valía más era lo
que se tenía dentro de la bóveda craneal.
Por lo que se decía que al venezolano se le medía de las cejas para
arriba. En las escuelas militares me
encontré con representantes de apellidos de mucho peso: Arroyo, Olavarría, De Bellard,
Miller —¡ojo!, no confundir con Müller, que también era de la high-society,
pero ¡ah! siempre fue orillero mental—, aunque también abundaban los que veníamos
de familias PPH (pobres pero honradas).
Unos y otros tratando de descollar en el cuadro de méritos.
Esos merecimientos,
tanto en las carreras civiles como en la profesión militar, eran los que iban a
lograr los ascensos en el escalafón. Que
al final, cuando se estaba ya para llegar a los altos grados y posiciones,
podía aparecer una que otra influencia ajena a la calidad y cantidad de los
servicios, no lo voy a negar. Pero era
la excepción y no la regla. No es cierto
lo que dice la leyenda negra en lo referido a los ascensos militares; ni en una
décima parte de los ellos se aparecía esa condicionante. Lo que privaba era la hoja de vida. Me puse, de sin oficio, a revisar el librito
de las promociones y encontré que en las cinco que se graduaron entre 1953 y
1958 —a las que conocí bien porque yo pertenezco a la última—, de 189 graduandos,
28 llegamos a tener soles en las presillas, y de estos, solo en uno o dos casos
era notoria la influencia extra-militar.
Pero dejo claro que esos dos casos, la calidad profesional estaba
presente y nunca estuvo en duda.
Cosa muy contraria
a lo que ha sucedido en estos últimos quince años. Las obsecuentes aseveraciones de lealtad a
los dirigentes y no a los principios, la facilidad con que se declina la ética y
lo debido ante las órdenes indebidas que reciben y dan; es lo que predominan
—junto con la fidelidad al PUS y no a la Institución. Todo ello como producto de un plan muy bien
trazado y mantenido: impedir que surgiese un líder que pudiera hacerle sombra,
o aparecer como una amenaza a la continuidad del adalid intergaláctico que
nunca iba a morirse porque a él no le daba la gana. A cuanto oficial se le notase ascendiente
entre sus colegas y sus subalternos, se le dejaba sin cargo, se le abría un
juicio por cualquier cosa, o se le hacía la vida tan imposible que este no le
quedaba más remedio que pedir la baja y tomar el auto-exilio. Ese plan se
complementaba con el aumento desproporcionado de oficiales que ostentan (utilizo
bien el verbo) altos grados para impedir más aún la posibilidad de que surgiese
un liderazgo dentro del ambiente militar.
Y escogiendo los candidatos de entre los menos reconocibles, por decir
lo menos. Lo cual hizo surgir aquello de
que “antes, los generales y almirantes tenían que tener currículos, ahora lo
que se exige es prontuario”. Hoy, en
Venezuela hay más generales que en los estamentos armados de Francia, España y
el Reino Unido sumados.
En más de una de
sus larguísimas peroratas televisivas, Elke Tekonté afirmó que lo de la
meritocracia era incorrecto. Y tanto lo
insistió que, aquí, ese término ha devenido en mala palabra. Por eso estamos como estamos. De todo el gabinete, el único que sabe de
electricidad es el nefando Giordani; pues a él lo tienen para represar dólares
y meter palos entre las ruedas de la carreta empresarial; por eso, vamos de
apagón en apagón. A la cabeza de Pdvsa
hay un ingenierito que por varios años actuó sin lustre en la industria
petrolera y que nunca ocupó posiciones directivas; por eso —y porque el primer
pito de la república botó insensatamente a más de 20 mil expertos— la petrolera
estatal está quebrada; pero no salen de él porque sabe muchos secretos acerca
de dónde están muchos de los ingresos petroleros, y quiénes pudieran ser
imputados por esos manejos no muy transparentes. Como estos dos ejemplos, todos podemos citar
muchos más.
Venezuela solo retomará
la senda del progreso cuando los mejores, los más capaces y los menos ladrones
sean los que dirijan los ministerios, las instituciones y los entes públicos,
sin mirar mucho cuáles son sus preferencias políticas. Todos ellos, tutelados y encauzados por un
mandatario que tenga algo de materia gris, una hoja de vida que muestre logros
profesionales, unas virtudes notables y una honradez reconocida. No como ahora, cuando alguien que no terminó
bachillerato, no se sabe dónde nació, ni se le conoce logro notable alguno es
quien decide sobre el destino en el país…
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